jueves, 30 de septiembre de 2010

P4 LA HISTORIA ROMANA EN LOS DIAS DEL NUEVO TESTAMENTO


IV. Gayo Calígula (37-41 d. C.)
Gayo, hijo adoptivo de Tiberio, generalmente conocido como Calígula (que significa "zapatilla"), se convirtió entonces en el emperador.  En su juventud había sido amigo de Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande. (En cuanto a la relación de Roma con los Herodes, ver t. V, pp. 42-43,  65-67, 70.) Este príncipe palestino había sido educado en Roma con otros hijos de reyezuelos cuyos territorios estaban bajo el dominio romano. 

En Roma se hizo amigo de Claudio y de su sobrino Calígula.  Ambos estaban destinados a ser emperadores.  Calígula era un joven débil, nervioso y dado a los placeres.  Con demasiada facilidad se dejaba influir por Agripa para practicar las despóticas costumbres del Medio Oriente, con lo cual puso una desventurada base para su futuro ejercicio del poder imperial.

A pesar de todo comenzó bien su reinado.  Decretó una amnistía general para liberar a todos los presos y repatriar a todos los desterrados políticos.  Se incorporaron nuevos miembros al senado, escogidos de entre los miembros de la clase adinerada de los caballeros.  Muchos habitantes de las comunidades provinciales recibieron la ciudadanía romana.  Fue un período de notable prosperidad que evidentemente agradó al pueblo.

Pero después de su primer año de reinado, Calígula se entregó a una vida disipada. No sólo dio al pueblo costosas diversiones, forzando a los senadores a que participaran en los juegos, sino que él mismo descendía a la arena para representar el papel de gladiador.

Durante su primer año, Calígula decretó que Herodes Agripa, con el nombre de Herodes Agripa I, fuera rey en Palestina; pero lo retuvo en Roma para tenerlo cerca.  Poco después del nombramiento de Agripa como etnarca, murió su tío Felipe, y Gayo le entregó la tetrarquía de Felipe, además de Abilene y Celesiria.  Ver diagrama, t. V, p. 224.

Calígula pronto pretendió ser un dios. Ordenó que todos le rindieran culto, e hizo que se pusieran imágenes suyas en diversas comunidades, una de las cuales fue Alejandría, Egipto, donde vivían muchos judíos. Estos nombraron una delegación dirigida por el filósofo judío Filón, para que fueran a Roma y le rogaran al emperador que no obligara a los judíos a adorar su imagen, pues eso sería completamente contrario a sus convicciones religiosas. 

La delegación entrevistó a Calígula, pero fue en vano; no tuvieron ningún efecto las súplicas de Filón. El emperador ordenó que su imagen fuera levantada y que los judíos la adoraran.  Murió en el año 41 d. C. mientras insistía en que fuera instalada una imagen en el templo de Jerusalén, lo que hizo que los judíos estuvieran a punto de rebelarse.

Calígula trató de gobernar.  Procuró imitar a los césares que lo habían precedido, y prestó seria atención a sus deberes; pero no quería gobernar siguiendo las normas republicanas, como lo habían hecho Augusto y Tiberio. Sentía desprecio por el senado y deseaba gobernar, no como imperator o cónsul, sino como rey.  Quizo ser constructor; derribaba edificios y los sustituía con otros.  Hizo construir un enorme acueducto, cuyos restos aún llaman la atención de los que visitan la ciudad de Roma.  Reedificó el palacio de los césares con un derroche extravagante.  Comenzó nuevas facilidades portuarias para la ciudad de Roma en la desembocadura del Tíber, lo que podría haber sido provechoso; pero quedaron inconclusas cuando murió.  Fue un derrochador que empobreció la tesorería que Tiberio, con su sentido de la economía, había mantenido con muchos recursos. Era arrebatado, voluble, e indudablemente sufría de desequilibrio mental. 
Le gustaba hacer bromas, pero junto con éstas manifestaba una crueldad que le hizo decir una vez, por ejemplo, que deseaba que el pueblo de Roma tuviera un solo cuello para poder cortarle la cabeza de un solo golpe.

Calígula sólo reinó cuatro años.  Fue asesinado por un oficial de la cohorte pretoriana a quien había insultado. Lo abandonaron completamente sus amigos, y Herodes Agripa fue quien se encargó de preparar su cuerpo para que fuera sepultado.

Cuando llegó al senado la noticia de que Calígula había muerto, inmediatamente comenzó a debatirse qué debía hacerse en cuanto a la sucesión.  Se pronunciaron discursos en los que se insistía que Roma volviera al gobierno senatorial y que se restauraran los antiguos procedimientos republicanos.

Eso habría eliminado todo el problema de la sucesión imperial. Sin embargo, había otros que creían que Roma había prosperado bajo el gobierno de un solo hombre, a pesar de que algunos césares habían sido malos, y que se debía nombrar el sucesor de Calígula.

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

miércoles, 29 de septiembre de 2010

P3 LA HISTORIA ROMANA EN LOS DIAS DEL NUEVO TESTAMENTO


III. Tiberio (14-37 d. C.)

Algunos de los contemporáneos de Tiberio (sucesor de Augusto) hablan favorablemente de él; pero son más los que lo hacen desfavorablemente.  Su reinado puede considerarse débil, excepto por unas campañas militares exitosas que él no llevó a cabo personalmente.  No importa cuánto se esforzara en su trabajo, y cuán cuidadoso procurara ser, hay pocos indicios de que entendiera el tiempo en que le tocó vivir.  Gobernaba mecánicamente de acuerdo con normas establecidas, tomadas, en parte, de su experiencia anterior en los campamentos militares.  Nunca pudo sobreponerse a los problemas causados por consejeros deficientes y chismosos.

Una de las desafortunadas características de su reinado fue que las acusaciones judiciales llegaron a ser habituales.  No había procesos públicos, y la acusación se convirtió en una profesión.  Cualquier ciudadano que fuera testigo de una infracción de la ley, o sospechara de ella, o que quisiera implicar a alguien en una acusación, tenía derecho a presentar una denuncia y hacer que el culpable fuera procesado.

Durante el gobierno de Tiberio surgió una clase de acusadores profesionales llamados delatores, que acusaban a cualquiera que pudiera haberlos ofendido.  Esto era una tergiversación de la justicia; sin embargo, Tiberio apoyó ese sistema.  Aunque parezca raro, esta práctica resultó perjudicial para el emperador, quien se convirtió en la víctima de los cuentos más desagradables.  La reputación de Tiberio ha sido muy atacada por los historiadores, debido, en parte, a esa situación.

El ejército.-

El poder del ejército romano era notable.  Durante algún tiempo las legiones estuvieron constituidas por soldados profesionales que se alistaban por veinte años.  Como ya se ha dicho, la lealtad de los soldados se centraba más en su comandante general que en el gobierno romano; sin embargo, los soldados estaban bien preparados y luchaban fielmente.  El ánimo del ejército era excelente, y vez tras vez demostró ser superior al espíritu y a la habilidad de las fuerzas enemigas.  En los días de Augusto y de Tiberio era costumbre situar legiones permanentes en puntos estratégicos por todo el imperio, a lo largo de las fronteras y en las provincias conquistadas.  En el año 23 d. C., 25 legiones de soldados romanos regulares mantenían el imperio bajo un excelente control militar. 

Las regiones del alto y del bajo Rin estaban bajo el dominio de cuatro legiones, mientras que en España sólo había tres.  El norte del África, sin contar Mauritania, que era un reino tributario con su ejército propio, estaba bajo el dominio de dos legiones; y Egipto necesitaba sólo dos.  En Palestina y Siria, había cuatro legiones.  Tracia era un reino tributario y tenía su propio ejército.  Había dos legiones en el bajo Danubio, dos en Mosia y dos en Dalmacia.  Estas 25 legiones se aumentaban con aproximadamente el mismo número de soldados auxiliares, lo que hacía un total de unos 250,000 hombres, calculando 5,000 soldados por legión.  Estas estaban formadas casi exclusivamente de infantería pesada, aunque unas pocas contaban con contingentes de caballería. 

La legión también tenía su cuerpo de ingenieros, pues los romanos habían inventado un tipo eficiente de maquinarias para sitiar ciudades.  Cada con unto de legiones, que formaban un ejército, estaba bajo el comando de un jefe supremo, o imperator, y cada legión estaba presidida por un legado.  La legión, a su vez, consistía de unas cincuenta centurias, cada una de las cuales tenía de 50 a 100 hombres bajo el mando de un oficial llamado centurión.
Religión.-

Tiberio se esforzó en los comienzos de su reinado por mejorar la vida religiosa de su pueblo.  Por eso prohibió el culto de Isis, debido a las inmoralidades de ese culto.  También ordenó que no continuara el culto de los judíos en Italia, y que fueran todos expulsados de ese país. (Un estudio de Tiberio y su relación con los judíos puede leerse en el t. V, p. 67.) También se esforzó por destruir la astrología.  Muchos astrólogos estudiaban el sol, la luna y los cinco planetas visibles, procurando, mediante encantamientos, obtener ayuda divina de los dioses que se creía que habitaban en esos cuerpos celestes (cf. t. 1, pp. 224-225, y t. IV, pp. 790-791).  Pero los esfuerzos de Tiberio para suprimir a los astrólogos no tuvieron éxito, y en los últimos años de su reinado él mismo se hizo adicto de sus misterios.  Los consultaba constantemente y, bajo la influencia de sus consejos, llegó a ser cada vez más pesimista y sombrío.

Administración civil.-

Durante el reinado de Tiberio no hubo notables adquisiciones de territorio, pero se hizo mucho para consolidar el dominio en las provincias remotas.  Tracia fue puesta bajo un gobernador romano, y pronto fue anexada.  Cuando Arquelao, rey de Capadocia, murió en el año 17 d. C., su reino fue constituido en una provincia gobernada por un procurador, y al mismo tiempo, el reino de Commagene, en la frontera oriental, fue puesto bajo el gobierno de un propretor.  La inquieta y rica posesión de Judea había sido puesta por Augusto bajo el gobierno de un procurador (ver t. V, p. 65), y Tiberio dejó que continuara así; sin embargo, Judea estaba bajo la jurisdicción de Siria, que era más extensa, y el procurador de Judea tenía que rendir cuentas al gobernador de aquella provincia, cuya capital era Antioquía.  Siria estaba rodeada por un círculo de pequeños Estados semiautónomos como Calcis, Emesa, Damasco y Abílene. Ver t. V, mapa frente a p. 289.

Los primeros nueve años del reinado de Tiberio pueden considerarse buenos, y su gobierno de éxito; pero alrededor del año 23 d. C. ocurrió un importante cambio.  Sejano (o Seyano), ministro de Tiberio, ambicionaba reemplazar al emperador.  Para lograrlo formó varias alianzas políticas y se esforzó por eliminar cualquier apoyo que Tiberio pudiera encontrar en el círculo inmediato de sus camaradas.  Ni la familia del emperador escapó.  Cuando murió Druso, hijo del emperador, después de una prolongada enfermedad, los historiadores de ese tiempo afirmaron que Sejano lo había envenenado.

Ultimos años de Tiberio.-

Tiberio comenzó a cosechar los amargos frutos de su apoyo a los delatores, de su fe en los astrólogos y de la libertad que dio a Sejano, su inescrupuloso ministro. El palacio abundaba en rumores, chismes y viles relatos que no perdonaban al emperador. Los lúgubres pronósticos de los astrólogos tenían la peor influencia sobre su mente, y las intrigas de Sejano amenazaban al mismo Tiberio.  Este, vencido por la melancolía, por los temores en cuanto a su bienestar personal y por el odio que sentía aun por la atmósfera de Roma, se apartó completamente de esta ciudad y nunca más volvió a ella.  Viajaba, pero nunca iba lejos dentro de Italia, y no salía de ésta.  Pasó la mayor parte de los restantes trece años de su reinado en la isla de Capri.

Pero en su retiro tampoco halló paz.  Lo perseguían su pesimismo y sus temores.  No se sentía seguro frente a las intrigas de Sejano, a quien finalmente hizo matar. Las lenguas no cesaban de ocuparse del emperador, sencillamente porque se había retirado a una bella isla; en realidad, por esto mismo hablaban más de él.  Como la gente no podía conocer la realidad de la vida privada de Tiberio, se comentaba mucho que se entregaba a tremendas orgías en la mansión de su aislamiento.

Tiberio, ya anciano, cayó enfermo cuando estaba de viaje.  Se opuso a todos los esfuerzos que se hicieron para que se le prestara atención médica, y tomó parte muy activa en los juegos que se celebraron en su honor; sin embargo, finalmente tuvo que ser llevado a su lecho, aunque se le negó la oportunidad de morir de muerte natural.  Macrón, sucesor de Sejano, prefecto del pretorio y suegro de Gayo, a quien esperaba hacer emperador, asesinó a Tiberio en su lecho, asfixiándolo con la ropa de cama.

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

La Importancia de Escudriñar la Escritura

 ES DE la mayor importancia que cada ser humano dotado con facultades de razonamiento entienda su relación con Dios. La obra de la redención no es estudiada cuidadosamente en nuestros establecimientos de enseñanza. Muchos de los alumnos no tienen un verdadero concepto de lo que significa el plan de salvación. Dios ha empeñado su palabra en nuestro favor. El que experimenta el sentimiento de nuestras flaquezas nos invita: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" "(Mat. 11: 28- 30).

Estudiantes, tan sólo esten seguros si se relacionas con Cristo en perfecta sumisión y obediencia. El yugo es fácil, pues Cristo lleva la carga. Si levantás la carga de la cruz, se hace ligera y esa cruz es para vosotros una promesa de vida eterna. El privilegio de cada uno es seguir gozosamente a Cristo exclamando a cada paso: "Tu benignidad me ha engrandecido" (2 Sam. 22: 36). Pero si queremos viajar hacia el cielo, debemos tomar la Palabra de Dios como nuestro libro de texto. Debemos leer nuestras lecciones, día tras día, en las palabras de la Inspiración.

Dice el apóstol Pablo: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre [como el representante de la raza humana], se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla" (Fil. 2: 5- 10).

La humillación del hombre Cristo Jesús es incomprensible para la mente humana, pero su divinidad y su existencia antes de que el mundo fuera formado nunca pueden ser puestas en duda por los que creen en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo habla de nuestro Mediador, el unigénito Hijo de Dios, el cual en un estado de gloria era en la forma de Dios, el Comandante de todas las huestes celestiales, y quien, cuando revistió su divinidad con humanidad, tomó sobre sí la forma de siervo. Isaías declara: "Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre"  (Isa. 9: 6, 7).

Al consentir en convertirse en hombre, Cristo manifestó una humildad que es la maravilla de las inteligencias celestiales. El acto de consentir en ser hombre no habría sido una humillación si no hubiera sido por la excelsa preexistencia de Cristo. Debemos abrir nuestro entendimiento para comprender que Cristo puso a un lado su manto real, 286 su corona regia y su elevado mando, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiera encontrarse con el hombre donde éste estaba y para proporcionar a los miembros de la familia humana poder moral, a fin de que llegaran a ser los hijos e hijas de Dios. Para redimir al hombre, Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena áurea que une nuestra alma con Cristo, y mediante Cristo, con Dios. Esto ha de ser nuestro estudio. Cristo fue un verdadero hombre. Dio prueba de su humildad al convertirse en hombre. Sin embargo, era Dios en la carne. Cuando tratemos este tema, haríamos bien en prestar atención a las palabras pronunciadas por Cristo a Moisés en la zarza ardiente: "Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Exo. 3: 5). Debiéramos emprender este estudio con la humildad del que aprende con corazón contrito. Y el estudio de la encarnación de Cristo es un campo fructífero que recompensará al escudriñador que cava profundamente en procura de la verdad oculta.

Las Escrituras son nuestro guía

La Biblia es nuestro guía en las sendas seguras que conducen a la vida eterna. Dios ha inspirado a hombres para que escriban aquello que nos presente la verdad, que nos atraiga, y que, si se practica, capacitará al receptor a obtener poder moral para clasificarse entre los más cabalmente educados. Se ampliarán las mentes de todos los que hacen de la Palabra de Dios su tema de estudio. Mucho más que cualquier otro estudio, éste es de una naturaleza que aumenta las facultades de comprensión y proporciona nuevo vigor a cada facultad. Pone a la mente en relación con los amplios y ennoblecedores principios de la verdad.

Nos coloca en íntima relación con todo el cielo, al impartir sabiduría, conocimiento y entendimiento. Al tratar con producciones vulgares y al alimentarse con los escritos de hombres no inspirados, la mente se empequeñece y rebaja. No está en relación con los profundos y amplios principios de la verdad eterna.

El entendimiento se adapta inconscientemente a la comprensión de las cosas con las cuales es familiar, y en la consideración de esas cosas se debilita el entendimiento y sus facultades se empequeñecen. Dios desea que sean escudriñadas las Escrituras: la fuente de la ciencia que está por encima de toda teoría humana. Desea que el hombre cave profundamente en las minas de verdad para que pueda ganar el valioso tesoro que contienen. Pero con demasiada frecuencia las teorías y la sabiduría humanas se ponen en el lugar de la ciencia de la Biblia. Los hombres se ocupan en la obra de remodelar los propósitos de Dios. Tratan de hacer distinciones entre los libros de la Biblia. Mediante sus falsedades hacen que las Escrituras presenten una mentira.
Precisamente lo que necesita el hombre

Dios no ha hecho que la recepción del Evangelio dependa del razonamiento humano. El Evangelio está adaptado para ser alimento espiritual, para satisfacer el apetito espiritual del hombre. En todos los casos, es precisamente lo que el hombre necesita. Los que han creído necesario que los alumnos de nuestros establecimientos de enseñanza estudien a muchos autores, son ellos mismos ignorantísimos en los grandes temas de la Biblia.

Los mismos docentes necesitan dedicarse al Libro de todos los libros y aprender de las Escrituras que el Evangelio tiene poder para probar su propia divinidad ante la mente humilde y contrita.
El Evangelio es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. El carácter de Cristo en la tierra reveló la divinidad, y el Evangelio que él ha dado ha de ser el estudio de su heredad humana en todas las ramas de la educación, hasta que los docentes, los niños y los jóvenes disciernan en el único Dios  verdadero y viviente el objeto de su fe, amor y adoración. La Palabra debe ser respetada y obedecida. 

Ese Libro, que contiene el registro de la vida de Cristo, su obra, sus doctrinas, sus sufrimientos y triunfos finales, ha de ser la fuente de nuestra fortaleza. Se nos conceden los privilegios de la escuela de la vida en este mundo para que podamos obtener una idoneidad para la vida más elevada: el grado más excelso en la escuela más excelsa, donde, bajo la dirección de Dios, continuarán nuestros estudios por los siglos interminables de la eternidad. 
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

P2 LA HISTORIA ROMANA EN LOS DIAS DEL NUEVO TESTAMENTO


II. Octavio, emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.)

A medida que Octavio fue tomando todas las riendas del imperio, procuró que fuera legal cada paso que diera en su ascenso hacia el poder.  Mantuvo las formas del gobierno republicano, y al principio no intentó tomar la dignidad imperial, aunque dominaba como emperador.  En enero del año 27 a. C. se le concedió el título de Augusto, término que expresaba tanto asombro como gratitud por sus notables hazañas. 

El mismo año recibió una potestad absoluta de diez años sobre las provincias que lo hicieron comandante en jefe de las fuerzas militares romanas, y puesto que el comando del ejército constituía la base real del poder imperial (ver t. V, p. 39), los historiadores sitúan el comienzo de la fase imperial de la historia romana a partir de este año.  El senado le dio anualmente el cargo de cónsul hasta el año 23 a. C., pero, en ese año se le concedió el comando supremo proconsular, y recibió la autoridad tribunicia (ver t. V, p. 227).  Esos poderes eran renovados periódicamente.  De este modo concentró en su mano todos los hilos del poder.

Pero a pesar de todo, Augusto continuó gobernando mediante formas republicanas. Continuaron tanto el consulado como el tribunado. El senado siguió legislando, y Augusto entregó a procónsules, que respondían ante el senado, el gobierno de las provincias más dóciles.  Esos magistrados también aparecen con el nombre de "procónsules" en el libro de los Hechos (cap. 13: 78, 12; 18: 12; 19: 38).  Pero la autoridad consular de Augusto le daba en realidad poder sobre todas las provincias.

Augusto mantuvo en sus manos el gobierno de las zonas rebeldes.  En estas provincias nombró legados como sus agentes.  El gobernador de Siria era un representante de Augusto.  También nombró procuradores en todas las provincias como sus funcionarios de orden económico.  En zonas más pequeñas el administrador era un procurador.  Los "gobernadores" de la Judea del NT (Mat. 27: 2; Hech. 23: 24) eran procuradores responsables ante el emperador, pero en cierta medida también lo eran ante el legado de Siria.

Los "comicios" o asambleas populares habían tenido bajo la república el propósito de contrapesar al senado aristocrático.  El senado llegó a tener en la práctica el poder del gobierno supremo de las provincias, mientras que los "comicios" ejercían la autoridad local sobre la ciudad.  Sin embargo, en el tiempo de Augusto los "comicios" se convirtieron en una forma nada más, y en tiempo de Tiberio, su sucesor, se redujeron a una sombra.  El poder legislativo estaba reservado para el senado, pero aun este organismo estaba subordinado al emperador.

Cuando murió Lépido en el año 13 a. C., Augusto se convirtió en pontífice máximo, el sacerdote principal de la religión del Estado.  Este cargo era de gran significado político, principalmente porque regía el calendario, y por lo tanto indirectamente la regulación del tiempo de las elecciones.  Augusto tenía ahora en sus manos los más importantes poderes religiosos, militares y civiles; no necesitaba nada más.

El reinado de Augusto fue próspero y exitoso.  En realidad salvó a Roma de la desintegración.  El imperio era bien gobernado y con firmeza.  La famosa Pax Romana (paz romana) se mantenía en el vasto imperio compuesto de pueblos diversos, mediante un ejército permanente de quizá no menos de 250,000 hombres.  Acerca de este período comenta M. Rostovtzeff: "El peligro de una invasión extranjera había desaparecido... aun las provincias fronterizas cesaron de temer la irrupción de las tribus vecinas.  Y de ese modo el prestigio de Augusto, como defensor y guardián del Estado, alcanzó una cumbre insuperable" (A History of the Ancient World, t. 2, p. 197).

Con excepción del problema de la sucesión imperial, la constitución civil de Roma estaba firme.  Se había restringido la extensión de la ciudadanía.  Se había legislado cuidadosamente la libertad de los esclavos, teniendo en cuenta el mercado de trabajo y el orden público.  Se codificaron de nuevo las leyes matrimoniales y la soltería era castigada.  Las diversas medidas que tomó Augusto para la estabilización de la sociedad salvaron a Roma transitoriamente de una completa decadencia moral y de la disolución nacional.

Augusto fomentó durante su reinado el retorno a la religión. Se hizo esto quizá no para beneficio de la religión en sí, ni por causa de los antiguos dioses de Roma, en quienes Augusto y sus consejeros probablemente no tenían especial confianza. Fue más bien el resultado de la convicción de que el respeto por los dioses y la observancia de los ritos religiosos eran buenos para el individuo y también para la sociedad en conjunto. 76

Sistema de impuestos.-

Antes de Augusto, es decir, durante la república, el cobro de los impuestos del gobierno romano en las provincias se hacía por medio de los publicani.  Eran hombres encargados de cobrar el dinero de los impuestos de las municipalidades fuera de Italia.  Cada publicanus se comprometía mediante un contrato a entregar al gobierno provincial cierta suma de dinero de su distrito.  Estaba obligado, pues, a recaudar ese dinero en su distrito, además de cualquier cantidad que pudiera sacar como su ganancia e ingreso personal.  En el tiempo de Augusto fue reformado el sistema de contribuciones, de modo que los impuestos directos no fueran entregados más a los publicani, aunque el cobro de algunos impuestos indirectos quizá continuó a cargo de ellos.  Los "publicanos" mencionados en el NT evidentemente no eran funcionarios romanos, sino cobradores de impuestos secundarios, empleados por Herodes Agripa.  Se los clasifica sencilla y directamente como "pecadores", hombres odiados y despreciados por el pueblo de Palestina (Mat. 9: 9-11; ver t. V, p. 68).

Comunicaciones.-

Es necesario destacar la calidad sobresaliente del sistema de comunicaciones; realmente hizo época.  El poder del imperio Romano y el magnífico control que tenían las legiones sobre su territorio el más grande en extensión visto hasta entonces, debe relacionarse necesariamente con el gran sistema de caminos construido por los romanos.

Mucho antes de que Roma utilizara el mar para llegar hasta sus provincias conquistadas y aliadas, ya estaba construyendo caminos que comunicaran la capital con los pueblos y las provincias de Italia.  Había abundancia de materiales en los diversos lugares.  La roca llamada tufo o toba, muy útil para construir casas y edificios públicos, también era muy apropiada para construir caminos.  Sobre una gruesa base de piedras cubierta de grava y arena se colocaban bloques de tufo, y cuando el uso que se les iba a dar lo justificaba, se los unía firmemente con cemento. 

Cerca de las ciudades, especialmente de Roma, donde el tráfico era pesado, el pavimento de la superficie consistía en lajas de granito.  La parte central del camino era más alta, en forma de terraplén, y se usaba para el transporte más importante y rápido, mientras que las vías de los lados eran para el tránsito local o más lento.  Los caminos atravesaban lomas y aun montañas, y trasponían quebradas y desfiladeros mediante puentes sostenidos por arcos.  En esta forma el viaje era más rápido.

A Cayo Graco, el caudillo de la revolución popular del año 133 a. C., se atribuye la construcción del sistema de caminos de Italia, después de suceder a su hermano en el poder.  A medida que los límites del dominio romano fueron ampliándose hacia todos los puntos cardinales, los caminos que salían de Roma llegaban hasta los mismos confines del imperio.

Augusto estableció un sistema de postas o correos reservado exclusivamente para los funcionarios del gobierno.  Las postas, en cada una de las cuales había cuarenta caballos, estaban aproximadamente a diez kilómetros una de otra.  Con este sistema, un mensajero podía viajar una distancia de más de 150 km en un día, algo extraordinario para ese tiempo.  El emperador Nerva (96-98 d. C.) permitió que las postas se emplearan para uso general, y el gasto era pagado por el tesoro imperial. 

Adriano (117-138 d. C.) extendió esa concesión a todo el imperio, pero gobernantes posteriores añadieron el cuidado de los caminos a los "deberes comunes": mantenimiento de los acueductos, impuestos para el servicio de mensajeros y gravámenes para los ejércitos que estaban en tránsito, asuntos que ya caían pesadamente sobre las municipalidades.

Estas vastas arterias se empleaban principalmente para el movimiento rápido de tropas que vigilaban las líneas vitales del imperio o defendían sus fronteras.  Por lo tanto, además de cualquier otro tránsito que pudiera haber, siempre había legionarios en marcha por esos caminos. 

Se añadían, por supuesto, viajeros importantes y humildes, los apurados y los que iban descansadamente, a caballo o en burro, en literas o a pie, en carros ligeros o en pesadas carretas.  Entre tales viajeros del primer siglo de la era cristiana estuvieron Pablo, Pedro y los otros apóstoles, que aprovecharon los caminos romanos y la paz de un imperio unificado para el cumplimiento de sus deberes misioneros.

Debilidad y fortaleza de Roma.-

Cuando el estudiante de historia contrasta la paz y prosperidad del reinado de Augusto con la anarquía de todo el siglo precedente (ver t. V, pp. 37-38) se siente obligado a admitir cuán cerca estuvo Roma del colapso político, económico y social cuando Augusto tomó firmemente en sus manos las riendas del gobierno (ver t. V, pp. 38-39).  Sólo las legiones romanas permanecían como un poderoso factor de unidad; sin embargo, los soldados ya no prestaban su juramento de lealtad (sacramentum) al Estado romano, sino a su comandante general (imperator), quien, mediante su magnetismo personal y su liderazgo, los conducía a la victoria, con su perspectiva de saqueo y de botín. 

Otro factor de estabilidad era el respeto básico por la ley que demostraba el pueblo, aunque en este respecto había desmejorado en comparación con sus antepasados.  A pesar de la tolerancia y corrupción de los funcionarios gubernamentales, los romanos comprendían la importancia de la ley y poseían una habilidad natural para la administración.

El gobierno firme de Julio César y las reformas que instituyó sin duda también contribuyeron a demorar el proceso de decadencia.  El impulso que le dio a su gobierno continuó hasta que Augusto consolidó su dominio.  Así también el vigor que éste le imprimió, hizo que el Estado subsistiera a través de las vicisitudes que acompañaron a una desdichada sucesión de emperadores ineficientes, hasta los períodos más brillantes de gobernantes como Vespasiano (69-79 d. C.) y Marco Aurelio (161-180). 

El reinado de este último fue realmente notable, y podría llamarse con justicia una edad de oro, a pesar de la decadencia progresiva de la civilización romana.  La influencia de esa edad de oro ayudó para que el imperio pudiera soportar los reinados de una serie de tiranos presuntuosos, hasta que los sólidos reinados de Diocleciano (284-305) y Constantino (306-337) dieron nueva vida a Roma.

Poco de bueno se puede decir acerca de la mayoría de los hombres que ocuparon el trono imperial durante el siglo que siguió a la muerte de Augusto.  Una de las causas de esa situación fue la ausencia de un plan claro y consistente para la sucesión.  Esta falta se hizo sentir.  Todos los poderes del gobierno de Augusto eran personales (ver t. V, p. 39).  El cargo de emperador ni siquiera existía legalmente. 

Augusto procuró de varias maneras perpetuar la concentración de poderes por medio de una sucesión de padre a hijo.  Como no tenía un hijo propio y sus parientes más jóvenes, que podrían haber sido sus sucesores, murieron a temprana edad, adoptó como hijo a su hijastro Tiberio, a pesar de cierta antipatía que sentía por él.

La muerte de Augusto dejó a Tiberio como el único candidato razonable para el cargo imperial.  Los arreglos necesarios para asegurar su coronación revelan la debilidad de la constitución imperial.  Los emperadores posteriores procuraron también que su sucesor fuera un pariente suyo a quien habían adoptado.  Pero con este procedimiento no se consiguió que se estableciera un linaje imperial estable; al contrario, durante el primer siglo de imperio, hombres lamentablemente débiles llegaron a gobernar el mundo.  Pero a comienzos del siglo II los emperadores escogían a sucesores teniendo en cuenta sus méritos personales y no su relación de parentesco.  De este modo hombres más capaces fueron investidos con la dignidad imperial.

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Historia Romana en los Días del Nuevo Testamento

 I.                   De la república al imperio

Roma se convirtió en república, por lo menos nominalmente, alrededor del año 500 a. C. De vez en cuando surgían líderes fuertes, pero el temor siempre presente de que prevaleciera un poder autocrático conservó intacta la forma y, hasta un punto sorprendente, la realidad del gobierno republicano. 

Sin embargo, durante los dos siglos anteriores al nacimiento de Cristo, los problemas sociales y políticos que se produjeron como consecuencia de las conquistas hicieron que el vasto imperio fuera cada vez más difícil de administrar mediante una forma de gobierno que, más o menos, había resultado satisfactoria en los días cuando los intereses romanos estaban limitados a Italia.

Ya en el siglo I a. C. esos problemas sociales y políticos exigieron un cambio de la estructura política del Estado, y de esa forma allanaron el camino para una lucha de poderes entre los caudillos nacionales de la época.  Pero hasta ese momento ninguno de los rivales se atrevía a asumir el título de emperador. 

El temor popular despertado por el hecho de que Julio César aspiraba a asumir el título y las prerrogativas de ese cargo, fue lo que causó su asesinato durante los idus de marzo del año 44 a. C. Ese suceso precipitó un estado de anarquía que continuó durante casi 15 años y que, en otros tiempos, habría sido la señal del colapso del poder romano. 

El que no se llegara a una situación tal debe atribuirse al hecho de que no había quedado ningún pueblo tributario o enemigo extranjero suficientemente fuerte como para rebelarse contra la autoridad romana.  Las provincias quedaron sumidas en la indolencia en ese momento de postración política. 

Aunque perjudicada por un millar de abusos, la estructura financiera romana permaneció intacta durante ese período crucial.  A lo que quedó del antiguo y sólido carácter romano, y de su habilidad legal administrativa en los niveles inferiores, particularmente en las municipalidades, debe atribuirse la supervivencia de Roma como nación y como gobierno mundial.  A pesar de los trastornos internos, la república permaneció férrea.

El segundo triunvirato.-

Un segundo triunvirato, o gobierno integrado por tres hombres, fue formado debido a la terminación del primer triunvirato (ver t. V, 74 p.38), o, más específicamente, por la muerte de Julio César.  Antonio, partidario de César, se posesionó de la riqueza de su colega muerto y del liderazgo de sus tropas en las proximidades de Roma.  Octavio, sobrino y heredero de César, entonces joven de 18 años, hizo valer sus derechos, y mediante un inesperado despliegue de capacidad política logró contrarrestar con éxito el creciente poder de Antonio.  Finalmente arreglaron sus diferencias y en el año 43 a. C. formaron sin triunvirato, que incluía a Lépido, otra destacada figura política. 

Esta alianza llegó a ser conocida como el segundo triunvirato.  Por acuerdo mutuo, Octavio, que había tomado el nombre de Julio César Octavio, recibió el dominio de Italia y algunas provincias occidentales.  A Lépido le fueron asignadas otras provincias del Occidente, mientras que Antonio se quedó con Grecia y el Oriente.  Este arreglo estaba en vigencia en el año 42 a. C., y fue legalizado por un senado dócil e impotente.

Las maniobras políticas que siguieron no fueron de beneficio para Roma, ni tampoco le proporcionaron el monopolio del poder a ninguno de los rivales.  Lépido quedó políticamente impotente en el año 36 a. C., y la lucha por el poder se redujo a Octavio en el Occidente y a Antonio en el Oriente.  Antonio estableció su cuartel general en Egipto, que todavía estaba bajo el dominio de la antigua casa de los Tolomeos, en la persona de la bella Cleopatra. 

La reina gobernaba a Egipto como si hubiera sido su propiedad personal, y estaba educando, para un futuro incierto, a sus hijos: uno de su esposo y hermano menor, y otro de Julio César. El rompimiento entre Octavio y Antonio fue mayor debido a que este último se divorció de su esposa Octavia, hermana de Octavio, y luego se casó con Cleopatra.  Se temió entonces que Antonio intentara hacerse rey de Roma y que la extranjera Cleopatra fuera su reina.

La supremacía de Octavio.-

Cuando Octavio creyó ser lo bastante fuerte, marchó contra Antonio y lo derrotó completamente en la gran batalla naval de Acción, frente a la costa occidental de Grecia, en el año 31 a. C. Durante la batalla, Cleopatra retiró sus naves y volvió a Egipto.  Antonio la siguió, abandonando a sus generales para que se arreglaran lo mejor que pudieran.

Ante Octavio, joven de unos 30 años, quedaba abierto el camino del poder.  Invadió a Egipto al año siguiente y venció a las fuerzas de Antonio.  Este se suicidó, y Cleopatra, habiendo fracasado en su esfuerzo por seducir a Octavio con sus encantos, más tarde también se quitó la vida.  Siguiendo el ejemplo de los faraones y de los Tolomeos anteriores a él, Octavio se posesionó de Egipto como si hubiera sido su propiedad personal.  La victoria sobre el último de sus rivales lo elevó a una posición de poder inexpugnable, y el escenario quedó listo para la transición formal de la república al imperio.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

domingo, 26 de septiembre de 2010

UNO DE LOS MAYORES PELIGROS DEL HOMBRE


CRISTO estaba enseñando, y, como de costumbre, otros, además de sus discípulos, se habían congregado a su alrededor.  Había estado hablando a sus discípulos de las escenas en las cuales ellos habían de desempeñar pronto una parte. 

Debían proclamar las verdades que él les había confiado, y se verían en conflicto con los gobernantes de este mundo.  Por causa de él habían de ser llevados ante tribunales, y ante magistrados y reyes. 

El les había asegurado que habían de recibir tal sabiduría que ninguno los podría contradecir.  Sus propias palabras, que conmovían los corazones de la multitud y confundían a sus astutos adversarios, testificaban del poder de aquel Espíritu que él había prometido a sus seguidores.

Pero había muchos que deseaban la gracia del cielo únicamente para satisfacer sus propósitos egoístas.  Reconocían el maravilloso poder de Cristo al exponer la verdad con una luz clara.  Oyeron la promesa hecha a sus seguidores de que les sería dada sabiduría especial para hablar ante gobernantes y magistrados. ¿No les prestaría él su poder para su provecho mundanal?

"Y díjole uno de la compañía: Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia".  Por medio de Moisés, Dios había dado instrucciones en cuanto a la transmisión de la herencia.  El hijo mayor recibía una doble porción de la propiedad del padre,* mientras que los hermanos menores se debían repartir partes iguales.  Este hombre cree que su hermano le ha usurpado la herencia. 

Sus propios esfuerzos por conseguir lo que considera como suyo han fracasado; pero si Cristo interviene obtendrá seguramente su propósito.  Ha oído las conmovedoras súplicas de Cristo, y sus solemnes denuncias a los escribas y fariseos.  Si fueran dirigidas a su hermano palabras tan autoritarias, no se atrevería a rehusarle su parte al agraviado.

En medio de la solemne instrucción que Cristo había dado, este hombre había revelado su disposición egoísta.  Podía apreciar la capacidad del Señor, la cual iba a obrar en beneficio de sus asuntos temporales, pero las verdades espirituales no habían penetrado en su mente y en su corazón.  La obtención de la herencia constituía su tema absorbente.  Jesús, el Rey de gloria, que era rico, y que no obstante, por nuestra causa se hizo pobre, estaba abriendo ante él los tesoros del amor divino. 

El Espíritu Santo estaba suplicándole que fuese un heredero de la herencia "incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse".* El había visto la evidencia del poder de Cristo.  Ahora se le presentaba la oportunidad de hablar al gran Maestro, de expresar el deseo más elevado de su corazón.  Pero a semejanza del hombre del rastrillo que se presenta en la alegoría de Bunyan, sus ojos estaban fijos en la tierra.  No veía la corona sobre su cabeza.  Como Simón el mago, consideró el don de Dios como un medio de ganancia mundanal.

La misión del Salvador en la tierra se acercaba rápidamente a su fin.  Le quedaban solamente pocos meses para completar lo que había venido a hacer para establecer el reino de su gracia.  Sin embargo, la codicia humana quería apartarlo de su obra, para hacerle participar en la disputa por un pedazo de tierra.  Pero Jesús no podía ser apartado de su misión.  Su respuesta fue: "Hombre, ¿quién me puso por juez o partidor sobre vosotros?"

Jesús hubiera podido decirle a ese hombre lo que era justo.  Sabía quién tenía el derecho en el caso, pero los hermanos discutían porque ambos eran codiciosos.  Cristo dijo claramente que su ocupación no era arreglar disputas de esta clase.  Su venida tenía otro fin: predicar el Evangelio y así despertar en los hombres el sentido de las realidades eternas.

La manera en que Cristo trató este caso encierra una lección para todos los que ministran en su nombre.  Cuando él envió a los doce, les dijo: "Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado.  Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia".*  Ellos no habían de arreglar los asuntos temporales de la gente.

Su obra era persuadir a los hombres a reconciliarse con Dios.  En esta obra estribaba su poder de bendecir a la humanidad.  El único remedio para los pecados y dolores de los hombres es Cristo.  Únicamente el Evangelio de su gracia puede curar los males que azotan a la sociedad.  La injusticia del rico hacia el pobre, el odio del pobre hacia el rico, tienen igualmente su raíz en el egoísmo, el cual puede extirparse únicamente por la sumisión a Cristo. 

Solamente él da un nuevo corazón de amor en lugar del corazón egoísta de pecado.  Prediquen los siervos de Cristo el Evangelio con el Espíritu enviado desde el cielo, y trabajen como él lo hizo por el beneficio de los hombres.  Entonces se manifestarán, en la bendición y la elevación de la humanidad, resultados que sería totalmente imposible alcanzar por el poder humano.

Nuestro Señor atacó la raíz del asunto que perturbaba a este interrogador, y la raíz de todas las disputas similares, diciendo: "Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.

"Y refirióles una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había llevado mucho; y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde juntar mis frutos?  Y dijo: Esto haré: derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate.  Y díjole Dios: Necio, esta noche vuelven a pedir tu alma; y lo que has prevenido, ¿de quién será?  Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico en Dios".

Por medio de la parábola del hombre rico, Cristo demostró la necesidad de aquellos que hacen del mundo toda su ambición.  Este hombre lo había recibido todo de Dios.  El sol había brillado sobre sus propiedades, porque sus rayos caen sobre el justo y el injusto.  Las lluvias del cielo descienden sobre el malo y el bueno.  El Señor había hecho prosperar la vegetación, y producir abundantemente los campos. 

El hombre rico estaba perplejo porque no sabía qué hacer con sus productos.  Sus graneros estaban llenos hasta rebosar, y no tenía lugar en que poner el excedente de su cosecha.  No pensó en Dios, de quien proceden todas las bondades.  No se daba cuenta de que Dios lo había hecho administrador de sus bienes, para que ayudase a los necesitados.  Se le ofrecía una bendita oportunidad de ser dispensador de Dios, pero sólo pensó en procurar su propia comodidad.

Este hombre rico podía ver la situación del pobre, del huérfano, de la viuda, del que sufría y del afligido; había muchos lugares donde podía emplear sus bienes.  Hubiera podido librarse fácilmente de una parte de su abundancia y al mismo tiempo aliviar a muchos hogares de sus necesidades, alimentar a muchos hambrientos, vestir a los desnudos, alegrar a más de un corazón, ser el instrumento para responder a muchas oraciones por las cuales se pedía pan y abrigo, y una melodía de alabanza hubiera ascendido al cielo.  El Señor había oído las oraciones de los necesitados, y en su bondad había hecho provisión para el pobre.* 

En las bendiciones conferidas al hombre rico, se había hecho amplia provisión para las necesidades de muchos.  Pero él cerró su corazón al clamor del necesitado, y dijo a sus siervos: "Esto haré; derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate".

Los ideales de este hombre no eran más elevados que los de las bestias que perecen.  Vivía como si no hubiese Dios, ni cielo, ni vida futura; como si todo lo que poseía fuese suyo propio, y no debiese nada a Dios ni al hombre.  El salmista describió a este hombre rico cuando declaró: "Dijo el necio en su corazón: No hay Dios".*

Este hombre había vivido y hecho planes para sí mismo. El ve que posee provisión abundante para el futuro; ya no le queda nada que hacer, fuera de atesorar y gozar los frutos de sus labores.  Se considera a sí mismo como más favorecido que los demás hombres, y se gloría de su sabia administración.  Es honrado por sus conciudadanos como un hombre de buen juicio y un ciudadano próspero.  Porque "serás loado cuando bien te tratares".*

Pero "la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios".*  Mientras el hombre rico espera disfrutar de años de placer en lo futuro, el Señor hace planes muy diferentes.  A este mayordomo infiel le llega el mensaje: "Necio, esta noche vuelven a pedir tu alma".  Esta era una demanda que el dinero no podía suplir.  La riqueza que él había atesorado no podía comprar la suspensión de la sentencia.  En un momento, aquello por lo cual se había afanado durante toda su vida, perdió su valor para él.  Entonces, "lo que has prevenido, ¿de quién será?" Sus extensos campos y bien repletos graneros dejaron de estar bajo su dominio.  "Allega riquezas, y no sabe quién las recogerá".*

No se aseguró lo único que hubiera sido de valor para él. Al vivir para sí mismo había rechazado aquel amor divino que se hubiera derramado con misericordia hacia sus semejantes.  De esa manera había rechazado la vida.  Porque Dios es amor, y el amor es vida.  Este hombre había escogido lo terrenal antes que lo espiritual, y con lo terrenal debía morir.  "El hombre en honra que no entiende, semejante es a las bestias que perecen".*

"Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico en Dios".  Este cuadro se adapta a todos los tiempos. Podéis hacer planes para obtener meros goces egoístas, podéis allegaros tesoros, podéis edificaras grandes y altas mansiones, como los edificadores de la antigua Babilonia; pero no podéis edificar muros bastante altos ni puerta bastante fuerte para impedir el paso de los mensajeros de la muerte.

 El rey Belsasar "hizo un gran banquete" en su palacio, "y alabaron a los dioses de oro y de plata, de metal, de hierro, de madera, y de piedra". Pero la mano del Invisible escribió en la pared las palabras de su condena, y se oyó a las puertas de su palacio el paso de los ejércitos hostiles. "La misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos"*, y un monarca extranjero se sentó en el trono.

Vivir para sí es perecer.  La codicia, el deseo de beneficiarse a sí mismo, separa al alma de la vida.  El espíritu de Satanás es conseguir, atraer hacia sí.  El espíritu de Cristo es dar, sacrificarse para bien de los demás. "Y éste es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.  El que tiene al Hijo, tiene la vida: el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida".*

Por lo tanto, nos dice: "Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO