martes, 31 de agosto de 2010

UN PASTOR CON MEDIO SERMON DE CHISTES.. QUE IRREVERENCIA

¿Qué puede hacer un pastor sin Jesús? Por cierto que nada. De manera que si es un hombre frívolo, jocoso, no está preparado para desempeñar el deber que el Señor colocó sobre él. "Sin mí -dice Cristo-, nada podéis hacer".

Las palabras petulantes que caen de sus labios, las anécdotas frívolas, las palabras habladas para producir risa, son todas condenadas por la Palabra de Dios, y están totalmente fuera de lugar en el púlpito sagrado.

Les digo claramente, hermanos, que a menos que los ministros estén convertidos, nuestras iglesias serán enfermizas y estarán al borde de la muerte. El poder de Dios es el único capaz de cambiar el corazón humano e imbuirlo del amor de Cristo. El poder de Dios es el único que puede corregir y dominar las pasiones y santificar los afectos. Todos los que ministran deben humillar sus corazones orgullosos, someter su voluntad a la voluntad de Dios, y ocultar su vida con Cristo en Dios.

¿Cuál es el objeto del ministerio? ¿Es mezclar lo cómico con lo religioso? El lugar para tales exhibiciones es el teatro. Si Cristo es formado dentro de vosotros, si la verdad con su poder santificador es traída al santuario íntimo del alma, no tendremos a hombres festivos, ni a hombres agrios, de mal genio, avinagrados, para enseñar las preciosas lecciones de Cristo a las almas que perecen.

Nuestros ministros necesitan una transformación de carácter. Deben sentir que si sus obras no son hechas en Dios, si se los deja para que realicen sus propios esfuerzos imperfectos, de todos los hombres son los más miserables. Cristo estará con todo ministro que, aun cuando no haya alcanzado la perfección del carácter, esté buscando en forma muy ferviente ser semejante a Cristo.

Tal ministro orará. El llorará entre el pórtico y el altar, clamando con angustia de alma que la presencia del Señor esté con él; de otra manera no puede presentarse ante el pueblo, con todo el cielo que lo observa y con la pluma del ángel que toma nota de sus palabras, su comportamiento y su espíritu.

¡Oh, ojalá que los hombres teman al Señor! ¡Ojalá que amen a Dios! ¡Ojalá que los mensajeros de Dios sientan la carga por las almas que perecen! Entonces no solamente arengarán; sino que tendrán el poder de Dios que vitaliza su alma, y sus corazones arderán con el fuego del amor divino. Su debilidad se transformaría en fortaleza, porque serían hacedores de la palabra. Escucharían la voz de Jesús: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días".

Jesús sería su maestro; y la palabra que ministran sería viva y poderosa, más aguda que una espada de doble filo, que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. En la proporción en que el orador aprecia la presencia divina, y honra al poder de Dios y confía en él, es reconocido como un colaborador junto con Dios. Precisamente en esta proporción llega a ser poderoso por medio de Dios.

Necesita haber un poder elevador, un crecimiento constante en el conocimiento de Dios y la verdad, de parte del que busca la salvación de las almas. Si el pastor pronuncia palabras extraídas de los vivos oráculos de Dios; si cree en la cooperación de Cristo y la espera, de Aquel cuyo siervo él es; si esconde el yo y exalta a Jesús, el Redentor del mundo, sus palabras alcanzarán los corazones de sus oyentes, y su obra llevará las credenciales divinas.

El Espíritu Santo debe ser el agente divino para convencer del pecado. El agente divino presenta al orador los beneficios del sacrificio hecho sobre la cruz; y cuando la verdad es puesta en contacto con las almas presentes, Cristo las gana para sí, y obra para transformar su naturaleza.

El Señor está listo a auxiliarnos en nuestras debilidades, a enseñar, a guiar, a inspirarnos ideas que son de origen celestial. ¡Cuán poco pueden los hombres realizar esta obra de salvar almas, y sin embargo con cuánta eficacia pueden hacerlo por medio de Cristo si están imbuidos de su Espíritu!

El maestro humano no puede leer los corazones de sus oyentes, pero Jesús dispensa la gracia que toda alma necesita. El comprende las capacidades del hombre, su debilidad, y su fuerza. El Señor está obrando en el corazón humano, y un ministro puede ser para las almas que escuchan sus palabras un sabor de muerte para muerte, alejándolas de Cristo; o, si es consagrado, devoto, y desconfía de sí mismo; si mira a Jesús, puede ser un sabor de vida para las almas que ya están bajo el poder convincente del Espíritu Santo, y en cuyos corazones el Señor está preparando el camino para los mensajes que él ha dado al agente humano.

Así el corazón del creyente es tocado, y responde al mensaje de verdad. "Nosotros, coadjutores somos de Dios". Las convicciones implantadas en el corazón, y la iluminación del entendimiento por la entrada de la Palabra, actúan en perfecta armonía. La verdad traída ante la mente, tiene poder para despertar las dormidas energías del alma.

El Espíritu de Dios, trabajando en el corazón, coopera con la obra de Dios por medio de sus instrumentos humanos. Cuando los ministros se dan cuenta de la necesidad de una reforma cabal en sí mismos, cuando sienten que deben alcanzar una norma más elevada, su influencia sobre las iglesias será elevadora y refinadora.

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