EL PARTIMIENTO DEL PAN
Lectura bíblica: Mt.
26:26-28; 1 Co. 10:16-22; 11:23-32
I. LA INSTITUCIÓN DE LA CENA
DEL SEÑOR
En la iglesia tenemos una
cena a la cual todos los hijos de Dios deben asistir. Esta cena fue instituida
por el Señor Jesús la última noche en que estuvo en la tierra, en la víspera de
Su crucifixión. Así pues, esta cena fue la última de la cual el Señor participó
en Su última noche en la tierra. Aunque Él comió después de Su resurrección,
tal acto no era ordinario, sino algo opcional.
¿Cómo fue la última cena?
Esta cena tiene su historia. Los judíos celebraban una fiesta llamada la
Pascua, con la cual recordaban su liberación de la esclavitud en Egipto. ¿Cómo
los había salvado Dios? Dios ordenó a los hijos de Israel que tomaran un
cordero por familia, según la familia de sus padres, y que lo inmolaran al caer
la noche del día catorce del primer mes. Después, tenían que untar con sangre
los dos postes y el dintel de la puerta de sus casas. Aquella noche, ellos
comieron la carne del cordero, acompañándola con pan sin levadura y hierbas
amargas. Después del éxodo de Egipto, Dios les ordenó que guardaran esta fiesta
cada año a manera de conmemoración (Éx. 12:1-28). Por tanto, para los judíos,
la Pascua fue instituida como recordatorio de su liberación.
La última noche antes de que
el Señor Jesús partiera de este mundo era también la noche de la Pascua.
Después de que el Señor comió del cordero pascual con los discípulos, Él
instituyó Su propia cena. El Señor estaba tratando de mostrarnos que debíamos
participar en Su cena de la misma manera en que los judíos participaban del
banquete pascual.
Ahora, comparemos estas dos
fiestas. Los israelitas fueron salvos y liberados de Egipto, y ellos guardaban
la Pascua. Los hijos de Dios hoy en día son salvos y liberados de los pecados
de este mundo, y participan en la cena del Señor. Los israelitas tenían su
propio cordero. Nosotros también tenemos nuestro Cordero: el propio Señor Jesús, el
Cordero de Dios. Hemos sido liberados de los pecados de este mundo, del poder
de Satanás, y ahora estamos completamente del lado de Dios. Por tanto,
participamos de la cena del Señor de la misma manera en que los israelitas
participaron del cordero pascual.
Después de haber celebrado
la Pascua, “tomó Jesús pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y
dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado
gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es Mi sangre del
pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (Mt. 26:26-28). Esta
es la cena que el Señor instituyó.
¿Qué significado encierra
una cena? La hora de la cena es un tiempo en el que toda la familia se reúne
para comer en paz, después de un día de labores. No es una comida en la que
tenemos que comer con prisa, como podrían serlo el desayuno o el almuerzo. Se
trata, más bien, de tener una cena apacible y en completo descanso.
Esta
debiera ser la clase de atmósfera que impere entre los hijos de Dios cuando participan
de la cena del Señor. Ellos no debieran apurarse. Sus mentes no debieran estar
distraídas, pensando en esto o aquello; antes bien, ellos debieran disfrutar
reposo en la casa de Dios.
El Señor usó pan sin
levadura, en lugar de pan leudado, debido a que Él instituyó Su cena durante la
Pascua (Éx. 12:15). El “fruto de la vid” es mencionado en Mateo 26, Marcos 14 y
Lucas 22. Al celebrar la reunión del partimiento del pan, podemos usar vino de
uvas o jugo de uvas, siempre y cuando se trate del “fruto de la vid”.
II. EL SIGNIFICADO DE LA
CENA DEL SEÑOR
A. Hacemos memoria del Señor
¿Por qué el Señor desea que
celebremos Su cena? El Señor dijo: “Haced esto ... en memoria de Mí” (1 Co.
11:25). Por tanto, el primer significado de la cena es recordar al Señor. El
Señor sabe que nos olvidaremos de Él. Si bien la gracia recibida es inmensa y
la redención que recibimos es maravillosa, nuestra experiencia nos dice que es
fácil para el hombre olvidarse del Señor. Si nos descuidamos un poco, los que
recién han sido salvos podrían olvidarse incluso de la salvación del Señor, por
lo cual del Señor deliberadamente nos encargó: “Haced esto ... en memoria de
Mí”.
El Señor desea que hagamos
memoria de Él, no solamente porque somos propensos a olvidarnos de Él, sino,
además, porque el Señor necesita que nosotros hagamos tal conmemoración. El
Señor no quiere que nos olvidemos de Él. Él es mucho más grandioso que
nosotros, y jamás podríamos sondear toda Su grandeza. Así pues, nosotros no le
hacemos ningún beneficio a Él al recordarlo. Antes bien, para
nuestro propio beneficio, Él dijo: “Haced esto ... en memoria de Mí”.
El Señor
ha sido condescendiente y apeló a nosotros para que lo recordásemos. Él primero
fue condescendiente para llegar a ser nuestro Salvador. Además, condescendió a
fin de ganar nuestros corazones y así obtener que hagamos memoria de Él. El
Señor no desea que nosotros nos olvidemos de Él. Él desea que semana tras
semana, continuamente, vivamos delante de Él y le recordemos. Él nos pide esto
a fin de que obtengamos Sus bendiciones espirituales. El Señor desea que le
recordemos; esta es la petición que Él nos hace en amor.
Si nosotros no hacemos
memoria de Él continuamente ni tenemos siempre presente la redención que Él
efectuó por nosotros, fácilmente nos enredaremos en los pecados del mundo. De
ser así, fácilmente surgirán disputas entre los hijos de Dios. Nuestra pérdida
sería, en realidad, inmensa. Por eso, el Señor desea que le recordemos. Somos
bendecidos cuando hacemos memoria de Él. Esta es una manera de recibir Su
bendición. Recibimos la gracia del Señor por medio de hacer memoria de Él.
Una gran bendición que
recibimos como consecuencia de recordar al Señor, es que nos escapamos de la
influencia y dominio que ejercen los pecados del mundo. Una vez por semana se
nos recuerda de cómo recibimos al Señor y cómo Él murió por nosotros. Al hacer
esto, somos separados de los pecados del mundo. Esta es una de las bendiciones
que recibimos al partir el pan en memoria del Señor.
Otro de los motivos
espirituales para partir el pan en memoria del Señor es para prevenir que los
hijos de Dios disputen entre sí y causen divisiones. Cuando me recuerdo a mí
mismo de que soy salvo, y otro hermano también se recuerda a sí mismo de que él
ha sido salvo, ¿cómo podríamos dejar de amarnos los unos a los otros? Si
mientras estoy reflexionando que el Señor Jesús me ha perdonado a mí de mis
numerosos pecados, veo participar de la cena del Señor a una hermana quien
también ha sido igualmente redimida por la sangre, ¿cómo no podría perdonarla?
¿Cómo podría yo hacer constar sus faltas y causar división en base a ello?
Durante los dos mil años de historia de la iglesia, muchas disputas surgidas
entre hijos de Dios fueron resueltas cuando ellos se reunieron para participar
de la mesa del Señor. En la mesa del Señor, toda animadversión y odio
desaparecen. Cuando recordamos al Señor, también nos acordamos de cómo fuimos
salvos y perdonados. El Señor ha perdonado nuestra deuda de diez mil talentos.
¿Cómo podríamos entonces apresar a nuestro compañero y asirlo del cuello,
cuando nos debe apenas cien denarios? (Mt. 18:21-35). Cuando un hermano hace
memoria del Señor, su corazón es ensanchado al grado que puede recibir a todos
los hijos de Dios.
Este hermano verá que todos los redimidos por el Señor son
amados por Él y, espontáneamente, él querrá amarlos también. Si estamos en el
Señor, no tendremos envidia, odio, resentimiento, ni dejaremos de perdonar.
Sería irracional acordarnos de cómo el Señor nos perdonó de nuestros muchos pecados y
seguir peleando con los hermanos y hermanas.
No es posible hacer memoria del
Señor si somos pendencieros, envidiosos, iracundos y rencorosos. Por tanto,
siempre que nos reunimos para recordar al Señor, el Señor nos recuerda de Su
amor y de Su obra en la cruz. Él nos recuerda que todos los que Él salvó, son
amados por Él. El Señor nos ama, y se dio a Sí mismo por nosotros. Él se dio a
sí mismo por nosotros y por todos los que le pertenecen. Él ama a quienes le
pertenecen, y nosotros espontáneamente amamos a todos Sus hijos, porque no
podemos odiar a los que Él ama.
“Haced esto ... en memoria
de Mí”. Jamás podremos hacer memoria de las personas que no conocemos. Tampoco
podremos recordar aquellas cosas que no hemos experimentado. Aquí el Señor
desea que hagamos memoria de Él, lo cual significa que ya le conocimos en
Gólgota y que ya recibimos Su gracia. Estamos aquí recordando lo que Él ha
conseguido. Miramos retrospectivamente para hacer memoria del Señor de la misma
manera que los judíos recuerdan la Pascua.
¿Por qué hay tantas personas
perezosas y sin fruto? Es debido a que se han olvidado de que ya fueron
purificadas de sus antiguos pecados (2 P. 1:8-9). Este es el motivo por el cual
el Señor desea que le recordemos y le amemos. Él quiere que lo recordemos todo
el tiempo. Debemos recordar que la copa representa el nuevo pacto promulgado
por medio de Su sangre, la cual fluyó en beneficio nuestro. También debemos
recordar que el pan es Su cuerpo que fue dado por nosotros. Esto es lo primero
que debemos recalcar al partir el pan.
B. Anunciamos la muerte del
Señor
La cena del Señor encierra
también otro significado. 1 Corintios 11:26 dice: “Pues, todas las veces que
comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él
venga”. Al comer el pan y beber la copa, anunciamos la muerte del Señor. La
palabra que en este versículo se tradujo “anunciáis” también puede traducirse:
“proclamáis”. Esto significa proclamar la muerte del Señor ante los demás. Al
encomendarnos la celebración de Su cena, el Señor no solamente nos pide que le
recordemos, sino también que proclamemos Su muerte.
¿Por qué el pan y la copa
anuncian la muerte del Señor? En un principio, la sangre se halla en la carne,
pero cuando la sangre está separada de la carne, eso quiere decir que ha habido
muerte. Cuando vemos el vino en la copa, vemos la sangre, y cuando vemos el pan
sobre la mesa, vemos la carne. La sangre del Señor está en un lado y Su carne
en el otro. Así pues, la sangre ha sido separada de la carne. Así anunciamos la
muerte del Señor. En esta reunión no hay necesidad de que digamos a los demás:
“Nuestro Señor murió por nosotros”.
Los asistentes saben que ha
habido muerte al ver que la sangre está separada de la carne.
¿Qué es el pan? Es trigo
hecho polvo. ¿Qué contiene la copa? Las uvas que han sido exprimidas. Al ver el
pan, éste nos recuerda el trigo molido, y al ver la copa, ella nos recuerda las
uvas que fueron exprimidas. Es obvio que todo esto nos recuerda la muerte. Un
grano de trigo es únicamente un grano, y no puede llegar a convertirse en pan
si no ha sido molido primero. Asimismo, un racimo de uvas no puede llegar a ser
vino a menos que haya sido exprimido. Si un grano de trigo procura salvarse a
sí mismo, no habrá pan. Del mismo modo, si un racimo de uvas trata de salvarse,
no habrá vino. Aquí el Señor habló por medio de Pablo:
“Pues, todas las veces
que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta
que Él venga”. Nosotros comemos los granos que han sido molidos y bebemos las
uvas que fueron exprimidas. Hacemos esto a fin de anunciar la muerte del Señor.
Tal vez sus padres, sus
hijos u otros familiares suyos no conozcan al Señor. Si usted los lleva a la
reunión y ellos ven el pan, le preguntarán: “¿Qué es eso? ¿Qué significado
encierra partir el pan así? ¿Y qué significa la copa?”. Usted responderá: “La
copa representa la sangre y el pan representa la carne. La sangre está separada
de la carne, ¿qué representa este hecho para ustedes?”. Entonces ellos
responderán: “Esto quiere decir que ha habido muerte”. La sangre está en un
lado, y la carne en el otro. La sangre y la carne están separadas, lo cual
implica muerte.
Podemos demostrar delante de todos los hombres que aquí se
exhibe la muerte del Señor. Cuando estamos en el salón de reunión, deberíamos
predicar el evangelio no sólo con nuestros labios o con nuestros dones, sino
también mediante la cena del Señor. Esta es una manera de predicar el
evangelio. Constituiría un gran evento a escala universal si los hombres
comprendieran que participar de la cena del Señor no es un ritual. Más bien,
debemos comprender que al participar de la cena del Señor estamos anunciando Su
muerte. Jesús nazareno, el Hijo de Dios, murió. Este hecho de inmenso
significado es exhibido ante nosotros.
A ojos de los hombres, el
Señor Jesús ya no está en la tierra, pero los símbolos de la cruz, esto es, el
pan y la copa, todavía están entre nosotros. Siempre que vemos el pan y la
copa, somos recordados de la muerte del Señor en la cruz. Este símbolo de la
cruz nos recuerda la constante necesidad que tenemos de recordar que el Señor
murió por nosotros.
“Pues, todas las veces que
comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él
venga”. Ciertamente el Señor regresará, lo cual representa un gran consuelo
para nosotros. Resulta particularmente significativo que asociemos Su venida
con la cena del Señor. ¿Acaso no disfrutamos la cena al
anochecer? La cena es la última comida del día. Todas las semanas participamos
de la cena del Señor.
La iglesia ha venido participando de la misma cena una
semana tras otra durante casi dos mil años. Esta cena aún no ha terminado, y
nosotros seguimos celebrándola. Nosotros esperamos y esperamos, hasta el día
que el Señor regrese. Cuando Él regrese, ya no celebraremos esta cena. Cuando
nos encontremos con el Señor cara a cara, ya no habrá necesidad de celebrar
esta cena, pues ya no será necesario recordar al Señor de esta manera.
Por tanto, celebramos la
cena del Señor para recordar al Señor y anunciar Su muerte hasta que Él venga.
La cena del Señor es para hacer memoria de Él. Esperamos que los hermanos y
hermanas fijen sus ojos en Él desde el inicio de su vida cristiana. Si uno
recuerda al Señor, espontáneamente recordará también Su muerte y, al hacerlo,
espontáneamente fijará su mirada en el reino, cuando el Señor regrese y nos
reciba a Sí mismo.
La cruz siempre nos conduce a Su segunda venida; siempre nos
lleva a la gloria. Cuando recordemos al Señor, tenemos que alzar la vista y
decir: “Señor, anhelo ver Tu rostro; cuando vea Tu rostro, todo lo demás se
desvanecerá”. El Señor anhela que le recordemos. Él desea que anunciemos Su
muerte de continuo y que la proclamemos hasta que Él venga.
III. EL SIGNIFICADO DE LA
MESA DEL SEÑOR
En el décimo capítulo de 1
Corintios encontramos otra expresión para referirse a la reunión del
partimiento del pan. No se refiere a ella como una cena sino como una mesa.
Como cena que fue instituida en la víspera de Su muerte, esta reunión tiene
como fin recordar al Señor y anunciar Su muerte hasta que Él regrese, pero esto
es sólo un aspecto de la reunión del partimiento del pan. Esta reunión tiene
otro aspecto, el cual es representado por la mesa del Señor (v. 21).
El
significado de la mesa del Señor se halla claramente definido en los versículos
16 y 17, que afirman: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión
de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de
Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues
todos participamos de aquel mismo pan”. Aquí se hallan implícitas dos cosas:
comunión y unidad.
A. Comunión
El primer significado de la
mesa del Señor es la comunión. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo?”. ¿No compartimos acaso la copa del Señor
cuando recordamos al Señor? En esto consiste la comunión. El capítulo 11 de 1
Corintios se refiere a la relación que hay entre los discípulos y el Señor,
pero el capítulo 10 hace referencia a la relación que existe entre los santos.
La cena tiene como finalidad recordar al Señor, mientras que la mesa
es para que nosotros tengamos comunión mutua los unos con los otros.
“La copa
de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?”. Aquí
no solamente se recalca beber de la sangre de Cristo, sino también la común
participación en esta sangre. A esta común participación la llamamos comunión.
En la frase “la copa de
bendición que bendecimos” la palabra copa está en singular. La copa de la cual
se habla en Mateo 26:27 también está en singular y, según el texto original, se
traduce: “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed
de ella todos”.
Es debido a esto que no nos parece correcto utilizar muchas
copas, pues una vez que hay más de una copa, el significado cambia. La copa que
bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Todos recibimos de la
misma copa. Así pues, el significado de tener la misma copa es comunión.
Si no
disfrutamos de intimidad entre nosotros, ciertamente no podremos beber de la misma
copa, no podremos sorber del mismo vaso. Los hijos de Dios beben de la misma
copa. Todos beben de la misma copa. Uno toma un sorbo y luego otro toma otro
sorbo. Somos muchos, pero aun así, bebemos de la misma copa. Esto significa
comunión.
B. Unidad
El segundo significado de la
mesa del Señor es unidad. “El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo
de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo”
(1 Co. 10:16-17). Aquí vemos que los hijos de Dios son uno. En el capítulo 11,
cuando se habla del pan, éste tiene un significado distinto del que se menciona
en el capítulo 10. El capítulo 11 relata que el Señor dijo: “Esto es mi cuerpo
que por vosotros es dado” (v. 24); esto se refiere al cuerpo físico del Señor.
En cambio, al mencionarse el pan en el capítulo diez se hace referencia a la
iglesia, pues se dice: “Nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo” (v. 17).
Nosotros somos el pan, y este pan es la iglesia.
Es necesario que percibamos
los diversos aspectos de la mesa del Señor; a saber: la mesa como
conmemoración, la mesa como proclamación y la mesa como comunión; además, en la
mesa también se ve la unidad. Todos los hijos de Dios son uno de la misma
manera que el pan es uno solo. Tenemos un solo pan. Uno parte un pedazo del pan
y lo ingiere, otro parte otro pedazo y lo toma. Si todos estos pedacitos que
fueron partidos e ingeridos se volvieran a reunir, ¿no tendríamos un solo pan?
Si bien este pan es repartido entre nosotros y es ingerido por cada uno de
nosotros, todavía sigue siendo un solo pan en el Espíritu. Una vez que el pan
tangible es consumido, éste desaparece y es imposible volver a reunir los
pedazos que fueron ingeridos, pero, en términos espirituales, el pan sigue
siendo uno y es uno en el Espíritu. Cristo, al igual que el pan, es uno en un
principio. Mas Dios imparte un poco de Cristo en usted y otro poco en mí.
Este
Cristo que es uno, ahora se ha dispersado y mora en los muchos miembros. Cristo
es espiritual, aunque está disperso, no está dividido; Él sigue siendo uno
solo. Dios imparte este Cristo tanto a usted como a mí; mas en el Espíritu,
Cristo sigue siendo uno. El pan disperso sigue siendo uno en el Espíritu y no
está dividido. Cuando los hijos de Dios parten el pan, no solamente están
recordando al Señor, anunciando Su muerte y disfrutando de comunión los unos
con los otros; sino que, además, están reconociendo la unidad que existe entre
ellos mismos. Así pues, este pan representa la unidad de la iglesia de Dios.
El elemento fundamental de
la mesa del Señor es el pan. Este pan es crucial. En un sentido general, este
pan representa a todos los hijos de Dios, mientras que, en un sentido
particular, representa a los hijos de Dios en una determinada localidad. Si
algunos hijos de Dios se reúnen y únicamente tienen conciencia de los allí
reunidos, y si su pan únicamente incluye a unos cuantos, dicho pan es demasiado
pequeño, no abarca lo suficiente. El pan debe incluir a todos los hijos de Dios
de esa determinada localidad y también debe representar a la iglesia en esa
misma localidad. Eso no es todo, además el pan debe también incluir a todos los
hijos de Dios en la tierra.
Tenemos que comprender que este pan proclama la
unidad que existe entre los hijos de Dios. Si deseamos establecer nuestra
propia iglesia, entonces nuestro pan es demasiado pequeño y no puede
representar a toda la iglesia. Si hay una mesa en un determinado lugar, y
aquellos que concurren a dicha mesa no pueden afirmar verazmente que:
“Nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo”, entonces, no podemos participar de
ese pan porque dicho pan no constituye la mesa del Señor.
Cada vez que partimos el
pan, tenemos que recordar al Señor, y nuestros corazones tienen que estar
abiertos a los hermanos y hermanas. Todos los hijos de Dios, siempre y cuando
se trate de personas redimidas por la sangre preciosa, se hallan incluidos en
este único pan. Es necesario que nuestros corazones sean ensanchados por el
Señor, ellos tienen que ser tan grandes como el pan que partimos. Si bien somos
muchos, somos un solo pan. Incluso aquellos hermanos y hermanas que no parten
el pan con nosotros están incluidos en este pan.
Si al partir el pan ignoramos
completamente a tales hermanos; entonces nuestro pan no es lo suficientemente
grande y nuestro corazón tampoco lo es. Esto no está bien. No podemos albergar
el pensamiento de excluir ciertos hermanos y hermanas ni podemos pedirles que
se marchen. Este pan no nos permite ser personas estrechas o intolerantes.
Si un hermano que nunca
antes compartió el pan con nosotros asiste a la mesa del Señor y es uno que ha
sido unido al Señor, entonces él también forma parte de este pan. ¿Lo recibimos
o no? Por favor, recuerden que no somos los anfitriones de este
banquete; en el mejor de los casos somos apenas los ujieres. La mesa del Señor no
nos pertenece.
El Señor establece Su mesa en una localidad bajo el mismo
principio en que estableció Su mesa en aquel aposento alto: tal aposento era
prestado. Hoy en día, el Señor sólo utiliza un determinado lugar para
establecer Su mesa y, por ende, nosotros no podríamos prohibir que otros partan
el pan con nosotros, pues esta mesa es del Señor. La autoridad para recibir o
no recibir a alguien le pertenece al Señor. Nosotros no tenemos tal autoridad.
Nosotros no podemos rechazar a quienes el Señor recibe, no podemos rechazar a
ninguno que pertenezca al Señor.
Sólo podemos rechazar a aquellos que el Señor
rechazó y a aquellos que no pertenecen al Señor. Únicamente podemos rechazar a
los que practican el pecado y rehúsan salir del mismo. Simplemente interrumpimos
nuestra comunión con tales personas, pues ellas ya han interrumpido su comunión
con el Señor. Así como nosotros no podemos rechazar a quienes el Señor recibe,
tampoco podemos recibir a quienes el Señor no recibe, o sea, a aquellos que han
cesado de tener comunión con el Señor.
Por tanto, tenemos que conocer bien a
una persona antes de decidir si ella puede ser recibida o no en la mesa del
Señor. Debemos ser cuidadosos cuando se trata de determinar si recibimos a
alguien en la reunión de partimiento del pan. No podemos ser descuidados al
respecto. Lo que hagamos, tenemos que hacerlo en conformidad con el deseo del
Señor.
IV. DIVERSOS ASUNTOS
RELACIONADOS CON LA REUNIÓN DEL PARTIMIENTO DEL PAN
Finalmente, tenemos que
mencionar dos o tres asuntos más. En las reuniones en que partimos el pan
debemos preocuparnos especialmente por una cosa: por ser aquellos que ya han
sido limpiados por la sangre del Señor, no acudimos a esta reunión para
suplicar que seamos lavados con Su sangre. Por ser aquellos que han recibido la
vida del Señor, no acudimos a esta reunión para suplicar que se nos imparta Su
vida. Por tanto, en esta reunión, deberíamos pronunciar únicamente palabras de
bendición. “La copa de bendición que bendecimos”.
En realidad, nosotros
bendecimos aquello que ya ha sido bendecido por el Señor. La noche en que fue
traicionado, “tomó Jesús pan y bendijo ... Y tomando la copa, y habiendo dado
gracias” (Mt. 26:26-27). Allí, el Señor únicamente bendijo y dio gracias.
Después que el Señor partió el pan, Él y Sus discípulos cantaron un himno (v.
30). La atmósfera de esta reunión debe ser una de bendición y alabanza. En esta
reunión, no se exhorta ni se predica. Estaría bien decir algo que se relacione
directamente con el Señor, pero tal vez ni siquiera esto sea necesario.
Definitivamente cualquier otra clase de predicación es inapropiada (el mensaje
en la reunión del partimiento del pan dado por Pablo en Troas, tal como aparece
en Hechos 20, constituye una excepción). En esta reunión, debemos limitarnos
exclusivamente a elevar acciones de gracias y alabanzas.
Partimos el pan una vez por
semana. Cuando el Señor instituyó la cena, Él dijo: “Haced esto todas las
veces...” (1 Co. 11:25). La iglesia primitiva partía el pan el primer día de la
semana (Hch. 20:7). Nuestro Señor no solamente murió, sino que también
resucitó. Recordamos al Señor en resurrección. El primer día de la semana es el
día de la resurrección del Señor. En el primer día de la semana, lo más
importante es recordar al Señor. Espero que ningún hermano o hermana olvide
esto.
Además, es necesario que
seamos considerados “dignos” al recordar al Señor. 1 Corintios 11:27-29 dice:
“De manera que cualquiera que coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese
cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come
y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”.
Es, pues, de
mucha importancia que, al venir a la mesa, recordemos que es necesario ser
considerados dignos. Esto no se refiere a si una persona es digna o no, sino,
más bien, se refiere a si su actitud hacia la mesa es digna. Si una persona
pertenece al Señor, le es permitido participar del pan. Si una persona no le
pertenece al Señor, no puede participar del pan. Por tanto, no es una cuestión
de si la persona es digna o no. Sino más bien, es cuestión de la actitud que
ella tiene hacia la mesa.
Es incorrecto que nosotros seamos descuidados y no
manifestemos discernimiento del Cuerpo cuando participamos de Él. Es por eso
que el Señor desea que nosotros tengamos el discernimiento apropiado. Si bien
no es un problema que atañe directamente a nuestra persona, tenemos que
comprender que participamos del cuerpo del Señor cuando comemos el pan.
Por
ello, nuestra actitud no debiera ser una de despreocupación, descuido,
menosprecio o ligereza. Tenemos que tomar el pan de una manera que sea digna
del cuerpo del Señor. El Señor nos ha dado Su sangre y Su carne. Nosotros
debemos recibir tales elementos, así como recordar al Señor con la debida
devoción.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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