martes, 19 de octubre de 2010

2. LA MORAL CALVINISTA

En El protestantismo y la moral, libro que subraya y profundiza algunos temas del libro anterior, antes de estudiar los aspectos éticos del calvinismo, Aranguren identifica cuatro grandes aspectos en la doctrina calviniana: el énfasis en la majestad de Dios, la predestinación, la utilidad de la ley y la obediencia. Su conclusión es muy sugerente:

Ninguna confesión ha hecho estribar la esencia de la religiosidad tan abrumadoramente como la calvinista en el sometimiento a las Órdenes divinas; ninguna fe ha reducido como ésta la personalidad humana a simple ‘herramienta’ en las manos de Dios [aquí cita a Max Weber]; ninguna religión ha enfatizado en tal grado la ‘dependencia’ en que el hombre está de Dios. Esta unilateralidad en la concepción de la vida religiosa tenía que terminar, dentro de la corriente histórica moderna de la progresiva afirmación del hombre frente a todo lo no humano, en la actitud contraria: la proclamación del hombre como fin en sí mismo, independiente y autónomo.(7)

Es justamente la autonomía humana el punto de partida para el análisis de la moral calvinista, pues, observa Aranguren, “la autonomía kantiana y poskantiana se opone, ciertamente, a la teonomía calvinista, pero a la vez deriva de ella.(8) Al contrastar nuevamente el calvinismo con el luteranismo, sobre todo en sus relaciones con la modernidad, pone de relieve —siguiendo a Weber— el concepto, dinámico y subjetivo, de vocación o llamamiento, que “hace referencia a la tarea individual de cada hombre, aquella a la que Dios le llama. (Tarea práctica y externa; no se trata de una pura ‘vocación’ interior en la acepción que esta palabra [...] tiene en español, sino de un quehacer determinado en el mundo.) Vocación, pues, como llamada concreta a una ocupación activa”. (9) Para el calvinismo esta realidad es el motor de la acción humana y de la ética.

La moral calvinista, añade Aranguren, tiene un carácter reduplicativo porque “se ha ido haciendo a través de la vida, como ordenamiento práctico de la conducta humana y no en virtud de teorías”. (10) Los calvinistas inventaron sobre la marcha y pusieron por obra una moral que configura el cuadro de las virtudes cristianas, entre las que sobresalen, por mucho, el trabajo y la disciplina, con lo que se afirma la superioridad de la vida activa aun cuando se desprecien algunas áreas de la vida humana como el juego, la literatura y el arte, debido a su “sabor de vanidad”. El cuadro de las virtudes calvinistas, afirma Aranguren, “está montado sobre una distribución correlativa de pasiones dominantes y reprimidas”. (11) Por todo ello, la actividad calvinista en el mundo se orienta hacia los negocios, pero en el sentido etimológico de la palabra (“negación del ocio”), no en el peyorativo, y en eso estriba la grandeza del espíritu puritano, en su sentido moral. De ahí procede, entonces, todo un universo semántico y práctico: bien común, riqueza, honradez, honestidad, al grado de que, como recordaba Weber, el proverbio “Honrado como un hugonote”, era usual en el siglo XVII. La religión se “reduce”, así, a honradez y justicia, primer paso para la actitud meramente utilitaria, según el filósofo español.

Con todo, Aranguren concluye su libro —al hablar de la tensión de la moral y la religión en el mundo actual—, refiriéndose a otros factores que han influido en la formación y establecimiento de un ateísmo ético. Para ello, recurre a Sartre, Camus y otros autores. Comprende muy bien que el calvinismo y, en general, el protestantismo, han sido componentes del desarrollo moral en Occidente, sin dejar de afirmar la supuesta superioridad del catolicismo como “religión de la gracia del Dios redentor y de la justicia del hombre redimido”.

Sus conclusiones, polémicas, no dejan de observar la importancia de la relación entre la actitud religiosa y la actitud ética. Este es precisamente el mayor aporte de una discusión tan minuciosa de la moral calvinista.


Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

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