III. Tiberio (14-37 d. C.)
Algunos de los contemporáneos de Tiberio (sucesor de Augusto) hablan favorablemente de él; pero son más los que lo hacen desfavorablemente. Su reinado puede considerarse débil, excepto por unas campañas militares exitosas que él no llevó a cabo personalmente. No importa cuánto se esforzara en su trabajo, y cuán cuidadoso procurara ser, hay pocos indicios de que entendiera el tiempo en que le tocó vivir. Gobernaba mecánicamente de acuerdo con normas establecidas, tomadas, en parte, de su experiencia anterior en los campamentos militares. Nunca pudo sobreponerse a los problemas causados por consejeros deficientes y chismosos.
Una de las desafortunadas características de su reinado fue que las acusaciones judiciales llegaron a ser habituales. No había procesos públicos, y la acusación se convirtió en una profesión. Cualquier ciudadano que fuera testigo de una infracción de la ley, o sospechara de ella, o que quisiera implicar a alguien en una acusación, tenía derecho a presentar una denuncia y hacer que el culpable fuera procesado.
Durante el gobierno de Tiberio surgió una clase de acusadores profesionales llamados delatores, que acusaban a cualquiera que pudiera haberlos ofendido. Esto era una tergiversación de la justicia; sin embargo, Tiberio apoyó ese sistema. Aunque parezca raro, esta práctica resultó perjudicial para el emperador, quien se convirtió en la víctima de los cuentos más desagradables. La reputación de Tiberio ha sido muy atacada por los historiadores, debido, en parte, a esa situación.
El ejército.-
El poder del ejército romano era notable. Durante algún tiempo las legiones estuvieron constituidas por soldados profesionales que se alistaban por veinte años. Como ya se ha dicho, la lealtad de los soldados se centraba más en su comandante general que en el gobierno romano; sin embargo, los soldados estaban bien preparados y luchaban fielmente. El ánimo del ejército era excelente, y vez tras vez demostró ser superior al espíritu y a la habilidad de las fuerzas enemigas. En los días de Augusto y de Tiberio era costumbre situar legiones permanentes en puntos estratégicos por todo el imperio, a lo largo de las fronteras y en las provincias conquistadas. En el año 23 d. C., 25 legiones de soldados romanos regulares mantenían el imperio bajo un excelente control militar.
Las regiones del alto y del bajo Rin estaban bajo el dominio de cuatro legiones, mientras que en España sólo había tres. El norte del África, sin contar Mauritania, que era un reino tributario con su ejército propio, estaba bajo el dominio de dos legiones; y Egipto necesitaba sólo dos. En Palestina y Siria, había cuatro legiones. Tracia era un reino tributario y tenía su propio ejército. Había dos legiones en el bajo Danubio, dos en Mosia y dos en Dalmacia. Estas 25 legiones se aumentaban con aproximadamente el mismo número de soldados auxiliares, lo que hacía un total de unos 250,000 hombres, calculando 5,000 soldados por legión. Estas estaban formadas casi exclusivamente de infantería pesada, aunque unas pocas contaban con contingentes de caballería.
La legión también tenía su cuerpo de ingenieros, pues los romanos habían inventado un tipo eficiente de maquinarias para sitiar ciudades. Cada con unto de legiones, que formaban un ejército, estaba bajo el comando de un jefe supremo, o imperator, y cada legión estaba presidida por un legado. La legión, a su vez, consistía de unas cincuenta centurias, cada una de las cuales tenía de 50 a 100 hombres bajo el mando de un oficial llamado centurión.
Religión.-
Tiberio se esforzó en los comienzos de su reinado por mejorar la vida religiosa de su pueblo. Por eso prohibió el culto de Isis, debido a las inmoralidades de ese culto. También ordenó que no continuara el culto de los judíos en Italia, y que fueran todos expulsados de ese país. (Un estudio de Tiberio y su relación con los judíos puede leerse en el t. V, p. 67.) También se esforzó por destruir la astrología. Muchos astrólogos estudiaban el sol, la luna y los cinco planetas visibles, procurando, mediante encantamientos, obtener ayuda divina de los dioses que se creía que habitaban en esos cuerpos celestes (cf. t. 1, pp. 224-225, y t. IV, pp. 790-791). Pero los esfuerzos de Tiberio para suprimir a los astrólogos no tuvieron éxito, y en los últimos años de su reinado él mismo se hizo adicto de sus misterios. Los consultaba constantemente y, bajo la influencia de sus consejos, llegó a ser cada vez más pesimista y sombrío.
Administración civil.-
Durante el reinado de Tiberio no hubo notables adquisiciones de territorio, pero se hizo mucho para consolidar el dominio en las provincias remotas. Tracia fue puesta bajo un gobernador romano, y pronto fue anexada. Cuando Arquelao, rey de Capadocia, murió en el año 17 d. C., su reino fue constituido en una provincia gobernada por un procurador, y al mismo tiempo, el reino de Commagene, en la frontera oriental, fue puesto bajo el gobierno de un propretor. La inquieta y rica posesión de Judea había sido puesta por Augusto bajo el gobierno de un procurador (ver t. V, p. 65), y Tiberio dejó que continuara así; sin embargo, Judea estaba bajo la jurisdicción de Siria, que era más extensa, y el procurador de Judea tenía que rendir cuentas al gobernador de aquella provincia, cuya capital era Antioquía. Siria estaba rodeada por un círculo de pequeños Estados semiautónomos como Calcis, Emesa, Damasco y Abílene. Ver t. V, mapa frente a p. 289.
Los primeros nueve años del reinado de Tiberio pueden considerarse buenos, y su gobierno de éxito; pero alrededor del año 23 d. C. ocurrió un importante cambio. Sejano (o Seyano), ministro de Tiberio, ambicionaba reemplazar al emperador. Para lograrlo formó varias alianzas políticas y se esforzó por eliminar cualquier apoyo que Tiberio pudiera encontrar en el círculo inmediato de sus camaradas. Ni la familia del emperador escapó. Cuando murió Druso, hijo del emperador, después de una prolongada enfermedad, los historiadores de ese tiempo afirmaron que Sejano lo había envenenado.
Ultimos años de Tiberio.-
Tiberio comenzó a cosechar los amargos frutos de su apoyo a los delatores, de su fe en los astrólogos y de la libertad que dio a Sejano, su inescrupuloso ministro. El palacio abundaba en rumores, chismes y viles relatos que no perdonaban al emperador. Los lúgubres pronósticos de los astrólogos tenían la peor influencia sobre su mente, y las intrigas de Sejano amenazaban al mismo Tiberio. Este, vencido por la melancolía, por los temores en cuanto a su bienestar personal y por el odio que sentía aun por la atmósfera de Roma, se apartó completamente de esta ciudad y nunca más volvió a ella. Viajaba, pero nunca iba lejos dentro de Italia, y no salía de ésta. Pasó la mayor parte de los restantes trece años de su reinado en la isla de Capri.
Pero en su retiro tampoco halló paz. Lo perseguían su pesimismo y sus temores. No se sentía seguro frente a las intrigas de Sejano, a quien finalmente hizo matar. Las lenguas no cesaban de ocuparse del emperador, sencillamente porque se había retirado a una bella isla; en realidad, por esto mismo hablaban más de él. Como la gente no podía conocer la realidad de la vida privada de Tiberio, se comentaba mucho que se entregaba a tremendas orgías en la mansión de su aislamiento.
Tiberio, ya anciano, cayó enfermo cuando estaba de viaje. Se opuso a todos los esfuerzos que se hicieron para que se le prestara atención médica, y tomó parte muy activa en los juegos que se celebraron en su honor; sin embargo, finalmente tuvo que ser llevado a su lecho, aunque se le negó la oportunidad de morir de muerte natural. Macrón, sucesor de Sejano, prefecto del pretorio y suegro de Gayo, a quien esperaba hacer emperador, asesinó a Tiberio en su lecho, asfixiándolo con la ropa de cama.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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