domingo, 8 de agosto de 2010

CRISTO Y LA LEY: 4)CRISTO NUESTRA UNICA ESPERANZA


ANTES de que se establecieran los fundamentos del mundo, Cristo, el Unigénito de Dios, se comprometió a convertirse en el Redentor de la raza humana, si pecaba Adán. Adán cayó, y Aquel que era participante de la gloria del Padre antes de que el mundo fuese, puso a un lado su manto real y su corona regia, y descendió de su elevada autoridad a fin de llegar a ser una criatura en Belén para que pudiera redimir a los seres humanos caídos pasando por el terreno donde tropezó y cayó Adán.

Se sometió a sí mismo a todas las tentaciones que el enemigo emplea contra los hombres y las mujeres, y todos los asaltos de Satanás no pudieron hacerlo vacilar de su lealtad al Padre. Viviendo una vida sin pecado, testificó de que cada hijo e hija de Adán puede resistir las tentaciones del que primero trajo el pecado al mundo.

Cristo trajo a los hombres y a las mujeres poder para vencer. Vino a este mundo en forma humana para vivir como un hombre entre los hombres. Tomó las flaquezas de la naturaleza humana para ser probado y examinado. En su humanidad, era participante de la naturaleza divina. En su encarnación, ganó en un nuevo sentido el título de Hijo de Dios.

Dijo el ángel a María: "El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (Luc. 1: 35). Si bien era el Hijo de un ser humano, llegó a ser en un nuevo sentido el Hijo de Dios. Así estuvo en nuestro mundo: el Hijo de Dios, y sin embargo unido a la raza humana por su nacimiento. Cristo vino en forma humana para mostrar a los habitantes de los mundos no caídos y del mundo caído que se ha hecho amplia provisión a fin de capacitar a los seres humanos para que vivan en lealtad a su Creador.

Soportó las tentaciones con que a Satanás se le permitió acosarlo, y resistió todos sus asaltos. Fue sumamente afligido y duramente acosado, pero Dios no lo abandonó sin reconocer lo que hacía. Cuando fue bautizado por Juan en el Jordán, al salir del agua, descendió sobre él el Espíritu de Dios, en forma de una paloma áurea, y una voz del cielo dijo: "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia" (Mat. 3: 17). Directamente después de este anuncio, Cristo fue guiado por el Espíritu al desierto. Marcos dice: "Luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras" (Mar. 1: 12, 13). "Y no comió nada en aquellos días" (Luc. 4: 2).

Haciendo frente a la tentación
Cuando Jesús fue guiado al desierto para ser tentado, fue guiado por el Espíritu de Dios. El no provocó la tentación. Fue al desierto para estar solo, para contemplar su misión y obra. Ayunando y orando había de fortalecerse para el sangriento sendero que debía recorrer. ¿Cómo debía comenzar su obra de libertar a los cautivos retenidos en el tormento por el destructor? Durante su largo ayuno, fue presentado delante de él todo el plan de su obra como libertador del hombre.

Cuando Jesús fue al desierto, fue circuido por la gloria del Padre. Completamente entregado a la comunión con Dios, fue elevado por encima de la debilidad humana. Pero se retiró la gloria y fue dejado para luchar con la tentación. Ella lo oprimió cada momento. Su naturaleza humana rehuía el conflicto que lo aguardaba. Ayunó y oró durante cuarenta días. Débil y extenuado por el hambre, agotado y macilento con agonía mental, "fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres" (Isa. 52: 14). Entonces llegó la oportunidad de Satanás. Entonces éste supuso que podía vencer a Cristo.

Como si hubiera sido en respuesta a sus oraciones, vino al Salvador uno en figura de un ángel de luz y éste fue el mensaje que dio: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan" (Mat. 4: 3).

Jesús hizo frente a Satanás con las palabras: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mat. 4: 4). La Palabra de Dios fue el arma de su lucha en cada tentación. Satanás demandó un milagro de Cristo como una señal de su divinidad. Pero lo que es mayor que todos los milagros, una firme dependencia de un "Así dice Jehová", fue una señal que no podía ser controvertida. Mientras Cristo se aferró a esa posición, el tentador no pudo obtener ninguna ventaja. Nuestra única esperanza es que estemos familiarizados con la Palabra de Dios.

Los que diligentemente escudriñan las Escrituras, no aceptarán los engaños de Satanás como la verdad de Dios. Nadie debe ser vencido por las especulaciones presentadas por el enemigo de Dios y de Cristo. No hemos de especular en cuanto a puntos que calla la Palabra de Dios. Todo lo que es necesario para nuestra salvación es presentado en la Palabra de Dios. Día tras día, hemos de hacer de la Biblia nuestro consejero.

Desde toda la eternidad, Cristo estuvo unido con el Padre, y cuando se revistió de la naturaleza humana, siguió siendo uno con Dios. El es el vínculo que une a Dios con la humanidad. "Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo" (Heb. 2: 14).

Únicamente mediante él podemos llegar a ser hijos de Dios. A todos los que creen en él, les da poder para convertirse en hijos de Dios. Así el corazón llega a ser el templo del Dios viviente. Porque Cristo tomó la naturaleza humana es por lo que los hombres y mujeres llegan a ser participantes de la naturaleza divina. El trae a la luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

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