viernes, 3 de septiembre de 2010

La Semilla que cayó entre espinas..


"Y el que fue sembrado en espinas, éste es el que oye la palabra; pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas, ahogan la palabra, y hácese infructuosa".

La semilla del Evangelio a menudo cae entre las espinas y las malas hierbas; y si no hay una transformación moral en el corazón humano, si los viejos hábitos y prácticas y la vida pecaminosa anterior no se dejan atrás, si los atributos de Satanás no son extirpados del alma, la cosecha de trigo se ahoga. Las espinas llegarán a ser la cosecha, y exterminarán el trigo.

La gracia puede prosperar únicamente en el corazón que constantemente está preparándose para recibir las preciosas semillas de verdad. Las espinas del pecado crecen en cualquier terreno; no necesitan cultivo; pero la gracia debe ser cuidadosamente cultivada. Las espinas y las zarzas siempre están listas para surgir, y de continuo debe avanzar la obra de purificación. Si el corazón no está bajo el dominio de Dios, si el Espíritu Santo no obra incesantemente para refinar y ennoblecer el carácter, los viejos hábitos se revelarán en la vida.

Los hombres pueden profesar creer el Evangelio; pero a menos que sean santificados por el Evangelio, su profesión no tiene valor. Si no ganan la victoria sobre el pecado, el pecado la obtendrá sobre ellos. Las espinas que han sido cortadas pero no desarraigadas crecen con presteza, hasta que el alma queda ahogada por ellas.

Cristo especificó las cosas que son dañinas para el alma. Según San Marcos, él mencionó los cuidados de este siglo, el engaño de las riquezas, y la codicia de otras cosas. Lucas especifica los cuidados, las riquezas y los pasatiempos de la vida. Esto es lo que ahoga la palabra, el crecimiento de la semilla espiritual. El alma deja de obtener su nutrición de Cristo, y la espiritualidad se desvanece del corazón.

"Los cuidados de este siglo". Ninguna clase de personas está libre de la tentación de los cuidados del mundo. El trabajo penoso, la privación y el temor de la necesidad le acarrean al pobre perplejidades y cargas. Al rico le sobreviene el temor de la pérdida y una multitud de congojas.

Muchos de los que siguen a Cristo olvidan la lección que él nos ha invitado a aprender de las flores del campo. No confían en su cuidado constante. Cristo no puede llevar sus cargas porque ellos no las echan sobre él. Por lo tanto, los cuidados de la vida, que deberían inducirles a ir al Salvador para obtener ayuda y alivio, los separan de él.

Muchos que podrían ser fructíferos en el servicio de Dios se dedican a adquirir riquezas. La totalidad de su energía es absorbida en las empresas comerciales, y se sienten obligados a descuidar las cosas de naturaleza espiritual.

Así se separan de Dios. En las Escrituras se nos ordena que no seamos perezosos en los quehaceres.*

Hemos de trabajar para poder dar al que necesita. Los cristianos deben trabajar, deben ocuparse en los negocios, y pueden hacerlo sin pecar. Pero muchos llegan a estar tan absortos en los negocios, que no tienen tiempo para orar, para estudiar la Biblia, para buscar y servir a Dios. A veces su alma anhela la santidad y el cielo; pero no tienen tiempo para apartarse del ruido del mundo a fin de escuchar el lenguaje del Espíritu de Dios, que habla con majestad y con autoridad.

Las cosas de la eternidad se convierten en secundarias y las cosas del mundo en supremas. Es imposible que la simiente de la palabra produzca fruto; pues la vida del alma se emplea en alimentar las espinas de la mundanalidad.

Y muchos que obran con un propósito muy diferente caen en un error similar. Están trabajando para el bien de otros; sus deberes apremian, sus responsabilidades son muchas, y permiten que su trabajo ocupe hasta el tiempo que deben a la devoción. Descuidan la comunión que debieran sostener con Dios por medio de la oración y el estudio de su Palabra. Olvidan que Cristo dijo: "Sin mí nada podéis hacer".*

Andan lejos de Cristo; su vida no está saturada de su gracia y se revelan las características del yo. Su servicio se echa a perder por el deseo de la supremacía y por los rasgos ásperos y carentes de bondad del corazón insubordinado. He aquí uno de los principales secretos del fracaso en la obra cristiana. Esta es la razón por la cual sus resultados son a menudo tan pobres.

"El engaño de las riquezas". El amor a las riquezas tiene el poder de infatuar y engañar. Demasiado a menudo aquellos que poseen tesoros mundanales se olvidan de que es Dios el que les ha dado el poder de adquirir riquezas. Dicen: "Mi poder y la fortaleza de mi mano me han traído esta riqueza".* Su riqueza, en vez de despertar la gratitud hacia Dios, los induce a la exaltación propia. Pierden el sentido de su dependencia de Dios y su obligación con respecto a sus semejantes. En vez de considerar las riquezas como un talento que ha de ser empleado para la gloria de Dios y la elevación de la humanidad, las miran como un medio de servirse a sí mismos.

En vez de desarrollar en el hombre los atributos de Dios, las riquezas así usadas desarrollan en él los atributos de Satanás. La simiente de la palabra es ahogada por las espinas.

"Y los pasatiempos de la vida". Hay peligro en las diversiones que persiguen únicamente la complacencia propia. Todos los hábitos de complacencia que debilitan las facultades físicas, que anublan la mente o entorpecen las percepciones espirituales, son "deseos carnales que batallan contra el alma".*

"Y las codicias que hay en las otras cosas". Estas no son necesariamente cosas pecaminosas en sí mismas, sino algo a lo cual se le concede el primer lugar en vez del reino de Dios. Todo lo que desvía la mente de Dios, todo lo que aparta los afectos de Cristo, es un enemigo del alma.

Cuando la mente es juvenil, vigorosa y susceptible de rápido desarrollo, existe la gran tentación de la ambición egoísta, de servir al yo. Si los planes mundanos tienen éxito, se manifiesta una inclinación a continuar en un camino que amortece la conciencia e impide una estimación correcta de lo que constituye la verdadera excelencia del carácter. Cuando las circunstancias favorezcan este desarrollo, el crecimiento se manifestará en una dirección prohibida por la Palabra de Dios.

En este período de formación de la vida de sus hijos, la responsabilidad de los padres es muy grande. Debe constituir su tema de estudio cómo rodear a la juventud de las debidas influencias, influencias que les den opiniones correctas acerca de la vida y su verdadero éxito. En vez de esto, ¡cuántos padres convierten en el primer objeto de su vida el conseguir para sus hijos la prosperidad mundanal! Eligen todas sus relaciones con este fin.

Muchos padres fijan su hogar en alguna gran ciudad, y presentan sus hijos a la sociedad elegante y a la moda. Los rodean de influencias que estimulan la mundanalidad y el orgullo. En esa atmósfera la mente y el alma se empequeñecen. Los blancos nobles y elevados de la vida se pierden de vista. El privilegio de ser hijos de Dios, herederos de la eternidad, se cambia por el beneficio mundanal.

Muchos padres tratan de crear la felicidad de sus hijos satisfaciendo su amor a las diversiones. Les permiten ocuparse en los deportes y asistir a fiestas sociales, y los proveen de dinero para usar libremente en la ostentación y la complacencia propia. Cuanto más se trata de satisfacer el deseo placer, tanto más se fortalece. El interés de estos jóvenes queda cada vez más absorbido por las diversiones, hasta que llegan a considerarlas como el gran objeto de su vida. Forman hábitos de ociosidad y complacencia propia que hace imposible que alguna vez lleguen a ser cristianos estables.

Aun a la iglesia, que debe ser el pilar y el fundamento de la verdad, se la halla estimulando el amor egoísta del placer. Cuando debe obtenerse dinero para fines religiosos, ¿a qué medios recurren muchas iglesias? A los bazares, las cenas, las exposiciones de artículos de fantasía, aun a las rifas y a recursos similares. A menudo el lugar apartado para el culto divino es profanado banqueteando y bebiendo, comprando, vendiendo y divirtiéndose. El respeto por la casa de Dios y la reverencia por su culto disminuyen en la mente de los jóvenes. Los baluartes del dominio propio se debilitan. El egoísmo, el apetito, el amor a la ostentación son usados como móviles, y se fortalecen a medida que se complacen.

La persecución de los placeres y las diversiones se centraliza en las ciudades. Muchos padres que se establecen en la ciudad con sus hijos, pensando darles mayores ventajas, se desilusionan, y demasiado tarde se arrepienten de su terrible error. Las ciudades de nuestros días se están volviendo rápidamente como Sodoma y Gomorra. Los muchos días feriados estimulan la holgazanería. Los deportes excitantes -el asistir a los teatros O CINE,* las carreras de caballos, los juegos de azar, el beber licores y las jaranas- estimulan todas las pasiones a una actividad intensa. OJO NO QUIERO QUE SE INTERPRETE LEGALISTAMENTE

La juventud es arrastrada por la corriente popular. Aquellos que aprenden a amar las diversiones por las diversiones mismas, abren la puerta a un alud de tentaciones. Se entregan a las bromas y algazaras sociales y a la jovialidad irreflexiva, y su trato con los amantes de los placeres tiene un efecto intoxicante sobre la mente. Son guiados de una forma de disipación a otra, hasta que pierden tanto el deseo como la capacidad de vivir una vida útil. Sus aspiraciones religiosas se enfrían; su vida espiritual se oscurece. Todas las más nobles facultades del alma, todo lo que une al hombre con el mundo espiritual, es envilecido.

Es cierto que algunos podrán ver su insensatez y arrepentirse. Dios puede perdonarlos. Pero han herido sus propias almas, y han traído sobre ellos un peligro que durará toda su vida. El poder de discernir, que siempre debe ser mantenido aguzado y sensible para distinguir entre lo correcto y lo erróneo, en gran parte se destruye. No son rápidos para reconocer la voz guiadora del Espíritu Santo o para discernir los engaños de Satanás. Demasiado a menudo, en tiempo de peligro, caen en la tentación, y son alejados de Dios. El final de su vida amante de los placeres es la ruina para este mundo y para el mundo venidero.

Los cuidados, las riquezas, los placeres, todos son usados por Satanás en el juego de la vida para conquistar el alma humana. Se nos da la amonestación: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo".*

Aquel que lee el corazón de los hombres como un libro abierto dice: "Mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida".* Y el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, escribe: "Los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo, y en muchas codicias locas y dañosas, que hunden a los hombres en perdición y muerte. Porque el amor del dinero es la raíz de todos los males: el cual codiciando algunos, se descaminaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores".*

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