martes, 24 de agosto de 2010

CARACTERÍSTICAS DEL VERDADERO ESCUDRIÑADOR


Dios no ve como el hombre ve. Su norma es elevada, pura y santa; sin embargo todos pueden alcanzar esa norma. El Señor ve la necesidad del alma, el hambre del alma consciente. El considera la disposición de la mente, de la cual proceden nuestras acciones.

Ve si por encima de toda otra cosa se evidencia respeto y fe hacia Dios. El verdadero buscador, que lucha para ser semejante a Jesús en palabra, vida y carácter, contemplará a su Redentor y, al observarlo, será transformado a su imagen, porque anhela tener la misma disposición y la misma mente que estuvo en Cristo Jesús, y ora por ellas.

No es el temor a la vergüenza o el temor a la pérdida lo que lo inhibe de hacer el mal, porque sabe que todo lo que disfruta viene de Dios, y él quisiera aprovechar sus bendiciones para poder representar a Cristo. No está hambriento de estar en el lugar más alto, de obtener alabanza de los seres humanos. Este no es su ávido interés. Al aprovechar sabiamente lo que ahora tiene, trata de obtener cada vez más capacidad, para poder dar a Dios un mayor servicio. Tiene anhelos de Dios.

La historia de su Redentor, el inconmensurable sacrificio que él realizó, llega a estar pleno de significado para él. Cristo, la majestad del cielo, se hizo pobre, para que nosotros, por su pobreza, llegáramos a ser ricos; no ricos solamente en dotes, sino ricos en adquisiciones.

Estas son las riquezas que Cristo fervientemente anhela que sus seguidores posean. Cuando el verdadero buscador de la verdad lee la Palabra y abre su mente para recibir la Palabra, anhela la verdad con todo su corazón. El amor, la piedad, la ternura, la cortesía, la amabilidad cristiana, que serán los elementos característicos de las mansiones celestiales que Cristo ha ido a preparar para los que le aman, toman posesión de su alma.

Su propósito es firme. Está determinado a colocarse del lado de la justicia. La verdad se ha abierto camino a su corazón, y está implantada allí por el Espíritu Santo, quien es la verdad.

Cuando la verdad toma posesión del corazón, el hombre da una evidencia segura de su existencia convirtiéndose en un mayordomo de la gracia de Cristo.

El corazón del verdadero cristiano está imbuido de verdadero amor, de una muy ferviente avidez por conquistar almas. No descansa hasta hacer todo lo que está a su alcance para buscar y salvar lo que se ha perdido. El tiempo y la fuerza se invierten; no se escatima esfuerzo penoso.

Debe darse a otros la verdad que ha traído a su propia alma tanta alegría y paz y gozo en el Espíritu Santo.

Cuando el alma verdaderamente convertida disfruta del amor de Dios, siente su obligación de llevar el yugo de Cristo y trabajar en armonía con él. El Espíritu de Jesús descansa sobre él.

Revela el amor, la piedad y la compasión del Salvador, porque es uno con Cristo. Anhela llevar a otros a Jesús. Su corazón se deshace de ternura al ver el peligro de las almas que están fuera de Cristo.

Cuida de las almas como uno que ha de dar cuenta. Con invitaciones y ruegos mezclados con manifestaciones relativas a la seguridad de las promesas de Dios, trata de ganar a las almas para Cristo; y esto se registra en los libros de memoria. Es un obrero juntamente con Dios.

¿No es Dios el verdadero objeto de imitación? Debe ser la obra de la vida del cristiano vestirse de Cristo, y alcanzar una mayor semejanza a Cristo. Los hijos e hijas de Dios han de progresar en su semejanza a Cristo, nuestro modelo. Diariamente han de contemplar su gloria, han de observar su excelencia incomparable. Tiernos, veraces, y llenos de compasión, han de arrancar a las almas del fuego, aborreciendo aun las ropas manchadas por la carne.

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