miércoles, 25 de julio de 2012

LA ADMINISTRACIÓN DE NUESTRAS FINANZAS

LA ADMINISTRACIÓN DE NUESTRAS FINANZAS
Lectura bíblica: Lc. 6:38; 1 Ti. 6:7-10, 17-19; 2 Co. 9:6; Mal. 3:10; Pr. 11:24; Fil. 4:15-19
I. ADMINISTRAR NUESTRAS FINANZAS EN CONFORMIDAD CON LOS PRINCIPIOS ESTABLECIDOS POR DIOS 

En este capítulo hablaremos acerca de las ofrendas monetarias y el acto de dar en general. Después que una persona ha vendido todas sus posesiones, aún seguirá percibiendo ingresos; el dinero todavía encontrará la manera de llegar a sus manos. Entonces, ¿cómo deberá administrar su dinero? Incluso después que tal persona ha ofrendado todo su dinero, no debiéramos pensar que el dinero no volverá a ejercer influencia alguna sobre ella. Puede ser que algunos hayan podido entregar todo su dinero en un solo momento, pero el dinero, gradualmente, puede volver a ejercer influencia sobre ellos. Llegará el tiempo en que nuevamente considerarán que su dinero les pertenece a ellos. Por tanto, un creyente tiene que aprender a renunciar a su dinero constantemente.

La manera en que los cristianos debemos administrar nuestros bienes, difiere radicalmente de la manera en que los incrédulos administran los suyos. La manera cristiana de administrar las finanzas es por medio de dar, mientras que los incrédulos lo hacen por medio de acumular. Hoy estamos interesados en ver cómo debe vivir un cristiano a fin de ser libre de toda necesidad. Dios nos ha prometido que no nos faltará nada en esta tierra. Las aves del cielo no carecen de comida y a las flores del campo no les falta el vestido. Así mismo a los hijos de Dios no debiera faltarles el vestido ni el alimento; si ellos padecen necesidad, tiene que existir una razón para ello. Si un hermano está en aprietos económicos, entonces este hermano no está administrando sus bienes en conformidad con los principios que Dios estableció. 

Después que usted ha renunciado a todas sus posesiones para seguir al Señor, debe conducirse según los principios establecidos por Dios. Si usted no se ciñe a tales principios, llegará el momento en que se encontrará en pobreza. Existe una gran necesidad de que muchos de los hijos de Dios aprendan a administrar sus bienes. De lo contrario, únicamente pueden esperar encontrar dificultades en su camino. Hoy queremos considerar la manera de obtener la prosperidad que Dios concede. 

II. LA PROVISIÓN QUE DIOS DA, ES CONDICIONAL
Mientras vivamos en esta tierra como creyentes, tenemos que depender del Señor para nuestra alimentación, vestimenta y otras necesidades. Sin la misericordia de Dios, no podríamos sobrevivir un solo día en este mundo. Esto es cierto incluso para los ricos; ellos también tienen que depender del Señor. Durante la segunda guerra mundial vimos que muchos ricos fueron despojados hasta de sus vestidos y alimentos. Un día mucha gente sentirá remordimiento por sus riquezas. Pablo nos advirtió que no debemos depender de las riquezas inciertas. Una persona avara será siempre una persona ansiosa. Aquellos que confían en el Señor quizás no tengan muchos ahorros, pero nunca serán abandonados por el Señor en medio de sus dificultades. Él puede suplirles todo lo que necesitan. Sin embargo, también tenemos que darnos cuenta que tal suministro tiene condiciones.

Si Dios es capaz de alimentar las aves del campo, entonces Él es capaz de mantenernos vivos. En realidad, nadie puede alimentar a todas las aves ni proveer suficientes fertilizantes para hacer crecer a todos los lirios del campo. Pero Dios posee suficientes riquezas para sustentar las aves del cielo y los lirios del campo. Dios también tiene suficientes riquezas para mantener vivos a Sus hijos. Dios no desea que nos falte nada. Él no desea que seamos privados de nada de lo que necesitamos para vivir. Todos los que padecen privaciones, se encuentran en tal situación debido a problemas que radican en ellos mismos; es decir, debido a que no han administrado sus bienes en conformidad con lo dispuesto por Dios. Si administramos nuestro dinero en conformidad con las leyes establecidas por Dios, no padeceremos pobreza. 

Leamos Lucas 6:38. Esta porción de la Palabra nos describe la clase de persona a quien Dios provee. Dios siempre está dispuesto a dar. Cuando Él provee, es capaz de suministrar con tanta abundancia que va a salir de nuestra boca, y tal vez hasta que la aborrezcamos, tal como se narra en Éxodo. Así pues, Dios no tiene ninguna dificultad en realizar algo así. Jamás debiéramos pensar que Dios es pobre. Suya es toda bestia del bosque y los millares de animales en los collados. Si todo le pertenece a Dios, ¿por qué Sus hijos son pobres? ¿Por qué Sus hijos tienen necesidad? 

Ciertamente, no se debe a que Dios no pueda suplir. Lo que hace falta es que nosotros satisfagamos Sus requisitos para que recibamos Su suministro. Tenemos que cumplir ciertas condiciones antes que nuestras oraciones puedan ser respondidas. Incluso nuestra salvación requirió del cumplimiento de ciertas condiciones, pues primero nosotros tuvimos que creer. Toda promesa implica ciertos requisitos previos que nosotros tenemos que cumplir antes de recibir lo prometido. De la misma manera, tenemos que cumplir con lo que Dios exige antes de recibir Su suministro. Lo que Dios exige es que demos. El Señor dice: ―Dad, y se os dará.

III. DAD, Y SE OS DARÁ
He visto a algunos hermanos y hermanas padecer extrema necesidad debido a que no fueron fieles con respecto a sus ofrendas; y no porque les faltaran ingresos. La Biblia nos muestra un principio fundamental: uno tiene que dar para hacerse rico y uno se empobrece por medio de acumular riquezas. Todo aquel que se preocupa únicamente por sí mismo, está destinado a ser pobre. 

Todo aquel que aprende a dar, está destinado a tener en abundancia. La Palabra de Dios afirma esto y es verdad. Si queremos escapar de la pobreza, tenemos que dar una y otra vez. Cuanto más demos, más nos dará Dios. Puesto que estamos deseosos de compartir nuestro excedente con otros, otros también estarán felices de poder compartir su excedente con nosotros en el futuro. Si damos una vigésima parte a los demás, ellos también nos darán una vigésima parte. Si damos una milésima parte a los demás, ellos también nos darán una milésima parte.

Con la misma medida con que medimos a los demás, los demás nos medirán a nosotros. De la misma manera en que tratamos a nuestros hermanos y hermanas, Dios nos tratará a nosotros. Si estamos dispuestos a sacrificar nuestro sustento, otros también estarán dispuestos a sacrificar su sustento por nosotros. Si solamente damos a los demás aquello que nos sobra y que nos resulta completamente inútil, los demás también nos darán cosas totalmente inservibles e inútiles. Son muchos los que tienen problemas con sus ingresos porque tienen problemas en cuanto a dar. Si una persona da como es debido, es muy difícil que vaya a tener problemas con sus ingresos. 

La Palabra de Dios es bastante clara. Si damos a los demás, el Señor nos dará a nosotros; si no damos a los demás, el Señor no nos dará a nosotros. La mayoría de las personas únicamente ejercitan su fe cuando se trata de pedirle dinero a Dios; pero no ejercitan su fe para dar dinero. No es de extrañarse, entonces, que no tengan la fe necesaria para recibir algo de Dios.

Hermanos, en cuanto nos hacemos cristianos, tenemos que aprender la lección básica de la mayordomía de las finanzas. Los cristianos tenemos una manera única de administrar nuestras finanzas: lo que recibimos depende de lo que damos. En otras palabras, ejercer la mayordomía cristiana de las finanzas consiste en recibir conforme a lo que se da. La gente del mundo da conforme a lo que ha recibido, pero nosotros recibimos conforme a lo que hemos dado.

Nuestros ingresos dependen de nuestros egresos. Así pues, los que ansían tener dinero y no lo sueltan, nunca podrán recibir dinero de Dios; jamás recibirán una provisión de parte de Dios.

Todos debemos depender del Señor para nuestras necesidades, pero Dios cubrirá únicamente las necesidades de un tipo de personas: aquellas que dan. La expresión ―medida buena que el Señor usa en Lucas 6:38, es una expresión maravillosa. Cuando Dios da al hombre, jamás lo hace de manera mezquina. Él es siempre generoso y desbordante. Nuestro Dios siempre es generoso. Y Su copa está siempre rebosante. Dios jamás será tacaño. Él afirma que siempre que dé, habrá de hacerlo con medida buena, apretada y remecida. Consideren la manera en que compramos arroz, La mayoría de los vendedores de arroz no nos permitirían sacudir la medida que usan para medir la cantidad de arroz, pues ellos jamás dejan que el arroz se asiente, sino que de inmediato lo echan en las bolsas. 

Pero el Señor dijo que Su medida era: ―apretada, remecida, incluso ―rebosando. Nuestro Dios es así de generoso. Al dar, lo hace con medida apretada, remecida y rebosando. Sin embargo, Él también dice que con la misma medida con que medimos a los demás, se nos medirá a nosotros. Si somos astutos y exactos al dar a los demás, Dios únicamente moverá a los demás a que nos den con astucia y exactitud.

Primero tenemos que dar a los demás, antes que los demás nos den a nosotros. La mayoría de personas jamás aprende a dar. Tales personas quieren que Dios siempre conteste Sus oraciones, pero tenemos que dar primero, antes de poder recibir. Si no hemos recibido nada recientemente, quiere decir que tenemos alguna dificultad en cuanto a dar. He sido cristiano por más de veinte años, y mi testimonio verdaderamente corrobora este principio. Siempre que una persona tiene alguna dificultad en cuanto a dar, experimentará carencias.

IV. DOS TESTIMONIOS SOBRE LA MAYORDOMÍA DE LAS FINANZAS
A. El testimonio de Handley Moule
Handley C. G. Moule de Inglaterra era el editor de la revista Vida y fe. En muchos aspectos él era un gran hombre delante de Dios. Uno de sus logros sobresalientes era su conocimiento de la Biblia, y también era una persona que confiaba en el Señor en su vida diaria. Muchas veces a lo largo de su existencia, él experimentó necesidades y pruebas, pero debido a que conocía Lucas 6:38, siempre que tenía una necesidad le decía a su esposa: ―Últimamente algo está mal en nuestras ofrendas

Él no hablaba de la necesidad que existía en su casa; en lugar de ello, sus pensamientos estaban orientados a dar.

En cierta ocasión, en su casa casi no quedaba provisión. No tenían ni siquiera harina, que es el ingrediente principal de la dieta inglesa. Nuestro hermano esperó dos días, pero nadie le traía nada. Él entonces le dijo a su esposa: ―Seguramente hay algo en nuestra casa que es más de lo que necesitamos. Él no le pidió harina al Señor; en lugar de ello dijo: ―Seguramente hay algo en nuestra casa que no necesitamos, y por esto el Señor no nos provee. Ellos se arrodillaron y oraron al Señor pidiéndole que les mostrara cualquier cosa en exceso que pudieran tener en su casa. 

Después de orar, revisaron todas sus pertenencias. Comenzaron por el ático, verificando que no hubiese nada en exceso allí. Incluso revisaron las pertenencias de sus niños y encontraron que tenían sólo lo necesario. Entonces, el hermano Moule le dijo al Señor: ―Verdaderamente no hay nada en exceso en esta casa. Señor, has cometido un error al no proveernos lo que necesitamos

Pero después de una breve pausa, le dijo a su esposa: ―El Señor nunca se equivoca. Tiene que haber algo en nuestra casa que verdaderamente no necesitamos. Así que buscaron nuevamente. Cuando llegaron a la despensa, vieron una caja de mantequilla, la cual les había sido dada varios días antes. El señor Moule se alegró cuando vio aquella caja y le dijo a su esposa: ―Seguramente es esto lo que tenemos en exceso.

Ambos ya eran bastante ancianos. Durante muchos años ellos habían aprendido la lección acerca de dar. Ellos conocían las palabras del Señor: ―Dad, y se os dará. Así pues, estaban ansiosos por regalar la caja de mantequilla, pero, ¿a quién debían regalarla? El señor Moule era uno de los hermanos responsables en su iglesia y, después de revisar la lista de hermanos y hermanas de escasos recursos, él decidió dar a cada uno de ellos una porción. La pareja de ancianos cortó la caja de mantequilla en varios pedazos pequeños que envolvieron y distribuyeron entre aquellos hermanos y hermanas. 

Después de distribuir todos los paquetes, le dijo a su esposa: ―Ahora hemos resuelto este asunto. Entonces, ambos se arrodillaron y oraron así: ―Señor, te recordamos lo que dijiste: Dad, y se os dará. Te rogamos que recuerdes que ya no tenemos harina.

Esto ocurrió probablemente el sábado. Entre quienes recibieron las porciones de mantequilla había una hermana muy pobre que había estado paralizada y postrada en cama por varios años. Por varios días ella había estado comiendo su pan sin mantequilla y había estado orando: ―Señor, ten misericordia de mí. Dame un poco de mantequilla. Poco después de esta oración, había llegado el señor Moule trayéndole mantequilla. 

Ella de inmediato agradeció al Señor por esto. Poco después, ella oró nuevamente: ―Señor, aunque el hermano Moule no padece ninguna necesidad y me ha dado esta mantequilla, oye su oración si es que él necesita algo. El hermano Moule no le había dicho a nadie acerca de su necesidad, y nadie sabía nada al respecto. Algunos incluso habían esparcido el rumor de que Moule era un hermano muy rico que siempre estaba regalando cosas y que él había comprado deliberadamente toda esa mantequilla a fin de distribuirla. Pero esta hermana oró: ―Si él padece alguna necesidad, por favor responde a su oración

En aquel mismo día, probablemente en cuestión de dos o tres horas, el señor Moule recibió dos sacos de harina. Su problema había sido resuelto.

Tenemos que creer cada palabra que el Señor nos ha dado. La dificultad que tiene la mayoría de personas es que no toman la Palabra de Dios como la palabra de Dios. El señor Moule creyó que la Palabra de Dios era la palabra de Dios. Si usted no da, definitivamente tampoco recibirá. Si usted da a los demás, ciertamente los demás también le darán a usted. Por esto debemos aprender a dar.

 Dar no es el final, sino que al dar le permitimos a Dios darnos. Este es el principio que rige la mayordomía cristiana de las finanzas. No podemos esperar que Dios nos suministre cosa alguna si en nuestra casa tenemos excedentes.

 Una vez cierto colaborador me dijo: ―Durante los últimos veinte años, cada vez que he conservado dinero en mis manos, siempre he tenido algún problema. Si tenemos problemas en dar, tendremos problemas en cuanto a recibir. Cuanto más desee guardar, menos tendrá. Cuanto más de, más tendrá. La mayoría de las personas se aferran a todo lo que tienen, y por ello, Dios les deja aferrarse a lo poco que tienen. Ellos no han aprendido a dar. Si usted carece de la gracia de dar, la gracia de Dios no podrá reposar sobre usted. Si usted no tiene gracia para los demás, entonces tendrá poca gracia de Dios para usted mismo.

B. Mi primera lección en cuanto a dar
Yo les puedo dar muchos testimonios acerca del dar, pero no deseo hacerlo. Les hablaré únicamente de la primera lección que aprendí al respecto. En 1923 el hermano Weigh Kwang-hsi me invitó a su ciudad Kien-ou, la cual quedaba a unas 150 millas de Fuzhou. En aquel entonces yo era un estudiante, y el hermano Weigh era mi compañero de clase. Cuando estaba a punto de partir para Kien-ou, le pregunté al hermano Weigh: ―¿Cuánto cuesta el pasaje?. Él me dijo: ―El pasaje en barco cuesta varias docenas de dólares. Yo le repliqué: ―Déjame orar al respecto. Si el Señor quiere que vaya, iré.

En aquel tiempo no tenía nada de dinero en el bolsillo. Entonces oré: ―Si Tú quieres que vaya, tienes que proveerme el dinero necesario. Después de orar de esta manera, el Señor me dio entre diez y veinte dólares. Además, tenía más de cien monedas de diez centavos. Pero con todo lo que tenía aún no alcanzaba para pagar ni la mitad del pasaje. Poco después de esto, el hermano Weigh me escribió una carta en la que me decía que todo estaba listo. Yo le envié un telegrama diciéndole que iría. Decidí salir un viernes. El jueves me levanté temprano y el Señor me dio esta palabra: ―Dad, y se os dará. Interiormente yo no me sentía seguro. Si yo le daba mi dinero a otros, y el Señor no me daba nada, entonces no podría viajar. Me sentía muy preocupado.

Sin embargo, aquel sentir interno se hizo cada vez más y más intenso. Sentí que debía entregar todos los billetes y conservar las monedas. Por tanto, comencé a meditar a quién debía darle el dinero. Finalmente, pensé en darle todos los billetes a cierto hermano que tenía familia. No me atrevía a decirle al Señor que obedecería ni me atrevía a decirle que desobedecería. Simplemente le dije: ―Señor, aquí estoy. Si Tu quieres que yo dé esto al hermano, por favor, permite que lo encuentre en el camino. Me levanté y salí de la casa. En el camino me encontré con este hermano. En cuanto vi a este hermano, mi corazón se abatió. 

Pero estaba preparado; así que me acerqué a él y le dije: ―Hermano, el Señor me ha dicho que coloque esto en sus manos. Después que le dije esto, di media vuelta y me fui. Cuando había dado apenas dos pasos, mis lágrimas empezaron a brotar. Dije: ―Le he enviado un telegrama al hermano Weigh diciéndole que iría. Ahora el dinero se ha esfumado. ¿Cómo podré ir?. Pero también me sentía muy feliz por dentro, porque el Señor había dicho: ―Dad, y se os dará.
Camino a casa, le dije al Señor: ―Señor, tienes que darme los medios necesarios para viajar. 

Queda poco tiempo y el barco sale mañana. El jueves no recibí dinero alguno y el viernes procedí a prepararme para el viaje sin haber recibido nada de dinero. Un hermano vino para despedirme, pero todavía yo no había recibido ningún dinero. Este hermano me condujo a bordo del barco. En cuanto abordé la nave, pensé: ―No puedo ir. Jamás llegaré a mi destino. Nunca antes he salido de Fuzhou ni tampoco he viajado al interior. No conozco ni una sola persona al oeste de Fuzhou

Yo había estado orando desde que salí de casa aquel día. Cuando abordé el barco, todavía seguía orando. Estuve orando hasta que el hermano que me llevó se fue, e incluso hasta que me eché a dormir. Le dije al Señor: ―Señor, yo he dado a otros. Sin embargo, Tú no me has dado nada a cambio. Ahora es asunto Tuyo. Aquel día, viajé en ese barco hasta el puente de Hung-Shan, en donde cambié de botes para ir a Shui-Kou. Mientras me encontraba a bordo, caminé de la cubierta baja a la cubierta superior del barco varias veces, pensando: ―Para que Dios me provea, debo caminar alrededor unas cuantas veces más, para facilitarle a Dios y ver si ha dispuesto que me encuentre con alguien abordo. Pero esto no dio resultado y no pude encontrar en el barco a ningún conocido. No obstante, continué repitiéndome: ―Dad, y se os dará

Esto continuó hasta el día siguiente. A eso de las cuatro o cinco, el barco estaba llegando a Shui-Kou. En Shui-Kuo, yo tenía que cambiar de barco nuevamente para abordar otro barco más caro. Después que pagué el pasaje para el nuevo barco, descubrí que sólo me quedaba un poco más de setenta monedas de diez centavos. Yo me sentí muy turbado y oré: ―Señor, estoy en Shui-Kou. 

¿Debo comprar un pasaje de retorno a Fuzhou?. En ese mismo momento, resolví que
simplemente continuaría el viaje a Kien-ou y dejaría el resto en manos del Señor. Le dije al Señor: ―Señor, no voy a pedir dinero siempre y cuando Tú me lleves hasta Kien-ou. Después de orar así, me sentí en paz.

Estaba parado en la proa del barco y, antes que este tocara el puerto de Shui-Kou, una pequeña embarcación se acercó y el conductor del barco me preguntó: ―Señor, ¿va usted a Nan-Ping o a Kien-ou?. Le respondí: ―A Kien-ou. Él me dijo: ―Yo lo llevaré allí. Le pregunté cuánto iría a costar el pasaje y él me respondió: ―Setenta monedas de diez centavos. Cuando escuché esto, supe que era el Señor quien me abría el camino. Acepté ir con él, y el barquero llevó mi equipaje a su barco. 

El costo normal de un pasaje a Kien-ou era setenta u ochenta dólares. Le pregunté al barquero: ―¿Por qué me deja que viaje en su barco por tan poco dinero?. Él replicó: ―El pasaje es muy barato porque este bote ha sido alquilado por un funcionario del condado. Él ocupa la cabina de adelante y me ha dado permiso para llevar otro pasajero, de tal modo que yo pueda ganar algún dinero adicional para mi comida durante el viaje. Recuerdo aquel día con toda nitidez; recuerdo que compré algunas verduras y un poco de carne con el poco dinero que me quedaba y llegué hasta Kien-ou a salvo.

Cuando llegó el tiempo en que debía partir de Kien-ou, tuve que enfrentar nuevamente otro dilema. Me quedaban apenas doce monedas de diez centavos. Después de haber gastado cerca de un dólar en algunas compras, me quedaban apenas veinte centavos. Seguí orando a medida que se acercaba el fin de la conferencia. Un día el señor Philips, uno de los famosos ―Siete de Cambridge, me invitó a comer. Él me dijo: ―Señor Nee, hemos sido muy ayudados por su visita. 

¿Sería correcto que yo cubriera los gastos de su viaje de retorno?. Cuando escuché esto, me sentí muy contento, pero sentí que no era propio que aceptara tal ofrenda. Le respondí: ―Alguien ya ha cubierto tales gastos. Cuando él escuchó esto, dijo: ―Lamento oír tal cosa, y no volvió a mencionar el asunto. Cuando regresé a casa, me lamenté mucho por haber declinado aquel ofrecimiento. Pero cuando oré, internamente sentí paz.

Esperé otro día más. Al tercer día, mientras me preparaba para partir, tenía apenas veinte centavos en mi bolsillo. Esto no era suficiente para comprar el pasaje. Verdaderamente me encontraba en un dilema. El papá del hermano Weigh y su familia habían venido para despedirme. Mi equipaje ya había sido llevado por el maletero y el hermano Weigh estaba andando conmigo. Yo oré: ―Señor, Tú me has traído a Kien-ou. Tú tienes que llevarme de regreso a casa.

 Esta es Tu responsabilidad, y no se la puedes dar a otro. Si he cometido algún error, estoy dispuesto a confesarlo, pero no creo haber hecho nada errado. Continuamente repetía: ―Esta es Tu responsabilidad, porque Tú me has dicho: Dad, y se os dará. A medio camino del muelle, llegó una persona enviada por el señor Philips, la cual me entregó un sobre. Al abrir el sobre, encontré una nota del señor Philips que decía: ―Sé que alguien ha cubierto sus gastos de viaje. Pero Dios ha puesto en mi corazón que debo compartir los gastos de su viaje. 

Por favor, permita que un hermano anciano como yo pueda tener una pequeña participación en este asunto y acepte esta pequeña suma. Tomé el dinero y le dije al Señor: ―Oh Dios, esto ha llegado justo a tiempo. Pagué el precio del pasaje con ese dinero y todavía recuerdo que cuando regresé a casa, me quedó suficiente dinero como para imprimir otra edición de la revista El testimonio actual.

A mi regreso, busqué al colaborador a quien había dado mi dinero. En cuanto entré en su casa, su esposa me preguntó: ―Hermano Nee, cuando usted partió de Fuzhou, ¿por qué le dio a mi esposo veinte dólares? ¿Por qué se alejó de inmediato después de haber entregado el dinero?. Yo le respondí: ―Por una sola razón: Yo estuve orando todo ese día y el Señor me dijo que se lo diera a él. Cuando salí de mi casa y me lo encontré en el camino, simplemente le entregué el dinero. Ella me contó: ―Aquella noche solamente teníamos lo necesario para una última comida. Cuando recibimos su dinero, compramos una carga de arroz y muchas libras de leña. El Señor no nos volvió a proveer más dinero hasta hace algunos días. En aquella ocasión tuvimos que orar y esperar por tres días

Cuando salí, me fui sin contarles lo que me había pasado a mí. Mientras descendía por la colina, me dije a mí mismo: ―¡Qué bueno que no guardé los veinte dólares para mí! Ese dinero hubiese muerto si lo guardaba en mi bolsillo, pero ahora, por haberlo entregado, ha sido muy útil. Levanté mi rostro y le dije al Señor: ―Por primera vez entiendo Lucas 6:38. En ese momento, me consagré al Señor nuevamente y dije: ―Desde este día en adelante, me dedicaré a dar. No dejaré que un solo centavo permanezca ocioso en mis manos.

Únicamente desearía poder dar más dinero, a fin de que opere más milagros en manos del Señor y a fin de que las oraciones de otros sean contestadas. No quiero aferrarme a mi dinero, pues estaría permitiendo que permanezca ocioso e inútil. No me atrevo a jactarme de mis experiencias en cuanto a dar. Pero probablemente yo haya dado un poquito más que los demás, y quizás haya recibido también un poco más que los demás. Pero puedo afirmar esto: en todo China, difícilmente se encontrará otra persona que haya recibido tanto y dado tanto como yo. 

Pueden tomar estas palabras como las palabras de alguien que ―está fuera de sí (2 Co. 11:23). Prefiero dejar que mi dinero opere milagros y se convierta en respuesta a las oraciones de otros, antes de dejarlo ocioso y que se haga inútil. Si no puedo utilizar mi dinero hoy, lo entregaré. Cuando tenga una necesidad, regresará, y cuando regrese, regresará con más de lo que di.

Desde el comienzo, un nuevo creyente tiene que aprender a administrar sus finanzas. No me gusta contar muchas historias acerca de mí mismo; sin embargo, tengo que testificar que desde 1923, en China, no me quedo detrás de nadie en lo que concierne a usar hasta el último centavo. El Señor dijo: ―Dad, y se os dará

Yo estoy aprendiendo esto constantemente. A medida que doy a los demás, el Señor cubre mis necesidades. Estoy persuadido de esto: que una persona únicamente recibe si sabe dar. Una y otra vez me ha sucedido que cuando doy generosamente, el Señor también me da generosamente. No me importa que la gente crea que soy rico. Es cierto, soy rico, porque siempre estoy dando. 

Siempre dejo que mi dinero corra. Mi dinero nunca deja de circular y cuando regresa a mí, siempre encuentro que se ha multiplicado muchas veces. Nuestro Dios nunca es tacaño.

V. LA MANERA CRISTIANA DE ADMINISTRAR LAS FINANZAS
La manera cristiana de administrar el dinero consiste en no aferrarse al dinero. Cuanto más se aferra uno a su dinero, más este muere. Cuanto más lo aprieten, más rápidamente desaparecerá; se desvanecerá como el vapor. Pero cuanto más lo entregamos, más tendremos. Si los hijos de Dios aprenden a dar más, Dios contará con muchas maneras de operar Sus milagros. Retener el dinero solamente empobrece a los hijos de Dios. Dios no confía en los que se aferran a su dinero y no dan. Cuanto más den, más les dará Dios.

A. Sembrar con nuestro dinero
Leamos 2 Corintios 9:6 que dice: ―El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también segará. Este es otro principio bíblico para la administración de las finanzas. Cuando los cristianos dan, no están tirando el dinero; lo están sembrando. La Palabra no dice: ―Aquel que tira su dinero escasamente, también segará escasamente; y el que desperdicie su dinero con bendiciones, con bendiciones también segará, sino que dice: ―El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también segará. Cuando usted da, usted está sembrando. ¿Quiere que su dinero crezca? Si es así, tiene que sembrarlo. Cuando usted entrega su dinero, este crece. Cuando usted no lo entrega, no crece. 

Hermanos y hermanas, ¿podría alguno ser tan necio como para esperar una cosecha sin haber sembrado? ¿Cuántas veces ha dejado Dios de contestar sus oraciones y satisfacer sus necesidades? Eres ―hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no aventaste. Esto es imposible. ¿Por qué no siembra algo de su dinero? Hay muchos hermanos y hermanas que se encuentran en dificultades. ¿Por qué no siembra en ellos a fin de cosechar cuando llegue el tiempo de la siega? Cuanto más se aferra uno a su dinero, menos tendrá. En el pasaje bíblico citado al comienzo del párrafo anterior, podemos ver un cuadro muy hermoso. Los corintios ofrendaron para loshermanos en Jerusalén, teniendo en cuenta las necesidades de ellos, y Pablo les dijo que esto era sembrar; no era tirar el dinero. Por favor no se olviden que el dinero puede ser una semilla en nuestras manos. Si usted se percata que un hermano o hermana se encuentra en necesidad y usted lo tiene en cuenta, Dios hará que ese dinero que usted dio se multiplique y usted podrá cosechar treinta, sesenta, incluso hasta cien veces más. Espero que más de vuestro dinero sea sembrado.

Un nuevo creyente debe aprender a sembrar de tal manera que cuando padezca necesidad, pueda cosechar lo que ha sembrado. Ustedes no pueden cosechar aquello que no sembraron. Hay muchos hermanos que cada vez son más pobres. Si usted se come todo lo que tiene, por supuesto no tendrá ningún excedente, pero si usted dedica la mitad de sus semillas para sembrar, tendrá una nueva cosecha el año siguiente. Si al año siguiente usted vuelve a utilizar la mitad de sus semillas para sembrar, nuevamente tendrá una nueva cosecha el siguiente año. Si queremos sembrar, no podemos consumir todo lo que tenemos. Hay algunos que siempre están comiendo y nunca siembran. Tales personas tampoco reciben nada cuando enfrentan alguna necesidad.

 Supongan que algunos nuevos creyentes siembran algún dinero al entregarlo a otros hermanos, y que al hacerlo oran diciendo: ―Oh Dios, he sembrado en otros hermanos. Cuando padezca necesidad, quiero cosechar. Si ellos hacen esto, ciertamente Dios honrará Sus propias palabras.

B. Ofrendar a Dios
Esto no es todo. En el Antiguo Testamento, Dios les dijo a los israelitas: ―Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde (Mal. 3:10). Aquí vemos el mismo principio.

En aquel tiempo, los israelitas se encontraban sufriendo extrema pobreza y grandes dificultades. ¿Cómo podrían haber cumplido las palabras de Malaquías 3:10? Los israelitas quizás hayan preguntado: ¿Si no podemos sobrevivir con diez cargas de arroz, cómo podremos con nueve? ¿Si diez sacos de harina no son suficientes, cómo es que nueve sacos habrán de ser suficientes?. Estas palabras corresponden a labios carnales y necios. Dios reprendió al pueblo y le dijo que lo que era imposible para el hombre era posible para Dios. Era como si les dijera: ―Traed a mi despensa y probadme, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.

Mientras diez cargas son la causa de nuestra pobreza, nueve se convierten en la causa de nuestra abundancia. Los hombres suelen pensar que cuanto más tienen en sus manos, en mejor situación se encontrarán. Sin embargo, mantener las cosas en nuestras manos es causa de pobreza, mientras que entregarlas como ofrenda a Dios es causa de bendición. 

Si yo retengo en mis manos una carga adicional, esta se convertirá en mi maldición, pero si es puesta en la despensa divina, se convertirá en bendición para mí. El principio que regía a los israelitas consistía en que la pobreza afligía a quienes procuraban retener para sí lo que le correspondía a Dios. Cuando ustedes retienen algo, acabarán en pobreza.

C. Repartir el dinero
Ahora leamos Proverbios 11:24: ―Hay quien reparte, y le es añadido más; / Y quien retiene de lo que es justo sólo para vivir a menos. Mucha gente no reparte y se queda sin nada. Mucha gente reparte y prospera. Esto es lo que la Palabra de Dios nos muestra. En esto consiste el principio cristiano que rige la administración de nuestras finanzas.

D. Debemos entregárselo todo a Dios
Consideremos otro maravilloso pasaje bíblico: la oración que elevó Elías en el monte Carmelo suplicando lluvias (1 R. 18). Había entonces una sequía tan intensa que hasta el rey y sus edecanes tenían que salir en busca de agua. Mientras Elías se encontraba reparando el altar erigido en el monte, en el cual quería ofrecer sacrificio a Jehová, él pidió a los hombres que derramaran agua sobre el altar y sobre el sacrificio.

¡Cuán valiosa era el agua en esos días! Incluso el rey tenía que salir a buscar agua, pero Elías instó a los hombres a derramar agua. Les dijo que derramaran agua tres veces sobre el altar, hasta que corriera agua como un río alrededor del altar. ¿Acaso no era un desperdicio derramar tanta agua antes que vinieran las lluvias? ¿No hubiese sido lamentable que no viniera la lluvia después de haber derramado tanta agua? 

Pero Elías les dijo que derramaran jarras de agua. Enseguida, se arrodilló y le rogó a Dios que enviara fuego para consumir el sacrificio. Dios escuchó su oración y recibió el sacrificio por medio del fuego, y después envió la lluvia. Nosotros, asimismo, primero debemos derramar el agua antes que venga la lluvia. La lluvia no vendrá si somos renuentes a derramar el agua.

El problema que tiene mucha gente es que se aferra a lo que tiene y, aun así, espera que Dios conteste sus oraciones. Si bien Dios deseaba acabar con la sequía, el hombre debía primero derramar el agua. La mentalidad humana es siempre proveerse de alguna segunda alternativa. En caso de que no venga la lluvia, por lo menos tendrían algunas jarras de agua. Pero aquellos que están contando las jarras que poseen, jamás verán la lluvia. Para recibir las lluvias, uno tiene que ser como Elías, dispuesto a deshacerse del agua que posee.

Tenemos que entregarlo todo. Si los nuevos creyentes no son librados del poder y la influencia del dinero, la iglesia jamás podrá avanzar sin zigzaguear. Espero que ustedes sean personas consagradas al Señor y que habrán de entregar todo lo que tienen a Dios.

E. La promesa de provisión
Filipenses 4:19 es un versículo muy especial. Los corintios eran muy parsimoniosos en cuanto a dar, mientras que los filipenses eran muy generosos. Pablo recibió de los filipenses una y otra vez. Él le dijo a los filipenses: ―Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. ¿Ven algo especial en este versículo? Pablo recalcó: ―MiDios, pues, suplirá todo lo que os falta. El Dios que recibe el dinero y las ofrendas, habrá de suplir para las necesidades de los que dan. 
 
Esto está muy claro. Los filipenses habían estado cubriendo las necesidades de Pablo una y otra vez, y el Dios de Pablo había provisto para sus necesidades. Dios jamás proveerá para aquellos que no dan. Hoy en día, son muchos los que se apoyan en Filipenses 4:19, pero sin entenderlo verdaderamente, porque Dios no da a quienes le piden, sino a quienes dan. Únicamente ellos pueden reclamar para sí Filipenses 4:19. Aquellos que no dan, no pueden reclamar para sí esta promesa. Ustedes tienen que dar antes de poder decir: ―Oh Dios, hoy provee para todas mis necesidades conforme a Tus riquezas en Cristo Jesús

Dios proveyó únicamente para todas las necesidades de los filipenses. Dios únicamente proveerá para las necesidades de aquellos cuya práctica se rige por el principio de dar.

Cuando vuestra tinaja casi no tenga harina y vuestras vasijas estén vacías y sin aceite, les ruego que no se olviden que primero tienen que hacer el pan para Elías con lo poco que les haya quedado. Primero, tienen que alimentar al siervo de Dios. Primero tomen un poco de aceite y harina, y hagan pan para el profeta. Después de breve tiempo, este poco de harina y aceite servirá para alimentarlos por tres años y medio. ¿Quién ha oído jamás que una persona pudo alimentarse con la misma botella de aceite durante tres años y medio? 

Pero permitan que les diga, si ustedes toman un poco de harina y aceite, y hacen pan para el profeta, verán que aquella botella de aceite los alimentará por tres años y medio (cfr. Lc. 4:25-26; 1 R. 17:8-16). Lo que uno tiene, tal vez no le alcance ni para una comida, pero cuando lo entregamos, se convierte en el medio por el cual somos sustentados. Esta es la manera cristiana de administrar las finanzas.
VI. DEBEMOS SOLTAR NUESTRO DINERO
Tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo Testamento nos enseña lo mismo. La manera cristiana de administrar nuestras finanzas no debiera conducirnos a
la miseria. Dios no quiere que seamos pobres. Si hay pobreza entre nosotros, se debe a que algunos están reteniendo su dinero. Cuanto más se amen a sí mismos, más hambre padecerán; y cuanto más importancia le atribuyan al dinero, más pobre serán. 

Quizás yo no pueda testificar con respecto a otros asuntos, pero ciertamente puedo testificar acerca de esto. Cuanto más uno retiene su dinero, más pobreza y carencia padecerá. Este es un principio cierto. Durante los últimos veinte años, he visto muchos casos semejantes. Únicamente deseo que podamos soltar nuestro dinero y permitirle que circule libremente alrededor de toda la tierra, a fin de que este opere y pueda ser usado por Dios para realizar milagros y responder a las oraciones de los santos. Entonces, cuando tengamos alguna necesidad, Dios nos proveerá.

No solamente nosotros estamos en las manos de Dios, sino que Satanás mismo está en Sus manos. Suya es toda bestia del bosque y los millares de animales en los collados. Solamente los necios piensan que ellos han ganado el dinero que poseen. Un nuevo creyente debe comprender que diezmar es su obligación. Debemos dar de nuestras ganancias a fin de atender a las necesidades de los santos más pobres. No sean tan necios como para recibir todo el tiempo. No traten de acumular su dinero o esconderlo. 

La manera de actuar de los cristianos es dar. Siempre dé lo que tenga y descubrirá que el dinero se convierte en un factor de vida en la iglesia. Cuando usted tenga alguna necesidad, las aves del campo trabajarán para usted, y Dios hará milagros a su favor.

Confíe con todo su ser en la Palabra de Dios. De otro modo, Dios no podrá realizar Su palabra en usted. Primero, entréguese usted mismo a Dios y luego dé su dinero una y otra vez. Si usted hace esto, Dios tendrá la oportunidad de darle a usted.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

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