sábado, 21 de agosto de 2010

RESISTENCIA A LA VERDAD

Todo hecho de resistencia hace más difícil rendirse. Siendo los dirigentes del pueblo, los sacerdotes y príncipes, creyeron que les incumbía defender la conducta que habían seguido. Debían probar que estaban en lo cierto.

Habiendo manifestado ellos mismos su oposición a Cristo, todo hecho de resistencia llegó a ser un incentivo adicional para persistir en la misma senda.

Los acontecimientos de su carrera pasada de oposición son como preciosos tesoros que deben ser celosamente guardados. Y el odio y la malignidad que inspiraron aquellos actos se concentran contra los apóstoles.

El Espíritu de Dios manifestó su presencia a aquellos que, al margen del temor o el favor de los hombres, declaraban la verdad que les había sido encomendada. Bajo la demostración del poder del Espíritu Santo, los Judíos vieron su culpa al rechazar la evidencia que Dios les había enviado; pero no quisieron ceder en su malvada resistencia.

Su obstinación se hizo mas y más determinada, y obró la ruina de sus almas. No era que no podían ceder, pues podían hacerlo; sin embargo no quisieron. No se trataba sólo de que habían sido culpables y merecían ser objetos de la ira, sino que se armaron a sí mismos de los atributos de Satanás, y determinadamente continuaron oponiéndose a Dios. Día tras día, al rehusar arrepentirse, renovaban su rebelión.

Se estaban preparando para cosechar lo que habían sembrado. La ira de Dios no se declara contra los hombres meramente a causa de los pecados que han cometido, sino porque escogen continuar en un estado de resistencia, y, aun cuando tengan luz y conocimiento, repiten sus pecados del pasado. Si quisieran someterse, serían perdonados; pero están determinados a no rendirse. Desafían a Dios con su obstinación. Estas almas se han entregado a Satanás, y él las domina según su voluntad.

¿Qué ocurrió con los rebeldes habitantes del mundo antediluviano? Después de rechazar el mensaje de Noé se entregaron al pecado con mayor abandono que nunca antes, y duplicaron la enormidad de sus corruptas prácticas. Aquellos que rehusan reformarse aceptando a Cristo, no encuentran en el pecado nada que los reforme; sus mentes están dispuestas a proseguir su espíritu de rebelión, y no se ven ni nunca se verán obligados a la sumisión. El juicio que el Señor trajo sobre el mundo antediluviano declaró que éste era incurable. La destrucción de Sodoma proclamó que los habitantes del más hermoso país del mundo estaban entregados incorregiblemente al pecado. Fuego y azufre del cielo consumieron todo lo que habla, excepto a Lot, su esposa y dos hijas. "La esposa, al mirar hacia atrás, desoyendo la orden de Dios, se volvió una estatua de sal.

¡Cómo tuvo Dios paciencia con la nación de los judíos mientras murmuraban con rebeldía, quebrantando todos los demás preceptos de la ley! El Señor declaró repetidamente que eran peor que paganos. Cada generación excedió a la precedente en culpa. El Señor permitió que fueran llevados en cautiverio, pero después de su liberación sus requerimientos fueron olvidados.

Todo lo que él confiaba a ese pueblo para que lo guardase como sagrado fue pervertido o dislocado por las intenciones de los hombres rebeldes. Cristo les dijo en sus días: "¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros hace la ley?" Y éstos son los hombres que se erigieron como jueces y censores de aquellos a quienes el Espíritu Santo estaba guiando para declarar la Palabra de Dios al pueblo. (Véase Juan 7: 19-23, 27, 28; Luc. 11: 37-52.)

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