miércoles, 29 de septiembre de 2010

P2 LA HISTORIA ROMANA EN LOS DIAS DEL NUEVO TESTAMENTO


II. Octavio, emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.)

A medida que Octavio fue tomando todas las riendas del imperio, procuró que fuera legal cada paso que diera en su ascenso hacia el poder.  Mantuvo las formas del gobierno republicano, y al principio no intentó tomar la dignidad imperial, aunque dominaba como emperador.  En enero del año 27 a. C. se le concedió el título de Augusto, término que expresaba tanto asombro como gratitud por sus notables hazañas. 

El mismo año recibió una potestad absoluta de diez años sobre las provincias que lo hicieron comandante en jefe de las fuerzas militares romanas, y puesto que el comando del ejército constituía la base real del poder imperial (ver t. V, p. 39), los historiadores sitúan el comienzo de la fase imperial de la historia romana a partir de este año.  El senado le dio anualmente el cargo de cónsul hasta el año 23 a. C., pero, en ese año se le concedió el comando supremo proconsular, y recibió la autoridad tribunicia (ver t. V, p. 227).  Esos poderes eran renovados periódicamente.  De este modo concentró en su mano todos los hilos del poder.

Pero a pesar de todo, Augusto continuó gobernando mediante formas republicanas. Continuaron tanto el consulado como el tribunado. El senado siguió legislando, y Augusto entregó a procónsules, que respondían ante el senado, el gobierno de las provincias más dóciles.  Esos magistrados también aparecen con el nombre de "procónsules" en el libro de los Hechos (cap. 13: 78, 12; 18: 12; 19: 38).  Pero la autoridad consular de Augusto le daba en realidad poder sobre todas las provincias.

Augusto mantuvo en sus manos el gobierno de las zonas rebeldes.  En estas provincias nombró legados como sus agentes.  El gobernador de Siria era un representante de Augusto.  También nombró procuradores en todas las provincias como sus funcionarios de orden económico.  En zonas más pequeñas el administrador era un procurador.  Los "gobernadores" de la Judea del NT (Mat. 27: 2; Hech. 23: 24) eran procuradores responsables ante el emperador, pero en cierta medida también lo eran ante el legado de Siria.

Los "comicios" o asambleas populares habían tenido bajo la república el propósito de contrapesar al senado aristocrático.  El senado llegó a tener en la práctica el poder del gobierno supremo de las provincias, mientras que los "comicios" ejercían la autoridad local sobre la ciudad.  Sin embargo, en el tiempo de Augusto los "comicios" se convirtieron en una forma nada más, y en tiempo de Tiberio, su sucesor, se redujeron a una sombra.  El poder legislativo estaba reservado para el senado, pero aun este organismo estaba subordinado al emperador.

Cuando murió Lépido en el año 13 a. C., Augusto se convirtió en pontífice máximo, el sacerdote principal de la religión del Estado.  Este cargo era de gran significado político, principalmente porque regía el calendario, y por lo tanto indirectamente la regulación del tiempo de las elecciones.  Augusto tenía ahora en sus manos los más importantes poderes religiosos, militares y civiles; no necesitaba nada más.

El reinado de Augusto fue próspero y exitoso.  En realidad salvó a Roma de la desintegración.  El imperio era bien gobernado y con firmeza.  La famosa Pax Romana (paz romana) se mantenía en el vasto imperio compuesto de pueblos diversos, mediante un ejército permanente de quizá no menos de 250,000 hombres.  Acerca de este período comenta M. Rostovtzeff: "El peligro de una invasión extranjera había desaparecido... aun las provincias fronterizas cesaron de temer la irrupción de las tribus vecinas.  Y de ese modo el prestigio de Augusto, como defensor y guardián del Estado, alcanzó una cumbre insuperable" (A History of the Ancient World, t. 2, p. 197).

Con excepción del problema de la sucesión imperial, la constitución civil de Roma estaba firme.  Se había restringido la extensión de la ciudadanía.  Se había legislado cuidadosamente la libertad de los esclavos, teniendo en cuenta el mercado de trabajo y el orden público.  Se codificaron de nuevo las leyes matrimoniales y la soltería era castigada.  Las diversas medidas que tomó Augusto para la estabilización de la sociedad salvaron a Roma transitoriamente de una completa decadencia moral y de la disolución nacional.

Augusto fomentó durante su reinado el retorno a la religión. Se hizo esto quizá no para beneficio de la religión en sí, ni por causa de los antiguos dioses de Roma, en quienes Augusto y sus consejeros probablemente no tenían especial confianza. Fue más bien el resultado de la convicción de que el respeto por los dioses y la observancia de los ritos religiosos eran buenos para el individuo y también para la sociedad en conjunto. 76

Sistema de impuestos.-

Antes de Augusto, es decir, durante la república, el cobro de los impuestos del gobierno romano en las provincias se hacía por medio de los publicani.  Eran hombres encargados de cobrar el dinero de los impuestos de las municipalidades fuera de Italia.  Cada publicanus se comprometía mediante un contrato a entregar al gobierno provincial cierta suma de dinero de su distrito.  Estaba obligado, pues, a recaudar ese dinero en su distrito, además de cualquier cantidad que pudiera sacar como su ganancia e ingreso personal.  En el tiempo de Augusto fue reformado el sistema de contribuciones, de modo que los impuestos directos no fueran entregados más a los publicani, aunque el cobro de algunos impuestos indirectos quizá continuó a cargo de ellos.  Los "publicanos" mencionados en el NT evidentemente no eran funcionarios romanos, sino cobradores de impuestos secundarios, empleados por Herodes Agripa.  Se los clasifica sencilla y directamente como "pecadores", hombres odiados y despreciados por el pueblo de Palestina (Mat. 9: 9-11; ver t. V, p. 68).

Comunicaciones.-

Es necesario destacar la calidad sobresaliente del sistema de comunicaciones; realmente hizo época.  El poder del imperio Romano y el magnífico control que tenían las legiones sobre su territorio el más grande en extensión visto hasta entonces, debe relacionarse necesariamente con el gran sistema de caminos construido por los romanos.

Mucho antes de que Roma utilizara el mar para llegar hasta sus provincias conquistadas y aliadas, ya estaba construyendo caminos que comunicaran la capital con los pueblos y las provincias de Italia.  Había abundancia de materiales en los diversos lugares.  La roca llamada tufo o toba, muy útil para construir casas y edificios públicos, también era muy apropiada para construir caminos.  Sobre una gruesa base de piedras cubierta de grava y arena se colocaban bloques de tufo, y cuando el uso que se les iba a dar lo justificaba, se los unía firmemente con cemento. 

Cerca de las ciudades, especialmente de Roma, donde el tráfico era pesado, el pavimento de la superficie consistía en lajas de granito.  La parte central del camino era más alta, en forma de terraplén, y se usaba para el transporte más importante y rápido, mientras que las vías de los lados eran para el tránsito local o más lento.  Los caminos atravesaban lomas y aun montañas, y trasponían quebradas y desfiladeros mediante puentes sostenidos por arcos.  En esta forma el viaje era más rápido.

A Cayo Graco, el caudillo de la revolución popular del año 133 a. C., se atribuye la construcción del sistema de caminos de Italia, después de suceder a su hermano en el poder.  A medida que los límites del dominio romano fueron ampliándose hacia todos los puntos cardinales, los caminos que salían de Roma llegaban hasta los mismos confines del imperio.

Augusto estableció un sistema de postas o correos reservado exclusivamente para los funcionarios del gobierno.  Las postas, en cada una de las cuales había cuarenta caballos, estaban aproximadamente a diez kilómetros una de otra.  Con este sistema, un mensajero podía viajar una distancia de más de 150 km en un día, algo extraordinario para ese tiempo.  El emperador Nerva (96-98 d. C.) permitió que las postas se emplearan para uso general, y el gasto era pagado por el tesoro imperial. 

Adriano (117-138 d. C.) extendió esa concesión a todo el imperio, pero gobernantes posteriores añadieron el cuidado de los caminos a los "deberes comunes": mantenimiento de los acueductos, impuestos para el servicio de mensajeros y gravámenes para los ejércitos que estaban en tránsito, asuntos que ya caían pesadamente sobre las municipalidades.

Estas vastas arterias se empleaban principalmente para el movimiento rápido de tropas que vigilaban las líneas vitales del imperio o defendían sus fronteras.  Por lo tanto, además de cualquier otro tránsito que pudiera haber, siempre había legionarios en marcha por esos caminos. 

Se añadían, por supuesto, viajeros importantes y humildes, los apurados y los que iban descansadamente, a caballo o en burro, en literas o a pie, en carros ligeros o en pesadas carretas.  Entre tales viajeros del primer siglo de la era cristiana estuvieron Pablo, Pedro y los otros apóstoles, que aprovecharon los caminos romanos y la paz de un imperio unificado para el cumplimiento de sus deberes misioneros.

Debilidad y fortaleza de Roma.-

Cuando el estudiante de historia contrasta la paz y prosperidad del reinado de Augusto con la anarquía de todo el siglo precedente (ver t. V, pp. 37-38) se siente obligado a admitir cuán cerca estuvo Roma del colapso político, económico y social cuando Augusto tomó firmemente en sus manos las riendas del gobierno (ver t. V, pp. 38-39).  Sólo las legiones romanas permanecían como un poderoso factor de unidad; sin embargo, los soldados ya no prestaban su juramento de lealtad (sacramentum) al Estado romano, sino a su comandante general (imperator), quien, mediante su magnetismo personal y su liderazgo, los conducía a la victoria, con su perspectiva de saqueo y de botín. 

Otro factor de estabilidad era el respeto básico por la ley que demostraba el pueblo, aunque en este respecto había desmejorado en comparación con sus antepasados.  A pesar de la tolerancia y corrupción de los funcionarios gubernamentales, los romanos comprendían la importancia de la ley y poseían una habilidad natural para la administración.

El gobierno firme de Julio César y las reformas que instituyó sin duda también contribuyeron a demorar el proceso de decadencia.  El impulso que le dio a su gobierno continuó hasta que Augusto consolidó su dominio.  Así también el vigor que éste le imprimió, hizo que el Estado subsistiera a través de las vicisitudes que acompañaron a una desdichada sucesión de emperadores ineficientes, hasta los períodos más brillantes de gobernantes como Vespasiano (69-79 d. C.) y Marco Aurelio (161-180). 

El reinado de este último fue realmente notable, y podría llamarse con justicia una edad de oro, a pesar de la decadencia progresiva de la civilización romana.  La influencia de esa edad de oro ayudó para que el imperio pudiera soportar los reinados de una serie de tiranos presuntuosos, hasta que los sólidos reinados de Diocleciano (284-305) y Constantino (306-337) dieron nueva vida a Roma.

Poco de bueno se puede decir acerca de la mayoría de los hombres que ocuparon el trono imperial durante el siglo que siguió a la muerte de Augusto.  Una de las causas de esa situación fue la ausencia de un plan claro y consistente para la sucesión.  Esta falta se hizo sentir.  Todos los poderes del gobierno de Augusto eran personales (ver t. V, p. 39).  El cargo de emperador ni siquiera existía legalmente. 

Augusto procuró de varias maneras perpetuar la concentración de poderes por medio de una sucesión de padre a hijo.  Como no tenía un hijo propio y sus parientes más jóvenes, que podrían haber sido sus sucesores, murieron a temprana edad, adoptó como hijo a su hijastro Tiberio, a pesar de cierta antipatía que sentía por él.

La muerte de Augusto dejó a Tiberio como el único candidato razonable para el cargo imperial.  Los arreglos necesarios para asegurar su coronación revelan la debilidad de la constitución imperial.  Los emperadores posteriores procuraron también que su sucesor fuera un pariente suyo a quien habían adoptado.  Pero con este procedimiento no se consiguió que se estableciera un linaje imperial estable; al contrario, durante el primer siglo de imperio, hombres lamentablemente débiles llegaron a gobernar el mundo.  Pero a comienzos del siglo II los emperadores escogían a sucesores teniendo en cuenta sus méritos personales y no su relación de parentesco.  De este modo hombres más capaces fueron investidos con la dignidad imperial.

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

2 comentarios:

  1. por que ustedes establecen como inicio de la iglesia catolica en un edicto de constantino ????

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  2. No amigoo. El establecimiento del primer Papa en el año 538 dc... ese es el inicio como tal oficialmente hablando

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