VIII. Desarrollo de la organización de la iglesia
El ejercicio de la supervisión.-
En el caso de la mayor parte de las actividades de la iglesia consignadas en el relato inspirado, hay claras indicaciones de planificación y supervisión administrativa. Los apóstoles al principio estuvieron en Jerusalén, y quedaron allí aun durante la persecución que se produjo a partir del apedreamiento de Esteban. Desde Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que ayudaran a Felipe en Samaria. Cuando Pedro se relacionó con Cornelio, los hermanos de Jerusalén se alarmaron y pidieron que Pedro respondiera ante ellos. Y cuando tuvo que decidirse hasta dónde debía exigirse que los gentiles se sometieran al ritual -un grave asunto-, los hermanos convocaron un concilio más o menos representativo en Jerusalén, y desde allí comunicaron a las iglesias la decisión que se había tomado. Todo esto indica que los apóstoles reconocían la validez de referir los problemas de interés general a una autoridad superior a la de las congregaciones locales.
La conducción del Espíritu en la administración.-
No se sabe si alguien dio instrucciones específicas a los varones de Cirene y de Chipre para que fueran a Antioquía de Siria en una misión de evangelismo, pero la obra de ellos fue considerada con aprobación por Bernabé. Cuando se creyó que era provechoso sacar ventaja del éxito de esa misión, Bernabé viajó a Cilicia y llevó a Pablo para que trabajar en Antioquía.
No se menciona que hubiera ancianos y diáconos en la iglesia de Antioquía. Los que enviaron a Pablo y Bernabé en su famoso primer viaje misionero, fueron profetas y maestros, hombres con dones específicos del Espíritu (Hech. 13: 1-3). No se declara si los hermanos de Antioquía indicaron a Bernabé y a Pablo la ruta que debían seguir; antes bien se recibe la impresión de que eran guiados por el Espíritu. Es muy claro que en su segundo viaje Pablo experimentó esa dirección, porque se le impidió que entrara en ciertas provincias mientras iba en ese viaje (Hech. 16: 7). El Espíritu Santo es, sin duda alguna, el supremo Guía divino para la iglesia.
Los varones dirigidos en forma señalada por el Espíritu -apóstoles, profetas, maestros y evangelistas- presidían activamente la iglesia. Los diáconos, debido a su función, estaban nombrados para supervisar la distribución de los bienes y del alimento a los miembros de la iglesia en Jerusalén; su función era esencialmente administrativa. Pero con la bendición del Espíritu, demostraron ser también evangelista de éxito. Por lo tanto, en los días del comienzo de la iglesia no se puede descubrir ninguna clara división entre los ancianos y diáconos como administradores, y los apóstoles, profetas, maestros y evangelistas como hombres guiados por el Espíritu Santo.
Sin embargo, en años posteriores se hizo una clara distinción entre esas dos clases de funcionarios de la iglesia. Los ancianos y los diáconos aumentaron en poder administrativo e influencia, y los hombres dirigidos en forma especial por el Espíritu no sólo llegaron a ser menos numerosos sino que -como es evidente por los escritos de cristianos posteriores- en realidad perdieron prestigio.
El presbiterio.-
Para los que ocupaban el liderazgo en las congregaciones locales se usaban dos términos. Presbúteros (literalmente, "más anciano") era aplicado al que ocupaba un cargo respetable. Esta palabra se ha convertido en el vocablo "presbítero", que tiene el significado de "sacerdote". Debe destacarse que los sacerdotes cristianos medievales y modernos ejercen funciones litúrgicas y sacerdotales, pero los "Presbíteros" de la iglesia primitiva ni siquiera pensaron en ejercer tales funciones. El otro término es "obispo", del griego epískopos, "quien ve de arriba", "supervisor".
Debe aclararse que en la iglesia primitiva estos dos títulos no indicaban dos cargos u oficios diferentes. El hecho de que se aplicaban indistintamente para el 40 mismo cargo se ve claramente en Hech. 20: 17, 28, donde los ancianos de Efeso que se encontraron con Pablo en Mileto son llamados "ancianos" y "obispos".
La misma equivalencia de estos términos se halla en la carta de Pablo a Tito (cap. 1: 5-9), donde al describir las cualidades de los dirigentes de la iglesia, se usan como sinónimos los vocablos "anciano" y "obispo". La diferencia que surge entre el término "obispo" por un lado y "presbítero" o "sacerdote" por el otro, tuvo su origen en un tiempo muy posterior al de la iglesia apostólica o la que vino inmediatamente después de los apóstoles.
Clemente, dirigente de la iglesia de Roma justamente antes de la terminación del siglo I, al escribir su Primera epístola a los corintios, sólo habla de "presbíteros" (cap. 44 y 47), y para el cargo del presbiterio usa el término "episcopado", es decir "supervisión" (cap. 44). Aún más notable es el hecho de que Ireneo, dirigente de la iglesia de Lyon, en las Galias, alrededor del año 185 todavía habla de los predecesores de Víctor, dirigente de la iglesia de Roma, como "presbíteros" (Eusebio, Historia eclesiástica v. 24. 14).
¿A qué se debe, pues, el uso de dos términos? Es claro que designan la misma actividad. "Anciano" o "presbítero" es evidentemente el título del cargo; "obispo" ("supervisor") se usa como el nombre de la función de ese cargo.
Episcopado de Antioquía.-
El episcopado se desarrolló a partir de los ancianos principales (ver p. 28), aunque no en todas partes con el mismo ritmo. El episcopado monárquico parece haber surgido en su forma más antigua en Antioquía de Siria. No se sabe qué sucedió allí después del encarcelamiento de Pablo alrededor del año 60 ó 61. Eusebio nombra a quienes presidieron la iglesia en Antioquía: Pedro, Evodio e Ignacio (Historia eclesiástica iii. 36. 2; 22).
Pero esta tradición de un supuesto primado de Pedro en Antioquía no concuerda con el libro de los Hechos. Pedro estuvo en Antioquía "simulando" en lo que se refiere al judaísmo, y debido a esto fue reprendido por Pablo (Gál. 2: 11-21). La iglesia ya estaba organizada en Antioquía, y difícilmente Pedro pudo entonces haber sido su dirigente.
En Hech. 13: 1-2 se dice que los primeros líderes de la iglesia antioqueña los pneumatikói, hombres en los que se manifestaban los dones espirituales. Puede ser que algunos hombres vigorosos asumieran el liderazgo y después hubieran apresurado la declinación del poder de los hombres de los dones, que por esto mismo eran vistos con sospecha. Si se llegó a esta clase de liderazgo, el episcopado bien pudo haberse convertido en una orden eclesiástica dominante en el tiempo de Ignacio.
El episcopado monárquico de Ignacio.-
Ignacio de Antioquía murió mártir en 116 d. C., durante la persecución desatada por el emperador Trajano. La información que tenemos en cuanto a él proviene de materiales biográficos contenidos en la tradición martirológica de la iglesia, escrita cientos de años después de su muerte. También hay epístolas atribuidas a Ignacio, como si las hubiera escrito mientras era llevado preso a Roma, pero su autenticidad es muy dudosa. Philip Schaff, historiador eclesiástico, dice de esas epístolas: "Estos antiquísimos documentos de la jerarquía pronto llegaron a estar tan interpolados, cercenados y mutilados mediante fraudes piadosos, que hoy día es casi imposible distinguir con certeza al Ignacio genuino de la historia del Ignacio exagerado y falseado de la tradición" (History of the Christian Church, t. II, p. 660).
En las Actas del martirio de San Ignacio* y en las cartas de este padre apostólico se habla de los obispos como autoridades eclesiásticas dignas del mayor respeto. En las diversas epístolas aparecen frases como las siguientes: "Os conviene concurrir en el parecer del obispo; como ya lo hacéis. Porque vuestro renombrado presbiterio, digno de Dios, tanto armoniza con su obispo como las cuerdas de una cítara" (A los efesios 4).
"Por lo tanto, es evidente que debemos mirar al obispo como al mismo Señor" (Id. 6). "Os exhorto a hacerlo todo con tesón e inteligencia con Dios, bajo la presidencia del obispo en lugar de Dios, de los presbíteros en lugar del consejo de los apóstoles, y de los diáconos, mis delicias, encargados del servicio de Jesucristo" (A los magnesios 6).
"Subordinados al obispo, y los unos a los otros, como Jesucristo al Padre" (Id. 13). "Porque cuando estáis subordinados al obispo como a Jesucristo, me parecéis vivir no a modo humano, sino según Jesucristo" (A los trallanos 2). "Igualmente respetan todos a los diáconos como el mandamiento de Jesucristo, Hijo del Padre, y a los presbíteros como a senado de Dios y concilio de los apóstoles" (Id. 3). 41 ¡Nadie puede hacer nada de cuanto atañe a la Iglesia sin la autoridad del obispo!" (A los esmirnenses 8). "Quien hace algo sin el conocimiento del obispo, sirve al diablo" (Id. 9). (Las citas están tomadas de Sigfrido Huber, Los padres apostólicos [Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1949], pp. 180- 226.)
Testimonios contemporáneos.-
Suponiendo que fueran verdaderas estas afirmaciones tomadas de los documentos de Ignacio, nos hacen llegar a la conclusión de que el episcopado en Antioquía había evolucionado hasta transformarse en una autoridad monárquica antes de la muerte de Ignacio; pero dichas afirmaciones no pueden ser tomadas tan seriamente por una razón: otros documentos de esa época, procedentes de la misma región, no presentan el ensalzamiento del episcopado que destacan las epístolas de Ignacio.
Por ejemplo, la "Doctrina de los doce apóstoles" (Didajé), un documento correspondiente a algún momento del siglo II, no presenta un encumbramiento tal de los obispos. Este documento no es apostólico; su autor es desconocido. Como generalmente se concuerda en que sus antecedentes son sirios, proviene del mismo ambiente y de las mismas condiciones de las supuestas cartas de Ignacio.
En la Didajé sólo se dice del episcopado: "Elegíos, pues, obispos y diáconos dignos del Señor... No los menospreciéis, porque ellos son venerables entre vosotros, junto con los profetas y doctores" (Didajé 15). Los obispos no se clasifican aquí por encima de quienes poseen dones espirituales.
Por ese mismo tiempo Clemente Romano, como también Ireneo de Lyon unos noventa años más tarde, declaran que los dirigentes de la iglesia de Roma aún eran llamados "presbíteros" en el tiempo en que Ignacio fue martirizado y hasta setenta años después.
Por lo tanto, o el obispo, como lo presenta Ignacio, es la creación de una mano posterior, o los varones de Antioquía guiados en forma especial por el Espíritu Santo estaban perdiendo muy rápidamente su liderazgo y su lugar estaba siendo ocupado por dirigentes elegidos en forma eclesiástica, y se estaba constituyendo un episcopado fuerte con una rapidez sumamente notable.
Sucesión apostólica.-
Un poco antes del año 200 d. C., Ireneo, dirigente de la iglesia en las Galias, elaboró una teoría bien definida del episcopado. La presenta en su tratado Contra herejías (libro iii). Su tesis es que los apóstoles transmitieron la verdadera enseñanza cristiana a los obispos, a quienes se daba por sentado que eran sucesores de aquéllos. Sostiene que los obispos de las iglesias fundadas por los apóstoles fueron los que conservaron la tradición sagrada. En esta tesis está el comienzo de la teoría de la sucesión apostólica.
El establecimiento del episcopado.-
La primera clara evidencia del obispo como líder dominante de diversas congregaciones se ve en los escritos de Cipriano, obispo de las iglesias cuyo centro estaba en Cartago, norte del África. Cipriano fue martirizado en el año 258 d. C. Eusebio, el historiador eclesiástico, llama "obispos" a todos los dirigentes de la iglesia, aun desde tiempos más antiguos.
Sin embargo, al hacerlo está hablando, por supuesto, desde el punto de vista común en 324 d. C., tiempo en que los obispos eran totalmente monárquicos en su autoridad, prácticamente en todas partes. Es claro que también usa la terminología propia del siglo IV.
Causas del ensalzamiento de los obispos.-
En lo que a autoridad eclesiástica se refiere, los sucesores de los apóstoles eran en realidad los ancianos principales. Se necesitaron años para que el cargo de anciano evolucionara hasta convertirse en un episcopado monárquico. Las causas de su evolución son claras:
1. El obispo metropolitano.
Los ancianos que presidían en las ciudades más grandes, alcanzaron en la iglesia un prestigio en proporción a la importancia de las ciudades donde estaban. Aunque el grupo de creyentes en determinado lugar era considerado una iglesia, había varias congregaciones que se reunían en diferentes lugares dentro de un municipio. Como el cristianismo era una sociedad ilegal que no podía tener propiedades, cada grupo usaba un hogar o alquilaba algún lugar para reunirse. El anciano principal presidía sobre ese conjunto de pequeñas congregaciones. Mientras más grande fuera la ciudad, su puesto era más honroso.
2. El obispo y las Escrituras.
El anciano que presidía era el guardián de las Escrituras y de las verdades contenidas en ellas, así como el dispensador de la "regla de la fe" apostólica. Los ejemplares de lasi Escrituras deben haber sido relativamente escasos, puesto que se escribían a mano. Las porciones de las Escrituras mejores y más completas eran puestas en las manos del anciano principal, que era su guardián. Así se convirtió en la personificación de la ortodoxia, un exponente de "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Jud. 3). Posteriormente, hubo persecuciones dirigidas contra el obispo como guardián de las Escrituras y, a los que bajo amenazas entregaban las Escrituras, la iglesia los enjuiciaba como "traidores".
3. El obispo y la ortodoxia.
El anciano que presidía estaba en posesión de las Escrituras, y por eso se convirtió en una norma de ortodoxia. Al evolucionar su cargo convirtiéndose en lo que fue más tarde el episcopado, se lo consideraba como el sucesor de los apóstoles (Ireneo, Contra herejías iii. 3. 3) y el intérprete de la verdad. Por lo tanto, tenía la responsabilidad de proteger a la iglesia contra los ataques de los herejes. Ya se ha señalado la inquietud apostólica de Juan y Pablo al oponerse a las herejías. (Ver pp. 34, 37 acerca del tema de las primeras herejías.) Como pastores de la grey, los ancianos principales de las iglesias usaban su autoridad creciente para enfrentarse a los que procuraban descarriar a los creyentes, y su éxito en esa misión aumentaba su poder e influencia.
4. El obispo y las finanzas de la iglesia.
Las finanzas de la iglesia estaban en manos de los ancianos que presidían. En este asunto administrativo no se sabe con claridad cómo se efectuó la transición de los "siete varones de buen testimonio" (Hech. 6: 3) de los primeros días apostólicos, al anciano principal e incipiente obispo. Pero a mediados del siglo II, el "presidente" recibía las ofrendas y las distribuía mayormente a los pobres.
Esto le daba una gran categoría dentro de la iglesia, y de ese modo aumentaba el poder del naciente episcopado. Justino Mártir dice en cuanto a la ofrenda tomada en el "día del Señor": "Lo que se recoge es depositado con el presidente, el cual socorre a los huérfanos y a las viudas, y a aquellos a quienes por enfermedad u otra causa están en necesidad, y a los que están presos y a los forasteros de paso entre nosotros y, en una palabra, cuida de todos los que están en necesidad" (Primera apología 67).
Una carta escrita alrededor del año 251 d. C. por Cornelio, obispo de Roma, muestra la extensión de la obra de caridad de la iglesia y la influencia del obispo que 43 distribuía las dádivas. La carta afirma que en la iglesia de Roma "hay cuarenta y cuatro presbíteros; siete diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cuarenta y dos exorcistas y lectores con los estiarios; por último, más de mil quinientas viudas con los enfermos y necesitados. A todos los cuales facilita sustento la gracia y benignidad de Dios" (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 43. 11).
5. El obispo y la persecución.
En tiempos de persecución, con frecuencia los dirigentes de la iglesia se convertían en verdaderos héroes al guiar a los hermanos, aconsejándolos en su lucha contra las duras autoridades civiles y al dar un ejemplo de fortaleza y valor. Acerca de obispos posteriores que, habiendo sobrevivido a la persecución de Galerio y Diocleciano, estaban reunidos en Nicea para el gran concilio del año 325 d. C., el historiador eclesiástico Teodoreto hace notar que "tenían el aspecto de un ejército de mártires congregados" (Historia eclesiástica i. 6). Allí estaban presentes obispos que habían perdido el ojo derecho que, en el caso de algunos, les había sido sacado quemándoselo con un hierro candente; otros cuyos miembros habían quedado inválidos debido a diversas clases de torturas; otros cuyo brazo derecho quizá había sido arrancado de su articulación. Esta clase de perseverancia bajo la persecución y la capacidad de liderazgo así demostrada, aumentaban el poder de los dirigentes de la iglesia.
6. La Declinación de los pneumatikói.
Hubo una causa negativa para el aumento de poder de los principales dirigentes de la iglesia: la disminución en la eficacia e influencia para el bien de los pneumatikói, los hombres de los dones espirituales. No se puede determinar ahora si la declinación se produjo más por un deterioro provocado dentro del grupo o debido a la presión de parte de agresivos dirigentes de iglesia, que pudieron sentir que sus funciones ejecutivas eran interferidas por hombres que atribuían el origen de sus facultades y dones al mismo Espíritu Santo. Sin duda ambos factores cooperaron para producir la declinación.
Se ha sugerido que esta decadencia de los hombres de los dones ya había comenzado cuando se escribió la Didajé, a la que ya se ha hecho referencia. En ese documento se advierte a los creyentes lo que deben hacer si "el que enseña se pervirtió y enseñare otra doctrina". "Todo apóstol que llegue a vosotros ha de ser recibido como el Señor.
Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere dinero, es un falso profeta... Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres del Señor... Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta falso... Mas quien dijere en espíritu: Dadme dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchéis" (Didajé 11). Es difícil suponer que se hubieran pronunciado tales advertencias sin que hubiera una causa: el deterioro de los que decían tener los dones del Espíritu.
La misma situación se revela en un escrito de ficción, producido quizá en Roma por Hermas, conocido como hermano de Pío, dirigente de la iglesia de Roma a mediados del siglo II. Esa obra, llamada El pastor, contiene las supuestas visiones y admoniciones de uno que aseguraba que tenía el don profético. Fue muy apreciada por los cristianos de los siglos III y IV. Hubo quienes insistieron mucho para que se la incluyera en el canon del Nuevo Testamento.
Pero mientras Hermas afirmaba que era profeta de Dios, no vacilaba en señalar la falsedad de algunos que en sus días pretendían tener dones espirituales.
Por ejemplo: "Aquel que está sentado en la cátedra es un seudoprofeta, que destruye el entendimiento de los siervos de Dios... Y aquel seudoprofeta, no teniendo en sí poder alguno del espíritu divino, les habla sobre sus preguntas (y conforme a los deseos de su maldad de ellos), y llena sus almas como ellos mismos lo quieren... Porque el que así consulta al seudoprofeta sobre un negocio cualquiera, es un idólatra, vacío de la verdad e insensato" (El pastor de Hermas, Precepto undécimo).
Después sigue un análisis de las cualidades de un verdadero profeta y una comparación con las características del falso profeta.
En otro lugar habla de "doctores difíciles, tercos y complacidos en sí mismos, dándose aires de saberlo todo, cuando en realidad nada saben a fondo. Por esta su terquedad, pues, la inteligencia ha huido de ellos, y ha entrado en ellos una tonta insensatez. Pero ellos se ensalzan a sí mismos como personas entendidas, y siendo necios, pretenden aparecer como doctores" (Id., Semejanza 9. 22).
En contraste habla de los verdaderos profetas. "Los apóstoles y doctores que predicaron en todo el mundo, y con piedad y pureza enseñaron la palabra del Señor, sin apartarse jamás de ella a causa de malas codicias, sino que siempre procedieron por la justicia y verdad, así como habían recibido al Espíritu Santo. Estos tales, pues, tienen su lugar junto con los ángeles" (Id., Semejanza 25. 2).
Más adelante describe a los "obispos y personas hospitalarias que siempre, con placer y sin falsedad acogieron a los siervos de Dios en sus casas". Estos son los obispos que "ampararon en todo tiempo y constantemente con su ministerio a los menesterosos y a las viudas y llevaron siempre una conducta pura. Afirma que "todos estos, pues, estarán siempre amparados por el Señor" (Id., Semejanza 27. 2).
Teniendo en cuenta las pruebas presentadas, debe entenderse el siglo II como el tiempo cuando la eficacia y la influencia de los varones de los dones espirituales fueron declinando permanentemente, debido a abusos entre ellos y al poder y a la influencia crecientes de los dirigentes elegidos, especialmente del anciano principal o presidente. Esta función de supervisor se fue destacando de tal manera, que el obispo se convirtió en una clase diferente de dignatario eclesiástico. El pastor de Hermas debe entenderse como un esfuerzo de parte de alguien en la iglesia para establecer de nuevo la autoridad del don de profetizar; pero el esfuerzo fue vano.
Con el eclipse de los dones espirituales y con la ocupación de toda la autoridad eclesiástica por los dirigentes regulares, se produjo una declinación del vigor espiritual y de la pureza doctrinal de la iglesia primitiva.
Hubo otra reacción contra la declinación de los pneumatikói, la cual estuvo constituida por el movimiento llamado montañismo (ver p. 53). Pero los montañistas se fueron a los extremos, y cayeron bajo la condenación de la iglesia. Por eso su influencia fue dañina para la causa de los hombres de los dones espirituales, y más bien apresuró su deterioro.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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