TERMINAR CON EL PASADO
A continuación examinaremos
cómo puede uno ponerle fin a su pasado después de haber creído en el Señor. Aun
después de creer, uno todavía arrastra consigo muchas cosas de su pasado. ¿Cómo
debe uno entonces, ponerle fin a dichas cosas?
I. LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA
ESTÁ INVOLUCRADA CON LO QUE HACEMOS DESPUÉS DE RECIBIR LA SALVACIÓN
Toda la Biblia, tanto en el
Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, pero especialmente en el Nuevo
Testamento, nos muestra que Dios no le da tanta importancia a lo que hicimos
antes de creer en el Señor. Podemos buscar desde Mateo 1 hasta Apocalipsis 22
sin encontrar ni un solo versículo que nos indique cómo los creyentes deben
ponerle fin a su pasado. Incluso las epístolas, las cuales tocan el tema de los
delitos que cometimos en el pasado, nos muestran principalmente lo que debemos
hacer a partir del momento en que hemos sido salvos, y no lo que debemos hacer
con nuestro pasado. Aunque los libros de Efesios, Colosenses y 1 Tesalonicenses
sí mencionan el pasado, no obstante, no nos dicen cómo ponerle fin, sino que
sólo nos dicen cómo debemos proseguir.
Usted recordará que algunos
le preguntaron a Juan el Bautista: “¿Qué pues haremos?”. Juan les contestó: “El
que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos, haga lo
mismo”. Él no hizo referencia al pasado sino al futuro. Ciertos recaudadores de
impuestos también le hicieron la misma pregunta, y él les contestó: “No exijáis
más de lo que os está ordenado”. Asimismo, algunos soldados les preguntaron:
“¿Qué haremos?”. Y Juan les respondió a los soldados: “No hagáis extorsión a
nadie, ni toméis nada mediante falsa acusación; y contentaos con vuestro
salario” (Lc. 3:10-14). Esto muestra que Juan el Bautista, al predicar el
arrepentimiento, hacía hincapié en lo que debemos hacer desde el momento de
nuestra salvación en adelante y no en lo que debemos hacer con respecto a
nuestro pasado.
Examinemos también las
epístolas de Pablo. En ellas, Pablo siempre hizo hincapié en lo que debemos
hacer en el futuro, pues todo nuestro pasado ha sido cubierto por la sangre
preciosa de Cristo. Si erramos aunque sea un poco en este asunto, corromperemos
el evangelio; es decir, estaremos corrompiendo el camino del Señor, o sea, la
manera en que debemos arrepentirnos y la manera de efectuar restitución. Esto
es algo muy delicado.
“¿No sabéis que los injustos
no heredarán el reino de Dios? No os desviéis; ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que
viven de rapiña, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos” (1 Co.
6:9-11a). Aquí Pablo habla de la conducta que los creyentes tenían en el
pasado, pero no les dice qué deben hacer respecto de lo que hicieron en el
pasado.
Simplemente les dice: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en
el Espíritu de nuestro Dios” (v. 11b). Estos versículos no hacen hincapié en lo
que debemos hacer respecto de nuestro pasado, pues tenemos un Salvador que ya
puso fin a nuestro pasado. Hoy, lo fundamental estriba en lo que debemos hacer
de ahora en adelante. Una persona salva ya ha sido lavada, santificada y
justificada.
“Y vosotros estabais muertos
en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo,
siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del
aire, del espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los
cuales también todos nosotros nos conducíamos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos
por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás; pero Dios, que es rico en
misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en
delitos, nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef. 2:1-5). En estos versículos
no se nos dicen cómo ponerle fin a las prácticas de la carne. Solo hay una
terminación. Nuestro Señor puso fin a todo ello por nosotros, basándose en el
gran amor con el que Dios nos amó y en Su rica misericordia.
Dice Efesios 4:17-24,
refiriéndose también a nuestra condición en el pasado: “Esto, pues, digo y
testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en
la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la
vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón;
los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la
lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza ... que en cuanto a la
pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se va corrompiendo
conforme a las pasiones del engaño, y os renovéis en el espíritu de vuestra
mente, y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y
santidad de la realidad”.
“Por lo cual, desechando la
mentira” (v. 25a). Aquí se hace referencia a nuestro futuro; pues no se nos
indica qué hacer con respecto a nuestra falsedad pasada, sino que, de ahora en
adelante, no debemos seguir practicándola. “Hablad verdad cada uno con su
prójimo ... airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestra
indignación, ni deis lugar al diablo” (vs. 25b-27). Estos versículos tampoco se
refieren al pasado, sino al futuro. “El que hurta, no hurte más” (v. 28a).
Pablo no dijo que el que hurtaba debía devolver lo que había hurtado, pues
estaba haciendo hincapié en el futuro del creyente. Lo que uno ha hurtado en el
pasado pertenece a otro tema. “Sino fatíguese trabajando con sus propias manos
en algo decente ... Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la
que sea buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los
oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios ... Quítense de vosotros
toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (vs.
28b-31).
“Pero fornicación y toda
inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a
santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no
convienen, sino antes bien acciones de gracias” (5:3-4). Estos versículos
también denotan el mismo principio. En ellos se alude a lo que debemos evitar
después de haber creído en el Señor. No dicen nada con respecto a cómo ponerle
término a lo que hicimos antes de creer en el Señor.
Después de leer las
epístolas, descubrimos una verdad maravillosa: Dios sólo tiene en cuenta lo que
la persona debe hacer después de creer en el Señor, no lo que hizo en el
pasado. Dios no nos dice qué debemos hacer con respecto a ello. Este es un
principio básico.
Muchas personas se
encuentran en cautiverio porque han aceptado un evangelio equivocado, el cual
hace demasiado hincapié en el pasado del creyente. Con esto no quiero decir que
no necesitamos tomar medidas acerca de nuestro pasado. Hay ciertas cosas
pertenecientes a nuestro pasado a las que tenemos que ponerles fin, no
obstante, ello no constituye el fundamento para seguir adelante. Dios siempre
dirige nuestra atención al hecho de que los pecados que cometimos en el pasado
están bajo la sangre de Jesús, y que ya fuimos completamente perdonados y somos
salvos, porque el Señor Jesús murió por nosotros.
Nuestra salvación no depende
de las rectificaciones que hayamos hecho con respecto a lo que hicimos en el
pasado. Los hombres nos son salvos por arrepentirse de sus maldades cometidas
en el pasado así como tampoco son salvos por las buenas acciones que realizaron
en el pasado, sino que son salvos por medio de la salvación lograda por el
Señor Jesús en la cruz. Debemos retener firme este fundamento.
II. ALGUNOS EJEMPLOS EN EL
NUEVO TESTAMENTO DE CÓMO TERMINAR NUESTRO PASADO
Entonces, ¿qué debemos hacer
con respecto a lo que hicimos en el pasado? He dedicado mucho tiempo a leer el
Nuevo Testamento, tratando de encontrar respuesta a cómo ponerle término a
nuestro pasado después de que hemos creído en el Señor Jesús. Sin embargo, sólo
he encontrado algunos pasajes muy breves en los que se toca este tema, los
cuales no son enseñanzas sino ejemplos.
A. Se debe eliminar
completamente todo lo relacionado con los ídolos
En 1 Tesalonicenses 1:9 se
nos dice: “Os volvisteis de los ídolos a Dios”. Cuando una persona cree en el
Señor, tiene que desechar todos los ídolos. Por favor, recuerden que nosotros
somos el templo del Espíritu Santo. ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios
y los ídolos? Incluso el apóstol Juan, dirigiéndose a los creyentes, dijo:
“Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn. 5:21). Así pues, este no es un asunto
sencillo como algunos pueden creer.
Debemos tener siempre
presente que Dios prohíbe que el hombre se haga imágenes. No debemos pensar que
algo hecho por el hombre pueda tener vida, porque en el momento que
tengamos tal pensamiento, ese objeto se convertirá en un ídolo para nosotros.
Los ídolos no significan nada, pero si creemos que poseen vida, caeremos en el
error. Por eso Dios prohíbe adorar tales cosas. Dios prohíbe incluso la más
leve inclinación de nuestro corazón hacia tales cosas. Uno de los diez mandamientos
prohíbe hacerse ídolos (Dt. 5:8).
En Deuteronomio 12:30 dice:
“Guárdate ... no sea que vayas en busca de sus dioses, diciendo: ¿De qué manera
servían aquellas naciones a sus dioses?”. Esto nos muestra que no debemos ni
siquiera averiguar de qué manera los gentiles adoran a sus dioses. A los
curiosos les gusta estudiar la manera en que las naciones adoran y sirven a sus
dioses. Pero Dios nos prohíbe hacer tal cosa, porque si lo hacemos,
terminaremos adorando ídolos. Por tanto, también nos está prohibido ser
aquellas personas que sienten curiosidad al respecto.
En 2 Corintios 6:16 dice:
“¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?”. El significado de
este versículo es bastante obvio. Los cristianos no deben visitar los templos.
Aunque sí hay excepciones a ello, como cuando una persona se extravía en un
lugar desértico y necesita un refugio durante la noche, y lo único que halla es
un templo. Pero por lo general, los creyentes no deben visitar esos lugares.
Esto es porque 2 Corintios 6:16 establece claramente que nosotros somos el
templo del Dios viviente y que no hay acuerdo posible entre el templo del Dios
viviente y los ídolos. A menos que uno se vea obligado por alguna circunstancia
especial, no es aconsejable acercarse a un templo y menos aún ir a visitarlo.
Juan dice: “Hijitos, guardaos de los ídolos”, lo cual significa que nos
mantengamos lejos de ellos.
Salmos 16:4 dice: “Ni en mis
labios tomaré sus nombres”. Debemos ser muy cuidadosos y evitar nombrar los
ídolos aun en el púlpito, a menos que necesitemos dar un ejemplo. No debemos
ser supersticiosos, ni tener temor a la desgracia que nos pueda sobrevenir, ni
tampoco considerar tabú ciertas palabras o asociación de ideas. Muchos
creyentes todavía prestan atención a la adivinación de la fortuna, a la lectura
de rasgos faciales y la predicción del futuro. Todo lo que tenga que ver con la
adivinación y el horóscopo está prohibido.
Debemos poner fin a todo aquello que
esté en la esfera de la idolatría. Debemos deshacer completamente todo vínculo
que tengamos con los ídolos.
El creyente debe renunciar a
sus ídolos desde el momento en que es salvo. Ya no debe mencionar los nombres
de los ídolos ni debe involucrarse en actividades de adivinación, ni visitar
templo alguno. No debemos adorar ninguna imagen, porque hasta el pensamiento de
hacerlo nos está prohibido. Tampoco debemos indagar acerca de la manera en que
las religiones adoran a sus ídolos. Todas estas cosas pertenecen al pasado y
debemos desecharlas. Todo objeto relacionado con este tipo de cosas debe ser
destruido, ni siquiera debemos tratar de venderlo.
Tales cosas
tienen que ser destruidas, exterminadas y extirpadas por completo. Espero que
ninguno de los nuevos creyentes tome este asunto a la ligera. Por el contrario,
deben ser muy cuidadosos al respecto, ya que Dios es extremadamente celoso en
cuanto a los ídolos.
Si usted no toma la
determinación de poner fin a los ídolos ahora, le será muy difícil escapar del
mayor ídolo que se presentará en la tierra en el futuro. Indudablemente, no
debemos adorar ningún ídolo de barro ni de madera, pero aun si tuviese vida,
tampoco debemos adorarlo. Hay ídolos vivientes, y uno de ellos es el hombre de
iniquidad (2 Ts. 2:3). Recordemos que no podemos adorar ídolos, debemos
rechazarlos todos, incluyendo las imágenes del Señor Jesús y de María.
Debemos ser exhaustivos al
darle fin a este asunto de manera definitiva y completa. De otro modo, seremos
engañados y seguiremos el camino equivocado. Nosotros no servimos en la carne
sino en el espíritu. Dios busca personas que le sirvan en espíritu, no en la
carne. Dios es espíritu, no una imagen. Si todos los hermanos y hermanas
prestan atención a esto, no caerán en las manos del catolicismo romano en el
futuro. Un día el anticristo vendrá y el poder que ejercerá el catolicismo
romano será enorme.
La Biblia nos enseña que lo
primero que debemos hacer para poner fin al pasado es desechar y repudiar todos
los ídolos, y esperar la venida del Hijo de Dios. No debemos ni siquiera
guardar retratos de Jesús, ya que esos retratos en realidad no son Él y carecen
del menor valor. En los museos de Roma hay más de dos mil diferentes imágenes
del Señor Jesús, y todas ellas reflejan la imaginación de los artistas. En
algunos países hay artistas que buscan personas que, según su opinión, se
conforman a la idea que ellos tienen de Jesús.
Estos artistas contratan a estas
personas para que posen para ellos con el fin de dibujar retratos de Jesús.
Esto es una blasfemia. Nuestro Dios es un Dios celoso y no tolera tal cosa
entre nosotros. No debemos tolerar entre nosotros ninguna clase de
superstición. Hay quienes les gusta decir: “Hoy no es un buen día, son malos
presagios”. Tales comentarios proceden directamente del infierno. Los hijos de
Dios deben extirpar tales pensamientos por completo desde el primer día de su
vida cristiana y deben eliminarlos por completo. No debemos tolerar entre
nosotros nada que tenga el sabor de la idolatría.
B. Se debe eliminar todo
objeto impropio
“Asimismo muchos de los que
habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos;
y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata”
(Hch. 19:19). Este versículo menciona ciertos objetos que los nuevos
creyentes también deben repudiar y desechar de en medio de ellos.
Estos versículos no
constituyen expresamente una orden o una enseñanza, sino que dan testimonio de
los resultados que tiene la operación del Espíritu Santo. El Espíritu Santo
operó en los recién convertidos de una manera tan prevaleciente que los nuevos
creyentes efesios sacaron todos los libros impropios que poseían. Se nos dice
que el valor de esos libros ascendía a “cincuenta mil piezas de plata”, lo cual
es una suma bastante significativa. Ellos no vendieron sus libros para dar el
dinero a la iglesia, sino que los quemaron. Si Judas hubiera estado presente,
lo más probable es que no lo habría permitido, porque el valor de esos libros
superaba las treinta piezas de plata, y este dinero podría haberse sido dado a
los pobres; pero el Señor estaba contento de que se hubieran quemado.
Además de los objetos
mencionados anteriormente hay muchos otros que pueden ser considerados
impropios y que debemos eliminar. Es obvio que algunos de ellos son
pecaminosos. Algunos ejemplos son los objetos utilizados en juegos de azar así
como los libros e ilustraciones de carácter obsceno e impropio. Estas cosas
deben ser quemadas, deben ser destruidas. Quizás habrá artículos de lujo u
otros objetos de gratificación que no se pueden quemar pero que, de todos
modos, deben ser eliminados. Sin embargo, el principio general para destruir
estos objetos es quemarlos.
Después de que una persona
haya creído en el Señor, debe ir a su casa y revisar minuciosamente sus
pertenencias, ya que en la casa de los incrédulos siempre habrá objetos
vinculados al pecado. Tal vez dicha persona posea artículos que no son
adecuados para los santos. Los objetos relacionados al pecado no se deben
vender; sino que tienen que ser quemados y destruidos. Los artículos de lujo
deben ser cambiados o alterados, y si no es posible, hay que venderlos.
La ropa del leproso, según
se ve en Levítico 13 y 14, es un buen ejemplo. Aquellas vestiduras en las
cuales la lepra se había extendido y no podían ser lavadas, debían quemarse.
Sin embargo, las que sí se podían lavar, debían ser lavadas para usarse de
nuevo. Si el estilo de nuestros vestidos no es muy decente, los podemos
modificar. Por ejemplo, algunos que son demasiado cortos, los podemos alargar;
otros que son muy llamativos, los podemos hacer menos vistosos. Sin embargo,
hay algunos objetos que no podemos recobrar porque tienen el elemento del
pecado, por tanto, los tenemos que quemar. Así que aquellos objetos que podemos
vender, los vendemos y el dinero de esa venta debemos darlo a los pobres.
Se debe eliminar todo lo
indecente. Si todo nuevo creyente revisa sus pertenencias concienzudamente,
tendrá un buen comienzo. Los objetos supersticiosos deben ser quemados. Otros
objetos pueden ser alterados o vendidos después de haber sido alterados. Una
vez que aprendamos esta lección, no la olvidaremos por el resto de nuestros
días. Debemos darnos cuenta de que ser un cristiano es algo muy práctico; no
consiste sólo en ir a “la iglesia” a escuchar sermones.
C. Debemos pagar nuestras
deudas
“Entonces Zaqueo, puesto en
pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y
si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lc. 19:8).
Zaqueo hizo esto no como reacción a alguna enseñanza doctrinal, sino en
respuesta a la operación del Espíritu Santo en su ser. Si no hubiera sido así,
él habría devuelto justamente lo que debía, ni más ni menos. Pero debido a que
esto era fruto de la operación del Espíritu Santo, la suma de la compensación
podía variar, podía haber sido un poco menos o un poco más. Zaqueo dijo: “Si en
algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. En realidad,
devolver el doble habría sido más que suficiente. Por ejemplo, el principio
fijado en el libro de Levítico determina que se debe añadir una quinta parte a
la cantidad original. Así, por una deuda de mil dólares, se tendría que pagar
mil doscientos dólares. Pero si el Espíritu del Señor le inspira a pagar más,
él podrá pagar tanto como el Espíritu del Señor le ordene.
Quizás uno sea
inspirado a pagar cuatro veces o diez veces la cantidad que se retuvo. En este
pasaje se nos habla únicamente del principio que nos debe regir. En este caso,
al leer la Biblia tenemos que percatarnos de que no se nos está impartiendo una
simple enseñanza; sino que se nos está mostrando el resultado que se produce
cuando, como consecuencia de la operación del Espíritu Santo en el hombre,
somos dirigidos por el Espíritu Santo.
Si antes de ser creyente,
usted extorsionó, engañó, hurtó u obtuvo algo por medios deshonestos, ahora que
el Señor opera en usted, tendrá que efectuar restitución de la manera más
apropiada. Esto no se relaciona con el perdón de pecados que usted recibió del
Señor, sino con su testimonio.
Supongamos que antes de ser
salvo yo haya hurtado mil dólares y no haya resuelto el asunto. ¿Cómo podría,
una vez que yo he recibido al Señor, predicar el evangelio a la persona de
quien hurté? Mientras le predique, estará pensando en el dinero que yo le quité
y que nunca le devolví. No hay duda alguna de que recibí el perdón de Dios;
pero no tengo un testimonio apropiado delante de los hombres. No puedo decir:
“Puesto que Dios ya me ha perdonado, no importa si devuelvo el dinero o no”.
No, este asunto está relacionado con mi testimonio delante de los hombres.
Recordemos que Zaqueo, por
causa de su testimonio, devolvió cuadruplicado lo que había hurtado. En aquella
oportunidad toda la gente estaba murmurando: “¿Cómo puede posar el Señor en
casa de un pecador que ha extorsionado y defraudado a tanta gente?”. Todos
estaban indignados. Mientras la gente murmuraba así, Zaqueo se puso de pie y
declaró: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”.
Efectuar esta restitución cuádruple no era un requisito para ser hijo de
Abraham ni para que la salvación de Dios llegara a la casa de Zaqueo. Esta
clase de restitución fue el resultado de esa salvación y de llegar a ser hijo
de Abraham. La indemnización que hizo Zaqueo fue la base de su testimonio
delante de los hombres.
Conocí a un hermano que
antes de creer en el Señor era bastante deshonesto con respecto a sus finanzas
y cuyos compañeros de colegio venían de familias pudientes. Después de creer en
el Señor Jesús, él quiso traer a sus compañeros al Señor, pero desdichadamente
no vio mucho fruto a pesar de que les predicaba con ahínco el evangelio. Sus
compañeros pensaban para sí, ¿Qué es esto? ¿Dónde está el dinero?, puesto que
delante de ellos su pasado aún no había sido resuelto debidamente. Este hermano
no siguió el ejemplo de Zaqueo. Aunque todos sus pecados, delante de Dios,
habían sido perdonados y todo conflicto pendiente había quedado resuelto,
todavía quedaba por restituir el dinero que les debía. Antes de poder
testificar, él tenía que confesar sus delitos del pasado y efectuar la
restitución correspondiente. Así pues, la restauración de su testimonio
dependía del esclarecimiento de su pasado.
Como mencioné anteriormente,
Zaqueo no se convirtió en un hijo de Abraham por haber efectuado una
restitución cuádruple. Tampoco obtuvo su salvación por haber devuelto cuatro
veces más la cantidad de lo que debía. Más bien, él devolvió el cuádruple de lo
que debía debido a que él era hijo de Abraham. Él restituyó el cuádruple de lo
que debía debido a que había sido salvo. Al efectuar esta clase de restitución,
él hizo callar a los que murmuraban. La gente ya no podía decir nada. Tal clase
de restitución fue mucho más allá de lo que debía restituir e hizo callar a los
que murmuraban en su contra restaurando así su testimonio delante de los
hombres.
Hermanos y hermanas, ¿han
cometido alguna injusticia en contra de alguien antes de convertirse en
creyentes? ¿Deben algo a alguien? ¿Se han llevado algo que no les pertenece?
¿Han adquirido algo de una manera deshonesta? Si es así, deben enfrentarse a
ello de una manera responsable. El arrepentimiento que corresponde a los
cristianos implica la confesión de sus delitos pasados, a diferencia del
arrepentimiento que experimentan los incrédulos, el cual únicamente implica
corregir su conducta actual. Por ejemplo, si yo soy una persona que tiene mal
genio, lo único que necesito hacer es refrenar mi ira; pero, por ser cristiano,
además de refrenar mi mal genio, tengo que pedir perdón por haberme enojado.
Además de contener mi ira delante de Dios, también tengo que disculparme con
los demás por la manera cómo me solía comportar con ellos. Sólo entonces este
asunto puede considerarse definitivamente resuelto.
Supongamos que en el pasado
usted haya hurtado. Su problema queda resuelto ante Dios siempre y cuando no
siga haciendo lo mismo; de la misma manera, si usted ha obtenido cosas que no
le pertenecen, su problema queda solucionado una vez que deje de hacer eso.
Sin
embargo, ante los hombres esto no es suficiente, ya que aunque no haya hurtado
en tres años, muchos todavía le considerarán un ladrón. Después de creer en el
Señor, usted debe testificar ante otros, usted debe rectificar todos sus
errores del pasado. Sólo así usted será reivindicado.
Pero aquí se nos presenta un
problema. ¿Qué hacer si en el pasado hurtó diez mil dólares y ahora no tiene
forma de devolverlos? En principio, se debe confesar este fraude a la persona
perjudicada y decirle francamente que en este momento no le puede pagar.
Independientemente de si usted puede pagar su deuda o no, usted debe confesar
su culpa y dar testimonio ante la otra persona. Es importante que usted haga
esta confesión lo más pronto posible, de lo contrario no podrá testificar ni
ahora ni por el resto de su vida.
No se olviden que en el
curso de mantener vuestro testimonio, es posible que se vean afectados por una
serie de problemas personales. En tales circunstancias, usted no debe ignorar
tales problemas, sino que tiene que enfrentarlos. Sólo podremos tener un buen
testimonio ante los hombres cuando nos hayamos enfrentado responsablemente a tales
problemas personales.
Algunos han cometido
homicidio en el pasado. ¿Qué deben hacer ahora? En la Biblia encontramos dos
homicidas que fueron salvos. Uno de ellos estuvo involucrado directamente, y el
otro indirectamente. El primero fue el ladrón que fue crucificado con el Señor.
Según el griego, allí la palabra traducida “ladrón”, no sólo significa uno que
hurta, sino un criminal que comete actos de homicidio y destrucción. Este
ladrón no sólo había robado, sino que había asesinado a personas. Después de creer
en el Señor, sus pecados le fueron perdonados. La Biblia no dice cómo puso fin
a su pasado. La otra persona fue Pablo. Él no estuvo involucrado directamente
en ningún homicidio; sin embargo, consintió en la muerte de Esteban y guardó
las ropas de los que le mataron. Después de que Pablo fue salvo, no se menciona
cómo rectificó este asunto.
En principio, yo creo que
cuando un asesino cree en el Señor, sus pecados quedan atrás. No hay un solo
pecado que la sangre no pueda lavar. El ladrón no tuvo que hacer nada para
enmendar su pasado. En realidad, aunque hubiese querido, no habría podido
hacerlo porque el Señor le dijo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc.
23:43). Por lo tanto, si nos encontramos con personas que atraviesan una
situación parecida, no debiéramos aumentar su cargo de consciencia, a menos,
por supuesto, que Dios mismo esté operando en sus corazones en tal sentido.
Como podemos observar, en estos dos casos de homicidio en el Nuevo Testamento,
Dios no prestó atención a la rectificación del pasado de estos dos hombres. Sin
embargo, yo creo que algunos no tienen paz en sus conciencias, no porque pese
sobre ellos acusaciones ordinarias, sino porque Dios está operando en ellos. En
tales casos, no debemos prohibirles que expresen su arrepentimiento a la
familia de la víctima.
D. En cuanto a resolver todo
asunto pendiente
Cuando una persona se salva,
ciertamente tendrá muchos asuntos mundanos pendientes, lo cual es muy posible
que no le permitan seguir al Señor con entera libertad. ¿Qué debe hacer?
“Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt. 8:22). Este es
otro caso bíblico en el que se pone fin al pasado. He aquí un hombre que se
acercó a Jesús y le dijo: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi
padre” (v. 21). El Señor le respondió: “Sígueme, y deja que los muertos
entierren a sus muertos”. La primera alusión a los muertos habla de quienes
están muertos espiritualmente, mientras que la segunda se refiere al padre del
que se acercó a Jesús. A los ojos de Dios, todos los que están en el mundo
están muertos espiritualmente. El Señor le dijo a este hombre que debía
seguirlo y dejar que los muertos enterraran a su padre.
Con esto no estoy instando a
los nuevos creyentes a que no hagan los arreglos funerales de sus padres. Lo
que estoy diciendo es que los muertos deben enterrar a sus propios muertos.
Debemos hacer nuestro este principio. No debemos obsesionarnos por resolver
todo asunto que quede pendiente en nuestras vidas. Si esperamos hasta haber
resuelto completamente tales asuntos para sólo entonces hacernos cristianos,
¡jamás tendremos la oportunidad! Hay miles y miles de asuntos familiares y
personales que no han sido resueltos todavía. ¿Quién, entonces, podría hacerse
cristiano? Todos estos asuntos pendientes tienen un único principio subyacente,
el cual puede describirse de una sola manera: están muertos; debemos dejar que
los muertos entierren a sus muertos. ¡Debemos dejar que los que están
espiritualmente muertos se encarguen de los asuntos de los muertos! Este es un
principio que debemos seguir. No estamos instando a los nuevos creyentes a
desatender a sus familias, sino a no esperar hasta haber arreglado todos sus
asuntos terrenales para seguir al Señor. De otra manera, jamás podrán seguir al
Señor.
Muchas personas desean
primero resolver todos sus asuntos personales para entonces creer en el Señor;
pero si hacen esto, nunca tendrán la oportunidad de
creer en Él. No debemos
estar atados por los intereses que son propios de los muertos, más bien,
debemos simplemente considerar que todos esos asuntos han sido resueltos. Si
pretendemos resolverlos antes de seguir al Señor, jamás lo lograremos. Hay que
poner término a todo aquello relacionado con ídolos, objetos obscenos e
impropios y deudas pendientes. En cuanto a los demás asuntos menores que se
hallan pendientes, ¡simplemente olvidémoslos!
Así pues, en relación con la
actitud que los nuevos creyentes deben adoptar con respecto a su pasado, en la
palabra de Dios únicamente podemos encontrar las cuatro categorías de cosas que
acabamos de describir. En lo que se refiere a otros asuntos que puedan estar
pendientes, debemos darlos por terminados. En lo que concierne a ciertas
responsabilidades para con la familia, debemos dejar que los muertos entierren
a sus muertos. Nosotros no tenemos tiempo para encargarnos de tales asuntos.
Nosotros queremos seguir al Señor. Tales asuntos no son asuntos que nos
corresponda resolver a nosotros, sino que debemos dejar que los muertos se
encarguen de ello. Debemos dejar que los que están espiritualmente muertos se
encarguen de tales asuntos.
PREGUNTA
Pregunta: ¿Si he ofendido a
una persona, pero ésta no lo sabe, debo confesárselo?
Respuesta: Todo depende si
la persona ha sufrido alguna pérdida material. Si ella está consciente de esa
pérdida, usted debe resolver tal asunto siguiendo el ejemplo de Zaqueo.
Aun si
la persona no sabe nada acerca de la pérdida, usted debe decírselo,
especialmente si se trata de una pérdida material. Lo mejor es tener comunión
con la iglesia y dejar que los hermanos de más experiencia le ayuden a resolver
tal asunto porque ellos saben lo que es más conveniente.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO Featuring W.N. Ministries
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