I. De la república al imperio
Roma se convirtió en república, por lo menos nominalmente, alrededor del año 500 a. C. De vez en cuando surgían líderes fuertes, pero el temor siempre presente de que prevaleciera un poder autocrático conservó intacta la forma y, hasta un punto sorprendente, la realidad del gobierno republicano.
Sin embargo, durante los dos siglos anteriores al nacimiento de Cristo, los problemas sociales y políticos que se produjeron como consecuencia de las conquistas hicieron que el vasto imperio fuera cada vez más difícil de administrar mediante una forma de gobierno que, más o menos, había resultado satisfactoria en los días cuando los intereses romanos estaban limitados a Italia.
Ya en el siglo I a. C. esos problemas sociales y políticos exigieron un cambio de la estructura política del Estado, y de esa forma allanaron el camino para una lucha de poderes entre los caudillos nacionales de la época. Pero hasta ese momento ninguno de los rivales se atrevía a asumir el título de emperador.
El temor popular despertado por el hecho de que Julio César aspiraba a asumir el título y las prerrogativas de ese cargo, fue lo que causó su asesinato durante los idus de marzo del año 44 a. C. Ese suceso precipitó un estado de anarquía que continuó durante casi 15 años y que, en otros tiempos, habría sido la señal del colapso del poder romano.
El que no se llegara a una situación tal debe atribuirse al hecho de que no había quedado ningún pueblo tributario o enemigo extranjero suficientemente fuerte como para rebelarse contra la autoridad romana. Las provincias quedaron sumidas en la indolencia en ese momento de postración política.
Aunque perjudicada por un millar de abusos, la estructura financiera romana permaneció intacta durante ese período crucial. A lo que quedó del antiguo y sólido carácter romano, y de su habilidad legal administrativa en los niveles inferiores, particularmente en las municipalidades, debe atribuirse la supervivencia de Roma como nación y como gobierno mundial. A pesar de los trastornos internos, la república permaneció férrea.
El segundo triunvirato.-
Un segundo triunvirato, o gobierno integrado por tres hombres, fue formado debido a la terminación del primer triunvirato (ver t. V, 74 p.38), o, más específicamente, por la muerte de Julio César. Antonio, partidario de César, se posesionó de la riqueza de su colega muerto y del liderazgo de sus tropas en las proximidades de Roma. Octavio, sobrino y heredero de César, entonces joven de 18 años, hizo valer sus derechos, y mediante un inesperado despliegue de capacidad política logró contrarrestar con éxito el creciente poder de Antonio. Finalmente arreglaron sus diferencias y en el año 43 a. C. formaron sin triunvirato, que incluía a Lépido, otra destacada figura política.
Esta alianza llegó a ser conocida como el segundo triunvirato. Por acuerdo mutuo, Octavio, que había tomado el nombre de Julio César Octavio, recibió el dominio de Italia y algunas provincias occidentales. A Lépido le fueron asignadas otras provincias del Occidente, mientras que Antonio se quedó con Grecia y el Oriente. Este arreglo estaba en vigencia en el año 42 a. C., y fue legalizado por un senado dócil e impotente.
Las maniobras políticas que siguieron no fueron de beneficio para Roma, ni tampoco le proporcionaron el monopolio del poder a ninguno de los rivales. Lépido quedó políticamente impotente en el año 36 a. C., y la lucha por el poder se redujo a Octavio en el Occidente y a Antonio en el Oriente. Antonio estableció su cuartel general en Egipto, que todavía estaba bajo el dominio de la antigua casa de los Tolomeos, en la persona de la bella Cleopatra.
La reina gobernaba a Egipto como si hubiera sido su propiedad personal, y estaba educando, para un futuro incierto, a sus hijos: uno de su esposo y hermano menor, y otro de Julio César. El rompimiento entre Octavio y Antonio fue mayor debido a que este último se divorció de su esposa Octavia, hermana de Octavio, y luego se casó con Cleopatra. Se temió entonces que Antonio intentara hacerse rey de Roma y que la extranjera Cleopatra fuera su reina.
La supremacía de Octavio.-
Cuando Octavio creyó ser lo bastante fuerte, marchó contra Antonio y lo derrotó completamente en la gran batalla naval de Acción, frente a la costa occidental de Grecia, en el año 31 a. C. Durante la batalla, Cleopatra retiró sus naves y volvió a Egipto. Antonio la siguió, abandonando a sus generales para que se arreglaran lo mejor que pudieran.
Ante Octavio, joven de unos 30 años, quedaba abierto el camino del poder. Invadió a Egipto al año siguiente y venció a las fuerzas de Antonio. Este se suicidó, y Cleopatra, habiendo fracasado en su esfuerzo por seducir a Octavio con sus encantos, más tarde también se quitó la vida. Siguiendo el ejemplo de los faraones y de los Tolomeos anteriores a él, Octavio se posesionó de Egipto como si hubiera sido su propiedad personal. La victoria sobre el último de sus rivales lo elevó a una posición de poder inexpugnable, y el escenario quedó listo para la transición formal de la república al imperio.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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