Lectura bíblica: Ro. 10:10;
Pr. 29:25; Mt. 10:32-33
I. LA IMPORTANCIA DE LA
CONFESIÓN VERBAL
Cuando una persona ha creído
en el Señor, no debe mantener este hecho en secreto, sino que tiene que
confesar con su boca al Señor. Confesar al Señor con nuestra boca es de suma importancia.
A. Confesar con la boca
inmediatamente después de creer Tan pronto como una persona
cree en el Señor, debe confesar al Señor delante de los hombres. Supongamos que
una mujer da a luz a un hijo. ¿Qué pensaríamos si el niño todavía no habla a la
edad de uno, dos o tres años? ¿Diríamos que quizás es tardo en su desarrollo
lingüístico? ¿Le sería posible a esa persona comenzar a contar, “uno, dos,
tres, cuatro”, a los treinta años de edad y aprender a decir “papá” y “mamá” a
los cincuenta años?
Por supuesto que no. Si una persona es muda desde su
infancia, probablemente lo seguirá siendo por el resto de su vida, y si no ha
podido decir “papá” o “mamá” cuando era joven, probablemente tampoco podrá
hacerlo por el resto de su vida. De la misma manera, si un recién convertido no
confiesa al Señor ante los demás inmediatamente después de haber creído en Él,
me temo que no lo hará por el resto de su vida. Si no pudo hablar de Él cuando
era joven, probablemente tampoco lo hará cuando sea mayor.
Muchos han sido cristianos
por diez o veinte años y todavía siguen mudos. Esto se debe a que no abrieron
sus bocas en la primera o segunda semana de su vida cristiana. Ellos
continuarán siendo mudos hasta que mueran. Confesar a nuestro Señor es una
práctica que debe iniciarse en el momento en que uno cree. Si usted abre su
boca el día en que creyó en el Señor, el camino a la confesión estará abierto
para usted. Si una persona no confiesa al Señor en las primeras semanas, los
primeros meses, o los primeros años de su vida cristiana, lo más probable es
que no lo hará el resto de su vida. Por lo tanto, tan pronto como una persona
cree en el Señor, debe esforzarse por hablar de Él a otros, aunque le sea
difícil y no le agrade hacerlo.
Debe hablar a sus familiares y amigos. Si no
aprende a hablar del Señor a los demás, me temo que a los ojos de Dios, será
considerado un mudo por el resto de su vida. No queremos que los creyentes sean
mudos. Por esta razón desde el primer momento debemos aprender a abrir nuestra
boca. Si una persona no lo hace al principio, mucho menos lo hará más tarde. A
menos que Dios les conceda especial misericordia, o haya algún avivamiento,
estas personas jamás abrirán sus bocas. Si no confiesan desde un principio, les
será muy difícil hacerlo más tarde. El recién converso debe buscar la
oportunidad de confesar al Señor ante los hombres, porque tal confesión es muy
importante y de mucho provecho.
B. Con la boca se confiesa
para salvación
En Romanos 10:10 dice:
“Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para
salvación”. Con el corazón uno cree para justicia ante Dios, y con la boca uno
confiesa para salvación ante los hombres. Si usted ha creído en su corazón, lo
ha hecho ante Dios, nadie más lo puede ver. Si usted ha creído sinceramente,
usted ha sido justificado ante Dios, pero si sólo cree en su corazón y no lo confiesa con
su boca, nadie sabrá que usted ha sido salvo, y la gente seguirá considerándole
un incrédulo, pues no ven ninguna diferencia entre usted y ellos.
Por esta
razón, la Biblia recalca que, además de creer con el corazón, es menester
también confesar con la boca. Debemos confesar con nuestra boca.
Todo nuevo creyente debe
buscar oportunidades para confesar al Señor a sus compañeros de clase y de
trabajo, a sus amigos, a sus familiares y a todos aquellos con quienes tenga
contacto. Tan pronto se presente la oportunidad, les debe decir: “¡He creído en
el Señor Jesús!”. Cuanto más pronto ellos abran la boca para declarar esto,
mejor, porque una vez que lo hagan, los demás reconocerán que han creído en el
Señor Jesús. De esta manera, se librarán de la compañía de los incrédulos.
He visto que muchas personas
están indecisas con respecto a aceptar al Señor, pero una vez que se levantan y
proclaman: “¡Creo en el Señor Jesús!”, se sienten más seguros. Lo peor que le
puede suceder a un cristiano es quedarse con la boca cerrada. Si habla, habrá
dado un paso hacia adelante y se sentirá más seguro. Muchos creyentes dudan al
principio, pero tan pronto proclaman: “Yo creo”, adquieren seguridad.
C. La confesión nos evita
problemas
Es de gran beneficio
confesar con la boca después de creer con el corazón en el Señor, porque esto
nos evitará muchos problemas en el futuro.
Supongamos que usted no abre
su boca, y no dice: “He decidido seguir al Señor Jesús y ya le pertenezco a
Él”. Los demás lo seguirán considerando igual que ellos. Así que cuando ellos
pecan o se involucran en concupiscencias, siguen pensando que usted es como
ellos. Usted sabe en su corazón que es cristiano y que no está bien andar con
ellos, pero usted no les rechaza por complacerles. Al principio inventa
pretextos para no aceptar sus invitaciones, pero ellos continúan presionándole
y usted tiene que pensar en una nueva excusa o quizás dos para no ir con ellos.
¿Por qué no decirles desde un principio que usted es creyente? Todo lo que
tiene que hacer es confesar una o dos veces para que dejen de molestarlo.
Si usted no confiesa con su
boca, es decir, si sigue siendo un cristiano en secreto, tendrá más
dificultades que los que son cristianos abiertamente, ya que las tentaciones
que experimentará serán mucho más fuertes que las que experimentan los otros
cristianos que confiesan al Señor. Estará atado por los afectos humanos, y las
relaciones antiguas le afectarán mucho más, ya que no siempre podrá excusarse
diciendo que tiene dolor de cabeza, o que está ocupado. Como no puede usar
las mismas excusas una y otra vez, es mejor declarar desde el primer día: “He
creído en el Señor Jesús y lo he recibido en mi corazón”. Una vez que usted
haga saber esto a sus compañeros de clase y de trabajo, a sus amigos y
familiares, ellos sabrán que usted no es como ellos, y eso le ahorrará muchos
problemas; de lo contrario, usted se encontrará con muchos obstáculos. Confesar
al Señor evita muchas contrariedades.
D. No confesar al Señor hará
que su conciencia lo acuse
Existe un problema muy serio
para la persona que no confiesa al Señor con su boca. Muchos creyentes del
Señor tuvieron esta experiencia cuando Él estuvo en la tierra.
Los judíos rechazaron al
Señor Jesús y se le opusieron con vehemencia. En Juan 9, vemos el acuerdo al
cual ellos habían llegado: Si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, sería
expulsado de la sinagoga (v. 22). En el capítulo 12 de este mismo libro, la
Biblia dice que muchos gobernantes judíos creyeron en el Señor Jesús
secretamente, pues no se atrevían a confesarlo por temor a ser expulsados de la
sinagoga (v. 42). ¿Cree usted que estas personas tenían paz en sus corazones?
Quizás se habrían sentido incómodos si hubiesen confesado al Señor Jesús, pero
ciertamente sufrían una incomodidad aún mayor al no confesarlo.
¿Qué clase de
lugar era la sinagoga? Era un lugar donde la gente se oponía al Señor Jesús. Allí
se tramaban y discutían planes en contra del Señor conspirando contra Él y
procurando sorprenderlo en alguna falta. Estas eran las actividades tenebrosas
que tomaban lugar en la sinagoga. ¿Qué podría hacer un creyente genuino en
medio de tales personas? ¿Cuánta fuerza de voluntad se necesitaría para
mantener la boca cerrada? En tal ambiente es muy difícil que alguien confiese
al Señor con su boca, pero no confesarlo públicamente resulta mucho más
difícil.
La sinagoga judía es un
cuadro del mundo que se opone al Señor. El mundo siempre critica al Señor Jesús
y siempre considera a Jesús de Nazaret un verdadero problema. El mundo siempre
habla en contra del Señor. Al estar en tal lugar, ¿podría usted escuchar a esta
gente y, aun así, pretender ser como uno de ellos? Fingir no sólo es doloroso,
sino que también es muy difícil, ya que se requiere mucho más esfuerzo para
controlarse y refrenarse. En tales circunstancias, acaso no habría algo dentro
de usted que anhelara poder gritar: “¡Este hombre es el Hijo de Dios y yo creo
en Él!”. Acaso no hay algo en usted que desea proclamar: “¡Este hombre es mi
Salvador y yo creo en Él!”, o “¡Este hombre me puede librar de mis pecados y
aunque usted no crea en Él, yo sí creo en Él!”. ¿No hay acaso algo dentro de
usted que desea proclamar esto a los cuatro vientos?
¿Va usted a obligarse a
estar callado simplemente porque desea el respeto y la posición que los hombres
le dan? Según mi parecer, creo que habría sido mejor para el grupo de
gobernantes judíos mencionados en el capítulo 12 ser expulsados de la sinagoga.
Si hubieran confesado al Señor se habrían sentido mucho mejor. Si usted no
fuera un creyente verdadero, seguramente le daría igual confesar al Señor o no.
Pero, debido a que usted es un creyente genuino, su conciencia lo acusaría si
pretendiese simpatizar con quienes se oponen al Señor.
Cuando hay alguien que
se opone al Señor, usted no siente paz en su corazón; pero aun así, dice
forzosamente: “¡Eso que usted dice es muy interesante!”. ¿No es esto lo más
terrible y doloroso que le pueda suceder a hombre alguno?
No hay nada más doloroso que
no confesar al Señor ante los hombres. Este es el mayor de los sufrimientos. A
mí no me gustaría estar en el lugar de aquellos gobernantes judíos, porque el
sufrimiento que ellos experimentaron fue muy grande. Si usted no es creyente,
no tiene nada que decir, pero si usted ha creído, lo mejor que puede hacer y lo
que es más fácil y gozoso es salirse de la sinagoga. Quizás a usted le parezca
que hay demasiados obstáculos para ello, pero las experiencias pasadas nos
indican que estos obstáculos serán cada vez mayores, y que su corazón sufrirá
más si no opta por este camino.
Supongamos que usted oye una
calumnia contra sus padres y escucha callado sin hacer nada, o peor aún,
pretende estar de acuerdo con ello. Si usted hace tal cosa, ¿qué clase de
persona es usted? Nuestro Señor dio Su vida para salvarnos. Si no decimos nada
del Señor a quien nosotros adoramos y servimos ¿a qué grado de cobardía hemos
llegado? Debemos ser osados y proclamar: “¡Yo pertenezco al Señor!”.
II. ALGUNOS ERRORES COMUNES
A. Intentar reemplazar la
confesión con un buen comportamiento
Muchos creyentes nuevos son
influenciados por las enseñanzas tradicionales y piensan que portarse bien es
más importante para un cristiano que confesar con sus labios. Piensan que un
cambio en lo que uno dice no es tan importante como un cambio en lo que uno
hace.
Debemos desechar este concepto, el cual es totalmente erróneo. Con esto
no estamos diciendo que no sea necesario cambiar nuestra conducta, porque si
nuestra conducta no cambia, nuestra confesión es en balde. Pero cambiar nuestra
manera de obrar sin confesar con nuestra boca es igualmente vano. Un cambio de
conducta jamás podría reemplazar la confesión, porque aun cuando nuestra
conducta haya cambiado, aún sigue siendo necesario confesar públicamente al
Señor.
El nuevo creyente debe
aprovechar la primera oportunidad que se le presente de hablar a los demás
sobre su fe en el Señor Jesús. Si usted no confiesa con la boca, hará que se
formen conjeturas sobre usted y se especule sobre su comportamiento. Se dirán
muchas cosas acerca de usted, pero no mencionarán al Señor Jesús; así que es
mejor que les diga por qué ha habido tal cambio en su conducta, ya que una
buena conducta jamás reemplazará la confesión verbal. Es importante tener una
buena conducta, pero también lo es confesar con nuestra boca. Por lo tanto,
usted debe confesar: “Jesús es mi Señor y deseo servirle”. Estas palabras deben
salir de su boca, aunque su conducta sea muy buena.
Hemos oído a mucha gente
decir que no hay necesidad de decir nada si se tiene una buena conducta.
Recuerden que nadie se molestará en criticar a aquellos que dicen esto, aun
cuando su conducta no haya sido tan buena, pero si dice que es cristiano, inmediatamente
los demás lo criticarán y lo censurarán cuando cometa la menor falta. Así que
aquellos que dicen que es suficiente con manifestar una buena conducta y que no
es necesario confesar con la boca, en realidad están dándose una excusa para
portarse mal. Dejan una puerta abierta para escapar de las críticas. No crean
que es suficiente tener un cambio de conducta; es absolutamente indispensable
confesar con la boca.
B. El temor de no perseverar
hasta el final
Algunas personas piensan de
esta manera: “Si confieso verbalmente y luego no persevero en mi convicción
cristiana, ¿no será esto motivo de burla? Supongamos que después de tres o
cinco años he fracasado como cristiano, ¿qué debo hacer entonces? Es mejor no
decir nada ahora y esperar que pasen algunos años hasta que esté seguro”.
Podemos decirles a estas personas que si no confiesan su fe por temor de caer o
fracasar, sin duda alguna fracasarán.
Estas personas han abierto una puerta
trasera procurando evitar la puerta principal. Es decir, ya han hecho los
preparativos necesarios para poder desdecirse de su propia confesión de fe.
Estas personas quieren esperar a sentirse seguras antes de confesar. Podemos
estar seguros que tales personas fracasarán. Es mejor declarar resueltamente:
“¡Yo soy del Señor!”.
Si usted cierra la puerta trasera, le será mucho más
difícil retroceder o desviarse y tendrá más posibilidades de avanzar que de
retroceder. De hecho, esta es la única manera en la que usted podrá avanzar.
Si usted espera mejorar su
comportamiento antes de decidirse a confesar al Señor delante de los demás, su
boca jamás se abrirá; estará mudo para siempre aunque llegue a manifestar una
buena conducta. Si usted no abre su boca desde un principio, más tarde le será
mucho más difícil. Si usted confiesa verbalmente su fe, la posibilidad de tener
una buena conducta se incrementará, pero si espera confesar hasta que su
conducta mejore, perderá no sólo la oportunidad de abrir su boca, sino también
la de tener una buena conducta.
Es reconfortante saber que
Dios no sólo nos redime, sino que también nos guarda. ¿Con qué podemos comparar
la redención? La redención es la adquisición de algo. Pero, ¿qué significa
entonces guardar? Guardar es retener lo adquirido. ¿Quién en este mundo compra
cierto artículo pensando que luego lo va a tirar? Cuando compramos un reloj,
esperamos usarlo por lo menos cinco o diez años; no lo compramos para luego
tirarlo. Dios salva a personas por todo el mundo, pero no las salva para
tirarlas. Él quiere resguardar lo que ha salvado. Puesto que Dios nos salvó, Él
nos guardará. Puesto que Dios nos redimió, Él nos guardará hasta aquel día.
Dios nos ama tanto que envió a Su Hijo para redimirnos. Si Él no hubiera tenido
la intención de guardarnos, no habría pagado tan alto precio. El plan y propósito
de Dios es salvaguardarnos. Así que no tengan temor de levantarse y declarar:
“¡Creo en el Señor!”. Posiblemente se pregunte: “¿Qué pasará si cometo una
falta a los pocos días?”. No se preocupe. Dios será responsable de eso, así que
mejor levántese y diga: “¡Yo pertenezco a Dios!”. Entréguese a Él. Dios sabe
que usted necesita apoyo, cuidado y protección. Podemos afirmar con certeza que
Dios resguarda la salvación del hombre. Esto hará que la redención esté llena
de significado para nosotros.
C. El temor del hombre
Algunas personas no se
atreven a confesar al Señor públicamente porque tienen temor de los hombres.
Son muchos los que honestamente pueden decir que verdaderamente están
dispuestos a ponerse de pie y confesar al Señor públicamente y sin ninguna
reserva, pero en cuanto ven el rostro de los demás, sienten temor. Al ver el
rostro de sus padres o de sus amigos, los sobrecoge la timidez que les impide
hablar. Es aquí donde muchas personas tropiezan, porque sienten temor de los
hombres y no se atreven a abrir su boca. Algunas personas son tímidas por
naturaleza, no sólo en cuanto a confesar al Señor, sino también en otras cosas.
Pedirles que hablen sobre su fe equivale a pedirles que sacrifiquen su vida.
Ellos sencillamente no se atreven a abrir sus bocas.
No obstante, esta clase de
persona debe prestar oído a lo que Dios dice al respecto.
Proverbios 29:25
dice: “El temor del hombre pondrá lazo”. Si usted siente temor de ver a los
demás, caerá en un “lazo”, porque su temor se convertirá en una trampa para
usted. Es decir, su temor se convierte en su propio lazo. Cada vez que su
corazón siente temor de los hombres, usted se está enredando en su propio lazo,
en el cual caerá porque éste ha sido creado por su propio temor. Posiblemente
la persona a la que usted teme, esté dispuesta a escucharle, y aun si no
quisiera oírle, posiblemente ella no sea tan terrible como usted se imagina.
Hay una historia de dos
personas que eran colegas. Uno de ellos era creyente, y el otro no. Pero el
creyente era muy tímido y no se atrevía a decirle a su colega incrédulo que
había sido salvo. El incrédulo estaba muy intrigado por el gran cambio que se
había operado en su compañero, porque éste antes era muy iracundo, pero ahora
había cambiado; sin embargo, no se atrevía a preguntarle cuál era la razón del
cambio. Todos los días trabajaban juntos, compartían la misma mesa y se
sentaban frente a frente; uno no se atrevía a hablar, y el otro no se atrevía
preguntar. Día tras día se miraban el uno al otro. A uno le daba miedo hablar,
y al otro le daba miedo preguntar. Un día el creyente no pudo aguantarse más, y
después de orar, aproximándose a su colega, le estrechó la mano fuertemente y
le dijo: “Soy muy tímido, pero desde hace tres meses he querido decirle algo, y
ahora se lo voy a decir: He creído en Jesús”.
Al decir esto, su rostro
palideció. El otro respondió: “Yo también desde hace tres meses he querido
preguntarle a qué se debe el cambio suyo pero no me atrevía a hacerlo”. Al oír
esto, el creyente se sintió motivado a seguir hablando y pudo llevar a su amigo
a recibir al Señor.
Los creyentes que tengan
temor de los hombres fracasarán. Recuerde que si teme a alguien, posiblemente
él también le tema a usted. Si seguimos a Dios, no hay razón para temer. Aquel
que tema a los hombres, no podrá ser un buen cristiano ni podrá servir al
Señor. El cristiano debe confesar al Señor ante sus familiares y amigos, en
privado y en público. Debemos hacer esto desde un principio.
D. La timidez
Algunas personas son tímidas
y se avergüenzan de ser cristianas. Es verdad que esta clase de vergüenza puede
presentarse cuando uno se enfrenta a incrédulos. Si usted les dice que trabaja
haciendo investigaciones en el campo de la técnica, le felicitarán por tener un
futuro brillante, y si les dice que está estudiando filosofía, dirán que usted
es una persona muy inteligente. A usted no le avergüenza hablar de muchas
cosas. Sin embargo, si dice que es cristiano, muchos dirán que usted es
demasiado ingenuo o que no es lo suficientemente inteligente, y tendrán poca
estima de usted. Hablar sobre otros temas no le da vergüenza, pero hablar de su
fe cristiana sí le da vergüenza. Es inevitable que un nuevo creyente sienta
vergüenza cuando confiesa públicamente su fe; pero debe vencer tal sentimiento.
Es cierto que el mundo se avergüenza de alguien que se ha hecho cristiano, pero
nosotros tenemos que superar tal sentimiento.
¿Cómo podemos superar esta
sensación de vergüenza? Tenemos que enfrentarnos a tal sentimiento desde dos
ángulos diferentes:
Por un lado, tenemos que
darnos cuenta que cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él llevó nuestros
pecados y también nuestra vergüenza. Cuando el Señor llevó nuestros pecados, Él
sufrió una gran humillación. Así pues, a los ojos de Dios, nosotros también
debemos estar dispuestos a sufrir semejante humillación de parte de los
hombres. La humillación que hemos de sufrir delante de los hombres, jamás podrá
compararse con la humillación que nuestro Señor sufrió por nosotros en la cruz.
Por lo tanto, no nos debe sorprender si somos humillados; debemos entender que
pertenecemos al Señor.
Por otra parte, hay un buen
himno que dice así: “¡Nuestra timidez es como si el cielo de la mañana
repudiase al sol! Pero el Señor irradia la divina luz que ilumina nuestra
conciencia, que es tan oscura como la noche”. Ya que el Señor, ha tenido tanta
gracia para con nosotros y nos ha redimido, sentir vergüenza de confesarlo es
como si el cielo de la mañana se avergonzara de la iluminación del sol. Hemos
hallado gracia en el Señor; Él nos ha redimido, nos ha guardado y nos llevará a
los cielos. Sin embargo, ¡consideramos una vergüenza confesar nuestra fe en Él!
Si esto es una vergüenza, ¡entonces toda la gracia que hemos recibido debe ser
una vergüenza y debemos negarla! El Señor ha hecho mucho por nosotros, ¿cómo
entonces, es posible que nos avergoncemos de confesarlo?
Debemos avergonzarnos por
cosas como: juergas, borracheras, libertinajes, pecados, obras de las tinieblas
y obras del maligno. El Señor nos ha librado de todo esto, y debemos sentirnos
gloriosos. ¿Cómo, entonces, podemos sentirnos avergonzados? No nos debe dar
vergüenza confesar al Señor, porque ¡es glorioso y es motivo de gozo confesar
Su nombre! Nosotros somos los que nunca pereceremos, y jamás seremos condenados
ni juzgados por Dios; nunca nos apartaremos de Su glorioso rostro. ¡Somos
aquellos que siguen al Cordero por dondequiera que va y siempre estaremos con
Él! (Ap. 14:4) No debemos permitir que la gente siembre la semilla de vergüenza
en nosotros. Debemos levantarnos osadamente y decir que pertenecemos a Dios.
¡Gloriémonos y regocijémonos en Él!
Pedro era una persona de
voluntad férrea por naturaleza y se esforzaba por destacar entre los discípulos
y ser el primero en todo. Pero un día negó al Señor y se convirtió en un mísero
ratón. Cuando fue interrogado, tuvo temor. En términos humanos, Pedro era un
“héroe” y un líder nato entre los discípulos, pero sintió temor incluso antes
de que otros intentarán quitarle la vida. Tuvo temor y maldijo cuando sólo le
dijeron: “Éste estaba con Jesús el nazareno”. Esto realmente dejaba mucho que
desear. Todos aquellos que se rehúsan a confesar al Señor públicamente son
dignos de lástima. Lo que Pedro hizo fue muy bajo; fue una verdadera vileza que
negara al Señor (Mt. 26:69-75).
Aquellos que son tan tímidos
que no abren sus bocas, están llenos de vergüenza. Los que son verdaderamente
nobles confiesan su fidelidad a Jesús de Nazaret aun cuando estén a punto de
ser quemados en la hoguera o ser arrojados al mar. Pueden ser azotados,
quemados vivos o echados en un foso de leones; sin embargo, todavía proclaman:
“¡Yo pertenezco a Jesús el nazareno!”. ¡En todo el mundo, no hay nada más
glorioso que esto! La persona que debiera sentirse más avergonzada es aquella
que tiene vergüenza de confesar al Señor. Tales personas resultan inútiles.
Ellas incluso ¡se detestan a sí mismas y se avergüenzan de sí mismas! Es una
verdadera vergüenza que uno se menosprecie a sí mismo y que tenga vergüenza de
lo que ha recibido.
Por lo tanto, no debemos
tener temor ni vergüenza. Todos aquellos que desean aprender a seguir al Señor
deben aprender a confesarle delante de los hombres con toda confianza. Si la
luz, la santidad, la espiritualidad y seguir al Señor es una deshonra; y la
oscuridad, el pecado, la carnalidad y seguir al hombre traen gloria, entonces
debemos escoger la deshonra. Preferimos sufrir el vituperio de Cristo, tal como
lo hizo Moisés, ya que tal humillación es mucho más gloriosa que la gloria de
los hombres (He. 11:26).
E. Amar la gloria de los
hombres
¿Por qué los gobernantes
mencionados en Juan 12 no confesaron al Señor? Porque amaban más la gloria de
los hombres que la gloria de Dios. Muchas personas no se atreven a confesar
abiertamente su fe porque no solamente desean a Cristo, sino también desean la sinagoga.
Esas personas desean a Cristo y es por eso que creen en Él; pero ellas no lo
confiesan porque también desean permanecer en la sinagoga. Si una persona desea
ambas cosas, no será fiel a ninguna de las dos.
Si usted desea servir al
Señor, debe elegir entre el Señor o la sinagoga; de lo contrario jamás será un
buen cristiano. Debe tomar la decisión de escoger al Señor o a los hombres. Los
gobernantes tenían temor de perder el favor de los hombres. Temían que si
confesaban al Señor, serían expulsados de la sinagoga. El que escoge al Señor,
de una manera incondicional, no tendrá temor de ser expulsado de la sinagoga.
Si la gente no le persigue
después de que usted ha creído en el Señor, debe decir: “¡Señor, gracias!”,
pero si le persiguen después de confesar al Señor, también debe decir “¡Señor,
gracias!”. ¿Qué hay de raro en esto? Nosotros no podemos ser como aquellos
gobernantes que, por su amor a la sinagoga, no quisieron confesar su fe en el
Señor Jesús. Si todos los creyentes fueran como ellos, la iglesia no existiría
hoy. Si Pedro hubiera regresado a su casa y se hubiera quedado callado después
de haber creído en el Señor, si Pablo, Lucas, Darby y
todos los demás hubieran
guardado silencio después de creer, y si todos los que están en la iglesia se
hubieran quedado callados y no se hubieran atrevido a confesar al Señor,
ciertamente habrían tenido menos problemas, ¡pero la iglesia no existiría hoy!
Una de las características
de la iglesia es que se atreve a creer en el Señor, y otra es que se atreve a confesar
su fe en Él. Ser salvo no significa simplemente creer en el Señor Jesús, sino
creer y confesar que uno es creyente. La confesión es muy importante. La fe
cristiana no sólo se manifiesta en la conducta, sino también en aquello que
proclamamos con nuestros labios.
Debemos confesar con nuestra boca: “¡Yo soy
cristiano!”. No es suficiente que un cristiano manifieste una buena conducta;
él debe también confesar con su boca. Si no tenemos labios que confiesan al
Señor públicamente, tampoco existirá el cristianismo. La Escritura es muy
clara: “Con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para
salvación”. Ser cristiano es creer con el corazón, y confesar con la boca.
III. NUESTRA CONFESIÓN Y LA
CONFESIÓN DEL SEÑOR
El Señor dijo: “Pues a todo
el que en Mí confiese delante de los hombres, Yo en él también confesaré
delante de Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:32). Agradecemos al Señor
porque si lo confesamos a Él hoy, en aquel día Él también nos confesará a
nosotros. El Señor también dijo: “Pero a cualquiera que me niegue delante de
los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre que está en los cielos”
(v. 33). “Mas el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de
los ángeles de Dios” (Lc. 12:9).
¡Qué contraste! Todo lo que tenemos que hacer
es confesar que el Señor excelente, el distinguido entre millares, es el Hijo
de Dios, y entonces Él nos confesará delante del Padre celestial y de los
ángeles de Dios. Si usted piensa que es difícil confesar a tan glorioso Señor
delante de los hombres, el Señor también tendrá dificultad en confesar delante
de Su Padre a una persona como usted cuando Él retorne en la gloria del Padre.
No debemos evitar confesar al Señor por temor a los hombres (Is. 51:12) Si hoy
es difícil para nosotros confesar a Jesucristo, el Hijo del Dios viviente; en
aquel día, cuando Él regrese, le será difícil a Él confesarnos ante Su Padre y
ante todos los ángeles gloriosos. ¡Éste es un asunto muy serio!
En realidad, no es difícil
confesar al Señor, especialmente si comparamos nuestra confesión con la Suya.
Es muy difícil que Él nos confiese a nosotros porque somos los hijos pródigos
que recién regresamos a casa, y no hay nada bueno en nosotros, pero Él nos
confesará delante de Su Padre en el futuro. ¡Confesémoslo ante los hombres hoy!
Quiera Dios que desde el
principio los recién convertidos no se avergüencen de confesar al Señor. Jamás
seamos cristianos secretos.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO Featurin W.N. Ministries
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