LA LECTURA DE LA BIBLIA
Lectura bíblica: 2 Ti.
3:15-17; Sal. 119:9-11, 15, 105, 140, 148
I. LA IMPORTANCIA DE LEER LA
BIBLIA
Todos los creyentes deben
leer la Biblia porque “toda la Escritura es dada por el aliento de Dios, y útil
para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti.
3:16). La Biblia nos muestra las muchas cosas que Dios ha hecho por nosotros y
cómo Él ha guiado a los hombres en el pasado. Si queremos conocer las riquezas
de Dios, lo vasto de Su provisión para nosotros, y si queremos conocer paso a
paso cómo Dios guía a los hombres, tenemos que leer la Biblia.
Hoy en día, cuando Dios
habla personalmente a los hombres, se basa en lo que Él dijo en el pasado. Es
rara la ocasión en la que Él nos dice algo que no lo haya dicho antes en la
Biblia.
Aun si alguien ha avanzado mucho en su caminar espiritual, la
revelación que reciba de Dios se basará en lo que Dios mismo ya ha hablado en
la Biblia. Por lo tanto, lo que Dios enuncia hoy es simplemente una repetición
de Su Palabra. Si una persona no conoce lo que Dios ha dicho en el pasado, le
será difícil en el presente recibir revelación de parte de Dios debido a que
carece del fundamento para que Dios le hable.
Más aún, si Dios desea
hablar a los demás por medio de nosotros, Él lo hará basándose en lo que Él ya
había hablado en el pasado. Si no sabemos qué es lo
que Dios dijo en el pasado,
Él no podrá hablar a los demás por medio de nosotros, y seremos inútiles a los
ojos de Dios.
Esta es la razón por la cual
necesitamos que la palabra de Dios more en nosotros ricamente. Si Su palabra
mora ricamente en nosotros, conoceremos bien Su manera de actuar en el pasado y
oiremos lo que Él dice hoy. Sólo entonces podrá Dios usarnos a nosotros para
hablar a los demás.
La Biblia es un gran libro,
una obra monumental. Si dedicáramos toda nuestra vida al estudio de la Biblia,
percibiríamos apenas una parte de sus riquezas. Por ende, le será imposible a
una persona entender la Biblia si no le dedica un tiempo para estudiarla. Todo
creyente que recién empieza en la vida cristiana debe esforzarse al máximo por
laborar en la Palabra de Dios para que cuando crezca pueda recibir la nutrición
que ella proporciona y también abastecer a otros con las riquezas de la
Palabra.
Todo aquel que quiera
conocer a Dios debe estudiar Su Palabra con seriedad, y todos los creyentes
deben comprender la importancia de leer la Biblia desde el comienzo mismo de su
vida cristiana.
II. PRINCIPIOS BÁSICOS CON
RESPECTO A LA LECTURA DE LA BIBLIA
Existen cuatro principios
básicos que debemos tener presente al leer la Biblia; ellos son: (1) descubrir
los hechos; (2) memorizar y recitar el texto; (3) analizar, clasificar y
comparar; y (4) recibir la iluminación de Dios.
Debemos seguir esta
secuencia cuando leamos la Biblia. No podemos saltar del tercer punto al
primero ni viceversa. En primer lugar, descubrimos los hechos que constan en la
Biblia. En segundo lugar, memorizamos tales hechos. Al estudiar y memorizar la
Palabra de Dios tenemos que hacerlo con precisión y exactitud. No podemos
darnos el lujo de dejar o ignorar ninguna sección de ella. En tercer lugar,
debemos analizar, clasificar y comparar los hechos.
Después de analizar con
exactitud los hechos, y de haberlos clasificado y comparado debidamente,
estaremos en la posición adecuada para avanzar al cuarto paso, que consiste en
recibir la iluminación de Dios.
La Biblia contiene muchos
hechos o realidades de índole espiritual. Si los ojos internos están cerrados,
no podremos ver tales hechos; pero cuando descubrimos los hechos bíblicos, la
mitad de la luz contenida en la Palabra de Dios estará a nuestra disposición.
La iluminación de Dios no es otra cosa que Su resplandor sobre los hechos que
constan en Su Palabra. Identificar tales hechos es la mitad de nuestra labor
requerida al leer la Biblia y debe ser lo primero que debemos hacer al
estudiarla.
Por ejemplo, la ley de la
gravedad es un hecho, una realidad. Esta existía mucho antes de que naciese
Isaac Newton, pero por miles de años nadie la había descubierto. Un día Newton,
mientras estaba durmiendo bajo un árbol y al darse cuenta de que una manzana le
cayó encima, descubrió la ley de la gravedad. La existencia de los hechos es
incuestionable. La pregunta es si hemos logrado descubrir tales hechos.
Por ejemplo, hay ciertas
cosas que la Biblia menciona en ciertos pasajes, mientras que las ignora en
otros. En cierto pasaje se expresa una cosa, mientras que en otro pasaje se lo
salta. El mismo término puede aparecer de una forma en un lugar y de otra en un
lugar diferente. La misma palabra aparece en plural en ciertos casos, y en
otros, en su forma singular. En algunos pasajes, la Biblia recalca el nombre
del Señor, mientras que en otros hace hincapié en el nombre del hombre. La
cronología se menciona en algunos lugares, pero en otros se deja de lado por
completo. Todos estos son hechos.
Una persona que lee con
esmero la Biblia es, sin duda, cuidadosa ante Dios. No puede ser descuidada ni
torpe, ya que ni una jota ni una tilde de la Palabra de Dios puede ser
alterada. Lo que dice la Palabra de Dios, así ha de ser. En el momento mismo en
que la Palabra de Dios se abre a nosotros, debiéramos poder determinar cuál es
el énfasis en dicho pasaje.
Muchas personas son descuidadas, y oyen y leen la
Palabra sin prestar mucha atención; por ende, no identifican qué es lo que la
Palabra de Dios enfatiza, ni comprenden las profundidades de la misma. Lo
primero que tenemos que hacer es identificar los hechos, luego memorizarlos,
analizarlos, clasificarlos y compararlos. Sólo entonces recibiremos la luz del
Señor. De este modo, seremos abastecidos y podremos abastecer a otros. Así
seremos nutridos y podremos nutrir a los demás.
Les daré un ejemplo
sencillo. Si leemos la Biblia cuidadosamente, encontraremos en el Nuevo
Testamento las expresiones en el Señor, en Cristo, en Cristo Jesús y otras
parecidas, pero nunca veremos en Jesús ni en Jesucristo. Únicamente hallamos la
expresión en Cristo Jesús, mas no en Jesucristo. Estos son hechos y debemos
memorizarlos y tomar nota de cada uno de ellos. Examine el pasaje donde dice en
el Señor y el contexto en el que aparece. Busque los pasajes en los que se
halla la expresión en Cristo y determine cuál es su contexto. Busque, además,
aquellos pasajes en los que aparece la expresión en Cristo Jesús y determine en
qué contexto se usa. Si memorizamos todos estos pasajes, los podremos comparar
entre sí. ¿Por qué en cierta ocasión dice en Cristo en vez de en Jesús? ¿Por
qué en determinado pasaje dice en Cristo Jesús y no en Jesucristo? ¿Por qué la
Biblia nunca dice en Jesús ni en Jesucristo? ¿Por qué es así? Cuando analicemos
y comparemos las Escrituras de esta forma y acudamos a Dios para ser
iluminados, podremos ver algo.
Cuando somos iluminados con
la luz, todo es esclarecido. Jesús es el nombre dado al Señor mientras estaba
en la tierra. Cristo es el nombre que Dios le designó a Él al ungirlo después
de la resurrección. Recordemos que en Hechos 2 se nos dice que Dios le ha hecho
Señor y Cristo. Por tanto, Cristo es el nombre con que Dios le designó en Su
resurrección. Al leer Romanos encontramos las palabras Cristo Jesús, lo cual
quiere decir que el Cristo de hoy es el mismo Jesús que estuvo en la tierra; Su
nombre ahora es Cristo Jesús. Antes de Su resurrección se le llamó Jesucristo,
lo cual denota que Jesús llegaría a ser el Cristo. Jesús es el nombre con el
que se le conoció mientras vivió en la tierra como hombre. Existe una
diferencia entre la expresión que da a entender que Cristo era antes Jesús y la
expresión que muestra que Jesús llegaría a ser el Cristo. Es más, no podemos
estar en Jesús, pero sí en Cristo; podemos estar en el Señor y en Cristo Jesús,
mas no en Jesucristo. Mientras el Señor estaba en la tierra, no podíamos estar
en Él, porque si hubiéramos estado, habríamos tomado parte en Su muerte en la
cruz así como en Su redención, lo cual contradice totalmente la verdad bíblica.
Nosotros no tenemos parte en Su encarnación ocurrida en Belén. Él era el Hijo
unigénito de Dios, y nosotros no tenemos parte en ese aspecto.
¿Cómo podemos estar en
Cristo? En 1 Corintios 1:30 se nos dice: “Mas por Él [Dios] estáis vosotros en
Cristo Jesús”. No dice en Jesús. Después de que el Señor Jesús murió y
resucitó, fuimos unidos a Él en Su resurrección. Mediante Su muerte y
resurrección, Dios lo hizo el Cristo y nos unió a Él por el Espíritu. Nosotros
recibimos Su vida cuando Él resucitó; por lo tanto, la regeneración no proviene
de la encarnación sino de la resurrección. Ahora podemos ver esto claramente.
Es así como se lee y estudia
la Biblia. Primero, identificamos los hechos; luego los memorizamos, los
clasificamos y los comparamos; después, oramos al Señor y esperamos en Él, y
finalmente, recibimos Su iluminación y una nueva visión. Estos son los cuatro
principios que usamos al leer la Biblia. No podemos pasar por alto ninguno de
ellos.
Permítanme darles otro
ejemplo. Noten lo que se dice acerca de la venida del Espíritu Santo en Juan 14
y 15. Al leer estos pasajes, debemos prestar mucha atención a la promesa del
Señor Jesús y descubrir cuáles son los hechos específicos relacionados a dicha
promesa.
Leemos en Juan 14:16-20: “Y
Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no
le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros,
y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros. Todavía un
poco, y el mundo no me verá más; pero vosotrosme veis; porque Yo vivo,
vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi
Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. ¿Cuáles son los hechos que debemos
identificar en este pasaje? Las primeras oraciones hablan de “el Padre” y “el
Espíritu” pero después cambia a “Yo”. Este cambio en el pronombre presenta un
hecho: que de la tercera persona se pasa a la primera persona.
Conforme a los cuatro
principios ya mencionados, ¿cómo debemos abordar este pasaje? Primero, debemos
identificar los hechos. En este caso, el hecho es que el pronombre pasa de “Él”
a “Yo”; segundo, debemos tener presente este hecho; tercero, debemos analizar
el hecho de que aquí hay dos Consoladores. El Señor dice: “Yo rogaré al Padre,
y [el Padre] os dará otro Consolador. La palabra otro significa que ya había
uno. Así que “Él [el Padre] os dará otro Consolador” significa que debe de
existir un primer Consolador.
Así pues, lo primero que
podemos determinar es que el Señor habla de dos Consoladores. Les dice a los
discípulos que ellos ya tienen un Consolador, y que Él les va a dar otro. ¿Qué
clase de Consolador es el segundo? Uno “que esté con vosotros para siempre”.
¿Quién es este Consolador? El Señor Jesús dijo que el mundo no conocía a este
Consolador, pero que Sus discípulos sí. ¿Por qué podían conocerlo Sus
discípulos? “Porque permanece con vosotros”. Es decir, Él estaba con ellos
permanentemente. El mundo no le puede recibir, pues ni siquiera le ha visto, ¿y
los discípulos? Los discípulos le habían visto y le conocían porque estaba con
ellos todo el tiempo.
El Señor les anunció:
“Porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”. Después de decir esto,
el Señor ya no vuelve a usar el pronombre “Él”, pues en la siguiente oración
dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Al estudiar estos pasajes,
encontramos que “Él” [pronombre de tercera persona] es “Yo” [sujeto tácito de
“vengo a vosotros”], y que este “Yo” es aquel “Él”. En otras palabras, mientras
el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era el Consolador, el Espíritu Santo
estaba en el Señor, y el Señor era el Consolador, así pues, Él y el Espíritu Santo
eran uno solo. Por esta razón, Él dijo que los discípulos le habían visto y le
conocían, y que Él estaba con ellos.
¿Qué sucedió entonces? El
Señor procede entonces a decirles que otro Consolador vendría después que Él
muriera y resucitara. Les dijo que volvería a ellos y que Dios les daría el
Espíritu Santo, pero ¿cómo se logró esto? El mismo Señor volvió a ellos
nuevamente en el Espíritu Santo; no los dejó huérfanos. Por un breve tiempo no
le vieron, pero luego le volvieron a ver y Él permanecería en ellos. El
versículo 17 dice: “Estará en vosotros”. Más adelante, en el versículo 20
leemos: “Yo en vosotros”. Por consiguiente, el “Yo” tácito de la segunda
sección es el “Él” de la primera. Si notamos este cambio, podremos ver la
diferencia entre los dos Consoladores.
La primera sección se refiere al Espíritu Santo en Cristo, y la segunda a
Cristo en el Espíritu Santo. ¿Quién es el Espíritu Santo? Es el Señor Jesús
presentado en otra forma. El Hijo es el Padre en otra forma; de la misma
manera, el Espíritu Santo es el Hijo en otra forma. Sólo es un cambio de forma.
Por este ejemplo vemos que
el primer principio básico al leer la Biblia es identificar los hechos. Si no
lo hacemos, no podremos recibir ninguna luz de Dios. Lo importante no es
cuántas veces leemos la Biblia, sino saber descubrir los hechos que esta
contiene mediante las muchas veces que la leamos.
Pablo era una persona que
sabía descubrir los hechos. Noten lo que dijo en Gálatas 3. Él vio en Génesis
que Dios bendeciría a las naciones mediante la simiente de Abraham, y que la
palabra simiente estaba en singular, y no en plural, refiriéndose a Cristo.
Primero, Pablo identificó este hecho. Él vio que las naciones serían bendecidas
mediante la simiente de Abraham, y vio que esta simiente única se refería a
Cristo. Si la palabra hubiera sido en plural, se habría referido a los muchos
hijos de Abraham, es decir, a los judíos, y el significado sería completamente
diferente. Pablo leyó la Escritura detenidamente y supo descubrir los hechos
contenidos en la misma.
En la Biblia se esconden
muchos hechos. Que alguien sea rico en el conocimiento de la Palabra de Dios
dependerá de cuántos de esos hechos haya descubierto. Cuanto más hechos haya
descubierto, más rica será dicha persona. Si una persona no descubre los hechos
contenidos en la Biblia, sino que la lee apresuradamente y sin prestar
atención, ciertamente no podrá entender mucho.
Al leer la Biblia, debemos
descubrir los hechos, luego memorizarlos, analizarlos y compararlos. Por
último, debemos arrodillarnos ante Dios y pedirle luz.
III. LAS DIFERENTES MANERAS
DE LEER LA BIBLIA
Debemos dividir nuestra
lectura de la Biblia en dos períodos diferentes y debemos tener dos ejemplares,
uno para cada ocasión. La primera lectura puede hacerse en la mañana, y la otra
en la tarde. Ambas lecturas también pueden hacerse temprano en la mañana,
leyendo de una manera en la primera mitad del tiempo, y leyendo de otra manera
el resto del tiempo. Nuestra lectura de la Biblia debe dividirse en dos
períodos. En la mañana o en la primera sesión de nuestra lectura matutina,
debemos meditar, alabar al Señor y orar mientras leemos la Biblia, combinando
nuestra lectura con meditación, alabanza y oración. En este período recibimos
el alimento espiritual y nuestro espíritu es fortalecido. No lea mucho durante
esta sesión, tres o cuatro versículos son suficientes. Sin embargo, en la tarde
o en la segunda sesión de la lectura matutina, debemos dedicar
más tiempo a la lectura de la Biblia, pues lo hacemos con el propósito de
aprender más de la Palabra de Dios.
Si es posible, debemos tener
dos Biblias porque la que se usa en la mañana, o en el primer período de
lectura, no debe tener ninguna anotación (excepto fechas, a las cuales
aludiremos más adelante). En la Biblia que usamos en el segundo período de
lectura podemos anotar todo lo que nos haya llamado la atención, ya sea
haciendo anotaciones, poniendo algún signo o subrayando algunas palabras o
versículos. La Biblia que usamos en el primer período puede contener fechas que
indiquen ciertos versículos especiales, cierto acuerdo que hemos establecido
con el Señor o alguna experiencia especial que tuvimos en ese día. Debemos anotar la fecha al lado de tal versículo para indicar que ese día tuvimos un
encuentro con Dios.
Escriba sólo la fecha. La Biblia que usamos en el segundo
período es para beneficio de nuestro entendimiento y en ella debemos tomar nota
de todos los hechos espirituales que hayamos logrado identificar y de la luz
que hayamos recibido. Procedamos entonces a describir la manera en que debemos
leer la Biblia durante estos dos períodos.
A. En la primera sesión
meditamos en la Palabra de Dios
En cuanto a la meditación de
la Palabra, creo que la mejor manera para describirla es citar lo que George
Müller dijo:
Al Señor le ha placido
recientemente enseñarme una verdad sin mediación del hombre, hasta donde sé,
cuyo beneficio nunca he perdido; incluso hoy, mientras preparo la quinta
edición de esta publicación, veo que han pasado más de catorce años. Esto es lo
que vi en ese entonces: comprendí más claramente que nunca, que la primera y la
más importante tarea que debo cumplir cada día es hacer que mi alma esté feliz
en el Señor. Lo primero de lo cual debía preocuparme día a día, no era cómo
servir al Señor ni cómo glorificarle, sino cómo hacer que mi alma entre a un
estado de felicidad y cómo hacer que mi hombre interior sea nutrido. Pues yo
puedo esforzarme por presentar la verdad ante los incrédulos, por beneficiar a
los creyentes, por aliviar a los afligidos y, en general, es del todo posible
comportarme como corresponde a un hijo de Dios en este mundo y, aun así, no
estar feliz en el Señor ni ser nutrido y fortalecido en mi hombre interior día
tras día; pues podía haber estado cumpliendo todas aquellas tareas con un
espíritu errado. Antes de ver esto, y durante por lo menos diez años, era mi
hábito entregarme a la oración inmediatamente después de vestirme en las
mañanas, pero ahora he descubierto que lo más importante que tengo que hacer es
leer la Palabra de Dios y meditar sobre ella para que mi corazón sea consolado,
fortalecido, instruido, reprendido y amonestado, y para que así, por medio de la
Palabra de Dios, al meditar en ella, mi corazón sea conducido a experimentar
comunión con el Señor.
A partir de entonces, empecé
a dedicarme a meditar sobre el Nuevo Testamento desde el comienzo, temprano en
las mañanas. Lo primero que hacía después de pedirle al Señor que bendijera Su
preciosa Palabra, era meditar sobre ella buscando en cada versículo para
obtener de ellos bendición, no con miras a ministrar la Palabra en público, ni
con el fin de predicar sobre lo que había meditado, sino con el fin de
alimentar a mi alma. Después de algunos minutos, el resultado era que mi alma
siempre era conducida a confesar mis pecados, a dar gracias, a interceder o a
suplicar, pese a que mi propósito era más bien meditar que orar.
Sin embargo,
al meditar sobre la Palabra de Dios, ello me conducía de inmediato a la oración
y me encontraba por momentos confesando mis faltas o intercediendo o haciendo súplicas
o dando gracias. Luego, proseguía yo al siguiente versículo, haciendo de éste
una oración por mí o por otros, a medida que leía la Palabra de Dios, siempre
teniendo en cuenta que el objetivo de mi meditación era alimentar mi alma. Como
resultado de ello, surgía la confesión, el agradecimiento, la súplica o la
intercesión, mezclada con mi meditación, y mi hombre interior casi siempre era
en gran manera nutrido y fortalecido.
Cuando iba a desayunar, con raras
excepciones, me encontraba en paz, y muchas veces con felicidad de corazón.
Así, al Señor también le placía comunicarme aquello que, ese mismo día, o mucho
después, se convertía en alimento para otros creyentes, pese a que yo me
entregaba a la meditación, no para ministrar públicamente, sino para obtener
provecho para mi propio hombre interior...
Y aún ahora, desde que Dios
me enseñó esto, es muy claro para mí que lo primero que un hijo de Dios debe
hacer cada mañana es procurar alimento para su hombre interior. Así como el
hombre exterior no puede trabajar por mucho tiempo a menos que se alimente,
siendo esto una de las primeras cosas que hacemos en la mañana, así también
sucede con nuestro hombre interior. Todos nosotros debemos tomar el alimento
con ese propósito; pero, ¿cuál es el alimento para el hombre interior?
No es
laoración sino la Palabra de Dios, y tampoco es la simple lectura de la Palabra
que pasa por nuestras mentes como el agua por la tubería, sino aquella lectura
en la cual reflexionamos en lo que hemos leído, meditamos sobre ello y lo
aplicamos a nuestros corazones. Cuando oramos, hablamos con Dios. Pero si
queremos que nuestras oraciones se prolonguen por un cierto período de tiempo
sin convertirse en una formalidad, generalmente se
requiere para ello de cierta fortaleza o deseo piadoso; por tanto, el momento
en que nuestra alma puede con mayor eficacia realizar tal esfuerzo, es
inmediatamente después de que el hombre interior haya sido nutrido al meditar
en la Palabra de Dios, desde la cual nuestro Padre nos habla, nos anima, nos consuela,
nos instruye, nos humilla y nos amonesta.
Por consiguiente, podemos meditar con
la bendición de Dios pese a que somos débiles espiritualmente, sin embargo,
cuanto más débiles seamos, más necesitaremos la meditación para ser
fortalecidos en nuestro hombre interior. Así tampoco tendremos que preocuparnos
mucho por ser distraídos en nuestra mente al orar, como ocurre cuando no hemos
tenido tiempo para meditar. Hago hincapié en este asunto porque sé cuán grande
es el beneficio y el refrigerio espirituales que he obtenido; y con todo amor y
solemnidad suplico a mis hermanos que consideren este asunto.
Por la bendición
de Dios, atribuyo a esto la ayuda y fortaleza que he recibido de Dios para
poder pasar en paz por numerosas pruebas de mayor envergadura que nunca antes
había experimentado. Ahora, después de catorce años de haber llevado esto a la
práctica, con el temor de Dios, me atrevo a recomendarlo plenamente...
¡Cuán diferente es el día
cuando el alma ha recibido refrigerio y se ha regocijado en la mañana, a
nuestro día cuando sin preparación espiritual caen sobre nosotros el servicio,
las pruebas y las tentaciones! (George Müller, Autobiography of George Müller,
the Life of Trust [Autobiografía de George Müller, “Una vida de fe”], 1861,
reimpreso en 1981, págs. 206-210)
B. La lectura general
durante la segunda sesión
Una persona que
recientemente ha recibido al Señor, por lo menos durante los primeros meses de
su vida cristiana, no debe dedicarse al estudio profundo de la Biblia, ya que
no está familiarizada con ella en forma global. Más bien, puede dedicar unos
cuantos meses a leerla por completo y adquirir ciertos conocimientos generales,
y más adelante puede empezar a estudiarla seriamente.
Para familiarizarse con la
Biblia, la persona debe leerla en su totalidad, capítulo por capítulo, en forma
consecutiva, una y otra vez. Es de gran ayuda decidir cuántos capítulos del
Antiguo Testamento y cuántos del Nuevo quiere uno leer cada día. La lectura no
debe ser ni muy rápida ni muy lenta; debe ser en forma regular, continua y
general. George Müller leyó toda la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento,
cien veces durante toda su vida. Los que han recibido recientemente al Señor deben
procurar leer la Biblia y mantener un registro de cuántas veces la han leído en
su totalidad. Sería bueno que los nuevos creyentes, cuando hayan terminado de
leer todo el Nuevo Testamento por primera vez, le escriban una carta y
notifiquen a algún hermano mayor.
También es útil dejar una hoja en blanco en
la Biblia, donde uno anote el número de veces que la ha leído. Cuando uno haya
terminado de leerla la primera vez, debe anotar la fecha y el lugar. Lo mismo
se puede hacer la segunda vez, la tercera y así sucesivamente. Cada vez que
usted termine de leer la Biblia en su totalidad, debe anotar exactamente la
fecha en que terminó de leer el Antiguo Testamento y el Nuevo. Espero que
usted, al igual que el señor Müller, lea toda la Biblia cien veces a lo largo
de su vida. Si una persona desea leer la Biblia cien veces y calcula que ha de
vivir cincuenta años, tendrá que leerla por lo menos dos veces al año.
Vemos,
entonces, por qué se necesita dedicar mucho tiempo a la lectura de la Biblia.
El principio que podemos
usar para leer la Biblia es ir capítulo por capítulo repetidas veces. Los que
ya tienen más experiencia deben poner mucha atención a la manera en que los
nuevos creyentes leen la Biblia. Es bueno revisar, de vez en cuando, las fechas
que ellos han anotado en sus Biblias, y ver cuántos capítulos han leído por día
y cuánto han avanzado cada semana. Debemos prestar atención a esta labor y no
desmayar, y también debemos animar a quienes van demasiado despacio y decirles:
“Ya ha pasado medio año, ¿cómo es que todavía no has terminado de leer el Nuevo
Testamento?”.
Si una persona lee la Biblia
de esta manera, en poco tiempo su conocimiento bíblico crecerá; si es posible
debe memorizar uno o dos versículos todos los días. Al principio uno tiene que
esforzarse un poco, porque tal vez le sea difícil y le resulte tedioso, pero
más adelante verá cuán beneficioso es esto.
C. Un estudio intenso
durante un tiempo designado
La primera manera de leer la
Biblia, hecha con oración y meditación sobre la Palabra, se debe practicar
continuamente por toda la vida. La segunda manera, en la cual se hace una
lectura general y cierto tipo de estudio, puede empezarse después de seis
meses, al haberse familiarizado con la Palabra.
Todo creyente debe tener un
plan definido para estudiar la Biblia. Si usted sólo puede dedicar media hora
diaria, hágase un plan de estudio de la Biblia de media hora al día; si puede
dedicar una hora diaria, hágase un plan acorde con el tiempo del que dispone.
Hágase un plan de estudio de la Biblia que se acomode a su horario. La manera
menos provechosa de leer la Biblia es la basada en “la inspiración”, o sea,
tener una lectura imprevista y ocasional, que comienza en la página que a uno
se le ocurre en el momento; en ocasiones uno lee con avidez durante diez
días y luego deja de leer los siguientes diez días. Este no es un buen método y
no debemos adoptarlo. Cada uno debe tener un plan específico de lectura y ser
disciplinado y estricto en seguirlo.
Sin embargo, no se exija
demasiado ni se dedique a ello demasiadas horas, porque si lo hace, le será muy
difícil mantenerlo, lo cual viene a ser peor que no tener ningún plan. Una vez
que usted determina un método, impleméntelo por cinco, diez o quince años; no
se detenga a los dos, tres, cinco o seis meses. Por esta razón uno debe estimar
cuidadosamente ante el Señor las horas que va a dedicar al estudio de la
Palabra. Una hora al día será suficiente.
Media hora es muy poco, ya que no
podrá abarcar mucho; pero si sólo dispone de media hora, está bien, aunque lo
ideal sería una hora. Si se dispone de dos horas es aún mejor, pero normalmente
no es necesario dedicar más de dos horas. No conocemos a ningún hermano o
hermana que haya estudiado por tres horas al día y haya podido mantener ese
horario por mucho tiempo.
En el libro Las maneras de
estudiar la Biblia se presentan veintiocho formas diferentes de estudiar la
Palabra de Dios. De las veintiocho maneras presentadas, el estudio progresivo
de la verdad a lo largo de toda la Biblia es el más difícil. Se recomienda que
este método sea puesto en práctica sólo años más tarde. El estudio de ciertas
palabras en la Biblia es mucho más fácil, porque se puede estudiar metales,
minerales, números, nombres propios o nombres geográficos, entre otros temas.
Estos pueden considerarse estudios suplementarios, y no tenemos que dedicarles
todo nuestro tiempo. También, si tenemos tiempo, podemos hacer estudios
cronológicos de la Biblia. Además de estos, existen muchas otras maneras de
estudiar la Biblia, como por ejemplo el estudio de las profecías, las
tipologías, las parábolas, los milagros, las enseñanzas del Señor mientras
estuvo en la tierra, o se puede estudiar libro por libro, etc. Debemos poner en
práctica todos estos métodos uno por uno.
Supongamos que una persona
tiene una hora diaria para estudiar la Biblia. Puede distribuir ese tiempo de
la siguiente manera:
1. Los primeros veinte
minutos: estudio de ciertos temas
Las experiencias de algunas
personas nos sugieren que una hora de estudio puede dividirse en cuatro
sesiones. En la primera sesión, de veinte minutos, se puede estudiar temas
específicos como profecías, tipologías, parábolas, dispensaciones, las
enseñanzas del Señor cuando estuvo en la tierra o un libro en particular. Se
puede leer todos los pasajes que traten del tema de nuestro estudio y buscar
los versículos referentes al mismo tema. Si ha decidido estudiar libro por
libro, puede seleccionar Romanos o el Evangelio de Juan. Después de terminar el
primer libro, continúe con el siguiente, estúdielo en detalle y examine su contenido. Si
usted decide dedicar veinte minutos de su tiempo diario a esta clase de
estudio, no lo extienda ni lo acorte. Debemos aprender a restringirnos y a no
ser descuidados.
2. Los segundos veinte
minutos: estudio de ciertas palabras
Los veinte minutos
siguientes podemos dedicarlos al estudio de palabras específicas. Encontramos
términos especiales y significativos que se repiten a lo largo de la Biblia,
como por ejemplo: reconciliación, sangre, fe, gozo, paz, esperanza, amor,
obediencia, justicia, redención, misericordia, etc. Si los agrupamos y los
resumimos, podemos estudiarlos a fondo y comprender sus significados
intrínsecos. Por ejemplo, podemos estudiar la palabra sangre. Primero debemos
anotar todos los capítulos y versículos que la mencionen y analizar el
significado de cada caso. ¿Qué hizo la sangre por nosotros ante Dios? ¿A qué
clase de personas se aplica la sangre? ¿Qué logró la sangre y cuanto logró en
beneficio nuestro? En el Antiguo Testamento hay muchos versículos que hablan de
la sangre y los debemos analizar todos. Esto no se puede lograr en una sola sesión;
por lo tanto, no esperemos obtener resultados asombrosos el primer día. Si se
puede conseguir una concordancia se podría ahorrar mucho trabajo.
3. Los terceros diez
minutos: reunir información
Los diez minutos que siguen
los podemos dedicar a reunir información sobre los temas que hayamos escogido.
Hay muchos temas en la Biblia, como por ejemplo: la creación, el hombre, el
pecado, la salvación, el arrepentimiento, el Espíritu Santo, la regeneración,
la santificación, la justificación, el perdón, la libertad, el Cuerpo de
Cristo, la venida del Señor, el juicio, el reino de Dios, la eternidad, etc.
Uno puede escoger ciertos temas y reunir la información contenida en la Biblia
misma.
Cuando mucho, uno puede examinar cinco temas simultáneamente; no es recomendable
escudriñar más de cinco, pues se tendrá demasiada información, lo cual hace la
tarea bastante difícil. No reúna material para un solo tema, pues esto también
toma demasiado tiempo. Se puede encontrar material para más de un tema en un
solo capítulo.
Uno puede estar estudiando sobre el Espíritu Santo, pese a que
el capítulo que está leyendo no contiene nada sobre dicho tema; sin embargo,
puede encontrar otros temas en el mismo capítulo; por lo tanto, es más
provechoso reunir información sobre dos, tres, cuatro o cinco temas al mismo
tiempo, aunque no más de cinco.
El estudio de cada tema
puede requerir cierto tiempo para completarse; cada día se reunirá más
información sobre el tema de estudio interesado. Se debe anotar toda la
información que se haya encontrado y después escribir las palabras principales y el significado
de cada pasaje. Es muy importante que uno sepa de qué se trata el pasaje.
Supongamos que uno esté estudiando sobre el Espíritu Santo en el libro de
Efesios. Al hallar la expresión “sellados con el Espíritu Santo” en 1:13, debe
escribir el significado de la palabra sellar. Primero debe anotar el versículo
mismo, luego los términos afines y por último el significado de dicho
versículo. Debe reunir toda la información y un día, cuando vaya a abordar el
tema, todo este material estará disponible para que usted lo utilice.
4. Los cuartos diez minutos:
la paráfrasis
Los últimos diez minutos lo
podemos usar para parafrasear la Biblia, que es un ejercicio de suma
importancia y utilidad. Al usar uno sus propias palabras para describir lo que
contiene la Biblia, recibe una visión renovada del pasaje. Haga una paráfrasis
sencilla usando palabras que otros puedan entender.
Por ejemplo, usted está
estudiando Romanos capítulo por capítulo. Y si un joven se le acerca y le dice
que ha leído lo que Pablo ha escrito en dicho libro, pero que lo no entiende,
usted tiene que pensar cómo explicárselo usando sus propias palabras. Ofrecer
una paráfrasis no es dar un comentario, sino comunicar con sus propias palabras
y con sencillez lo mismo que Pablo dijo a fin de que otros lo entiendan. Por
esta razón, uno necesita aprender a parafrasear la Biblia, relatar el pasaje
con las palabras de uno mismo. Puede comenzar con el libro de Romanos, haga una
paráfrasis de ello con sus propias palabras. Pablo lo escribió usando sus
propias palabras, y ahora usted debe tratar de hacer lo mismo. Haga lo que
pueda, con propiedad y claridad, de tal manera que tanto usted como los
hermanos puedan entender el pasaje cuando lo lean.
Si puede hacer una
paráfrasis, verá cuánto sabe de las Escrituras. Al usar uno sus propias
palabras para presentar nuevamente el pensamiento de los apóstoles estará
preparándose para exponer la Biblia. Por consiguiente, hacer una paráfrasis de
la Biblia constituye el primer paso y explicarla, el segundo. Primero debemos
aprender a expresar el texto de la Biblia con nuestras propias palabras ya que
nuestro entrenamiento ante Dios debe llevar un orden apropiado. No tratemos de
exponer la Biblia sin haber aprendido antes a parafrasearla, ya que eso sería
prematuro. Si no podemos parafrasear la Biblia, no podremos explicarla bien.
Aprender a parafrasear es un requisito indispensable para exponer la Biblia.
Esta es una lección básica que todos debemos aprender. Primero, narre las
epístolas de Pablo con sus propias palabras y después haga lo mismo con todo el
Nuevo Testamento.
Cuando haga su paráfrasis,
evite usar las palabras de la Biblia; use las suyas, ya que la finalidad de
este ejercicio es aprender a expresar el significado del pasaje con palabras
que estén a su alcance. Después de que haya trabajado así un libro de la Biblia, se dará cuenta
de cuán valiosa es esta experiencia y cuánto beneficio le reporta tal
disciplina. Una persona negligente no podrá parafrasear la Biblia; así que
debemos orar al Señor y leer la Biblia de una manera ordenada antes de hacer
una paráfrasis válida.
Después de terminar un libro, revise su trabajo una o
dos veces, haciendo los cambios necesarios y puliendo las frases. De este modo,
obtendrá una impresión más clara de dicho libro y sabrá de qué hablaban los
apóstoles. Para tener un conocimiento profundo de un pasaje es necesario
parafrasearlo.
Para poder parafrasear la
Biblia, hay que estudiarla minuciosa y exhaustivamente. Uno tiene que entender
lo que ese pasaje dice y lo que está implícito en él. Entonces uno podrá
incorporar todo ese conocimiento a la paráfrasis que se va a redactar. Esto
requiere un entendimiento completo del versículo, ya que éste sólo podrá
parafrasearse cuando se haya entendido claramente todo su contenido. Al
practicar esto diariamente, leer detalladamente y tomar notas minuciosas, uno
podrá llegar a parafrasear una epístola entera de Pablo y, entonces, estará en
capacidad de entender plenamente lo dicho por Pablo y, al repetirlo en sus
propias palabras, comunicar el mismo significado a los demás.
Hasta ahora hemos mencionado
cuatro cosas: primero, debemos estudiar por temas; segundo, debemos estudiar
las palabras; tercero, debemos reunir la información necesaria, y cuarto,
debemos hacer una paráfrasis de lo estudiado. Debemos poner en práctica los
veintiocho métodos a los que aludimos anteriormente. Es muy importante mantener
un horario definido. Debemos ceñir nuestros lomos, y ser restringidos y
regulados por el Señor. Si decidimos estudiar una hora al día, hagámoslo. No la
extendamos ni la acortemos, a menos que estemos enfermos o de vacaciones, que
son las únicas dos excepciones. Debemos mantener este horario, pues si
persistimos en este ejercicio diariamente, pronto recogeremos una buena cosecha
más adelante.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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