sábado, 31 de julio de 2010

CRISTO Y LA LEY: 1) EL CARACTER DE LA LEY DE DIOS


DAVID dice: "La ley de Jehová es perfecta" (Sal. 19: 7). "Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has establecido" (Sal. 119: 152). Y Pablo testifica: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Rom. 7: 12).

Como Supremo Legislador del universo, Dios ha ordenado leyes no sólo para el gobierno de todos los seres vivientes, sino de todas las operaciones de la naturaleza. Todo, ya sea grande o pequeño, animado o inanimado, está bajo leyes fijas que no pueden ser desdeñadas.

No hay excepciones a esta regla, pues nada de lo hecho por la mano divina ha sido olvidado por la mente divina. Sin embargo, al paso que todo lo que hay en la naturaleza es gobernado por la ley natural, sólo el hombre, como ser inteligente, capaz de entender sus requerimientos, es responsable ante la ley moral. Sólo al hombre, corona de la creación divina, Dios ha dado una conciencia que comprende las demandas sagradas de la ley divina, y un corazón capaz de amarla como santa, justa y buena.

Del hombre se requiere pronta y perfecta obediencia. Sin embargo, Dios no lo obliga a obedecer: queda como ser moral libre.

Son pocos los que comprenden el tema de la responsabilidad personal del hombre. Sin embargo, es un asunto de máxima importancia. Todos podemos obedecer y vivir, o podemos transgredir la ley de Dios, desafiar su autoridad y recibir el castigo consiguiente. De modo que a cada alma le incumbe decididamente la pregunta: ¿Obedeceré la voz del cielo, las diez palabras pronunciadas en el Sinaí, o iré con la multitud que pisotea esa ígnea ley?

Para los que aman a Dios, será la máxima delicia observar los mandamientos divinos y hacer aquellas cosas que son agradables a la vista de Dios. Pero el corazón natural odia la ley de Dios y lucha contra sus santas demandas. Los hombres cierran su alma a la luz divina, rehusando caminar en ella cuando brilla sobre ellos. Sacrifican la pureza del corazón, el favor de Dios y su esperanza del cielo a cambio de la complacencia egoísta o las ganancias mundanales.

Dice el salmista: "La ley de Jehová es perfecta" ( Sal. 19: 7). ¡Cuán maravillosa es la ley de Jehová en su sencillez, su extensión y perfección! Es tan breve, que podemos fácilmente aprender de memoria cada precepto, y sin embargo tan abarcante como para expresar toda la voluntad de Dios y tener conocimiento no sólo de las acciones externas, sino de los pensamientos e intenciones, los deseos y emociones del corazón. Las leyes humanas no pueden hacer esto. Sólo pueden tratar con las acciones externas.

Un hombre puede ser transgresor y, sin embargo, puede ocultar sus faltas de los ojos humanos.

Puede ser criminal, ladrón, asesino o adúltero, pero mientras no sea descubierto, la ley no puede condenarlo como culpable. La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el alma, pero que no han hallado expresión en acciones externas porque ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad. Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día cuando "Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (Ecl. 12: 14).

La ley de Dios es sencilla

La ley de Dios es sencilla y se entiende fácilmente. Hay hombres que se jactan orgullosamente de que sólo creen lo que pueden entender, olvidándose de que hay misterios en la vida humana y en la manifestación del poder de Dios en las obras de la naturaleza: misterios que la filosofía más profunda, la investigación más extensa, son incapaces de explicar. Pero no hay misterios en la ley de Dios.

Todos pueden comprender las grandes verdades que implica. El intelecto más débil puede captar esas reglas; el más ignorante puede regular su vida y formar su carácter de acuerdo con la norma divina. Si los hijos de los hombres obedecieran esta ley, al máximo de su capacidad, ganarían fortaleza para su mente y poder de discernimiento para comprender todavía más el propósito y los planes de Dios. Y este progreso sería continuo, no sólo durante la vida presente, sino durante los siglos eternos, pues no importa cuán lejos avancemos en el conocimiento de la sabiduría y del poder de Dios, siempre queda un infinito más allá.

La ley divina nos demanda amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin el ejercicio de este amor, la más elevada profesión de fe es mera hipocresía. Dice Cristo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos ­dice Cristo­, depende toda la ley y los profetas" (Mat. 22: 37- 40).

La ley demanda perfecta obediencia. "Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos" (Sant. 2: 10). No puede ser quebrantado ninguno de los diez preceptos sin que haya deslealtad al Dios del cielo. La mínima desviación de sus requerimientos, por descuido o transgresión voluntaria, es pecado, y cada pecado expone al pecador a la ira de Dios.

La obediencia era la única condición por la que el antiguo Israel había de recibir el cumplimiento de las promesas que lo convirtieran en el pueblo grandemente favorecido por Dios, y la obediencia a esa ley traerá tan grandes bendiciones a los individuos y a las naciones hoy día como las que hubiera traído a los hebreos.

Es esencial la obediencia a la ley, no sólo para nuestra salvación, sino para nuestra felicidad y para la felicidad de aquellos con quienes nos relacionamos. "Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo" ( Sal. 119: 165), dice la Palabra inspirada. Sin embargo, el hombre finito presentará a la gente esta ley santa, justa y buena, esta ley de libertad que el Creador mismo ha adaptado para las necesidades del hombre, como un yugo de opresión, un yugo que nadie puede llevar. Pero es el pecador el que considera la ley como un yugo penoso; es el transgresor el que no puede ver belleza en sus preceptos. Pues la mente carnal "no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Rom. 8: 7).

"Por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Rom. 3: 20); pues "el pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3: 4). Mediante la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para disminuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado.

Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engañador, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor. La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter.

Es el espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentirse de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. Al no hacer esto, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, para anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter.

Vivimos en un siglo de gran impiedad. Las multitudes están esclavizadas por costumbres pecaminosas y malos hábitos, y son difíciles de romper los grillos que las atan. Como un diluvio, la iniquidad está inundando la tierra. Ocurren diariamente crímenes casi demasiado horrorosos para ser mencionados. Y, sin embargo, hombres que profesan ser atalayas en las murallas de Sion quieren enseñar que la ley era sólo para los judíos y que caducó con los gloriosos privilegios que comenzaron en la era evangélica. ¿No hay acaso una relación entre el desenfreno y el crimen imperantes, y el hecho de que los ministros y sus fieles sostienen y enseñan que la ley no está más en vigencia?

El poder condenador de la ley de Dios se extiende no sólo a lo que hacemos, sino a lo que no hacemos. No hemos de justificarnos dejando de hacer lo que Dios requiere. No sólo hemos de cesar de hacer el mal, sino que debemos aprender a hacer el bien. Dios nos ha dado facultades que deben ejercerse en buenas obras, y si no se emplean esas facultades, ciertamente seremos considerados como siervos malos y negligentes.

Quizá no hayamos cometido atroces pecados; tales faltas quizá no estén registradas contra nosotros en el libro de Dios; pero el hecho de que nuestros actos no sean registrados como puros, buenos, elevados y nobles, lo que indica que no hemos cultivado los talentos que se nos confiaron, nos coloca bajo condenación.

La ley de Dios existía antes de que el hombre fuera creado. Fue adaptada a las condiciones de seres santos: aun los ángeles eran gobernados por ella. No se cambiaron los principios de justicia después de la caída. Nada fue quitado de la ley. No podía mejorarse ninguno de sus santos preceptos. Y así como ha existido desde el comienzo, de la misma manera continuará existiendo por los siglos perpetuos de la eternidad. Dice el salmista: "Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has establecido" (Sal. 119: 152).

En el día de Dios, que se aproxima rápidamente, todo el mundo ha de ser juzgado por esta ley que gobierna a los ángeles, que exige pureza en los pensamientos, las disposiciones y los deseos más secretos, y que permanecerá "eternamente y para siempre" (Sal. 111: 8). Quizá se jacten los transgresores de que el Altísimo no sabe, que el Todopoderoso no considera. El no siempre los tolerará.

Pronto recibirán la paga de sus hechos, la muerte que es la paga del pecado, al paso que la nación justa que ha guardado la ley, será introducida por las puertas de perlas de la ciudad celestial y será coronada con vida y gozo inmortales en la presencia de Dios y del Cordero.

COMO LLEGAR A SER UN CRISTIANO NACIDO DE NUEVO..

Fe: Creer y confiar
Cuando Dios perdona al pecador, le condona el castigo que merece y lo trata como si no hubiera pecado, lo recibe dentro del favor divino y lo justifica por los méritos de la justicia de Cristo. El pecador sólo puede ser justificado mediante la fe en la expiación efectuada por el amado Hijo de Dios, que se convirtió en un sacrificio por los pecados del mundo culpable.

Nadie puede ser justificado por ninguna clase de obras propias. Puede ser liberado de la culpabilidad del pecado, de la condenación de la ley, del castigo de la transgresión sólo por virtud de los sufrimientos, muerte y resurrección de Cristo.

la fe es la única condición por la cual se puede obtener la justificación, y la fe implica no sólo creer, sino confiar...

Muchos reconocen que Jesucristo es el Salvador del mundo, pero al mismo tiempo se mantienen apartados de él y no aprovechan la ocasión de arrepentirse de sus pecados y de aceptar a Jesús como a su Salvador personal. Su fe es simplemente el asentimiento de la verdad en su mente y en su juicio, pero la verdad no penetra en el corazón para que santifique el alma y transforme el carácter...

¿Puedo yo arrepentirme sin ayuda?

Muchos se confunden en cuanto a lo que constituye los primeros pasos en la obra de la salvación. Se piensa que el arrepentimiento es una obra que debe hacer por sí mismo el pecador a fin de que pueda ir a Cristo. Se piensa que el pecador por sí mismo debe procurar capacitarse para obtener la bendición de la gracia de Dios. Pero si bien es cierto que el arrepentimiento debe preceder al perdón, pues sólo es aceptable ante Dios el quebrantado y contrito de corazón, sin embargo el pecador no puede producir por sí mismo el arrepentimiento ni puede prepararse para ir a Cristo.

A menos que se arrepienta el pecador, no puede ser perdonado. Pero la cuestión a decidir es si el arrepentimiento es obra del pecador o es una dádiva de Cristo. ¿Debe esperar el pecador hasta que esté lleno de remordimiento por su pecado antes de que pueda ir a Cristo? El primer paso hacia Cristo se da gracias a la atracción del Espíritu de Dios. Cuando el hombre responde a esa atracción, avanza hacia Cristo a fin de arrepentirse.

Se representa al pecador como a una oveja perdida, y una oveja perdida nunca vuelve al aprisco a menos que sea buscada y llevada de vuelta al redil por el pastor. Nadie puede arrepentirse por sí mismo y hacerse digno de la bendición de la justificación. Continuamente el Señor Jesús procura impresionar la mente del pecador y atraerlo para que contemple al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

No podemos dar un paso hacia la vida espiritual a menos que Jesús atraiga y fortalezca el alma, y nos guíe para experimentar el arrepentimiento del cual nadie necesita arrepentirse...

Cuando Pedro presentó claramente ante los sacerdotes y saduceos el hecho de que el arrepentimiento es don de Dios, hablando de Cristo dijo: "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados" (Hechos 5: 31).

El arrepentimiento es tanto un don de Dios como lo son el perdón y la justificación, y no se lo puede experimentar a menos que sea dado al alma por Cristo. Si somos atraídos a Cristo, es mediante su poder y virtud. La gracia de la contrición viene mediante él y de él procede la justificación...

La fe es más que palabras

La fe que es para salvación no es una fe casual, no es el mero consentimiento del intelecto; es la
creencia arraigada en el corazón que acepta a Cristo como a un Salvador personal, segura de que él puede salvar perpetuamente a todos los que acuden a Dios mediante él. Creer que él salvará a otros pero que no te salvará a ti, no es fe genuina. Sin embargo, cuando el alma se aferra de Cristo como de la única esperanza de salvación, entonces se manifiesta la fe genuina.

Esa fe induce a su poseedor a colocar todos los afectos del alma en Cristo. Su comprensión está bajo el dominio del Espíritu Santo y su carácter se modela de acuerdo con la semejanza divina. Su fe no es muerta, sino una fe que obra por el amor y lo induce a contemplar la belleza de Cristo y a asimilarse al carácter divino...

Toda la obra es del Señor, de principio a fin. El pecador que perece puede decir: "Soy un pecador perdido, pero Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. El dice: 'No he venido a llamar a justos, sino a pecadores' (Marcos 2: 17). Soy pecador, y Cristo murió en la cruz del Calvario para salvarme. No necesito permanecer un solo momento más sin ser salvado. El murió y resucitó para mi justificación y me salvará ahora. Acepto el perdón que ha prometido".

Justos en él

Cristo es un Salvador resucitado, pues aunque estuvo muerto, ha resucitado y vive siempre para interceder por nosotros. Hemos de creer con el corazón para justicia y con la boca hemos de hacer confesión para salvación. Los que son justificados por la fe confesarán a Cristo. "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida" (Juan 5: 25). La gran obra que ha de efectuarse en el pecador que está manchado y contaminado por el mal es la obra de la justificación. Este es declarado justo mediante Aquel que habla verdad.

El Señor imputa al creyente la justicia de Cristo y lo declara justo delante del universo. Transfiere sus pecados a Jesús, el representante del pecador, su sustituto y garantía. Coloca sobre Cristo la iniquidad de toda alma que cree. "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para 24 que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5: 21).

Cristo pagó por la culpabilidad de todo el mundo y todo el que venga a Dios por fe, recibirá la justicia de Cristo, "quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados" (1 Ped. 2: 24). Nuestro pecado ha sido expiado, puesto a un lado, arrojado a lo profundo de la mar. Mediante el arrepentimiento y la fe somos liberados del pecado y contemplamos al Señor, nuestra justicia. Jesús sufrió, el justo por el injusto.

viernes, 30 de julio de 2010

EL PELIGRO DE PERSISTIR EN EL ERROR...


En el error y en la incredulidad hay algo que aturde y fascina a la mente. Poner en duda, dudar y abrigar la incredulidad, a fin de excusarnos por habernos apartado del sendero recto, es mucho más fácil que purificar el alma creyendo en la verdad y obedeciéndola. Pero cuando las mejores influencias crean en alguien el deseo de volver, el tal se encuentra entrampado en una red de Satanás, como una mosca en una telaraña, de tal modo que le parece una tarea sin esperanza y rara vez se libera a sí mismo de la trampa que le armó el astuto enemigo.

Una vez que los hombres han admitido la duda y la incredulidad en los testimonios del Espíritu de Dios, están decididamente tentados a aferrarse a las opiniones que han sostenido delante de otros. Sus teorías y opiniones se fijan como una sombría nube sobre la mente, repeliendo así todo rayo de evidencia en favor de la verdad. Las dudas acariciadas por la ignorancia, el orgullo o el amor a las prácticas pecaminosas, remachan sobre el alma grillos que rara vez se quebrantan. Cristo, y sólo él, puede dar el poder necesario para quebrantarlos.

Los testimonios del Espíritu de Dios son dados para dirigir a los hombres a su Palabra, que ha sido descuidada. Ahora bien, si sus mensajes no son atendidos, el Espíritu Santo queda excluido del alma. ¿Qué otros medios tiene Dios en reserva para enseñar a los que yerran y mostrarles su verdadera condición?

Las iglesias que han fomentado influencias que disminuyen la fe en los testimonios, son débiles y vacilantes. Algunos ministros trabajan para atraer a la gente hacia ellos. Cuando se hace un esfuerzo para corregir cualquier error en esos ministros, se mantienen en su independencia y dicen: "Mi iglesia acepta mis labores".

Jesús dijo: "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas". Hay muchos hoy día que siguen una conducta similar. En los testimonios se especifican precisamente los pecados de los cuales ellos son culpables. Por lo tanto, no tienen deseo de leerlos. Hay quienes desde su juventud han recibido amonestaciones y reproches por medio de los testimonios, ¿pero han caminado en la luz y se han reformado? De ninguna manera.

Todavía acarician los mismos pecados; tienen los mismos defectos de carácter. Esos males dañan la obra de Dios y dejan su impresión sobre las iglesias. No se efectúa la obra que el Señor haría para poner a las iglesias en orden, porque los miembros individualmente­ y especialmente los dirigentes de la grey­ no se dejan corregir.

Más de uno profesa aceptar los testimonios, al paso que ellos no tienen influencia en su vida ni en su carácter. Sus faltas se hacen más fuertes por la indulgencia hasta que, habiendo sido reprochado con frecuencia y no habiendo obedecido al reproche, pierde el poder del dominio propio y se endurece en su conducta de errores.

Si está fatigado, si la debilidad se posesiona de él, no tiene poder moral para levantarse por encima de las debilidades de carácter que no venció. Estas se convierten en sus puntos más fuertes y es abatido por ellas. Póngaselo entonces a prueba y pregúntesele: " ¿No le reprochó Dios, hace años, esta fase de su carácter mediante los testimonios?" Contestará: "Sí, recibí un testimonio escrito que decía que estaba equivocado en esas cosas". "¿Por qué, entonces, no corrigió esos hábitos equivocados?" "Pensé que quien me reprochaba debía haber cometido un error. Lo que alcancé a comprender lo acepté; lo que no me convenció, dije que era sólo la opinión de quien daba el mensaje. No acepté el reproche".

En algunos casos, precisamente las faltas de carácter que Dios quería que vieran y corrigieran sus siervos, pero que ellos rehusaban ver, han costado la vida a esos hombres. Podrían haber vivido para ser canales de luz. Dios quería que vivieran y les envió instrucciones justas para que pudieran preservar sus facultades físicas y mentales a fin de hacer un servicio aceptable para él.

Si ellos hubieran recibido los consejos de Dios y se hubieran convertido completamente de acuerdo con la voluntad divina, habrían sido obreros capaces para el adelanto de la verdad, hombres eminentes en el afecto y en la confianza de nuestro pueblo, pero duermen en la tumba porque no comprendieron que Dios los conocía mejor de lo que ellos se conocían a sí mismos. Los pensamientos de Dios no eran los pensamientos de ellos, ni los caminos de Dios los caminos de ellos. Esos hombres unilaterales han influido en la obra doquiera hayan trabajado. Se han debilitado grandemente las iglesias donde trabajaron.

Dios reprocha a los hombres porque los ama. Quiere que sean fuertes en la fortaleza divina, que tengan mentes bien equilibradas y caracteres simétricos. Entonces serán ejemplos para el rebaño de Dios, al que conducirán al cielo por precepto y ejemplo. Entonces edificarán un templo santo para Dios

miércoles, 28 de julio de 2010

¿PUEDE EXISTIR UNA FALSA SANTIFICACION?

la santificación, tal cual la entiende ahora el mundo religioso en general, lleva en sí misma un germen de orgullo espiritual y de menosprecio de la ley de Dios que nos la presenta como del todo ajena a la religión de la Biblia. Sus defensores enseñan que la santificación es una obra instantánea, por la cual, mediante la fe solamente, alcanzan perfecta santidad. "Tan sólo creed - dicen- y la bendición es vuestra". Según ellos, no se necesita mayor esfuerzo de parte del que recibe la bendición.

Al mismo tiempo niegan la autoridad de la ley de Dios y afirman que están dispensados de la obligación de guardar los mandamientos. ¿Pero será acaso posible que los hombres sean santos y concuerden con la voluntad y el modo de ser de Dios, sin ponerse en armonía con los principios que expresan su naturaleza y voluntad, y enseñan lo que le agrada?

El deseo de llevar una religión fácil, que no exija luchas, ni desprendimiento, ni ruptura con las locuras del mundo, ha hecho popular la doctrina de la fe, y de la fe sola; ¿pero qué dice la Palabra de Dios? El apóstol Santiago dice: "Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? ... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abrahán nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras? ... Veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe" (Santiago 2: 14-24).

El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del cielo sin cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y disposiciones de las Escrituras.

Nadie se engañe a sí mismo creyendo que pueda volverse santo mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un pecado cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora del Espíritu y separa al alma de Dios... Aunque San Juan habla mucho del amor en sus epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verdadero carácter de esa clase de personas que pretenden ser santificadas y seguir transgrediendo la ley de Dios. "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él; mas el que guarda su palabra, verdaderamente en éste se ha perfeccionado el amor de Dios" (1 Juan 2:4, 5, ).

Esta es la piedra de toque de toda profesión de fe. No podemos reconocer como santo a ningún hombre sin haberlo comparado primero con la sola regla de santidad que Dios ha dado...

Y la aserción de estar sin pecado constituye de por sí una prueba de que el que tal asevera dista mucho de ser santo. Es porque no tiene un verdadero concepto de lo que es la pureza y santidad infinita de Dios, ni de lo que deben ser los que han de armonizar con su carácter; es porque no tiene verdadero concepto de la pureza y perfección supremas de Jesús ni de la maldad y horror del pecado, por lo que el hombre puede creerse santo. Cuanto más lejos esté de Cristo y más yerre acerca del carácter y los pedidos de Dios, más justo se cree.

Santificación: entrega y participación total

La santificación expuesta en las Santas Escrituras abarca todo el ser: espíritu, cuerpo y alma. San Pablo rogaba por los tesalonicenses, que su "ser entero, espíritu y alma y cuerpo" fuese "guardado y presentado irreprensible en el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tesalonicenses 5: 23, ).

Y vuelve a escribir a los creyentes: "Os ruego pues, hermanos, por las compasiones de Dios, que le presentéis vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios" (Romanos 12: 1,. En tiempos del antiguo Israel, toda ofrenda que se traía a Dios era cuidadosamente examinada. Si se descubría un defecto cualquiera en el animal presentado, se lo rechazaba, pues Dios había mandado que las ofrendas fuesen "sin mancha". Así también se pide a los cristianos que presenten sus cuerpos en "sacrificio vivo, santo, acepto a Dios".

Para ello, todas sus facultades deben conservarse en la mejor condición posible. Toda costumbre que tienda a debilitar la fuerza física o mental incapacita al hombre para el servicio de su Creador.

¿Y se complacerá Dios con menos de lo mejor que podamos ofrecerle? Cristo dijo: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón". los que aman a Dios de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida y tratarán siempre de poner todas las facultades de su ser en armonía con las leyes que aumentarán su aptitud para hacer su voluntad...

Una vida cambiada

El mundo está entregado a la sensualidad. "La concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida" gobiernan las masas del pueblo. Pero los discípulos de Cristo son llamados a una vida santa...

A aquellos que cumplen con las condiciones: "Salid de en medio de ellos, y apartaos, ... y no toquéis lo inmundo", se refiere la promesa de Dios: "Yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso" (2 Corintios 6: 17, 18). Es privilegio y deber de todo cristiano tener grande y bendita experiencia en las cosas de Dios... los rayos luminosos del Sol de Justicia brillan sobre los siervos de Dios, y éstos deben reflejarlos. Así como las estrellas nos hablan de una gran luz en el cielo, con cuya gloria resplandecen, así también los cristianos deben mostrar que hay en el trono del universo un Dios cuyo carácter es digno de alabanza e imitación. Las gracias de su Espíritu, su pureza y santidad, se manifestarán en sus testigos...

Ya no hay condenación

Si bien la vida del cristiano ha de ser caracterizada por la humildad, no debe señalarse por la tristeza y la denigración de sí mismo. Todos tienen el privilegio de vivir de manera que Dios los apruebe y los bendiga. No es la voluntad de nuestro Padre celestial que estemos siempre en condenación y tinieblas. Marchar con la cabeza baja y el corazón lleno de preocupaciones relativas a uno mismo no es prueba de verdadera humildad. Podemos acudir a Jesús y ser purificados, y permanecer ante la ley sin avergonzarnos ni sentir remordimientos. "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu" (Romanos 8: 1).

Por medio de Jesús, los hijos caídos de Adán son hechos "hijos de Dios". "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2: 11). la vida del cristiano debe ser una vida de fe, de victoria y de gozo en Dios. "Todo aquel que es engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que vence al mundo, a saber, nuestra fe" (1 S. Juan 5: 4, VM). Con razón declaró Nehemías, el siervo de Dios: "El gozo de Jehová es vuestra fortaleza" (Nehemías 8:10). Y San Pablo dice: "Gozaos en el Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis". "Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús" (Filipenses 4: 4; 1 Tesalonicenses 5: 16-18).

Tales son los frutos de la conversión y de la santificación.*

martes, 27 de julio de 2010

APROPIATE DE LA JUSTICIA DE CRISTO


Los que creen plenamente en la justicia de Cristo, y lo contemplan con una fe viva, conocen al Espíritu de Cristo y son conocidos por Cristo. La fe sencilla capacita al creyente a considerarse verdaderamente muerto al pecado, pero vivo para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. Por gracia somos salvos por medio de nuestra fe; y esto no de nosotros, pues es don de Dios. Si tratáramos de exponer estas preciosas promesas a los sabios según el mundo, ellos no harían sino ridiculizarnos; porque "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1 Cor. 2: 14).

Cuando Jesús estaba por ascender al cielo, dijo a sus discípulos: "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que este con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (Juan 14: 16, 17). Dijo además: "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (vers. 21).

Hay muchos que encuentran satisfacción en identificarse con falsas doctrinas, para que no haya perturbación o diferencia entre ellos y el mundo; pero los hijos de Dios deben dar testimonio de la verdad, no sólo por medio de la pluma y la voz sino mediante el espíritu y el carácter. Nuestro Salvador declara que el mundo no puede recibir el espíritu de verdad. Ellos no pueden discernir la verdad, porque no disciernen a Cristo, el Autor de la verdad. Discípulos tibios, profesores insensibles, que no están imbuidos del Espíritu de Cristo, no son capaces de discernir la preciosidad de su justicia, sino que procuran establecer su propia justicia.

El mundo busca las cosas del mundo: negocios, honor mundanal, ostentación, gratificación egoísta. Cristo trata de romper este hechizo que mantiene a los hombres alejados de El. Trata de llamar la atención de los hombres al mundo venidero, que Satanás se las ha ingeniado para eclipsar con su propia sombra. Cristo pone el mundo eterno al alcance de la vista de los hombres, presenta sus atractivos delante de ellos, les dice que ha de preparar mansiones para ellos, y que vendrá otra vez y los tomará a sí mismo. Es el propósito de Satanás llenar de tal manera la mente con amor desordenado por las cosas sensuales que el amor de Dios y el anhelo del cielo sean expulsados del corazón. . .

Llamados a ser mayordomos fieles

Dios llama a quienes ha confiado sus bienes a desempeñarse como mayordomos fieles. El Señor desearía que todas las cosas de interés temporal ocupasen un lugar secundario en nuestro corazón y nuestros pensamientos; pero Satanás quiere que los asuntos terrenales tomen el primer lugar en nuestras vidas. El Señor quisiera que aprobáramos las cosas que son excelentes. El nos muestra el conflicto en el cual tenemos que participar, revela el carácter y el plan de la redención. Expone delante de ustedes los peligros que enfrentarán, el renunciamiento que se requerirá, y los insta a medir el costo, asegurándoles que si se comprometen celosamente en el conflicto, el poder divino se combinará con el esfuerzo humano.

La lucha del cristiano no es una lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. El cristiano tiene que lidiar con fuerzas sobrenaturales, pero no es dejado sólo para enfrentar el conflicto. El Salvador es el capitán de su salvación, y con El puede el hombre ser más que vencedor.

El Redentor del mundo no quiere que el hombre ignore los ardides de Satanás. La vasta confederación del mal está alineada en contra de los que podrían vencer; pero Cristo quiere que dirijamos la mirada hacia las cosas que no se ven, a los ejércitos del cielo que acampan alrededor de los que aman a Dios, para librarlos. Los ángeles del cielo están interesados en el hombre. El poder de la Omnipotencia está al servicio de los que confían en Dios. El Padre acepta la justicia de Cristo en favor de sus seguidores, y éstos están rodeados con la luz y la santidad que Satanás no puede penetrar. La voz del Capitán de nuestra salvación habla a sus seguidores, diciendo:

"'Confiad, yo he vencido al mundo'. Yo soy vuestro amparo; avanzad hacia la victoria".
La cruz del Calvario

Mediante Cristo, se dan al hombre tanto restauración como reconciliación. El abismo abierto por el pecado ha sido salvado por la cruz del Calvario. Un rescate pleno y completo ha sido pagado por Jesús en virtud del cual el pecador es perdonado y es mantenida la justicia de la ley. Todos los que creen que Cristo es el sacrificio expiatorio pueden ir y recibir el perdón de sus pecados, pues mediante los méritos de Cristo se ha abierto la comunicación entre Dios y el hombre. Dios puede aceptarme como su hijo y yo puedo tener derecho a El y puedo regocijarme en El como en mi Padre amante.

Debemos centralizar nuestras esperanzas del cielo únicamente en Cristo, pues El es nuestro Sustituto y Garante. Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley ninguna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el hombre con su propio poder son inútiles para responder ante la ley santa y justa que ha transgredido, pero mediante la fe en Cristo puede demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente.

Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Llevó la maldición de la ley en lugar del pecador, hizo expiación por él, a fin de que "todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza divina, y así se combinan la divinidad y la humanidad.

El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse.

El esfuerzo que el hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios.

El alma hace progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de Cristo. "Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe", podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra completa salvación.

domingo, 25 de julio de 2010

PORQUE NO SIRVE EL EVANGELIO DE LOS MILAGROS?


Quien haga de la operación de milagros la prueba de su fe, encontrará que Satanás puede, mediante una variedad de engaños, realizar maravillas, que pasarán por milagros genuinos.*
Satanás es un obrero astuto, e introducirá engaños sutiles a fin de oscurecer y confundir la mente y desarraigar las doctrinas de la salvación. Aquellos que no acepten la Palabra de Dios literalmente, caerán en esa trampa.*

Los ángeles malos nos asechan en todo momento... Ocupan nuevo terreno y obran maravillas y milagros ante nuestra vista...

Algunos serán tentados a recibir estos milagros como procedentes de Dios. Los enfermos sanarán delante de nosotros. Se harán milagros ante nuestra vista. ¿Estamos preparados para la prueba que nos espera cuando los milagros mentirosos de Satanás sean exhibidos en forma más amplia?

¿No serán entrampadas muchas almas? Al separarse de los sencillos preceptos y los mandamientos de Dios, y prestar atención a las fábulas, las mentes de muchos están preparándose para recibir estos milagros mentirosos. Todos debemos tratar ahora de armarnos para el conflicto en el cual pronto debemos empeñarnos. La fe en la Palabra de Dios, estudiada con oración y aplicada prácticamente, será nuestro escudo contra el poder de Satanás y nos hará vencedores por la sangre de Cristo.*

Los sanamientos pueden ser del diablo

No debe existir la torpeza espiritual en el pueblo de Dios. Los espíritus del mal procuran activamente controlar las mentes humanas. Los hombres están siendo reunidos en atados, listos para ser consumidos por los fuegos de los últimos días. Aquellos que descartan a Cristo y su justicia, aceptarán los engaños que están inundando al mundo. Los cristianos deben ser sobrios y vigilantes, y resistir firmemente a su adversario el diablo, quien anda como león rugiente en busca de alguien a quien devorar. Habrá personas que, sometidas a la influencia de los espíritus malignos, realizarán milagros...

No necesitamos ser engañados. Pronto ocurrirán escenas maravillosas con las cuales Satanás estará estrechamente relacionado. La Palabra de Dios declara que Satanás obrará milagros. Hará enfermar a la gente y después quitará repentinamente de ella su poder satánico. Eso hará que se considere sanados a los enfermos. Estas obras de curación aparente pondrán a prueba a los adventistas. Muchos que tienen gran luz dejarán de andar en la luz, porque no han logrado una unidad con Cristo.*

Si aquellos por medio de quienes se realizan curaciones están dispuestos -en vista de estas manifestaciones- a excusar su descuido de la ley de Dios, y prosiguen desobedeciendo, aunque tengan poder en todo sentido, tal cosa no significa que posean el gran poder de Dios. Por el contrario, es el poder obrador de milagros del gran engañador. El es un transgresor de la ley moral, y utiliza toda invención posible para enceguecer a los hombres en cuanto a su verdadero carácter. Se nos ha advertido que en los últimos días obrará con señales y maravillas mentirosas.

Y continuará esas maravillas hasta que termine el tiempo de gracia, a fin de poder señalarlas como evidencias de que es un ángel de luz y no de las tinieblas.*

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viernes, 23 de julio de 2010

Caracteristicas de un avivamiento verdadero


Es obra de la conversión y de la santificación reconciliar a los hombres con Dios, poniéndolos de acuerdo con los principios de su ley. Al principio el hombre fue creado a la imagen de Dios. Estaba en perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los principios de justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado lo separó de su Hacedor. Ya no reflejaba más la imagen divina.

Su corazón estaba en guerra con los principios de la ley de Dios. "La intención de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Romanos 8: 7). Mas "de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito", para que el hombre fuese reconciliado con Dios. Su corazón debe ser renovado por la gracia divina; debe recibir nueva vida de lo alto. Este cambio es el nuevo nacimiento, sin el cual, según expuso Jesús, nadie "puede ver el reino de Dios".

El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pecado. "El pecado es transgresión de la ley". "Por la ley es el conocimiento del pecado" (1 S. Juan 3: 4; Romanos 3: 20). Para reconocer su culpabilidad, el pecador debe medir su carácter por la gran norma de justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos de su propio carácter.

la ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le toca al transgresor. Sólo el Evangelio de Cristo puede librarlo de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene "remisión de los pecados cometidos anteriormente", y se hace partícipe de la naturaleza divina...

¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo dice: "¿Abrogamos pues la ley por medio de la fe? ¡No por cierto! antes bien, hacemos estable la ley". "Nosotros que morimos al pecado, ¿cómo podremos vivir ya en él?" Y Juan dice también: "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (Romanos 3: 31; 6: 21; S. Juan 5: 3,). En el nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y la lealtad...

Falsas teorías sobre la santificación, debidas a que no se hizo caso de la ley divina, o se la rechazó, desempeñan importante papel en los movimientos religiosos de nuestros días. Esas teorías son falsas en cuanto a la doctrina y peligrosas en sus resultados prácticos, y el hecho de que hallen tan general aceptación hace doblemente necesario que todos tengan una clara comprensión de lo que las Sagradas Escrituras enseñan sobre este punto.

La doctrina de la santificación verdadera es bíblica. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: "Esta es la voluntad de Dios, es a saber, vuestra santificación". Y ruega así: "El mismo Dios de paz os santifique del todo" (1 Tesalonicenses 4: 3; 5: 23,). la Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se puede alcanzarla. El Salvador oró por sus discípulos: "Santifícalos con la verdad: tu Palabra es la verdad" (S. Juan 17: 17, 19, ).

Y San Pablo enseña que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo (Romanos 15: 16). ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad" (S. Juan 16: 13, ). Y el salmista dice: "Tu ley es la verdad". Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina.

Y ya que la ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina, resulta que el carácter formado por la obediencia a esa ley será santo. Cristo es ejemplo perfecto de semejante carácter. El dice: "He guardado los mandamientos de mi Padre". "Hago siempre las cosas que le agradan" (S. Juan 15: 10; 8: 29, VM).

Los discípulos de Cristo han de volverse semejantes a él, es decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a sus principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama santificación.

Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios que habite en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2: 12, 13).

El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. la debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: "A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo" (1 Corintios 15: 57).

Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santificación es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión, la paz con Dios por la sangre expiatorio, la vida cristiana no ha hecho más que empezar. Ahora debe llegar "al estado de hombre perfecto"; crecer "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo"... (Filipenses 3: 13, 14).

Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia, manifestarán un espíritu de humildad. Como Moisés, contemplaron la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios infinito.

El profeta Daniel fue ejemplo de verdadera santificación. llenó su larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hombre "muy amado" (Daniel 10: 11, ) en el cielo. Sin embargo, en lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios se identificó con Dios en favor de su pueblo: "¡No derramamos nuestros ruegos ante tu rostro a causa de nuestras justicias, sino a causa de tus grandes compasiones!" "Hemos pecado, hemos obrado impíamente". El declara: "Yo estaba... hablando, y orando, y confesando mi pecado, y el pecado de mi pueblo"... (Daniel 9: 18, 15, 20).

Cuando Job oyó la voz del Señor de entre el torbellino, exclamó: "Me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y la ceniza" (Job 42: 6). Cuando Isaías contempló la gloria del Señor, y oyó a los querubines que clamaban: "¡Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos!" dijo abrumado: "¡Ay de mí, pues soy perdido!" (Isaías 6: 3, 5, ). Después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no le es dado al hombre expresar, San Pablo habló de sí mismo como del "más pequeño de todos los santos" (2 Corintios 12: 2-4; Efesios 3: 8). Y el amado Juan, el que había descansado en el pecho de Jesús y contemplado su gloria, fue el que cayó como muerto a los pies del ángel. (Apocalipsis 1: 17.)

No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pretensiones de estar libre de pecado, por parte de aquellos que andan a la sombra de la cruz del Calvario. Harta cuenta 17 se dan de que fueron sus pecados los que causaron la agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón; y este pensamiento les inspira profunda humildad. Los que viven más cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y culpabilidad de la humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado.


jueves, 22 de julio de 2010

Los llamados Reavivamientos Modernos P1

Reavivamientos falsificados: ¿Cuál es la diferencia?

Muchos de los reavivamientos de los tiempos modernos han presentado un notable contraste con aquellas manifestaciones de la gracia divina, que en épocas anteriores acompañaban los trabajos de los siervos de Dios. Es verdad que despiertan gran interés; que muchos se dan por convertidos y aumenta en gran manera el número de los miembros de las iglesias; no obstante, los resultados no son tales que nos autoricen para creer que haya habido un aumento correspondiente de verdadera vida espiritual. La llama que alumbra un momento se apaga pronto y deja la oscuridad más densa que antes.


Los reavivamientos populares son provocados demasiado a menudo por llamamientos a la imaginación, que excitan las emociones y satisfacen la inclinación por lo nuevo y extraordinario. los conversos ganados de este modo manifiestan poco deseo de escuchar la verdad bíblica, y poco interés en el testimonio de los profetas y apóstoles. El servicio religioso que no revista un carácter un tanto sensacional no tiene atractivo para ellos. Un mensaje que apela a la fría razón no despierta eco alguno en ellos. No tienen en cuenta las claras amonestaciones de la Palabra de Dios que se refieren directamente a sus intereses eternos.

Para toda alma verdaderamente convertida la relación con Dios y con las cosas eternas será el gran tema de la vida... Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá entre el pueblo del Señor un reavivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán derramados sobre sus hijos. Entonces muchos se separarán de esas iglesias en las cuales el amor de este mundo ha suplantado al amor de Dios y de su Palabra. Muchos, tanto ministros como laicos, aceptarán gustosamente esas grandes verdades que Dios ha hecho proclamar en este tiempo a fin de preparar un pueblo para la segunda venida del Señor.

El enemigo de las almas desea impedir esta obra, y antes que llegue el tiempo para que se produzca tal movimiento, tratará de evitarlo introduciendo una falsa imitación. Hará aparecer como que la bendición especial de Dios es derramada sobre las iglesias que pueda colocar bajo su poder seductor; allí se manifestará lo que se considerará como un gran interés por lo religioso. Multitudes se alegrarán de que Dios esté obrando maravillosamente en su favor, cuando, en realidad, la obra provendrá de otro espíritu. Bajo un disfraz religioso, Satanás tratará de extender su influencia sobre el mundo cristiano.

¿Por qué ser engañado?

En muchos de los despertamientos religiosos que se han producido durante el último medio siglo, se han dejado sentir, en mayor o menor grado, las mismas influencias que se ejercerán en los movimientos venideros más extensos. Hay una agitación emotiva, mezcla de lo verdadero con lo falso, muy apropiada para extraviar a uno. No obstante, nadie necesita ser seducido. A la luz de la Palabra de Dios no es difícil determinar la naturaleza de estos movimientos. Dondequiera que los hombres descuiden el testimonio de la Biblia y se alejen de las verdades claras que sirven para probar el alma y que requieren abnegación y desprendimiento del mundo, podemos estar seguros de que Dios no dispensa allí sus bendiciones. Y al aplicar la regla que Cristo mismo dio: "Por sus frutos los conoceréis" (S. Mateo 7: 16), resulta evidente que estos movimientos no son obra del Espíritu de Dios.

En las verdades de su Palabra, Dios ha dado a los hombres una revelación de sí mismo, y a todos los que las aceptan les sirven de escudo contra los engaños de Satanás. El descuido en que se tuvieron estas verdades fue lo que abrió la puerta a los males que se están propagando ahora tanto en el mundo religioso. Se ha perdido de vista en sumo grado la naturaleza e importancia de la ley de Dios. Un concepto falso del carácter perpetuo y obligatorio de la ley divina ha hecho incurrir en errores respecto a la conversión y santificación, y como resultado se ha rebajado el nivel de la piedad en la iglesia. En esto reside el secreto de la ausencia del Espíritu y poder de Dios en los despertamientos religiosos de nuestros tiempos..

¿Puede cambiarse la ley de Dios?

Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley por su muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de que se debe gozar bajo el Evangelio.

Pero no es así como los profetas y los apóstoles consideraron la santa ley de Dios. David dice: "Y andaré con libertad, porque he buscado tus preceptos" (Salmo 119: 45, VM). El apóstol Santiago, que escribió después de la muerte de Cristo, habla del Decálogo como de la "ley real", y de la "ley perfecta, la ley de libertad" (Santiago 2: 8; 1: 25, VM). Y el vidente de Patmos, medio siglo después de la crucifixión, pronuncia una bendición sobre los "que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad" (Apocalipsis 22: 14, versión de Valera, 1909).

El aserto de que Cristo abolió con su muerte la ley de su Padre no tiene fundamento. Si hubiese sido posible cambiar la ley o abolirla, entonces Cristo no habría tenido por qué morir para salvar al hombre de la penalidad del pecado...

martes, 20 de julio de 2010

El misterio de la Iniquidad


Siempre ha sido el proyecto de Satanás desviar de Jesús la atención de la gente, volverla a los hombres y destruir el sentido de la responsabilidad individual. Fracasó Satanás en su propósito cuando tentó al Hijo de Dios; pero tuvo más éxito en su esfuerzo con los hombres caídos. Corrompióse el cristianismo. Papas y sacerdotes se arrogaron una posición exaltada y enseñaron a la gente que debía acudir a ellos para obtener el perdón de sus pecados en vez de recurrir directamente a Cristo. La gente quedó del todo engañada.

Se le enseñó que el papa y los sacerdotes eran los representantes de Cristo, cuando en verdad lo eran de Satanás, y a Satanás adoraban cuantos ante ellos se postraban. La gente pedía la Biblia; pero el clero creyó peligroso que la leyeran los fieles por sí mismos, por temor de que se ilustrasen y descubriesen los pecados de sus instructores. Se enseñó a la gente a recibir las palabras de esos engañadores como si proviniesen de la boca de Dios. Ejercían sobre la mente aquel poder que sólo Dios debiera ejercer.

Si algunos se atrevían a seguir sus propias convicciones, se encendía contra ellos el mismo odio que los judíos habían manifestado contra Jesús, y los que tenían autoridad se revelaban sedientos de su sangre.
Me fue mostrado un tiempo en que Satanás triunfaba especialmente. Multitudes de cristianos eran muertos de una manera espantosa, porque querían conservar la pureza de su religión. La Biblia era odiada, y se hacían esfuerzos para raerla de la tierra. A la gente se le prohibía leerla, so pena de muerte; y todos los ejemplares que se podían encontrar eran quemados. Pero vi que Dios tuvo cuidado especial de su Palabra, y la protegió.

En diferentes períodos sólo quedaron unos cuantos ejemplares de la Biblia, pero Dios no consintió que se perdiera su Palabra, porque en los últimos idas los ejemplares iban a multiplicarse de tal manera que cada familia podría poseerla.
Vi que cuando había pocos ejemplares de la Biblia, los perseguidos discípulos de Jesús hallaban en ella inestimable tesoro y profundo consuelo.

La leían secretamente, y quienes disfrutaban de este excelso beneficio sentían que habían conversado con Dios, con su Hijo Jesús y con sus discípulos. Pero este bendito privilegio costó la vida de muchos. Si los descubrían, los mandaban al tajo del verdugo, a la hoguera o a lóbregas mazmorras donde los dejaban morir de hambre.
No podía Satanás impedir el plan de salvación. Jesús fue crucificado y resucitó al tercer día. Pero Satanás les dijo a sus ángeles que sacaría ventajas de la crucifixión y resurrección.

Estaba conforme con que los que profesaban la fe de Jesús diesen por invalidadas después de la muerte de Cristo las leyes que regulaban los sacrificios y ofrendas judaicos con tal que pudiese llevarlos más lejos y hacerles creer que también la ley de los diez mandamientos había cesado cuando Cristo murió.
Vi que muchos cedían fácilmente a este engaño de Satanás.

El cielo entero se indignó al ver pisoteada la sacrosanta ley de Dios. Jesús y toda la hueste celestial conocían la índole de la ley de Dios, y sabían que no era posible alterarla ni abrogarla. La condición desesperada del hombre después de la caída había causado en el cielo profundísima tristeza, y movió a Cristo a ofrecerse para morir por los transgresores de la santa ley de Dios.


Pero de haberse podido abrogar la ley, el hombre se hubiese salvado sin necesidad de la muerte de Jesús. Por lo tanto, esa muerte no destruyó la ley del Padre, sino que la magnificó y honró, e impuso a todos el acatamiento de todos sus santos preceptos.
Si la iglesia hubiese permanecido pura y firme, no habría podido Satanás engañarla ni inducirla a que pisotease la ley de Dios. En ese plan descarado Satanás ataca directamente el fundamento del gobierno de Dios en el cielo y en la tierra.

Por su rebelión fue expulsado del cielo, y después quiso salvarse pretendiendo que Dios alterase su ley; pero ante la hueste del cielo se le manifestó que la ley de Dios era inalterable. Satanás sabe que induciendo a otros a quebrantar la ley de Dios los gana para su causa, porque todo transgresor de la ley debe morir.
Resolvió Satanás ir todavía más lejos.

Dijo a sus ángeles que algunos tendrían tanto celo por la ley de Dios que no se dejarían prender en esa trampa, pues los diez mandamientos eran tan explícitos que muchos creerían que seguían válidos, y por lo tanto sólo debía tratar de corromper uno de los mandamientos. Así que indujo a sus representantes a intentar cambiar el cuarto, o sea el mandamiento del día de reposo, con lo que alterarían el único de los diez que revela al Dios verdadero, el Creador de los cielos y de la tierra.

Satanás recordó a sus representantes la gloriosa resurrección de Jesús y les dijo que por haber resucitado el primer día de la semana, el Salvador había trasladado el descanso del séptimo al primer día de la semana.
Así se valió Satanás de la resurrección en provecho de sus propósitos.

El y sus ángeles se congratularon de que los errores por ellos preparados fuesen aceptados tan favorablemente entre quienes se llamaban amigos de Cristo. Lo que uno consideraba con religioso horror, lo admitía otro, y así fueron celosamente acogidos y defendidos diferentes errores.

La voluntad de Dios, tan claramente revelada en su Palabra, fue encubierta con errores y tradiciones que eran enseñados como mandamientos de Dios. Aunque este engaño que desafía al cielo será tolerado hasta la segunda venida de Jesús, no ha quedado Dios sin testigos durante todo ese tiempo de error y engaño.

En medio de las tinieblas y persecuciones contra la iglesia, siempre hubo cristianos que guardaron fielmente todos los mandamientos de Dios.
Vi que la hueste angélica llenóse de asombro al contemplar la pasión y muerte del Rey de gloria; pero también vi que no le sorprendió que el Señor de la vida y de la gloria, el que henchía los cielos de gozo y esplendor, quebrantase los lazos de la muerte y surgiese de la tumba como triunfante vencedor.

Por lo tanto, si uno de estos dos sucesos hubiese de conmemorarse por un día de descanso, habría de ser el de la crucifixión. Pero yo vi que ninguno de estos acontecimientos estaba destinado a mudar o revocar la ley de Dios, sino que, por lo contrario corroboraban su carácter inmutable.
Ambos importantes sucesos tienen su peculiar conmemoración. Al participar del pan quebrantado y del fruto de la vid en la cena del Señor, recordamos su muerte hasta que el venga. Así se renuevan en nuestra memoria las escenas de su pasión y muerte.

Conmemoramos la resurrección de Cristo al ser sepultados con él en el bautismo y levantamos de la tumba líquida para vivir en novedad de vida a semejanza de su resurrección.
La ley de Dios permanecerá inalterable por siempre y regirá en la nueva tierra por toda la eternidad. Cuando en la creación se echaron los cimientos de la tierra, los hijos de Dios contemplaron admirados la obra del Creador, y la hueste celestial prorrumpió en exclamaciones de júbilo.

Entonces se echaron también los cimientos del sábado.
Después de los seis días de la creación, Dios reposó el séptimo, de toda la obra que había hecho, y lo bendijo y santificó, porque en dicho día había reposado de toda su obra, El sábado fue instituido en el Edén antes de la caída, y lo observaron Adán y Eva y toda la hueste celestial. Dios reposó en el séptimo día, lo bendijo y lo santificó. El 4to Mandamiento es Importante

domingo, 18 de julio de 2010

QUE OCURRIRA CON LOS FALSOS PASTORES


Los miembros de iglesia que han visto la luz y han sido convencidos de su culpabilidad, pero que han confiado la salvación de sus almas a los ministros, aprenderán en el día de Dios que ninguna otra alma puede pagar el rescate por sus transgresiones. Surgirá un terrible clamor: "Estoy perdido, eternamente perdido". Habrá quienes sentirán que sean capaces de despedazar a lo ministros que han enseñado falsedades y han condenado.
Todos concuerdan para abrumar a los ministros con la m... Ver másás amarga condenación. Los pastores infieles profetizaron cosas lisonjeras; indujeron a sus oyentes a menospreciar la ley de Dios y a, perseguir a los que santificarla. Ahora, en su desesperación, estos maestros confiesan ante el mundo su obra de engaño. Las multitudes se llenan de furor. "¡Estamos perdidos!-exclaman- y vosotros sois causa de nuestra perdición"; y se vuelven contra los falsos pastores.

Precisamente aquellos que más los admiraban en otros tiempos pronunciarán contra ellos las más terribles maldiciones. Las manos mismas que los coronaron con laureles se levantarán para aniquilarlos. Las espadas que debían servir para destruir al pueblo de Dios se emplean ahora para matar a sus enemigos.

Aquí vemos que la iglesia, el santuario del Señor, era la primera en sentir los golpes de la ira de Dios. Los ancianos [Eze. 9:6], aquellos a quienes Dios había brindado gran luz, que se habían destacado como guardianes de los intereses espirituales del pueblo, habían traicionado su cometido.

Los falsos pastores vuelven ineficaz la Palabra de Dios... Su obra pronto recaerá sobre ellos mismos. Entonces serán presenciadas las escenas descritas en Apocalipsis 18, cuando los juicios de Dios caerán sobre la Babilonia mística....

La Idolatria Moderna,...


Cuando empecé a leer a lo largo de toda la Biblia busqué algunos temas unificadores. Llegué a la conclusión de que hay muchos y que si tenemos que hacer de un tema “el tema” (como “pacto” o “reino”) corremos el peligro de ser demasiado reduccionistas. Sin embargo, una de las formas de leer la Biblia es ver cómo las generaciones anteriores vivieron la lucha entre la fe y la idolatría. En el principio, los seres humanos fueron creados para adorar y servir a Dios, y para gobernar en el nombre de Dios sobre todas las cosas creadas (Gén. 1:26-28).

Pablo entiende el pecado original de la humanidad como la idolatría: “Cambiaron la gloria del Dios incorruptible…honrando y dando culto a las criaturas antes que al creador” (Rom. 1:21-25). En lugar de vivir para Dios, empezamos a vivir para nosotros mismos, o para nuestro trabajo, o para conseguir bienes materiales.

Hemos invertido el orden original. Y cuando empezamos a adorar y a servir a las cosas creadas, paradójicamente, las cosas creadas empiezan a gobernarnos. En vez de ser los “vice-regentes” de Dios, gobernando la creación, ahora la creación nos gobierna. Ahora estamos sujetos al deterioro, las enfermedades y los desastres, y al final volvemos al polvo – el polvo “gana” (Gn. 3:17-19) Vivimos para hacernos un nombre pero nuestros nombres son olvidados. Aquí en el principio de la Biblia aprendemos que la idolatría significa esclavitud y muerte.

Los 2 primeros mandamientos y las leyes más básicas (una quinta parte de todas las leyes de Dios para la humanidad) son contra la idolatría. El libro de Éxodo no ve una tercera opción entre la fe verdadera y la idolatría. O bien adoraremos al Dios que no ha sido creado, o adoraremos a alguna cosa creada (un ídolo) No existe la posibilidad de no adorar a nada. El texto clásico del Nuevo Testamento es Romanos 1:18-25. Este pasaje tan extenso sobre la idolatría se entiende habitualmente como refiriéndose a los paganos gentiles, pero en vez de eso debemos reconocerlo como un análisis de lo que es el pecado y de cómo actúa. El v. 21 nos dice que la razón por la que nos volvemos a los ídolos es porque queremos controlar nuestras vidas, aunque sabemos que le debemos todo a Dios. “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias…” El v. 25 nos explica la “estrategia” para conseguir el control –escoger las cosas creadas, poner nuestros corazones en ellas y construir nuestras vidas alrededor de ellas. Como necesitamos adorar a algo, porque estamos hechos así, no podemos eliminar a Dios sin crear un substituto de Dios. Los v. 21 y 25 nos dan 2 de los resultados de la idolatría:

1. Engaño –“se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido…” y
2. Esclavitud – “adoraron y sirvieron” a cosas creadas.

Aquello a lo que adoramos es aquello a lo que serviremos, ya que adoración y servicio siempre van juntos. Somos seres que establecen pactos. Entramos en un “pacto de servicio” con aquello que más captura nuestra imaginación y corazón. Nos atrapa. Así que toda comunidad, personalidad, forma de pensar y cultura humanas, estarán basadas en algún tema primordial o algún pacto primordial – o bien con Dios o bien con algún sustituto. Individualmente, vamos a poner nuestros ojos principalmente o bien en Dios o en el éxito, el romance, la familia, el estatus, la popularidad, la belleza, o alguna otra cosa que nos haga sentir personalmente significativos y a salvo, y que guíe nuestras decisiones. Culturalmente vamos a poner nuestros ojos principalmente o bien en Dios o bien en el libre mercado, el estado, las élites, la voluntad del pueblo, la ciencia, la tecnología, la fuerza militar, la razón humana, el orgullo racial, o alguna otra cosa que nos haga significativos, nos salve de forma corporativa, y guíe nuestras decisiones.


Nadie comprendió esto mejor que Martín Lutero, que une el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento de forma remarcable en su exposición de los 10 mandamientos. Lutero vio como la ley del Antiguo Testamento contra los ídolos y el énfasis del Nuevo Testamento en la justificación por la fe sola son esencialmente lo mismo. Dijo que los 10 mandamientos empiezan con 2 mandamientos contra la idolatría. Es por eso que el problema fundamental al desobedecer la ley es siempre la idolatría. En otras palabras, nunca rompemos los demás mandamientos sin antes romper la ley contra la idolatría. Lutero entendió que el primer mandamiento trata acerca de la justificación por la fe, y no creer en la justificación por la fe es idolatría, que es la raíz de todo lo que desagrada a Dios.

“Aquellos que no confían en Dios en todo momento, y en todas sus obras o sufrimientos, vida y muerte no confían en su favor, gracia y buena voluntad, sino que buscan su favor en otras cosas o en sí mismos, no obedecen este [primer] mandamiento, y practican una idolatría auténtica, aunque hicieran las obras de todos los demás mandamientos, y a esto añadiesen todas las oraciones, toda la obediencia, paciencia, y castidad de todos los santos juntos. Porque lo principal no está presente, y sin eso todo lo demás es mero fingimiento, espectáculo y pretensión, con nada en su interior… Si dudamos o no creemos en que Dios está lleno de gracia hacia nosotros y está satisfecho con nosotros, o si presuntuosamente esperamos agradarle sólo a través de nuestras obras, entonces todo es puro engaño, honrando a Dios externamente, pero internamente poniéndonos a nosotros mismos como un [falso] salvador…” (Parte X, XI) Extractos de Martín Lutero, Treatise Concerning Good Works (1520).

Aquí Lutero dice que la incapacidad de creer que Dios nos acepta totalmente en Cristo – y buscar en algún otro lugar para nuestra salvación, es un fracaso en el intento de obedecer el primer mandamiento, es decir, no tener otros dioses delante de Él. Tratar de conseguir tu propia salvación a través de una justicia de obras es romper el primer mandamiento. Luego nos dice que no podemos obedecer verdaderamente ninguna de las otras leyes, a no ser que obedezcamos la 1ª ley – contra la idolatría y la justicia de las obras. Así que detrás de cualquier pecado en particular está el pecado de rechazar la salvación de Cristo y caer en la auto-salvación.