CÓMO
CONDUCIR LAS PERSONAS A CRISTO
Lectura bíblica: Ro. 1:16; 10:14; 1 Ti. 2:1, 4;
Mr. 16:15
En el mensaje anterior, dijimos que después de
haber creído en el Señor, uno debe testificar por el Señor. En este mensaje
queremos hablar sobre las diversas maneras que podemos usar para conducir a
otros a Cristo, pues si no sabemos cómo conducir a la gente a Cristo, temo que
nuestro testimonio será en vano. Así pues, si deseamos conducir a la gente a
Cristo, debemos hacer y aprender varias cosas, las cuales pueden dividirse en
dos categorías: primero, lo relacionado con acudir a Dios de parte de los
hombres y, segundo, lo relacionado con ir al hombre de parte de Dios.
Además,
quisiéramos decir algo con respecto a la distribución de folletos.
I. NOS PRESENTAMOS ANTE DIOS DE PARTE DE LOS
HOMBRES
A. La oración es el fundamento para conducir a
las personas a Cristo
Tenemos que hacer un trabajo fundamental a fin de
poder conducir a otros a Cristo, y este es que antes de hablarles a los
hombres, tenemos que hablar con Dios. Primero tenemos que pedir delante de Dios
y después podemos hablar con los hombres. Siempre necesitamos hablar primero
con Dios, y no con el hombre. Algunos hermanos y hermanas, a pesar de ser muy
diligentes y dinámicos en llevar a las personas a Cristo, no oran por ellas.
Una persona puede manifestar gran interés por el bien de los demás, pero si
carece de la carga necesaria para interceder por ellos delante del Señor;
ciertamente sus esfuerzos serán ineficaces. Es necesario que primero recibamos
una carga del Señor antes de poder dar testimonio a los hombres.
El Señor Jesús dijo: ―Todo lo que el Padre me da,
vendrá a Mí; y al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera‖ (Jn. 6:37); y en Hechos 2:47 vemos que día tras día, el Señor era
quien incorporaba a la iglesia a los que iban siendo salvos. Lo primero que
debemos hacer es interceder por las personas ante Dios, pidiéndole que las
entregue al Señor Jesús y las añada a la iglesia. A fin de que los hombres sean
salvos, necesitamos pedir e implorar a Dios por ellos. Es difícil lidiar con el
corazón de los hombres. Ciertamente no es nada fácil hacer que una persona se
vuelva de todo corazón al Señor. Por ello, primero tenemos que acudir a Dios y
orar por dichas personas, pidiéndole a Dios que ate al hombre fuerte (Lc.
11:21-22); después podremos conversar con ellas con toda libertad. Tenemos que
presentar a estas personas delante del Señor, una por una, y orar por ellas
fervientemente, antes de poder guiarlas eficazmente a Cristo.
Las personas que
saben conducir a otros a Cristo, se caracterizan por el hecho de que saben
orar. Si usted tiene dificultad en lograr que sus oraciones sean contestadas,
tendrá problemas cuando trate de dar testimonio del Señor, pues si no puede
confiar en la oración, le faltará la confianza necesaria para llevar a otros a
Cristo. Por tanto, tienen que aprender a orar de una manera práctica y no dejar
de atender a este asunto.
B. Llevar un cuaderno de registro
A fin de orar por otros de una manera apropiada,
es necesario llevar cuentas de nuestras oraciones en un cuaderno de registro.
Debemos permitir que Dios ponga en nuestro corazón los nombres de aquellas
personas que Él desea salvar. Cuando usted recién fue salvo, ¿cómo supo a quién
debía efectuar restitución? ¿Cómo supo a quién debía retribuir por algún
perjuicio? Fue el propio Señor quien nos recordó el nombre de dicha persona y
el asunto que teníamos pendiente con ella. Fue Él quien nos instó a efectuar
restitución. Un día, a usted le sobrevino cierto pensamiento; otro día, se
acordó de alguna otra cosa; y así, como resultado de haber sido iluminado,
usted tomó medidas con respecto a cada uno de esos asuntos.
Este mismo
principio se aplica cuando se trata de conducir a otras personas a Cristo.
Permitamos que sea el Señor quien ponga ciertos nombres en nuestro corazón y,
cuando esto suceda, espontáneamente surgirá en nosotros una carga que nos insta
a orar por dichas personas. Quizás el Señor ponga unas cuantas personas en
nuestro corazón o, tal vez, unas cuantas docenas de personas. Al anotar estos
nombres, lo más importante es anotar aquellos nombres que el Señor puso en
nuestro corazón. No debemos sentarnos y producir una lista al azar, pues
estaríamos perdiendo el tiempo.
De hecho, nuestro éxito dependerá de cómo
comencemos. Usted tiene que suplicar a Dios específicamente por algunas
personas, nombre por nombre. De entre sus familiares, amigos, colegas,
compañeros de clase y conocidos, espontáneamente le vendrán a la mente algunos
nombres. Entonces, surgirá en usted cierto sentir con respecto a ellos y tendrá
el anhelo de que sean estos los primeros en ser salvos.
Podemos hacer un registro que tenga cuatro
columnas. La primera es para el número de orden; la segunda, para la fecha; la
tercera, para el nombre; y la cuarta, para la fecha en que la persona recibe la
salvación. Esto hará que podamos recordar el número de orden que le asignamos a
cada persona, la fecha en que comenzamos a orar por ella y la fecha en que se
salvó.
Si lamentablemente la persona muere antes de ser salva, podemos usar la
cuarta columna para anotar la fecha de su fallecimiento. Una vez que alguien
esté anotado en esta lista, debemos interceder por él con perseverancia, sin
desmayar. Debemos orar por esa persona hasta el día en que se salve o se muera.
Si la persona todavía vive, debemos seguir orando por ella hasta que sea
salva. Un hermano
oró por un amigo suyo durante dieciocho años, hasta que este fue salvo.
No se
sabe cuando una persona será salva; algunos son salvos después de un año,
otros, después de dos o tres meses. Ciertas personas parecen casos imposibles,
pero con el tiempo, se salvan. No debemos desmayar, sino que debemos orar con
persistencia por la salvación de esas personas.
C. El mayor obstáculo a nuestra oración son
nuestros pecados
La oración nos pone a prueba y pone en evidencia
cuál es nuestra condición espiritual delante del Señor. Si nuestra condición
espiritual es apropiada y normal, las personas por las que oramos se salvarán
una tras otra. Si intercedemos continuamente por ellas delante del Señor, al
principio se salvarán una o dos, y con el tiempo otras más. Las personas deben
ser salvas con cierta regularidad. Si ha transcurrido un tiempo prolongado
durante el cual el Señor no ha contestado nuestras oraciones, esto es un
síntoma de que hemos contraído alguna enfermedad espiritual con respecto a
nuestra relación con el Señor. Entonces, debemos acudir al Señor en busca de
luz, a fin de identificar el problema que nos aqueja.
Nada obstaculiza tanto nuestra oración como
nuestros pecados. Debemos aprender a vivir una vida santa en la presencia del
Señor y rechazar todo aquello que sabemos es pecado, pues si lo toleramos o lo
tomamos a la ligera, nuestras oraciones serán estorbadas.
Nuestros pecados tienen tanto el aspecto objetivo
como el subjetivo. El aspecto objetivo concierne a Dios, mientras que el aspecto
subjetivo tiene que ver con nosotros. En términos objetivos los pecados
constituyen un obstáculo para la gracia de Dios y Sus promesas. En Isaías
59:1-2 se nos dice: ―He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para
salvar, / Ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han
hecho división / Entre vosotros y vuestro Dios, / Y vuestros pecados han hecho
ocultar / De vosotros su rostro para no oír‖. Y en Salmos 66:18
se nos dice: ―Si en mi corazón hubiese yo mirado la iniquidad, / El Señor no me
habría escuchado‖.
Así pues, si uno no ha tomado las medidas apropiadas con respecto a
sus pecados, estos se convertirán en un obstáculo para sus oraciones. Los
pecados que no hemos confesado, aquellos con respecto a los cuales todavía no
hemos aplicado la sangre de Cristo, constituyen un gran obstáculo delante de
Dios y son la causa de que nuestras oraciones no sean contestadas. Esto
concierne al lado objetivo.
En términos subjetivos, el pecado hace daño a la
conciencia del hombre. Cuando una persona peca, no importa lo que se diga a sí
misma, ni cuánto lea la Biblia, ni cuántas promesas encuentre en la Palabra, ni
cuánta gracia se encuentre en Dios, ni cuanto Dios haya aceptado a esa persona;
su conciencia todavía seguirá
débil y oprimida.
En 1 Timoteo 1:19 se nos dice: ―Manteniendo la fe y una buena conciencia,
desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos‖. Un barco puede ser pequeño o viejo, pero no debe tener agujeros. De
igual manera, nuestra conciencia no debe hacer agua, porque si hay una perdida
de paz, eso nos impedirá orar. Por lo tanto, hay obstáculos no solamente
delante de Dios, sino también dentro del hombre. La relación entre la fe y la
conciencia es exactamente igual a la de un barco y su carga; o sea, la fe es como
la carga y la conciencia como el barco. Cuando el agua entra en el barco, la
carga será dañada. Cuando la conciencia es fuerte, la fe también lo es, pero si
la conciencia naufraga, la fe se desvanecerá. Si nuestro corazón nos reprende,
mayor que nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas (1 Jn. 3:20).
Si deseamos ser hombres de oración, debemos
eliminar minuciosamente todo el pecado de nuestras vidas. Hemos vivido en el
pecado por mucho tiempo y, si queremos ser liberados totalmente de él, debemos
confrontarlo con toda seriedad. Tenemos que acudir a Dios y confesar todo
pecado, poniéndolo bajo la sangre, rechazándolo y apartándonos del mismo.
Entonces, nuestra conciencia será restaurada. Una vez que la sangre nos limpia
y nuestra conciencia es restaurada, nuestro sentimiento de culpa desaparece y
espontáneamente contemplamos el rostro de Dios.
No le demos ninguna oportunidad
al pecado, porque esto nos debilitará delante del Señor. Si estamos débiles, no
podremos interceder por otros. Siempre y cuando el pecado permanezca, no
seremos capaces de decir nada en nuestra oración. El pecado es nuestro problema
número uno, y en todo momento, incluso a diario, debemos permanecer alertas
para reconocerlo en cuanto surja. Si, delante del Señor, uno toma las medidas
pertinentes con respecto a sus pecados, entonces podrá interceder por otros y
conducirlos al Señor.
D. Orar con fe
Otro aspecto muy importante es orar con fe. Si
nuestra conciencia no nos acusa, es fácil poseer una fe prevaleciente y,
espontáneamente nuestras oraciones serán contestadas.
¿Qué es la fe? La fe es estar libres de toda
duda. Es aceptar las promesas de Dios cuando oramos. Él desea que oremos y nos
lo pide, por eso dijo: ―Mandadme acerca de la obra de mis manos‖ (Is. 45:11). Si oramos, Dios tiene que respondernos. El Señor Jesús
dijo: ―Llamad, y se os abrirá‖ (Mt. 7:7). Una vez que
llamamos a Su puerta, es imposible que Él se niegue a atendernos. Y puesto que
Él dijo: ―Buscad, y hallaréis‖, es imposible buscar y no
hallar. Puesto que Jesús nos dijo: ―Pedid, y se os dará‖, es imposible pedir y no recibir. Si no tenemos tal convicción, ¿qué
concepto tenemos de nuestro Dios? Debemos saber que las promesas de Dios son
fieles y fidedignas. La fe se basa en nuestro conocimiento de
Dios; así pues, cuanto mejor le conozcamos, más prevaleciente se será nuestra
fe.
Puesto que somos salvos, y conocemos a Dios, podemos creer, no debemos
tener ninguna dificultad en creer. Cuando creemos, Dios contesta nuestras
oraciones. Aprendamos a ser personas llenas de fe desde el comienzo de nuestra
vida cristiana. No debemos poner nuestra confianza en lo que sentimos o
pensamos, sino en la palabra de Dios. Las promesas de Dios son como dinero, ellas
son tan eficaces como si fuera dinero en efectivo. De hecho, las promesas de
Dios son la obra de Dios. Las promesas de Dios anuncian Su obra, mientras que
Su obra es la manifestación de Sus promesas.
Tenemos que aceptar las promesas
de Dios de la misma manera en que aceptamos Su obra. Cuando creemos en la
palabra de Dios y permanecemos firmes en la fe, en vez de dudar, veremos cuán
reales son las palabras de Dios y cómo nuestras oraciones son contestadas.
E. Debemos aspirar a ser personas de oración
Debe ser nuestra ambición llegar a ser personas
de oración, es decir, personas poderosas delante de Dios. Algunas personas
tienen más poder que otras delante de Dios; es decir, cuando ellas oran, Dios
las escucha, mientras que cuando otras personas lo hacen, no son escuchadas.
¿Qué significa ser poderoso delante de Dios? Simplemente significa ser
escuchado por Dios. Es como si Dios se complaciera en dejarse influenciar por
cierta clase de personas. Hay personas que son capaces de ejercer influencia
sobre Dios. Así también, no tener poder delante de Dios simplemente significa
no ser escuchados por Él. Esta clase de persona puede pasar muchas horas
delante de Dios y, aun así, ser ignorada por Él. Pero nosotros debemos anhelar
que nuestras oraciones sean contestadas con regularidad.
Debemos tener tal
aspiración; pues ninguna bendición se compara a la de siempre recibir respuesta
a nuestras oraciones. Tenemos que orar pidiéndole al Señor: ―Que todas nuestras
peticiones sean gratas a Tus oídos‖. No hay nada más
glorioso que lograr que Dios incline Su oído a nosotros. Es algo tremendo que
Dios nos tenga tanta confianza, al grado que nos dé todo cuanto le pidamos.
Al orar, al estar en la presencia del Señor,
debemos mencionar los nombres de las personas por las que tenemos carga, una
por una. Debemos considerar cuanto tiempo demora Dios en salvarlas. Si nuestras
oraciones no han sido contestadas después de mucho tiempo, tenemos que
examinarnos a nosotros mismos y someternos al escrutinio de Dios. Con
frecuencia, si queremos que nuestras oraciones sean contestadas, es necesario
que tomemos ciertas medidas con respecto a nuestra condición espiritual. Si
nuestras oraciones no han sido contestadas, generalmente es un indicio de que
estamos enfermos en alguna área de nuestra vida espiritual. Por lo que, si
seriamente no tomamos medidas al respecto, siempre fracasaremos.
Por esto es
necesario mantener un cuaderno de registro, una lista, para ver si nuestras
oraciones han sido contestadas o no. Hay muchos que ni siquiera saben si sus
oraciones son contestadas, debido a que no mantienen un registro detallado de
las mismas. Por eso, los hermanos y hermanas que recién han sido salvos
debieran dedicar un cuaderno para este propósito, con lo cual podrán saber si
sus oraciones han sido contestadas o no, y si existe algún problema entre ellos
y el Señor.
Además, esto les permitirá saber cuándo necesitan examinarse ellos
mismos y cuándo necesitan ser examinados por Dios.
Si a pesar de haber orado por un largo tiempo,
todavía no ha recibido respuesta, debe darse cuenta de que debe haber algún
obstáculo, y que dicho impedimento siempre se debe a que algún pecado está
afectando nuestra conciencia o que hay problemas con relación a nuestra fe. No
es necesario que los nuevos creyentes se preocupen de aspectos más profundos de
la oración; ellos deben tener en cuenta únicamente su conciencia y su fe. Así
pues, al estar en la presencia del Señor, debemos confesar nuestros pecados,
tomar las medidas correspondientes con respecto a los mismos y rechazarlos. Al
mismo tiempo, debemos tener plena confianza en las promesas de Dios. Si hacemos
esto, las personas por las que oremos se salvarán una por una, y llevaremos una
vida en donde abundan las respuestas a nuestras oraciones.
F. Orar diariamente
Debemos orar por todos los que nos rodean. ¿No
hay nadie a su alrededor que necesite oración? ¿Cuántos compañeros de trabajo
tenemos? ¿Cuántos vecinos? ¿Cuántos familiares y amigos? Pidámosle siempre al
Señor que ponga en nuestro corazón a una o dos personas específicas, porque
cuando esto sucede, significa que Él tiene la intención de salvarlas por medio
nuestro.
Debemos escribir tales nombres en nuestro cuaderno de oración y orar por
ellos constantemente.
Para efectuar este trabajo de intercesión,
necesitamos apartar un tiempo específico. Si decidimos orar por una hora, media
hora o quince minutos diariamente, debemos hacerlo a una hora determinada; de
lo contrario, no haremos oraciones específicas, y como resultado dejaremos de
orar. Por ello, siempre debemos tener una hora fija para orar, sea quince
minutos o media hora.
No debemos excedernos haciendo planes, por ejemplo, para
orar por dos horas, pues a la postre no lo podremos cumplir. Es más práctico
apartar una hora, media hora o quince minutos. Siempre debemos tener una hora
fija en la que oramos por aquellos que necesitan nuestras oraciones. No debemos
descuidar tal hábito; esta debe ser una práctica diaria. Después de cierto
tiempo, veremos cómo los pecadores se salvan uno por uno.
G. Algunos
ejemplos de intercesión
Mencionaremos algunos casos que nos muestran cómo
otros creyentes han realizado esta labor.
1. Un calderero
Después de ser salvo, un obrero que trabajaba en
el cuarto de calderas de un barco, le preguntó al hermano que lo guió a Cristo,
qué debía hacer por el Señor. Este hermano le respondió que el Señor escogería
a algunos de sus compañeros de trabajo y los pondría en su corazón, y que
cuando esto sucediera, orara por ellos. Aunque había más de diez personas que
trabajaban junto a él en ese lugar, el calderero recordó una de ellas en
particular y se puso a orar por ella. Dicha persona llegó a enterarse de que
este hermano oraba por él diariamente y se enojó. Sin embargo, algún tiempo
después esta misma persona asistió a una reunión convocada por un evangelista
y, al oír la invitación que el evangelista hacía al público para recibir al
Señor, se puso en pie exclamando:
―¡Yo quiero creer en Jesús!‖. El evangelista le preguntó: ―¿Por qué quiere creer en Jesús?‖. El hombre le respondió: ―Porque una persona ha estado orando por mí,
así que tengo que creer en Jesús‖. El calderero
había estado orando por este hombre y, aunque esto provocó su ira en un
principio, a la postre, el poder de la oración prevaleció y lo salvó.
2. Un joven de dieciséis años
Un joven de dieciséis años trabajaba como
dibujante en una firma constructora. El ingeniero principal de esa compañía
tenía muy mal genio e inspiraba temor en casi todos sus subalternos. Sin
embargo, cuando este joven fue salvo, empezó a orar por este ingeniero. Aunque
le tenía miedo y no se atrevía a hablarle, diariamente oraba fervientemente por
él. Después de un corto tiempo, el ingeniero le preguntó: ―Tengo más de
doscientos empleados en la compañía, pero siento que tú eres diferente. Podrías
decirme, por favor, ¿por qué tu y yo somos tan diferentes?‖.
El ingeniero tenía cuarenta o cincuenta años y el joven solamente
dieciséis. El joven le respondió: ―Es porque creo en el Señor Jesús y usted no‖. Al oír esto, inmediatamente el ingeniero dijo: ―Yo también quiero
creer en Él‖. El joven lo llevó a la iglesia y él fue salvo.
3. Dos hermanas
En Europa existen casas de huéspedes; no son
hoteles, pero hospedan a viajeros. Dos hermanas que eran cristianas, tenían una
casa de éstas en la cual solían hospedar de veinte a treinta personas. A ellas
les perturbaba la ropa ostentosa de los viajeros y lo vano de sus
conversaciones, así que las hermanas se propusieron ganarlos para Cristo. Sin
embargo, no estaban seguras de poder lograrlo, pues los
huéspedes eran muchos y ellas eran sólo dos. ¿Cómo podrían ganarlos?
Entonces
se les ocurrió que la mejor manera de hacerlo era sentarse una a cada extremo
del salón durante la tertulia y orar por los huéspedes desde ambos lados.
El primer día, después de la cena y mientras los
huéspedes conversaban, cada hermana se sentó a un extremo del salón y ambas
oraban por sus huéspedes uno por uno. A causa de ello, las bromas y la trivialidad
de los huéspedes cesaron aquel día y se preguntaban que había pasado. Una
persona fue salva ese mismo día. Al día siguiente, una señora se salvó. Y poco
a poco, uno tras otro, todos ellos fueron traídos al Señor.
Es imprescindible que oremos. De hecho, la
oración de intercesión es el primer requisito para llevar a otros al Señor.
Tenemos que orar sistemáticamente, en forma ordenada, diaria y sin cesar hasta
que todos nuestros amigos sean salvos.
II. IR AL HOMBRE DE PARTE DE DIOS
No basta con acudir a Dios de parte de los
hombres, sino que también debemos ir a los hombres de parte de Dios. Debemos
hablarles de Dios. Hay muchos que no tienen temor de hablar con Dios, pero
carecen del valor necesario para hablarles a los hombres. Debemos ser valientes
para hablar con los hombres y decirles la clase de Señor que es nuestro Señor.
Al hablar con los hombres, debemos tener en cuenta varias cosas.
A. Jamás debemos enfrascarnos en disputas
inútiles
En primer lugar, jamás se enfrasquen en vanas
discusiones. Esto no quiere decir que jamás vayamos a discutir. El libro de
Hechos consigna algunas disputas e incluso Pablo polemizó (cfr. Hch. 17:2,
17-18; 18:4, 19). Sin embargo, las disputas inútiles no contribuyen a la
salvación de ninguna persona.
A veces vale la pena enfrascarse en alguna
polémica, sobre todo si procuramos ser de beneficio para los que presencian tal
discusión. Pero ciertamente, debemos evitar discutir con aquellas personas a
las que tratamos de salvar, debido a que generalmente las discusiones alejan a
las personas en lugar de acercarlas al Señor. Si usted discute con una persona,
ella posiblemente huirá.
Muchos piensan que pueden conmover el corazón de
los hombres con sus argumentos, pero en realidad esto jamás sucede. En el mejor
de los casos, nuestros argumentos pueden resultar convincentes para la mente de
los hombres, pero aún cuando ellos no puedan refutar nuestros argumentos, no
habremos ganado sus corazones. Tales discusiones son ineficaces. Debemos
esforzarnos por argumentar menos y testificar más.
Basta con contarle a la gente que la paz y
la alegría nos inundan desde que creímos en el Señor Jesús; y que ahora aun
dormimos mejor y disfrutamos más de nuestros alimentos. Nadie puede discutir
con tales asuntos. Sólo pueden asombrarse. Usted tiene que hacerles ver que
ellos no tienen la paz ni el gozo que usted posee y que, por tanto, ellos
necesitan creer en el Señor.
B. Debemos ceñirnos a los hechos
A fin de conducir a las personas al Señor es
necesario hacer hincapié en los hechos, no en las doctrinas. Simplemente
recordemos cómo es que nosotros mismos fuimos salvos. Ninguno de nosotros creyó
simplemente debido a que pudo entender ciertas doctrinas. Muchos entienden las
doctrinas, pero no creen. A cualquier hermano le será imposible guiar a otra
persona a Cristo por medio de argumentos y doctrinas. El secreto para guiar a
los hombres a Cristo es ceñirse a los hechos.
Por ello, frecuentemente, las
personas más sencillas son las más eficaces cuando se trata de conducir a otros
al Señor, mientras que aquellos que son expertos en doctrinas quizás no sepan
cómo hacerlo. Algunas personas pueden predicar mensajes maravillosos; pero ¿qué
fruto tiene ganar las mentes de los hombres si no pueden conducirlos a que sean
salvos?
Había un anciano que asistía a las reuniones de
la iglesia porque consideraba que ello era una buena costumbre. Él no era
salvo, pero asistía a las reuniones de la iglesia todos los domingos y hacía
que toda su familia fuera con él. Pero cuando retornaba a su hogar, él seguía
dando rienda suelta a su ira y profería toda clase de palabras soeces. Toda la
familia le temía. Un día su hija, que era creyente, vino a visitarlo acompañada
de la hijita de ella. El anciano llevó a su nieta a la iglesia y, al salir, la
pequeña examinó a su abuelo y le pareció que él no tenía el aspecto de un
creyente, por lo que le preguntó: ―Abuelo, ¿crees en el Señor Jesús?‖. Él le respondió: ―Las niñitas deben mantener su boca cerrada‖. Después de dar unos cuantos pasos, la niña le dijo: ―Tu no pareces
que eres uno que ha creído en Jesús‖. Otra vez el
anciano le dijo: ―Las niñas deben mantener su boca cerrada‖.
Poco después, ella preguntó: ―¿Abuelito, por qué no crees en Jesús?‖. Esta niñita se había percatado de un hecho: su abuelo no asistía a
las reuniones de la iglesia como corresponde a un creyente. Aquel anciano, que
de otro modo era tosco y difícil de tratar, se hizo más asequible a raíz de las
preguntas que le hizo su nietecita. Aquel mismo día recibió al Señor.
Se requiere de cierta habilidad para predicar el
evangelio. Uno tiene que conocer la manera en que Dios trabaja antes de poder
predicar el evangelio. Es posible que una persona predique conforme a las
doctrinas correctas y logre atraer multitudes que quieran escuchar sus mensajes
y, aun así, tenga que despedir dichas multitudes sin haber logrado que ninguno
se salve. Si uno sale a pescar con un anzuelo recto, no pescará nada. El
anzuelo tiene que ser curvo si se quiere pescar
algún pez. Asimismo, aquellos que conducen a la gente al Señor, deben saber
cómo usar un anzuelo.
Es decir, usar solamente las palabras que pueden pescar a
la gente. Por ello, si no podemos ganar a las personas con las palabras que
usamos, debemos esforzarnos por cambiar nuestra manera de hablar. Si nos
concentramos en los hechos, nuestras palabras tendrán la capacidad de cautivar
y atraer a las personas, pues tales palabras podrán conmover a los demás.
C. Debemos tener una actitud sincera
No tratemos de profundizar en muchas enseñanzas;
más bien, procuremos hacer referencia a los hechos. Y esto debe ir acompañado
de una actitud sincera, pues salvar almas no es asunto trivial. Una vez conocí
a una persona que anhelaba conducir a otros al Señor; y estaba dispuesta a
interceder por ellos en oración, pero tenía una actitud incorrecta. Esta
persona solía bromear cuando hablaba del Señor. Así que sus bromas menoscababan
cualquier medida de poder espiritual que poseía.
Como resultado no pudo
conducir a nadie al Señor. Tenemos que manifestar una actitud genuina, nuestra
actitud no puede ser la de una persona frívola o que le falta seriedad; sino
más bien, tiene que ser evidente a la gente que nos escucha, que estamos
dispuestos a hablarles de asuntos trascendentales que verdaderamente revisten
de suma importancia.
D. Debemos orar pidiendo una oportunidad para
hablar
Debemos orar incesantemente para que Dios nos dé
la oportunidad de hablar. Dios contesta este tipo de oración.
Una vez por semana, cierta hermana reunía a un
grupo de mujeres para estudiar la Biblia. Todas trabajaban en la misma compañía
y ninguna creía en el Señor. La hermana observó que una de ellas, quien se
preocupaba mucho por su manera de vestir, era muy altiva y no prestaba atención
a nada de lo que ella decía. Así que comenzó a orar por ella y le pidió al
Señor que le diera la oportunidad de hablar con ella. Un día sintió el deseo de
invitarla a tomar el té, y puesto que a esta señora le encantaba charlar,
aceptó la invitación. Cuando llegó, la hermana le animó a creer en el Señor,
pero ella respondió: ―No puedo creer, porque me gustan los juegos de azar, me
fascinan los placeres y no quiero renunciar a nada de ello. No puede creer en
Jesús‖. La hermana le respondió:
―Si uno desea creer en el Señor Jesús, no
puede seguir participando en juegos de azar. Todo el que quiera creer en el
Señor Jesús tiene que renunciar a la vanagloria de este mundo. Así pues, tienes
que renunciar a todo ello si deseas creer en el Señor Jesús‖. Aquella mujer le dijo: ―Es un precio demasiado elevado; no podré
pagarlo‖. La hermana le dijo: ―Espero que cuando estés sola en tu casa,
reflexiones al respecto‖. Después de decir esto, la hermana continuó orando por ella.
Cuando llegó a su casa, esta mujer se arrodilló a orar. Después de haber orado,
en un impulso se dijo: ―Hoy he decidido seguir al Señor Jesús‖.
Ella sufrió un cambio repentino. Ella misma no podía explicarlo,
pero su corazón se tornó, al punto que cambió su manera de vestir y ya no lo
hacía como antes. Una serie de cambios maravillosos fueron sucediendo uno tras
otro en su vida. En el lapso de un año, muchas de sus compañeras de trabajo,
una por una, fueron conducidas al Señor.
Quizás pensemos que es difícil hablarle a
alguien, pero si oramos por él, el Señor nos dará la oportunidad propicia para
hablarle, y esa persona cambiará. Al principio, aquella hermana que conducía
estudios bíblicos en su casa había sentido temor de hablar con esa mujer,
porque ella era muy arrogante y creía saberlo todo. Pero un día el Señor le
puso la carga de orar por aquella mujer, y otro día le dijo que fuera a
hablarle, y la hermana, desechando sus consideraciones, le habló del Señor. Por
una parte, necesitamos orar, y por otra, debemos aprender a abrir nuestra boca.
Después de orar por una persona durante algún tiempo, el Señor les dará el sentir
de hablarle a esa persona. Entonces, tendrá que hablarle acerca de la gracia
del Señor y de lo que Él ha hecho por usted. Tal persona no podrá ofrecer
resistencia alguna, porque no podrá negar lo que el Señor ha hecho en usted.
Los hermanos y hermanas que recién han sido salvos deben orar diariamente por
la oportunidad de hablarle a otros. ¡Es una lástima que muchos que han sido
salvos por varios años no se atrevan a hablarles a sus familiares y amigos!
Quizás debido a ese temor hayan perdido muchas oportunidades que les estaban
esperando.
E. Hablar a tiempo y fuera de tiempo
Dijimos anteriormente que debemos orar antes de
hablarle a una persona. Sin embargo, esto no significa que si no hemos orado,
no podamos hablar. Debemos predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo,
aprovechando toda oportunidad que se nos presente. Incluso, podemos hablarle
del Señor a alguien al que tal vez sea la primera vez que lo veamos. Ustedes no
saben lo que les falta, siempre tomen la oportunidad de hablar.
Tenemos que
estar siempre preparados para abrir nuestra boca. Aunque es importante orar por
quienes figuran en su cuaderno de registro, no debemos dejar de orar por las
que no conocemos personalmente. Debemos orar diciendo: ―Señor, por favor, salva
a los pecadores. Cualquiera que sean, ¡Sálvalos!‖. Asimismo,
siempre que nos encontremos con alguien y sintamos en nuestro corazón un
intenso deseo de hablarle, debemos hacerlo.
Si no prestamos atención a este sentimiento que
nos insta a hablar a algún desconocido, habremos dejado que un alma se nos
escape. No debemos permitir que tantas almas se nos escapen de las manos.
Tenemos la expectativa de que todos los hermanos
y hermanas testificarán fielmente del Señor y así conducirán muchos a Cristo.
F. Estudiarlas cuidadosamente
Cada vez que guiemos a una persona al Señor,
tenemos que analizarla cuidadosamente, como un doctor que estudia
minuciosamente el caso de cada uno de sus pacientes. Un médico no puede recetar
la misma medicina a todo el mundo. Él le da una medicina en particular a un
paciente específico. Lo mismo sucede cuando conducimos a las personas a Cristo.
Nadie puede ser doctor sin haber estudiado medicina.
De la misma forma, nadie
puede guiar a ningún hombre al Señor, sin haberlo estudiado. Algunos hermanos
son muy eficaces en su labor de salvar a los incrédulos porque los han
estudiado primero. Al comenzar la obra de llevar hombres a Cristo, un nuevo
creyente debe laborar arduamente para estudiar cada caso. Tenemos que averiguar
por qué una persona aceptó al Señor.
¿Qué palabra hizo que abriera su ser, y
por qué otra persona no lo hizo? ¿Por qué alguien, después de escuchar
atentamente por un momento, se escabulló? ¿Por qué una persona aceptó al Señor
después de haberse opuesto a ello anteriormente? ¿Por qué los peces no pican
después que uno ha esperado por bastante tiempo? Debemos averiguar siempre la
razón por la que el Espíritu actúa y también por la que no actúa.
Si no podemos conducir a otras personas a Cristo,
no debemos echarle toda la culpa a otros. Quienes saben conducir a la gente al
Señor se caracterizan por siempre examinarse primero ellos mismos cuando
procuran identificar la raíz del problema. No podemos esperar en la playa con
la esperanza que los peces salten a la orilla. Ciertamente conducir a la gente
al Señor no es una tarea simple. Así pues, será necesario que dediquemos algún
tiempo a examinar nuestra situación y averiguar dónde radican los problemas.
Conducir a las personas al Señor es una habilidad y esta se adquiere por medio
de laborar con las personas.
Ya sea que nuestra experiencia haya sido exitosa o
no, siempre hay algo que podemos aprender de ella. Si fracasamos, debemos
averiguar el motivo de nuestro fracaso. Si tenemos éxito, debemos identificar
el motivo del mismo. Cualquiera que sea la situación que enfrentamos, es
necesario averiguar qué motivó un resultado determinado.
Si practica esto diligentemente, aprenderá muchas
lecciones. Finalmente, descubrirá algo muy interesante: que en lo concerniente
a creer en el Señor, en este mundo sólo existen unas cuantas categorías de
personas. Así, al encontrar cierta clase de persona, a usted le bastará con
hablarle de cierta manera para que ella acepte al Señor; y si usted le habla de
otra manera, dicha persona le contradecirá y se negará a creer en el Señor. Así
pues, si usted sabe cómo tratar a esta clase de persona, usted podrá tener
éxito con la gran mayoría de personas.
Entonces,
sabrá cómo tratar a las personas que estén en su registro y también sabrá cómo
tratar a las personas que encuentre en su camino. En cuanto se encuentre con
alguien, aprovechará de dicha oportunidad para darle testimonio, y será capaz
de determinar inmediatamente con qué clase de persona está tratando. Usted
sabrá en su corazón cómo tratar a esta clase de persona y qué decirle. Es muy
probable que dicha persona sea salva. Si usted estudia cada uno de los casos
que le toque enfrentar, en uno o dos años llegará a convertirse en una persona
muy hábil en ganar almas para el Señor.
Usted comprenderá que se requiere de
sabiduría para ganar almas. Con la misericordia de Dios, usted tal vez pueda
conducir a algunos al Señor, quizás unas cuantas docenas o tal vez cientos. Si
usted estudia detenidamente todos estos casos, llegará a ser una persona muy
poderosa en lo que concierne a ganar almas para el Señor.
APÉNDICE: LA DISTRIBUCIÓN DE FOLLETOS
A. No está limitada por el tiempo
Durante los últimos doscientos o trescientos
años, el Señor ha utilizado folletos para salvar a muchas personas. Una de las
características especiales en cuanto a la distribución de esta clase de
literatura es que no se halla restringida por el tiempo. Si usted trata de
testificar personalmente, estará limitado por el tiempo y por la disponibilidad
de las personas con las que hable, pues ni usted podrá hablar durante
veinticuatro horas al día, ni tampoco su audiencia estará disponible en todo
momento. Aún cuando usted tenga la capacidad de predicar un mensaje
maravilloso, es posible que carezca de una audiencia en ese momento. Sin
embargo, no estamos restringidos por el tiempo cuando se trata de distribuir
folletos, pues uno puede repartir folletos en cualquier momento y éstos pueden
ser leídos a cualquier hora del día. Hoy en día, son muchos los que simplemente
no tienen tiempo para asistir a nuestras reuniones, pero esto no les impide
recibir un folleto. Además, nosotros podemos distribuirlos a quienes transitan
por las calles o a quienes en ese momento se encuentran ocupados en sus
quehaceres, ya sea en sus cocinas o en sus oficinas. Esta es la primera ventaja
que tienen los folletos.
B. Los folletos pueden transmitir todo el
evangelio
Muchas personas son muy fervorosas dando
testimonio del Señor y conduciendo las almas a Cristo. Sin embargo, su
conocimiento es limitado y su capacidad para expresarse también. No pueden
comunicar el evangelio de manera cabal y adecuada. Por ello, además de procurar
conducir a la gente a Cristo por otros medios, un nuevo creyente tiene que
esforzarse al máximo por
aprovechar sus
ratos libres para seleccionar algunos folletos y distribuirlos. Esto le
permitirá efectuar aquello que no podría hacer de otro modo.
C. Los folletos no son afectados por
consideraciones humanas
Además, la distribución de folletos tiene otra
ventaja. Al predicar el evangelio, hay ocasiones en las que no nos atrevemos a
usar palabras fuertes delante de la gente. Pero los folletos no tienen tal
inconveniente, sino que pueden llegar a cualquier persona y decir todo lo que
deseen. Todo aquel que predica el evangelio se halla condicionado por sus
circunstancias particulares, pero los folletos predican el evangelio sin tener
que ser afectados por factores humanos. Los nuevos creyentes deben aprender a
sembrar semillas por medio de la distribución de tratados.
D. Repartir folletos es una manera de sembrar
Otra ventaja de repartir folletos es que uno
puede sembrar por todas partes. El Antiguo Testamento nos dice que debemos
sembrar nuestra semilla en muchas aguas (Nm. 24:7). Se requiere de un esfuerzo
considerable para hablar a una audiencia de tres, cinco o diez personas, pero
no hay ninguna dificultad en repartir mil, dos mil o tres mil folletos en un
solo día. Si una persona puede ser salva con uno de los miles de folletos que
repartimos, eso es maravilloso. Los nuevos creyentes deben aprender a repartir
grandes cantidades de folletos.
E. Dios usa los folletos para salvar a las
personas
Es indudable que los folletos son usados por Dios
para salvar a las personas. Yo conozco a algunos que los deslizan debajo de las
puertas. Otros los introducen en los buzones de correo. Recuerdo un incidente
en el que alguien recibió un folleto y lo tiró en la calle sin leerlo. Otra
persona que pasaba por allí, al sentir que una tachuela de su zapato lo
molestaba, buscó algo que le sirviera de plantilla y no encontró mejor cosa que
ese folleto que encontró en el suelo. Ya en su casa, cuando se disponía a
reparar el zapato que le molestaba, vio el folleto y al leerlo fue salva. Hay
muchos casos similares de personas que han sido salvas por medio de folletos y
muchos de estos casos son verdaderamente maravillosos.
F. Con mucha oración y un corazón dedicado
Un hermano que es recién salvo siempre debe tener
folletos a la mano a fin de repartirlos en sus momentos libres. Al igual que
cuando conducimos a los demás a Cristo, al repartir folletos debemos hacerlo
con mucha oración y con la debida seriedad. Al repartirlos, es igualmente bueno
si podemos hablar
brevemente o si
permanecemos callados. Si el nuevo creyente pone en práctica esto, ciertamente
le será de mucho beneficio.
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