XIII. Relaciones con el Estado
Religiones tribales.-
Las religiones paganas eran, por naturaleza, locales o tribales. Había dioses de las ciudades y dioses del campo, dioses de las montañas y dioses de los valles (1 Rey. 20: 22-30). A medida que las familias, los clanes y las tribus constituían lo que hoy llamaríamos naciones, ciertos dioses o grupos de dioses llegaron a ser considerados como deidades nacionales.
Los romanos reconocían nítidamente esta distinción. Por esto, a medida que ensanchaban su imperio, fueron suficientemente sabios como para practicar la tolerancia. No sólo permitían que los diversos pueblos retuvieran, hasta donde fuera posible, las formas locales de gobierno propio, sino que también les permitían que conservaran sus dioses.
Debían, eso sí, incluir en su nómina de dioses a las principales deidades de Roma, para que éstas no se airaran, y para que los pueblos sujetos a Roma no se sintieran inducidos por su religión a rebelarse contra el régimen romano. Pero junto con esas estipulaciones se les permitía que continuaran con sus propias formas de culto. Los romanos, viendo que les era ventajoso tener más y más dioses que consideraran favorablemente a Roma y a su progreso por todo el mundo, añadían dioses extranjeros a su panteón.
La religión romana y la judía.-
Cuando los romanos se relacionaron directamente con la religión judía, especialmente por las conquistas de Pompeyo en el Cercano Oriente, donde subyugó a Siria y a los judíos durante los años 65-63 a. C., se enfrentaron con un problema religioso.
Estaban dispuestos a tolerar la religión judía, pero ésta estaba tan entretejida con la vida judía e influía tan obviamente para que los judíos no estuvieran dispuestos a ceder ante la dominación romana, que les resultó muy difícil mantener la tolerancia. Además, los romanos no podían entender la religión judía. Como los judíos hablaban de su Dios, pero no lo representaban en ninguna forma, a los romanos les parecía que la religión judía era sólo una creación de la imaginación hebrea.
Los judíos se negaban completamente a tener alguna relación con los dioses romanos, y sólo consentían en orar por el Estado romano. Sin embargo, los romanos aceptaron esa transacción, permitieron que los judíos retuvieran su culto, y pusieron a Herodes como rey de los judíos. Herodes afirmaba ser judío, aunque esto sólo se debía a que su familia había sido obligada años antes por los Macabeos a plegarse al judaísmo.
Entre los judíos había una cantidad de sectas (ver t. V, pp. 53-55). Los romanos las reconocían como parte de la religión judía porque los judíos incluían esas sectas en su sistema religioso. Una secta como la de los zelotes era considerada con desconfianza debido a sus tendencias a la rebelión, y con frecuencia era objeto de medidas disciplinarias; pero no era puesta fuera de la ley sino como último recurso.
El cristianismo rechazado por el judaísmo.-
Los dirigentes judíos habían rechazado a Jesús desde el principio. Después de hacerlo matar también rechazaron a sus seguidores y a la iglesia que éstos formaron; por esto el cristianismo no era considerado legal. Por esta razón no era lógico que los romanos incluyeran a Cristo en su panteón, aunque hubieran deseado hacerlo. No podían aceptar el cristianismo a través del cauce judaico, pues los mismos judíos lo rechazaban. De modo que el cristianismo fue desde el principio una religión ilegal, sin una posición reconocida ante la ley.
Posición romana frente al cristianismo.-
Además, había algo en las enseñanzas cristianas que empeoraba su situación ante el gobierno romano. Los judíos eran un pueblo proselitista, por lo tanto, los romanos consideraron necesario en el siglo II promulgar una ley que prohibía a los judíos hacer prosélitos.
Los judíos no pretendían tener una fe universal, pero ofrecían a los paganos la posibilidad de aceptar el judaísmo como una especie de privilegio. No sucedió así con el cristianismo. Los cristianos afirmaban desde el comienzo que pertenecían a la única religión verdadera, declaraban que tenían un mensaje de extensión mundial, invitaban a todos a que se les unieran si cumplían con las condiciones de creencia y rectitud, e insistían en que el cristianismo era universal en sus alcances.
No permitían rivales y eran fundamentalmente intolerantes con otras creencias. Por eso el cristianismo se presentó ante el mundo romano como una fe universal y conquistadora. Al principio fue burlado y ridiculizado, pero después fue temido como una amenaza para la vida romana.
Los judíos habían dicho: "No tenemos más rey que César" (Juan 19: 15), pero este no era el caso de los cristianos. Tenían un solo Señor, el Señor Jesucristo, y no querían aplicar el término "Señor" al César romano. Enseñaban públicamente que su Señor Jesucristo volvería como Rey de reyes y Señor de señores y dominaría el universo.
Ya fuera que lo dijeran con tanta claridad o no, estaba implícito en su enseñanza que ningún imperio terrenal, ni siquiera el de Roma, podría permanecer ante la presencia de un Rey tal (cf. Dan. 2: 34-35, 44-45). El Imperio Romano era un Estado consciente y seguro de sí mismo, y lleno de amor propio.
No tenía rivales que pudieran disputarle su poder en su mundo mediterráneo. El Estado tenía que ser lo principal para cada ciudadano. El emperador, no importa cuán débil, necio o malo pudiera ser, personificaba el poder y la gloria del Estado romano. Un Estado tal no podía tolerar secta alguna, no importa cuán buena fuera, si como centro de sus enseñanzas tenía la creencia en un Rey supremo y divino que alguna vez destruiría todos los Estados, dominios y poderes.
El cristianismo exhortaba a la sociedad romana a que viviera una vida mejor, y eso causaba irritación. Los antiguos romanos, que entendían el valor de la moral, tenían una rígida ética. Pero la moral cristiana no era del tipo de la romana, ni tampoco era una evolución de la tesis romana concerniente a los valores de la vida. Además, los romanos de los tiempos del Nuevo Testamento no vivían de acuerdo con su ética antigua.
Como consecuencia, la vida de los cristianos era un constante reproche para los romanos. Estos no entendían la forma cristiana de vivir. Si bien quizá respetaban a regañadientes al cristianismo, en realidad lo odiaban.
El cristianismo como religión ilícita.-
Los judíos estaban resentidos con el cristianismo por muchas razones. Tenían temor de que los cristianos pudieran atraer la ira de los romanos sobre los judíos. Odiaban al Cristo de los cristianos como a un rival de su esperado Mesías. Odiaban aún más a los cristianos, porque aceptaban a gentiles en su comunión.
Por lo tanto, los judíos creaban dificultades a los cristianos en toda oportunidad que tenían, persiguiéndolos hasta donde les era posible en Palestina, y en otras partes soliviantando a la turba para que se levantara contra los cristianos. Hay varios ejemplos de esto en el libro de los Hechos. Un documento, El martirio de Policarpo, narra cosas semejantes, sucedidas en la ciudad de Esmirna en el siglo II. En el siglo III Tertuliano llamó a las sinagogas judías "manantiales de persecución" (Scorpiace* x).
Estando las relaciones en tal situación, no se necesita buscar en la ley romana para hallar algún decreto contra los cristianos. No se necesitaba ningún decreto, pues los cristianos no tenían personería legal. En años posteriores se promulgaron disposiciones legales contra los cristianos, y éstas se hicieron cada vez más severas. Los primeros ataques de la magistratura romana contra los cristianos fueron esporádicos; no fueron decretados legalmente sino que se debieron al capricho o al rencor de los emperadores. Tales fueron las persecuciones de Nerón (c. 64 d. C.) y de Domiciano (c. 95 d. C.) contra los cristianos.
Disposiciones legales romanas. Persecución provocada por capricho.-
El historiador romano Tácito (Anales xv. 44; cf. Suetonio, Nerón vi. 16) narra esto correctamente, pues culpa a Nerón de haber incendiado a Roma. Para apartar de sí mismo la acusación, echó la culpa a los cristianos. Una cantidad de seguidores de Jesús fueron quemados vivos en la ciudad de Roma. Algunos de ellos fueron usados como antorchas para alumbrar las orgías nocturnas en los jardines de Nerón. La persecución sin duda se extendió algo por las provincias, aunque poco se ha registrado de esto. Como ya se ha dicho, tanto Pedro como Pablo perecieron en la ciudad de Roma debido a la persecución de Nerón (ver pp. 32, 36).
La siguiente persecución de los cristianos a manos de los romanos quizá surgió del rencor del emperador Domiciano, hombre inestable y caprichoso. Quizá descubrió que había cristianos en su propia casa, y por esta u otras razones persiguió a la secta. Juan fue desterrado a la isla de Patmos durante el gobierno de este emperador. La persecución desatada por Domiciano quizá no se extendió tanto ni fue tan destructora, pero fue una dificultad para la iglesia y representó sufrimientos para los que la soportaron directamente.
Empleo de disposiciones legales.-
La primera disposición claramente legal contra los cristianos, decretada por un emperador romano, fue expedida por Trajano (98-117 d. C.). Plinio el Joven, amigo y protegido de Trajano, era gobernador del Ponto, en la costa sur del mar Negro. Plinio estaba muy preocupado por la propagación del cristianismo en su provincia. Los templos paganos se descuidaban; los que comerciaban con animales para los sacrificios y con materiales para el culto de los templos se quejaban de que su negocio sufría muchísimo; por eso Plinio comenzó a ocuparse de los cristianos. Hacía dar muerte a los que estaban dispuestos a admitir que pertenecían a esa fe.
Para asegurarse de su conducta, escribió a su amigo el emperador y le pidió que aprobara lo que estaba haciendo. La carta de Plinio se halla en la colección de sus escritos (Cartas x. 96). En esa carta presenta una interesante descripción del culto cristiano, a lo que ya se ha hecho referencia, y después cuenta cómo había estado tratando a los cristianos. El supplicium, la pena capital romana, había caído sobre ellos.
Trajano escribió su respuesta (Plinio, Cartas x. 97) para aprobar lo que su representante había hecho en el Ponto. Pero el emperador, que por lo general era bueno y justo, estipuló que nadie debía ser muerto por ser cristiano a menos que reconociera sin ambages que lo era, o a menos que hubiera suficientes testigos que probaran que lo era.
No debía ser condenado por meros rumores, sino que debía haber quienes testificaran contra él para que el testimonio fuera válido. Esta disposición legal no era otra cosa sino la aplicación de los poderes ordinarios de la policía común a un problema de la sociedad.
Trajano no se proponía desatar esa persecución; pero como los cristianos no tenían lugar en la sociedad, debían ser eliminados. Si no se hacía eso, podrían convertirse en un verdadero peligro. Plinio informó que su método para tratar a los cristianos había tenido éxito y que había recomenzado el culto en los templos paganos.
Esta disposición policial ordenada por Trajano continuó como una norma del Imperio Romano durante los 150 años siguientes. Fue más bien un desdeñoso modo de actuar, porque el gobierno romano todavía no había llegado al punto de tomar en serio al cristianismo como un movimiento.
Por esto, los cristianos fueron perseguidos durante los reinados de los emperadores Antonino Pío (138-161 d. C.) y Marco Aurelio (161-180 d. C.) que, en otros sentidos, fueron benévolos. Estas persecuciones se efectuaron en parte mediante la violencia propia de las turbas, con frecuencia por instigación de los judíos, y en parte debido al celo pagano de gobernantes locales, pero con el conocimiento y el consentimiento de los emperadores.
Política de exterminio.-
A mediados del siglo III empeoró la política romana en su relación con los cristianos. Los gobernantes ya se habían dado cuenta de que debían tomar en serio la propagación del movimiento cristiano. Se dice que el emperador Felipe (llamado "el árabe") fue cristiano (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 34).
Al final de su corto reinado se celebró el milésimo aniversario de la fundación de la ciudad de Roma y hubo un gran resurgimiento del sentimiento patriótico romano. Decio, el rival político de Felipe y su sucesor cuando esa ola de patriotismo llegó a su apogeo, creía que los cristianos habían favorecido a Felipe; por eso, en el año 250 comenzó una política de exterminio contra ellos. Su sangrienta persecución de los cristianos fue repetida por el emperador Valeriano unos siete años más tarde.
La persecución final.-
Para ese tiempo los cristianos habían crecido en popularidad y aumentado extraordinariamente en número. Este aumento continuó en los años de relativa paz que siguieron a la persecución del tiempo de Valeriano, paz que terminó con la severa persecución desatada por Diocleciano y Galerio, la que comenzó en el año 303 d. C. y continuó durante diez años.
Esta persecución señaló otro cambio de política, en el sentido de que representó un intento de completo exterminio. Fue un caso de guerra entre acerbos enemigos. En esa guerra perdió el imperio pagano.
La política de tolerancia.-
Constantino fue coronado emperador en 306, y en el año 312 d. C. se presentó como amigo del cristianismo. Al año siguiente promulgó su famoso edicto de tolerancia, y el cristianismo estuvo entonces en condiciones no sólo de propasarse libremente sino de convertirse pronto en la religión exclusiva del imperio.
Constantino dio comienzo a la extraordinaria y nueva política de unión de la Iglesia y el Estado, cuyos efectos, aunque materialmente beneficiosos para la iglesia, espiritualmente le fueron más adversos que cualquier persecución que hubiera sufrido.
Comportamiento de la iglesia frente al Estado.-
Al examinar el comportamiento de la iglesia frente al Estado durante los siglos cuando el cristianismo era una religión ilícita, sin reconocimiento oficial en la sociedad, debe recordarse que en esos años la iglesia no buscaba su afianzamiento material en el mundo, como lo enseñó después San Agustín, sino un lugar en el reino de los cielos, con Jesucristo como Gobernante.
Por lo tanto, el comportamiento de los cristianos era de una paciente resignación hasta que Cristo los rescatara.
Es cierto que la significativa declaración de Cristo: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mat. 22: 21) rara vez se encuentra en los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos; sin embargo, aplicaban esta admonición a su relación con el imperio.
Pablo exhortó a la iglesia en el mismo sentido, cuando escribió: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.
Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo... Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios" (Rom. 13: 16). Pedro dice: "Honrad al rey" (1 Ped. 2: 17).
Por lo tanto, aun cuando su religión era ilegal, los cristianos procuraban vivir como buenos ciudadanos en un ambiente hostil, aplicando todos los días la ética manifestada en la vida de Jesús y contenida en el ejemplo y en las enseñanzas de los apóstoles. Ganaron buena reputación por la pureza de su vida y por su bondad para con sus prójimos.
El gobierno odiaba y finalmente llegó a temer más y más al cristianismo, pero el pueblo apreciaba cada vez más la clase de vida manifestado por los cristianos. Cuando eran arrastrados ante los tribunales, al responder la pregunta de los Jueces, con frecuencia los cristianos sencillamente contestaban: "Soy cristiano", e iban a la muerte sonriendo en medio de sus sufrimientos, amonestando a los otros cristianos para que fueran fieles y exhortando a los paganos que presenciaban la escena para que siguieran a Jesucristo, su Señor y Maestro.
Los cristianos que presenciaban la muerte de tales mártires permanecían admirablemente fieles, y Tertuliano pudo decir: "La sangre de los cristianos es semilla" (Apología 50).
Una innumerable cantidad de mártires cristianos murió porque Cristo había dicho: "Dad... a Dios lo que es de Dios". Pedro había afirmado: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5: 29). "Si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis" (1 Ped. 3: 14). "No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo... Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Ped. 4: 12-16). Pablo sabía por experiencia propia lo que era vivir una vida consecuente para Cristo. Ha dejado una lista para la posteridad de sus primeros sufrimientos por causa de su Señor (2 Cor. 11: 23-27).
Por principio, los cristianos eran ciudadanos cumplidores de la ley, siempre que las autoridades les indicaban lo que era su deber hacer. Pero cuando se les exigía negar a Cristo, participar de un culto falso y vivir la clase de vida que hubiera significado apostatar de los principios cristianos, en la mayoría de los casos se mantenían firmes de parte de lo correcto. Escogían obedecer a Dios antes que a los hombres y, como resultado, sufrir azotes, encarcelamiento o muerte. La disyuntiva era muy clara y las consecuencias seguras: muerte aquí, pero vida eterna con Cristo.
Separación de la Iglesia y el Estado.-
Esta filosofía de la separación de la Iglesia y el Estado resultaba necesaria, con el pensamiento de que debía manifestarse cierto grado de cooperación con el ambiente pagano debido a la necesidad del momento, hasta que Cristo los transportara a un nuevo ambiente. Tertuliano, en el siglo III y Lactancio en el siglo IV, insistían en que la Iglesia cristiana debía mantenerse separada del Estado pagano.
Pero como no se produjo la segunda venida de Cristo, ya en el siglo III se fue formando una nueva filosofía. El cristianismo se iba popularizando y continuamente aumentaba su número de miembros. Los maestros cristianos eran escuchados con más y más respeto, y surgió la esperanza de que antes de mucho el cristianismo pudiera, manejar el mundo.
Por lo tanto, cada vez que era posible, se incorporaban costumbres mundanas que eran "bautizadas", dándoselas un nombre cristiano y también una apariencia exterior cristiana. Se tenía cuidado de ofender lo menos posible al Estado. Cuando la situación era clara, los dirigentes de la iglesia y aquellos a quienes ellos dirigían procuraban mantenerse firmes. Con frecuencia, sin embargo, resultaba conveniente posponer el momento del enfrentamiento, y en más de una ocasión las decisiones fueron enturbiadas por la claudicación.
Bien podría suponerse que si durante el siglo III los gobernantes romanos hubiesen sido más complacientes, el cristianismo hubiera seguido un programa tal de componendas que lo hubiera llevado al punto de vivir satisfecho en un ambiente pagano, y quizá finalmente hubiera sido completamente modificado por ese ambiente y absorbido por él. Felizmente para la iglesia, el gobierno continuó siendo un acerbo enemigo del cristianismo, y éste se vio obligado a permanecer separado del Estado hasta que Constantino hizo que el gobierno romano tomara las formas externas del cristianismo.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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