jueves, 5 de agosto de 2010

EL CRISTIANO Y LOS NEGOCIOS


"El que camina en integridad anda confiado".

NO HAY ocupación lícita para la cual no provea la Biblia una preparación esencial. Sus principios de diligencia, honradez, economía, temperancia y pureza, son el secreto del verdadero éxito. Estos principios, según los presenta el libro de Proverbios, constituyen un tesoro de sabiduría práctica. ¿Dónde pueden hallar el comerciante, el artesano, el conductor de hombres en cualquier tipo de actividad, mejores máximas para sí y sus empleados que las que se encuentran en las palabras del sabio?

"¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición".* Prov. 22: 29.

"En toda labor hay fruto; mas las vanas palabras de los labios empobrecen".* Prov. 14: 23.

"El alma del perezoso desea, y nada alcanza". "Porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el sueño hará vestir vestidos rotos".* Prov. 13: 4; 23: 21.

"El que anda en chismes descubre el secreto ; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua".* Prov. 20:19.

"El que ahorra sus palabras tiene sabiduría"; pero "todo insensato se envolverá en ella".* Prov. 17: 27; 20: 3.

"No entres por la vereda de los impíos". "¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen ?"* Prov. 4: 14; 6: 28.

"El que anda con sabios, sabio será ".* Prov. 13: 20.

"El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo".* Prov. 18: 24.

Toda la gama de nuestras obligaciones mutuas está resumida en esta declaración de Cristo: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos".* Mat. 7: 12.

Más de un hombre hubiera escapado al fracaso y a la ruina financiera, si hubiese tenido en cuenta las advertencias que las Escrituras repiten y recalcan.

"El que se apresura a enriquecerse no será sin culpa".* Prov. 28: 20.

"Las riquezas de vanidad disminuirán; pero el que recoge con mano laboriosa las aumenta".* Prov. 13: 11

"Amontonar tesoros con lengua mentirosa es aliento fugaz de aquellos que buscan la muerte".* Prov. 21: 6.

"El que toma prestado es siervo del que presta".* Prov. 22: 7.

"Con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño; mas el que aborreciere las fianzas vivirá seguro".* Prov.11: 15.

"No traspases el lindero antiguo, ni entres en la heredad de los huérfanos; porque el defensor de ellos es el fuerte, el cual juzgará la causa de ellos contra ti". "El que oprime al pobre para aumentar sus ganancias, o que da al rico, ciertamente se empobrecerá". "El que cava foso caerá en él; y al que revuelve la piedra, sobre él le volverá".* Prov. 23: 10, 11; 22:16; 26: 27.

A estos principios está ligado el bienestar de la sociedad, tanto en las relaciones seculares como en las religiosas. Ellos son los que dan seguridad a la propiedad y la vida. Por todo lo que hace posible la confianza y la cooperación, el mundo es deudor a la ley de Dios, según la da su Palabra, y según se puede encontrar aún, en rasgos a menudo oscuros y casi borrados, en el corazón de los hombres.

Las palabras del salmista: "Mejor me es la ley de tu boca, que millares de oro y plata" * Sal. 119: 72. declaran algo que es cierto desde otros puntos de vista, fuera del religioso. Declaran una verdad absoluta, reconocida en el mundo de los negocios. Hasta en esta época de pasión por la acumulación de dinero, cuando hay tanta competencia y los métodos son tan poco escrupulosos, se reconoce ampliamente que, para el joven que se inicia en la vida, la integridad, la diligencia, la temperancia, la economía y la pureza constituyen un capital mejor que el constituido meramente por una suma de dinero.

Sin embargo, aún entre los que aprecian el valor de estas cualidades y reconocen que tienen su origen en la Biblia, hay pocos que aceptan el principio en que se fundan.

El cimiento de la integridad comercial y del verdadero éxito es el reconocimiento del derecho de propiedad de Dios. El Creador de todas las cosas es el propietario original. Nosotros somos sus mayordomos. Todo lo que tenemos es depósito suyo para que lo usemos de acuerdo con sus indicaciones.

Esta obligación pesa sobre cada ser humano. Se aplica a toda la gama de la actividad humana. Reconozcámoslo o no, somos mayordomos a quienes Dios ha otorgado talentos y capacidades, y los ha puesto en el mundo para hacer la obra que él les ha asignado.

A cada hombre se le confiere "su obra"*, la obra para la cual lo capacitan sus aptitudes, la que dará como resultado la mayor suma de bien para sí mismo y sus semejantes, y la mayor honra para Dios.

De modo que nuestro negocio a vocación forma parte del gran plan de Dios y, mientras se lleve a cabo de acuerdo con su voluntad, él se responsabilizará de los resultados. Como "colaboradores de Dios"* 1 Cor. 3: 9., la parte que nos toca es obedecer fielmente sus instrucciones. No hay, por lo tanto, lugar para la preocupación y la ansiedad. Se requieren diligencia, fidelidad, cuidado, economía y discreción. Cada facultad debe emplearse hasta lo sumo. Pero no debemos poner nuestra confianza en el resultado feliz de nuestros esfuerzos, sino en la promesa de Dios. La Palabra que alimentó a Israel en el desierto, y mantuvo a Elías mientras prevalecía el hambre, tiene hoy el mismo poder que entonces. "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos?. . . Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas".* Mat. 6: 31-33.

El que da a los hombres la facultad de obtener riquezas, ha unido al don una obligación. Reclama una porción determinada de todo lo que adquirimos. El diezmo pertenece al Señor. "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles". . . "Y todo diezmo de vacas o de ovejas. . . será consagrado a Jehová".* La promesa hecha por Jacob en Betel, muestra lo que abarca la obligación. "De todo lo que me dieres -dijo-, el diezmo apartaré para ti".* Gén. 28: 22.

"Traed los diezmos al alfolí" *, es la orden de Dios. No se extiende ninguna invitación a la gratitud 139 o generosidad. Es una cuestión, de simple honradez. El diezmo pertenece al Señor, y él nos ordena que le devolvamos lo que le pertenece.

"Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel".* Si la honradez es un principio esencial en los negocios, ¿no hemos de reconocer nuestra obligación hacia Dios, obligación en la que se basan todas las demás?

De acuerdo con las condiciones en que se funda nuestra mayordomía, tenemos obligaciones, no sólo con Dios, sino con los hombres. Todo ser humano está en deuda con el amor infinito del Redentor por los dones de la vida. El alimento, el vestido, el abrigo, el cuerpo, la mente y el alma, todo ha sido comprado con su sangre. Y por la deuda de gratitud y servicio que nos ha impuesto, Cristo nos ha ligado a nuestros semejantes. Nos ordena: "Servíos por amor los unos a los otros".* "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis".*

"A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios -declara Pablo- soy deudor".* Rom 1: 14. Lo mismo ocurre con nosotros. Puesto que nos ha bendecido más que a los demás, somos deudores de todo ser humano a quien podamos beneficiar.

Estas verdades tienen que ver no sólo con la cámara privada, sino con la oficina de contabilidad también. Los bienes que manejamos no nos pertenecen, y jamás estaremos seguros si perdemos de vista este hecho. Somos sólo administradores, y del cumplimiento de nuestra obligación hacia Dios dependen tanto el bienestar de nuestros semejantes, como nuestro propio destino en esta vida y la venidera.

"Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero140 vienen a pobreza". "Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás". "El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado".* Prov. 11: 24; Ecl. 11: 1; Prov. 11: 25.

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