miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL MENSAJE DE LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

Señor en su gran misericordia envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los Apostoles. Este mensaje había de presentar en forma más prominente al mundo al Salvador levantado, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante [Cristo]; invitaba al pueblo a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios. Muchos habían perdido de vista a Jesús.

Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana. Todo el poder es colocado en sus manos, y él puede dispensar ricos dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo.

Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz, y acompañado por el derramamiento de su Espíritu en gran medida.

El Salvador resucitado ha de aparecer en su obra eficaz como el Cordero inmolado, sentado en el trono, para dispensar las inapreciables bendiciones del pacto, los beneficios que él murió para comprar en favor de toda alma que creyere en él. Juan no podía expresar aquel amor en palabras; era demasiado profundo, demasiado ancho; hace un llamamiento a la familia humana para que lo contemple.

Cristo está intercediendo por la iglesia en los atrios celestiales, abogando en favor de aquellos por quienes pagó el precio de la redención con su propia sangre. Los siglos y las edades nunca pueden aminorar la eficacia de este sacrificio expiatorio. El mensaje del Evangelio de su gracia había de ser dado a la iglesia con contornos claros y distintos pero enseñando acerca de Cristo y su norma de vida.

La eficacia de la sangre de Cristo había de ser presentada a los hombres con frescura y poder, a fin de que la fe de ellos pudiera echar mano de sus méritos. Así como el sumo pontífice asperjaba la sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras la fragante nube de incienso ascendía delante de Dios, de la misma manera, mientras confesamos nuestros pecados, e invocamos la eficacia de la sangre expiatoria de Cristo, nuestras oraciones han de ascender al cielo, fragantes con los méritos del carácter de nuestro Salvador.

A pesar de nuestra indignidad, siempre hemos de tener en cuenta que hay Uno que puede quitar el pecado, y salvar al pecador. Todo pecado reconocido delante de Dios con un corazón contrito, él lo quitará. Esta fe es la vida de la iglesia. Como la serpiente fue levantada por Moisés en el desierto, y se pedía a todos los que habían sido mordidos por las serpientes ardientes que miraran y vivieran, también el Hijo del hombre debía ser levantado, para que "todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna".

A menos que haga de la contemplación del Salvador la gran ocupación de su vida, y por la fe acepte los méritos que tiene el privilegio de reclamar, el pecador no puede ser salvado más de lo que Pedro podía caminar sobre las aguas si no mantenía sus ojos fijos permanentemente en Jesús. En este tiempo ha sido el propósito determinado de Satanás el de eclipsar la visión de Jesús, e inducir a los hombres a mirar al hombre, a confiar en el hombre, y ser educados para esperar ayuda del hombre.

Durante siglos la iglesia ha estado mirando al hombre, y esperando mucho del hombre, pero no mirando a Jesús, en el cual están centradas nuestras esperanzas de vida eterna. Por lo tanto, Dios dio a su siervo un testimonio que presentaba con contornos claros y distintos, la verdad como es en Jesús, que es el mensaje del tercer ángel.

El pueblo de Dios ha de hacer resonar las Palabras de Juan, según las cuales todos pueden discernir la luz y andar en la luz: "El que de arriba viene, sobre todos es: el que es de la tierra, terreno es, y cosas terrenas habla: el que viene del cielo, sobre todos es. Y lo que vio y oyó, esto testifica: y nadie recibe su testimonio.

El que recibe su testimonio, éste signó que Dios es verdadero. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas dio en su mano. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él".

Este es el testimonio que debe circular por toda la longitud y la anchura del mundo. Presenta la ley y el Evangelio, vinculando ambas cosas en un conjunto perfecto. (Véase Romanos 5 y 1 Juan 3: 9 hasta el fin del capítulo.) Estos preciosos textos serán impresionados sobre todo corazón que esté abierto para recibirlos.

"El principio de tus palabras alumbra; hace entender a los simples" -aquellos que tienen el corazón contrito. "Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre". Estos no tienen una mera fe nominal, una teoría de la verdad, una religión legal, sino que creen con un propósitos, apropiándose de los ricos dones de Dios. Suplican que se les conceda el don, a fin de que puedan dar a otros. Pueden decir: "De su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia".

"El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Amados, si Dios así nos ha amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Ninguno vio jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios está en nosotros, y su amor es perfecto en nosotros: En esto conocemos que estamos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu".

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