SI ALGUNO PECA
Lectura bíblica:
Jn. 5:14; 8:11; Ro. 6:1-2; Nm. 19:1-10, 12-13, 17-19; 1 Jn. 1:7–2:2
Después de ser salvos debemos dejar de pecar. El
capítulo 5 del Evangelio de Juan relata que el Señor Jesús sanó a un hombre que
por treinta y ocho años yacía enfermo cerca del estanque de Betesda. Después de
sanarlo, al encontrárselo en el templo, el Señor le dijo: ―Mira, has sido
sanado; no pequesmás, para que no te suceda alguna cosa peor‖ (v. 14). Asimismo, en Juan 8 dice que Jesús perdonó a una mujer que
había cometido adulterio, y después le dijo: ―Vete, y no peques más‖ (v. 11). Así pues, inmediatamente después de recibir la salvación, el
Señor nos manda: ¡No peques más! Puesto que somos salvos, definitivamente
ya no podemos seguir pecando.
I. SI UNO PECA DESPUÉS DE HABER RECIBIDO LA
SALVACIÓN
Ya que el creyente no debe pecar, nos
preguntamos, ¿es esto posible? La respuesta es ¡Por supuesto qué sí! Es posible
porque ahora poseemos la vida de Dios en nuestro interior y esta vida no peca.
La vida divina no tolera ni el más leve indicio de pecado, pues esta vida es
tan santa como Dios es santo. Debido a que poseemos esta vida, ahora somos muy
sensibles al pecado. Si en nuestra conducta diaria hacemos caso a los
sentimientos que son propios de la vida divina y vivimos según dicha vida,
ciertamente no pecaremos.
Sin embargo, debido a que todavía estamos en
nuestra carne, es posible que los cristianos pequemos. Si no andamos conforme
al Espíritu, ni vivimos según la vida divina, podemos caer en pecado en
cualquier momento. En Gálatas 6:1 se nos dice: ―Hermanos, si alguien se
encuentra enredado en alguna falta...‖. Y en 1 Juan 2:1
dice: ―Hijitos míos ... si alguno peca...‖. Esto quiere decir
que todavía es posible que los cristianos se vean envueltos en pecados, pues
todavía persiste la posibilidad de que ellos pequen. Leemos en 1 Juan 1:8: ―Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos‖.
Y el versículo 10 añade: ―Si decimos que no hemos pecado, le hacemos
a Él mentiroso‖. Por lo tanto, nuestra experiencia nos indica que todavía es posible
que, incidentalmente, los cristianos caigan en pecado.
Si un creyente accidentalmente se ve enredado en
algún pecado, ¿perderá por eso la vida eterna? ¡No! Pues el Señor dijo
claramente: ―Y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará
de Mi mano‖ (Jn. 10:28). En otras palabras, una vez que alguno es salvo, lo es
para siempre. El Señor dijo: ―No perecerán jamás‖. ¿Qué
podría darnos más certeza que esto? En 1 Corintios 5, al referirse a un hermano
que había cometido fornicación, Pablo dijo: ―El tal sea entregado a Satanás
para destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del
Señor‖ (v. 5). Así que incluso cuando se determine que un creyente que
practica el pecado debe sufrir la destrucción de su carne, su espíritu aún
seguirá siendo salvo.
¿Significa esto que no tiene importancia si una
persona peca después de haber sido salva? ¡No! Si un creyente peca después de
haber sido salvo, tendrá que afrontar dos consecuencias muy graves.
En primer
lugar, sufrirá en esta vida. Si pecamos después de ser salvos, sufriremos las
consecuencias de nuestro pecado. En 1 Corintios 5 se nos habla de un hermano
que pecó y que, como consecuencia de ello, fue entregado a Satanás, lo cual
ciertamente representa un gran sufrimiento. Cuando una persona se arrepiente y
confiesa su pecado delante del Señor, es perdonada por Dios y es lavada por la
sangre de Cristo. Sin embargo, ciertos pecados tienen determinadas
consecuencias que deberán ser afrontadas. Por ejemplo, si bien Jehová quitó el
pecado de David por haber tomado la mujer de Urías, la consecuencia de dicho
pecado fue que la espada jamás se apartó de su casa (2 S. 12:9-13). Hermanos y
hermanas, no se puede jugar con el pecado, porque este es como una serpiente
venenosa, cuya mordedura nos traerá mucho sufrimiento.
En segundo lugar, si una persona peca, será
castigada en la era venidera. Si un cristiano peca y no toma las medidas
correspondientes en esta era, tendrá que rendirle cuentas al Señor cuando Él
retorne, pues en la era venidera Él ―recompensará a cada uno conforme a sus
hechos‖ (Mt. 16:27). Pablo dijo: ―Porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las
cosas hechas por medio del cuerpo, según lo que haya practicado, sea bueno o
sea malo‖ (2 Co. 5:10).
Además de estas dos terribles consecuencias, como
resultado de nuestro pecado hay una tercera consecuencia inmediata, a saber:
que nuestra comunión con Dios se verá interrumpida. Para un cristiano, su
comunión con Dios es un privilegio muy glorioso y representa la mayor de las
bendiciones. Sin embargo, al pecar, su comunión con Dios se ve interrumpida
inmediatamente. En tales casos, el Espíritu Santo que mora en el creyente será
contristado y la vida divina en él se sentirá incómoda por ese pecado.
Así, el
creyente perderá su gozo y dejará de disfrutar de comunión con Dios. Antes que
dicho creyente pecara, siempre que veía a otros hijos de Dios, espontáneamente
se sentía atraído hacia ellos, pero ahora ese afecto parece haber desaparecido,
y en su lugar se ha erigido una barrera de separación entre él y sus hermanos.
Asimismo, antes de caer en pecado, al creyente le parece que no hay nada más
dulce que orar y leer la Biblia, pero ahora se ha desvanecido tal dulzura y le
es imposible sentirse cercano a Dios. Antiguamente, él sentía gran estima por
las reuniones de la iglesia y le parecía que al dejar de asistir a una reunión
sufría una gran pérdida. Pero ahora, las reuniones le parecen insípidas y le da
lo mismo asistir o no.
Cuando ve a los
demás hijos de Dios, lejos de querer reunirse con ellos, prefiere evadirlos.
¡Todo ha cambiado!
Como vemos, ¡es muy grave pecar después de ser
salvos! Por ello, jamás debemos comportarnos irresponsablemente. Es decir,
nunca debemos tolerar el pecado, y jamás debemos darle cabida en nuestras
vidas.
Pero, ¿qué hacer ―si alguno peca‖? Si un creyente se descuida y peca incidentalmente, es decir, si
yerra y es vencido por el pecado, ¿qué debe hacer? ¿Cómo podrá regresar al
Señor? ¿Cómo podrá restaurar su comunión con Dios? Este es un asunto de suma
importancia y debemos estudiarlo detenidamente.
II. EL SEÑOR LLEVÓ SOBRE SÍ TODOS NUESTROS
PECADOS
Si queremos considerar debidamente este asunto,
lo primero que nos tiene que ser revelado, es que el Señor Jesús llevó sobre Sí
todos nuestros pecados en la cruz. Todos los pecados que cometimos en el
pasado, los pecados que cometemos en el presente y aquellos que cometeremos
mientras vivamos fueron llevados por el Señor en la cruz.
Sin embargo, el día que creímos en el Señor
Jesús, al ser iluminados por la luz de Dios, nosotros únicamente pudimos ver
aquellos pecados que habíamos cometido antes de haber creído. Una persona sólo
puede percatarse de aquellos pecados sobre los cuales la luz de Dios ha
resplandecido y le es imposible percibir aquellos pecados que todavía no ha cometido.
Por tanto, en realidad los pecados que el Señor Jesús llevó sobre Sí en la
cruz, son mucho más numerosos que aquellos pecados de los cuales nosotros
estamos apercibidos. Si bien el Señor Jesús llevó sobre Sí todos nuestros
pecados en la cruz, nosotros únicamente podemos percatarnos de aquellos pecados
que ya cometimos.
En el momento de nuestra salvación, ya sea que
recibiéramos al Señor cuando teníamos dieciséis años o treinta y dos, el Señor
perdonó, absoluta y totalmente, todos los pecados que cometimos antes de ser
salvos. Sin embargo, en el momento en que fuimos perdonados, nosotros nos
percatamos de menos pecados que aquellos que el Señor realmente llevó sobre Sí.
Debido a ello, la experiencia que tuvimos de la gracia del Señor, únicamente
podía abarcar la experiencia personal de pecado que habíamos tenido. Sin
embargo, la obra realizada por el Señor en beneficio nuestro, estuvo basada en
Su conocimiento de nuestros pecados. Así pues, tenemos que comprender que
incluso aquellos pecados de los cuales todavía no estábamos apercibidos en el
momento de nuestra salvación, fueron incluidos en la obra de redención
efectuada por el Señor Jesús.
Supongamos que
usted fue salvo cuando tenía dieciséis años de edad y que, hasta entonces,
había cometido mil pecados. Es probable que al creer en el Señor usted haya
dicho: ―Señor, gracias. Todos mis pecados han sido perdonados, pues Tú has
borrado todos ellos‖. Ahora bien, cuando usted dice que todos sus pecados han sido
borrados, ciertamente se refería a que el Señor borró los mil pecados que hasta
entonces usted había cometido. Pero, ¿qué habría sucedido si hubiera sido salvo
a la edad de treinta y dos?
Proporcionalmente, tal vez habría cometido dos mil
pecados para entonces, y es probable que hubiese hecho una oración parecida: ―Oh,
Señor, gracias por haber borrado todos mis pecados‖. Y si usted hubiese sido salvo a los sesenta y cuatro años de edad,
su oración hubiese sido la misma: ―Oh, Señor, Tú has llevado sobre Ti todos mis
pecados‖. Al morir en la cruz el Señor borró todos nuestros pecados, tanto los
cometidos antes de cumplir dieciséis años, como los cometidos antes que
tuviéramos sesenta y cuatro años. En la cruz, el Señor quitó todos nuestros
pecados. Uno de los criminales que fue crucificado junto al Señor, creyó en Él
muy poco antes de morir, lo cual no fue obstáculo para que el Señor borrara
todos sus pecados (Lc. 23:39-43).
En otras palabras, en la cruz el Señor quitó
todos los pecados que cometeremos durante toda nuestra vida. Si bien, en el
momento de creer en el Señor Jesús, sólo pudimos percatarnos de que Él nos
perdonaba todos los pecados que cometimos antes de creer. En realidad, el Señor
quitó absolutamente todos nuestros pecados, incluyendo aquellos que
cometeríamos después de ser salvos. Debemos entender este hecho a fin de
recobrar nuestra comunión con Dios.
III. EL TIPO DE LAS CENIZAS DE LA VACA ROJA
Las cenizas de la vaca roja son un tipo que
representa la muerte vicaria del Señor Jesús por nuestros pecados.
Números 19 es un capítulo muy peculiar en el Antiguo
Testamento, pues allí se menciona una vaca roja, la cual hace referencia a algo
muy especial. El sacrificio de esta vaca no satisfacía la necesidad del
momento, sino una necesidad futura. Esto también es muy significativo.
En el versículo 2 Dios le dijo a Moisés y a
Aarón: ―Dí a los hijos de Israel que te traigan una vaca roja, perfecta, en la
cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo‖. Fíjense que en este caso no se ofreció un toro, sino una vaca. En la
Biblia el género es muy significativo. Por ejemplo, el género masculino denota
lo relativo al testimonio de la verdad, y el género femenino denota lo relativo
a la experiencia de la vida. Al leer la Biblia, debemos estar familiarizados
con este principio. Por ejemplo, Abraham denota la justificación por fe, mientras
que Sara hace referencia a la obediencia. La justificación por fe es algo
objetivo, pues tiene que ver con la verdad y el testimonio, mientras que la
obediencia es subjetiva; tiene
que ver con la vida y la experiencia.
En la Biblia, abundan personajes
femeninos que simbolizan a la iglesia, debido a que la iglesia, por estar
estrechamente vinculada a la obra del Señor en el hombre, concierne a nuestra
experiencia subjetiva. En este pasaje, en lugar de un toro se usa una vaca,
porque esta representa otro aspecto de la obra del Señor: Su obra en relación
con el hombre. Así pues, el uso de la vaca roja en este pasaje hace alusión a
la obra de Dios desde la perspectiva subjetiva, no la objetiva.
¿Qué hacían con la vaca roja? Ella era degollada,
y su sangre era llevada y rociada siete veces en la parte delantera del
tabernáculo de reunión. En otras palabras, la sangre era ofrecida a Dios, pues
la obra de la sangre siempre es para satisfacer a Dios. Así pues, la sangre de
la vaca roja era rociada siete veces a la entrada del tabernáculo de reunión,
lo cual significa que era para Dios y para la redención del pecado.
Ahora bien, después de haber sido degollada fuera
del campamento, la vaca era incinerada. La piel, la carne, la sangre restante y
hasta el estiércol, todo era quemado; es decir, la vaca era incinerada en su
totalidad. Mientras era quemada, el sacerdote añadía al fuego madera de cedro,
hisopo y escarlata. ¿Qué representan la madera de cedro y el hisopo? En 1 Reyes
4:33 se nos dice que Salomón disertó sobre todos los árboles, ―desde el cedro
... hasta el hisopo‖. Así pues, al hablar del cedro y el hisopo se denota la totalidad de
los árboles, con lo cual se hace referencia al mundo entero.
¿Y qué representa
el color escarlata? La palabra escarlata también se puede traducir ―grana‖. En Isaías 1:18 dice: ―Si vuestros pecados fueren como la grana, /
Como la nieve serán emblanquecidos‖. Por tanto, el
color escarlata representa, en este caso, nuestros pecados. Quemar juntos el
cedro, el hisopo y la escarlata indica que los pecados del mundo entero fueron
puestos sobre la vaca roja cuando esta fue ofrecida a Dios. Vemos aquí una
representación fidedigna de la cruz.
El Señor Jesús se ofreció a Sí mismo a
Dios. Él abrazó todos nuestros pecados. Todos estaban allí desde los más graves
hasta los más triviales, tanto los pecados pasados como los pecados presentes y
futuros, tanto aquellos pecados de los cuales el hombre ha tomado conciencia y
para los cuales busca el perdón, como los pecados de los cuales no ha tomado
conciencia todavía. Todos los pecados fueron puestos sobre la vaca roja y todos
ellos fueron quemados junto con ella.
¿Qué se hacía después que todo había sido
consumido por el fuego? Números 19:9 dice: ―Y un hombre limpio recogerá las
cenizas de la vaca y las pondrá fuera del campamento en lugar limpio, y se
guardará para la asamblea de los hijos de Israel para el agua de purificación;
es agua para purificar por el pecado‖. ¿Qué significa
esto? Esto es precisamente lo que hace que este sacrificio de la vaca roja sea
tan especial. Después de quemar la madera de cedro, el hisopo y la escarlata
junto con la vaca, se recogían las cenizas y se guardaban en un lugar limpio.
Más tarde,
si alguno de los israelitas tocaba algo inmundo y se contaminaba delante de
Dios, una persona limpia mezclaba el agua de purificación con las cenizas y las
rociaba sobre la persona contaminada, quitando así la inmundicia. En otras
palabras, las cenizas eran usadas para quitar inmundicias. Estas cenizas
estaban preparadas para el futuro, eran destinadas a quitar las impurezas en un
tiempo futuro.
En el Antiguo Testamento, los pecadores tenían
que ofrecer sacrificios al Señor. Si alguien, después de ofrecer un sacrificio
tocaba algo inmundo, se contaminaba delante de Dios y hacía que su comunión con
Él fuese interrumpida. ¿Qué se hacía en tales casos? Otra persona que estuviese
limpia, debía tomar las cenizas de la vaca roja, las ponía en una vasija y
vertía agua viva sobre ellas, a fin de obtener las aguas de la purificación con
las cuales se podía rociar el cuerpo de la persona inmunda. De esta manera se
eliminaba la impureza, y el pecado era perdonado. Cuando un israelita ofrecía
un toro o un cordero como ofrenda por el pecado, lo hacía porque sabía que
había pecado.
Pero en el caso de la ternera roja, esta era incinerada por
razones diferentes; ella era ofrecida no por los pecados pasados, sino como
provisión para la inmundicia futura. Así pues, la vaca roja era consumida por
el fuego, no para limpiar pecados pasados, sino con miras a quitar la inmundicia
que pudiera detectarse en el futuro.
Esto nos muestra otro aspecto de la obra
realizada por el Señor Jesús. En este aspecto, la obra realizada por el Señor
Jesús es semejante a la obra que era realizada por las cenizas de la vaca roja.
Las cenizas representan la eficacia de la redención que efectuó el Señor Jesús.
Estas cenizas incluyen los pecados de todo el mundo, e incluyen, además, la
sangre provista para quitar dichos pecados. Así pues, cuando una persona se
contaminaba o tocaba alguna cosa inmunda, no se necesitaba matar otra vaca roja
para ofrecerla a Dios. Únicamente se debía tomar las cenizas de la vaca que ya
había sido ofrecida, mezclarlas con agua corriente, y rociar dicha mezcla sobre
el cuerpo de la persona inmunda.
Esto quiere decir que no es necesario que el
Señor haga nada nuevamente. Su redención ya ha logrado todo lo que era
necesario lograr. Así, Él ha hecho provisión para toda inmundicia futura y los
pecados futuros. Todo lo necesario ha sido plenamente logrado por medio de Su
redención.
¿Qué representan las cenizas? En la Biblia, las
cenizas denotan que algo ha alcanzado su estado final. Ya sea que se trate de
un toro o un cordero, después que es quemado, su estado final será cenizas. Así
pues, las cenizas son muy estables. Las cenizas no pueden corromperse y
convertirse en algo distinto; ellas son incorruptibles e indestructibles. Las
cenizas, pues, representan aquello que ha alcanzado su estado final.
Las cenizas de la
vaca roja representan la eficacia eterna e inmutable de la redención del Señor.
La redención que nuestro Señor logró en beneficio nuestro es sumamente firme y
estable. No debemos pensar que, por ejemplo, las rocas de las montañas sean
inalterables, pues ellas también pueden convertirse en cenizas. Así que las
cenizas son más estables que las rocas. Las cenizas de la vaca roja representan
la redención que el Señor proveyó para nosotros, la cual podemos aplicar hoy en
día, en cualquier momento.
Si un creyente comete el error de enredarse,
incidentalmente, en algo inmundo y se contamina, no necesita pedirle al Señor
que vuelva a morir por él. Únicamente necesita confiar en la eficacia eterna e
incorruptible de las cenizas y rociar su cuerpo con el agua de vida, y será
limpio. En otras palabras, las cenizas de la vaca roja indican que la obra de
la cruz, consumada en el pasado, es susceptible de ser aplicada hoy, y se
encuentra a nuestra disposición en cualquier momento.
Además, la cruz es eficaz
para satisfacer toda necesidad que pudiéramos tener en el futuro. Estas cenizas
son específicamente para ser usadas en el futuro. Se requiere de una sola vaca
roja, la cual deberá ser consumida por el fuego una sola vez, pues sus cenizas
bastan para abarcar toda la existencia de una persona. ¡Gracias al Señor porque
Su redención es suficiente para toda nuestra vida y porque Su muerte quitó
todos nuestros pecados!
IV. LA NECESIDAD DE CONFESAR
Ya vimos el aspecto relacionado con la obra de
redención que el Señor efectuó. Pero, ¿qué debemos hacer nosotros?
En 1 Juan 1:9 se nos dice: ―Si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y
limpiarnos de toda injusticia‖. En este versículo, la
expresión ―si confesamos‖ hace alusión a los creyentes, no a los pecadores. Cuando un creyente
peca, debe confesar sus pecados. Únicamente después de haber confesado sus
pecados podrá recibir el perdón. Así pues, un creyente no debe pasar por alto
sus pecados, ni tratar de encubrirlos. En Proverbios 28:13 se nos dice: ―El que
encubre sus transgresiones no prosperará; / Mas el que las confiesa y las
abandona alcanzará misericordia‖.
Cuando un creyente peca, debe
confesar su pecado. Debemos reconocer el pecado tal como es, sin tratar de
darle un nombre bonito. No procuremos justificarnos. Por ejemplo, cualquier
mentira es pecado. Si usted mintió, debe confesar su pecado. No debiera decir
simplemente: ―Exageré un poco en lo que dije, o no lo dije‖. Lo correcto es confesar: ―He pecado‖. No demos
explicaciones tratando de encubrir el pecado; sencillamente confesemos que hemos
mentido. La mentira es pecado y debemos condenarla como tal.
Confesar es estar al lado de Dios y juzgar al
pecado como tal. Hay tres cosas aquí: Dios, nosotros mismos y los pecados. Dios
está en un lado, los pecados en el otro y nosotros
en el medio. ¿Qué significa cometer un pecado? Significa que nos encontramos en
el extremo que corresponde al pecado y, por ende, estamos lejos de Dios. Una
vez que pecamos, nos alejamos de Dios. Una vez que nos vinculemos con los
pecados, no podremos estar juntos con Dios. En cuanto Adán pecó, procuró
esconderse de Dios y no osaba encontrarse con Él (Gn. 3:8).
En Colosenses 1:21
se nos dice: ―Y a vosotros también, aunque erais en otro tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras‖. El pecado genera un distanciamiento entre nosotros y Dios. Entonces,
¿qué significa confesar nuestros pecados? Significa que volvemos a estar en el
lado de Dios y reconocemos que lo que hicimos era pecado. Regresamos a Dios.
Dejamos de relacionarnos con el pecado. Nos oponemos al pecado, y lo llamamos
por su nombre. En esto consiste la confesión de pecados. Únicamente quienes
andan en la luz y sienten profunda repulsión hacia el pecado, podrán confesar
sus faltas con toda autenticidad. Aquellos que son insensibles al pecado y a
quienes les parece que pecar es normal, en realidad no confiesan sus pecados, y
si lo hacen, simplemente reconocen algo de los labios para afuera, sin poner el
corazón en ello.
Los creyentes somos hijos de luz (Ef. 5:8) e
hijos de Dios (1 Jn. 3:1). Ya no somos extranjeros ni advenedizos, sino
miembros de la familia de Dios; por consiguiente, debemos conducirnos con la
dignidad que es digna de la familia. Por ser hijo de Dios, usted debe saber
reconocer el pecado. Su actitud hacia el pecado debe ser la misma que tiene su
Padre al respecto. Usted debe considerar el pecado de la misma manera que su
Padre lo hace. La confesión en la casa de Dios, es el resultado de que los
hijos de Dios adopten la misma actitud hacia el pecado que manifiesta su Padre.
Allí, los hijos de Dios condenan el pecado de la misma manera que el Padre lo
hace, pues ellos adoptan la misma actitud que tiene el Padre con respecto al
pecado. Cuando un hijo de Dios peca, debe condenar el pecado tal y como su
Padre lo hace.
Si confesamos nuestros pecados de esta manera,
Dios ―es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda
injusticia‖. Si habiendo pecado nos percatamos de ello y lo reconocemos como
pecado, entonces Dios perdonará nuestro pecado y nos limpiará de toda
injusticia. Dios ―es fiel‖, es decir, Él tiene que honrar Sus propias palabras y promesas, y
tiene que cumplirlas.
Además, Él ―es justo‖, con lo cual se
nos indica que Él tiene que estar satisfecho con la obra de redención que Su
Hijo efectuó en la cruz y que está obligado a reconocerla. Así pues, tanto con
base en Su promesa como en la redención que provee, Él tiene que perdonarnos;
pues Él es fiel y justo. Tiene que perdonar nuestros pecados y limpiarnos de
toda injusticia.
Debemos prestar atención a las palabras ―todo‖ y ―toda‖ en 1 Juan 1:7 y 9. ―Todo pecado‖ y ―toda injusticia‖ nos han sido completamente perdonados y estamos
completamente
limpios de todo ello. Esto es lo que el Señor ha hecho. Cuando el Señor dice
―todo‖, quiere decir ―todo‖, y no debiéramos cambiarlo por
otra cosa. Y cuando Él dice que nos ha perdonado ―todo pecado‖, Él se refiere a absolutamente ―todo pecado‖, no solamente a todos los pecados que cometimos antes de creer o a
los que cometimos en el pasado. Él nos ha perdonado de todos nuestros pecados.
V. TENEMOS UN ABOGADO ANTE EL PADRE
En 1 Juan 2:1 se nos dice: ―Hijitos míos, estas
cosas os escribo para que no pequéis‖. ―Estas cosas‖ se refieren al perdón y a la limpieza de nuestros pecados en virtud
de las promesas y la obra de Dios. Juan escribió estas cosas para que no
pequemos. Esto demuestra que el Señor perdonó todos nuestros pecados, y
como resultado, ya no pecamos. Si nos percatamos de que hemos sido perdonados,
no nos sentiremos libres para pecar, sino que, por el contrario, no pecaremos.
Después de esto, Juan nos dice: ―Y si alguno
peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo‖. La expresión ante el Padre nos indica que se trata de un
asunto en el seno de la familia, es decir, que esto atañe a quienes ya son
salvos. Ya creímos y llegamos a ser uno de los muchos hijos de Dios. Ahora
tenemos un Abogado ante el Padre, el cual es Jesucristo el Justo. ―El mismo es
la propiciación por nuestros pecados‖. El Señor Jesús,
por medio de Su muerte y por haber llegado a ser la propiciación por nuestros
pecados, ha llegado a ser nuestro Abogado ante el Padre. Estas palabras están
dirigidas a los cristianos.
La propiciación de la que hablamos aquí es la
realidad tipificada por las cenizas de la vaca roja descritas en Números 19,
pues se refiere al perdón de Dios para nuestros pecados futuros, en conformidad
con lo logrado por medio de la obra en la cruz. No hay necesidad de una nueva
crucifixión. Sólo necesitamos la obra de la cruz una sola vez y eso es
suficiente. Con la redención eterna efectuada en la cruz, nuestros pecados son
perdonados. Aquel sacrificio no fue un sacrificio ordinario, sino un sacrificio
cuya eficacia puede ser aplicada en todo momento.
Puesto que se trataba de
cenizas, podía ser aplicado todo el tiempo. Con base en Su sangre, ahora el
Señor Jesucristo ha llegado a ser nuestro Abogado. Él ha efectuado la redención
en la cruz. Así pues, en virtud de la obra que Él efectuó, nosotros podemos ser
lavados. Si incidentalmente pecamos, no debemos revolcarnos en ello, ni
sentirnos desalentados, ni debemos permanecer en nuestro pecado. Cuando
pecamos, lo primero que debemos hacer es confesar nuestro pecado ante el Señor.
Dios dice que lo que hicimos es pecado; por lo tanto, debemos reconocerlo como
tal. Dios afirma que ello es un error, por tanto, nosotros también debemos
afirmar que es un error. Cuando le supliquemos a Dios
que perdone nuestro pecado, Él perdonará nuestro pecado y nuestra comunión con
Él será restaurada de inmediato.
A los ojos de Dios, ningún hermano ni hermana
debería pecar. Pero si alguno incidentalmente peca, lo primero que debe hacer
es tomar medidas inmediatas al respecto; es decir, debe enfrentarse a dicho
problema de inmediato. Nunca demore; tiene que resolver el asunto cuanto antes
posible. Uno tiene que confesar inmediatamente. Dígale a Dios: ―¡Oh Señor, he
pecado!‖. Confesar equivale a emitir una sentencia sobre nosotros mismos. Si
confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados y limpiarnos de toda injusticia.
Cuando un hijo de Dios peca y, en vez de confesar
sus pecados, permanece en ellos, su comunión con Dios se ve interrumpida. La
comunión de la que él disfrutaba con Dios ya no será posible, pues al haber un
agujero en su conciencia, no podrá permanecer en la presencia de Dios. Aunque
es posible que dicha persona todavía pueda mantener una comunión superficial
con Dios, dicha comunión habrá dejado de ser íntima y agradable.
Así pues, con
toda certeza, dicha persona sufrirá mucho. Aún cuando el niño que ha cometido
una falta regrese a su hogar, sentirá que hay algo que no marcha bien, pues su
padre no le dirige la palabra y no puede tener comunión íntima con su padre. El
hijo sabe que existe una barrera entre él y su padre. En esto estriba el dolor
que se produce al haberse interrumpido la comunión íntima que teníamos con
Dios.
La única manera de restaurar tal comunión es por
medio de acudir a Dios y confesarle nuestros pecados. Tenemos que creer que el
Señor Jesucristo es nuestro Abogado y que llevó sobre Sí todos nuestros
pecados. Tenemos que humillarnos y confesar nuestros fracasos y faltas delante
de Dios. Además, debemos depender de Él para no volver a caer en la arrogancia
ni en la irresponsabilidad cuando volvamos a emprender nuestra jornada. Debemos
reconocer que no somos mejores que nadie y que podemos caer en cualquier
momento.
Tenemos que pedirle a Dios que tenga misericordia de nosotros y nos
fortalezca para seguir adelante. Cuando confesamos nuestros pecados de esta
manera, nuestra comunión con Dios es restaurada de inmediato, y el gozo y la
paz que habíamos perdido volverán.
Para finalizar, debemos recalcar una vez más que
los cristianos no debemos pecar. El pecado nos perjudica y nos hace
sufrir. Que Dios, conforme a Su misericordia, nos mantenga, guarde y guíe en el
camino de una comunión ininterrumpida con Él.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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