lunes, 2 de julio de 2012

CONFESION Y RESTITUCION! IMPORTANTE TEMA


CONFESIÓN Y RESTITUCIÓN
Lectura bíblica: Lv. 6:1-7; Mt. 5:23-26
I. UNA CONCIENCIA IRREPRENSIBLE
Después de haber creído en el Señor, debemos cultivar el hábito de confesar nuestras faltas y efectuar la restitución correspondiente. Si hemos ofendido a alguien o hemos cometido alguna injusticia en perjuicio de otra persona, debemos aprender a admitir nuestra falta delante de dicha persona y a compensarla por los perjuicios que le hayamos causado, o sea, debemos efectuar restitución. Por un lado, debemos confesar ante Dios, y por otro, debemos reconocer nuestras faltas ante los hombres y efectuar la debida reparación. Si no confesamos ante Dios, ni pedimos perdón o efectuamos restitución al hombre, nuestra conciencia rápidamente se hará insensible. 

Una vez que nuestra conciencia haya perdido su sensibilidad, se habrá generado un problema serio y fundamental, a saber: que la luz de Dios difícilmente podrá resplandecer en nuestro ser. Por ello, uno tiene que cultivar el hábito de confesar y de efectuar restitución a fin de mantener una conciencia sensible y aguda delante del Señor. 
Un siervo del Señor solía hacerles la siguiente pregunta a sus audiencias: ―¿Cuándo fue la última vez que usted pidió perdón a otra persona?. Si ha transcurrido un período muy prolongado, entonces es probable que su conciencia se haya hecho insensible. Por lo regular, ofendemos los demás. Si después de haber ofendido a alguien uno no siente remordimiento alguno, ese es un indicio de que su conciencia sufre alguna enfermedad o deficiencia. El tiempo transcurrido desde su última confesión debe indicarle si existe un problema entre usted y Dios. Si ha transcurrido un largo período, obviamente usted carece de luz en su espíritu. Si ese tiempo es breve, es decir, si recientemente ha confesado alguna falta, ello prueba que su conciencia continúa sensible. A fin de vivir bajo la luz de Dios, necesitamos que nuestra conciencia permanezca sensible, y para ello, es necesario que condenemos el pecado continuamente. Necesitamos confesar nuestras faltas ante Dios y también ante los hombres, y debemos efectuar la restitución apropiada. 
Si hemos ofendido a Dios, y la ofensa no afecta específicamente a otras personas, entonces no es necesario confesar ante los hombres. Evitemos caer en excesos. Si al haber ofendido a Dios, un hermano no ha ofendido a otras personas, entonces sólo necesitará confesar su pecado ante Dios; no hay ninguna necesidad de que confiese ante los hombres. Espero que tengamos en cuenta este principio. 
¿Qué clase de pecados ofenden a nuestro prójimo? ¿Cuál es la manera apropiada de pedir perdón a otros por haberlos ofendido? ¿Cómo debemos compensarlos por haber hecho tratos injustos? Si queremos estar claros al respecto, debemos estudiar detenidamente dos pasajes de las Escrituras.

II. LA OFRENDA POR LOS PECADOS MENCIONADA EN EL SEXTO CAPÍTULO DE LEVÍTICO

La ofrenda por los pecados tiene dos aspectos: uno se revela en Levítico 5 y el otro en Levítico 6. El capítulo 5 nos dice que debemos confesar nuestros varios pecados ante Dios, y ofrecer sacrificios por el perdón de los mismos. El capítulo 6 nos dice que si hemos causado perjuicio a otra persona, no es suficiente ofrecer sacrificio a Dios, sino que, además, debemos efectuar la debida restitución a la persona que hemos agraviado. Así pues, el sexto capítulo de Levítico nos dice que siempre que hemos causado algún perjuicio material a otra persona, debemos resolver dicho asunto ante los hombres. Por supuesto, también debemos confesar ante Dios y pedirle Su perdón; pero eso no es suficiente. No podemos pedirle a Dios que nos perdone en representación de aquellos a quienes hemos perjudicado.

¿Cómo debemos resolver este asunto delante de los hombres? Consideremos la ofrenda por los pecados descrita en Levítico 6.

A. Algunos pecados son transgresiones contra los hombres
Levítico 6:2-7 dice: ―Cuando una persona peque y cometa una infidelidad contra Jehová, y mienta a su prójimo acerca de un depósito o una prenda puesta en sus manos, o por robo o por extorsión le quite algo a su prójimo, o habiendo hallado lo perdido después mienta acerca de ello, y jure en falso —acerca de cualquiera de las cosas en que suele hacer el hombre, pecando en ellas— entonces, cuando peque y sea culpable, restituirá aquello que robó, o lo que quitó por extorsión, o el depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló, o todo aquello sobre lo cual juró en falso; lo restituirá, según su íntegro valor, y añadirá a ello la quinta parte; lo dará a aquel a quien le pertenecía el día en que se halle culpable. Y llevará al sacerdote su ofrenda por la transgresión a Jehová, un carnero del rebaño, sin defecto, según su estimación, como ofrenda por la transgresión. 

Y el sacerdote hará propiciación por él delante de Jehová, y será perdonado por cualquier cosa que haya hecho, por la cual haya llegado a ser culpable. Una persona que haya ofendido a alguien o le haya causado perjuicio material, tiene la obligación de arreglar cuentas con los hombres antes de poder ser perdonado. De lo contrario, no podrá ser perdonado.

En este pasaje bíblico podemos distinguir hasta seis clases de transgresiones en contra de los hombres:

(1) Engañar al prójimo con respecto a un depósito que nos fuera encomendado: Esto se refiere a engañar al propietario con respecto a bienes que él nos confió y procurar así retener las porciones buenas y costosas mientras que devolvemos las de inferior calidad. Esto es mentir, y es un pecado delante de Dios. No debemos mentir con respecto a lo que nos haya sido encomendado, sino que debemos resguardarlo con toda fidelidad. Los hijos de Dios deben guardar fielmente lo que se les confíe. Si no podemos guardar algo, no lo debemos aceptar. Una vez que lo aceptemos, debemos hacer lo posible por guardarlo. Si a causa de nuestra negligencia algo le llega a suceder, habremos transgredido contra el hombre.

(2) Engañar al prójimo con respecto a lo dejado en nuestras manos: Esto se refiere a defraudar al prójimo en cuestiones de negocios, o a mentir en transacciones comerciales, o a lograr ganancias por medios deshonestos, o a valerse de maniobras legales o comerciales para apropiarnos de lo que legítimamente pertenece a nuestro prójimo. Delante del Señor, ello constituye pecado y debe ser severamente condenado.

(3) Robar al prójimo: Aunque tal vez esto no suceda entre santos, de todos modos debemos mencionarlo. Nadie debe adquirir nada por medios ilícitos. Cualquiera que procure hurtar las posesiones de otros valiéndose de su posición privilegiada, de su autoridad o su poderío, comete pecado.

(4) Explotar al prójimo: Constituye pecado aprovecharse de otras personas, valiéndonos para ello de la posición o el poder que tengamos. A los ojos de Dios, Sus hijos jamás deberían hacer tal cosa. Esta clase de conducta debe ser eliminada.

(5) Encontrar un objeto perdido y mentir al respecto: Los nuevos creyentes deben prestar especial atención a este asunto. Muchas personas han mentido sobre las cosas que otros han perdido. Hacer desaparecer algo, reducir la cantidad o reemplazar algo bueno con algo malo equivale a mentir. 

Uno encuentra cierto objeto y niega haberlo encontrado, o encuentra cierta cantidad y afirma que halló menos, o habiendo encontrado algo en buen estado, afirma que está descompuesto o que no sirve. Todo ello es mentir. Otros pierden algo y usted se aprovecha de ellos; usted los despoja buscando obtener alguna ganancia o beneficio a costa de ellos; esto también es pecado. Un cristiano no debe adueñarse de las posesiones de otros. Si usted recogió algo por equivocación, debe guardarlo bien y devolvérselo al dueño. Nunca declare que un objeto que encuentra es suyo. No es correcto quedarse con artículos perdidos, pero es peor hurtar los bienes de otros por medios ilícitos. 

No es correcto adueñarse de las posesiones de otros por medio de cualquier método
injusto. Un creyente no debe hacer ninguna cosa que le reporte beneficios a expensas de otros.

(6) Jurar en falso: Constituye pecado jurar en falso con respecto a cualquier cosa material. Usted sabe algo, y sin embargo, dice que no lo sabe. Ha visto algo, pero lo niega. Algo está allí, pero dice que no hay nada. Todo el que jura en falso peca.
―En alguna de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre. Esto se refiere a todas aquellas transgresiones que causan perjuicio material a otras personas. Los hijos de Dios deben aprender esta lección y recordarla siempre: no deben apropiarse de lo que pertenece a otros. Jamás debemos usurpar aquello que pertenece a otro. Todo el que jure falsamente con respecto a cualquiera de los asuntos que acabamos de mencionar, habrá transgredido en contra de otras personas, y ha pecado. 
Hermanos y hermanas, si hay algo deshonesto en cualquier cosa que hagan, si han adquirido algo a expensas de otros, o si han obtenido algo por uno de estos seis medios, han pecado. Deben eliminar estos pecados por completo.

B. Cómo debemos efectuar la restitución
Nuestra conducta debe ser recta, y nuestra conciencia debe ser irreprensible delante de Dios. La Palabra de Dios dice: ―Entonces, cuando peque y sea culpable, restituirá aquello que robó (v. 4). Aquí la palabra restituir es muy importante. La ofrenda por los pecados tiene dos aspectos. Por un lado, tenemos la necesidad de propiciar delante de Dios, y por otro lado, es necesario restituir a nuestro prójimo lo que le quitamos. No debemos pensar que basta con ofrecer propiciación delante de Dios, sino que también debemos restituir a nuestro semejante aquello de lo cual le privamos. De lo contrario, si no lo regresa, algo estará carente. La ofrenda por el pecado, mencionada en Levítico 5, se relaciona con los pecados que no ocasionan perjuicios materiales a nuestro prójimo. Por supuesto, en tales casos no es necesario devolver nada. Pero los pecados de los que habla el capítulo 6 implican pérdidas materiales, en cuyo caso uno debe efectuar la debida restitución. La propiciación por medio del sacrificio no era suficiente. Uno debía restituir lo que había tomado. Por ello, el versículo 4 dice: ―Entonces, cuando peque y sea culpable, restituirá aquello que robó. Todo lo adquirido por medios pecaminosos debe ser devuelto. Se debe devolver lo obtenido por medio del robo, el abuso, los falsos juramentos, el usufructo abusivo de los bienes que nos fueron confiados o que nos encontramos. Todo esto debe ser devuelto.

¿Cómo debe una persona devolver estas cosas? ―Lo restituirá, según su íntegro valor, y añadirá a ello la quinta parte ... el día en que se halle culpable (v. 5). Así pues, al efectuar restitución debemos tomar en cuenta tres cosas.

En primer lugar, debemos efectuar una restitución completa. Es incorrecto no efectuar restitución alguna, pero es igualmente incorrecto que nuestra restitución sea incompleta o deficiente. 


Ninguno debe pensar que una disculpa es suficiente. Mientras el objeto en cuestión siga en nuestras manos, ello demuestra que todavía estamos errados y tenemos que efectuar completa restitución.

En segundo lugar, Dios desea que no sólo devolvamos la cantidad completa, sino que también añadamos la quinta parte al hacerlo. ¿Por qué debemos añadir la quinta parte? Según este principio, debemos restituir abundantemente. Si hemos tomado el dinero o las pertenencias de otros, Dios desea que añadamos una quinta parte a la cantidad total cuando la devolvamos. Dios no desea que sus hijos procuren devolver lo mínimo, sino que sean como los libros que cuando se imprimen se debe dejar suficiente margen alrededor de cada página. Asimismo, no debemos ser mezquinos al disculparnos con las personas, ni al devolverles lo que les hayamos hurtado. Debemos ser amplios y generosos.

Algunos, lejos de añadir la quinta parte al efectuar reparación, no devuelven ni siquiera la quinta parte de lo que deben. Ellos se disculpan, diciendo: ―Reconozco que en esta ocasión yo fui injusto, pero no siempre ha sido así; al contrario, en muchas otras ocasiones, usted fue injusto conmigo. Lejos de constituir una confesión apropiada, esto no es más que un ajuste de cuentas. Si usted quiere reconocer su falta, no sea mezquino al hacerlo. Es mejor excederse pidiendo disculpas, que no disculparse lo suficiente. Después de todo, ¿no fue usted el que pecó? Puesto que ahora deberá efectuar reparación, procure ser más generoso. Si quitó a otros sus posesiones, no pretenda devolver exactamente lo que hurtó; pues tiene que efectuar una reparación amplia y generosa.

Los hijos de Dios deben comportarse de una manera que esté de acuerdo con la dignidad que ellos poseen. Incluso cuando reconocemos nuestras faltas y las confesamos delante de los demás, debemos hacerlo en concordancia con la dignidad que poseemos. Si pedimos disculpas y, al mismo tiempo, tratamos de hacer un ajuste de cuentas, ciertamente no estamos disculpándonos como corresponde a hijos de Dios. Por el contrario, los hijos de Dios deben reconocer sus faltas con toda amplitud y añadir una quinta parte cuando efectúen reparación. Cuando se trata de reconocer sus errores, no debiera haber ninguna renuencia al respecto, o a no estar dispuestos a efectuar el menor sacrificio posible. Si al pedir perdón lo que a usted le preocupa más es determinar con
exactitud a cuánto asciende su deuda, entonces no está comportándose como corresponde a un cristiano. 

Por ejemplo, hay quienes, al pedir disculpas, dicen: ―Al comienzo, yo no estaba enojado contra ti, pero tus palabras me provocaron a ira y por eso te ofendí. Ahora que he confesado mi culpa, te corresponde a ti confesar la tuya. Todo esto es propio de un ajuste de cuentas, no de la admisión de nuestra culpa y la confesión de la misma. Si usted ha de reconocer su falta, debe caminar la segunda milla, debe hacerlo generosamente. Reconozca su falta sin reservas, procurando hacerlo con toda amplitud.

Añadir una quinta parte al reconocer nuestra falta o al efectuar reparación, deberá servirnos para recordar que siempre que perjudicamos a otros, somos nosotros los que perdemos, y que no debemos volver a hacerlo jamás. Un nuevo creyente debe darse cuenta de que siempre que peca en contra de alguien, aun cuando ello le pueda reportar beneficios momentáneos, a la postre siempre le perjudicará. 

Si tomó cinco quintos, debe restituir seis quintos. Quizás haya sido fácil quitarle algo a alguien, pero cuando lo tenga que devolver, no sólo devolverá todo lo que tomó, sino que además, deberá añadir la quinta parte de lo que tomó.

En tercer lugar, debemos hacer nuestra confesión y restitución lo más pronto posible. El versículo 5 dice: ―Lo restituirá, según su íntegro valor ... el día en que se halle culpable. Si estamos en capacidad de devolver aquello que habíamos retenido, o si el objeto en cuestión está todavía en nuestro poder, entonces debemos efectuar la devolución en cuanto nos percatemos de nuestro pecado. Por lo general, tenemos la tendencia a postergar esta clase de devoluciones, pero cuanto más posterguemos efectuar la debida restitución, más débil será el sentimiento que nos motiva a ello. Por ello, en cuanto seamos iluminados al respecto, debemos actuar, es decir, debemos apresurarnos a efectuar la reparación debida; si es posible, debemos hacerlo ese mismo día. 

Esperamos que todos nuestros hermanos y hermanas opten por la senda correcta desde el primer día en que se hacen cristianos. Nosotros jamás debemos aprovecharnos de los demás, ni podemos ser injustos con nadie. El principio fundamental que rige la conducta de los cristianos aquí en la tierra, debe ser el de no aprovecharse de los demás. Siempre que nos aprovechemos de otros de la forma que sea, estaremos cometiendo un grave error No debemos tomar ventaja de nadie. 

En lugar de ello, tenemos que actuar con rectitud desde el comienzo mismo de nuestra vida cristiana.

Tenemos que efectuar la restitución debida. Pero eso no es todo. No debiéramos pensar que todo ha quedado resuelto una vez que hemos pedido perdón y efectuado la reparación correspondiente. En realidad, ello no basta para que el asunto quede resuelto: ―Y llevará al sacerdote su ofrenda por la transgresión a Jehová, un carnero del rebaño, sin defecto, según su estimación (v. 6). Después de haber reconocido nuestra falta y efectuado la restitución correspondiente, todavía es necesario que acudamos a Dios procurando Su perdón. La ofrenda de la expiación, descrita en el capítulo 5, concierne únicamente a Dios, pues no se ha causado perjuicio material a ninguna persona en particular. Pero la ofrenda descrita en el capítulo 6 se relaciona con las transgresiones cometidas en contra de otras personas. Por tanto, primero tenemos que retribuir a los hombres por el perjuicio cometido, antes de acudir a Dios en busca de Su perdón. Antes que un asunto ha sido resuelto con los hombres, no podemos acercarnos a Dios para pedir perdón ¿Qué sucede después que nos hemos reconciliado con los hombres y le hemos pedido perdón a Dios? ―El sacerdote hará propiciación por él delante de Jehová, y será perdonado por cualquier cosa que haya hecho (v. 7). Esto es lo que el Señor desea. Si hemos cometido una transgresión en contra de alguien y le hemos causado algún perjuicio, tenemos que esforzarnos por efectuar la reparación debida; sólo entonces podremos acudir a Dios y, basándonos en la sangre que Cristo derramó en la cruz, suplicar Su perdón. 
Jamás debiéramos considerar este asunto como trivial o insignificante. Una vez que adoptemos una actitud tan superficial, nos aprovecharemos de los demás, y pecaremos contra ellos. Los hijos de Dios deben tener esto en cuenta y darle la debida importancia todos los días de su vida. Siempre que hayan cometido alguna falta en contra de otros, deben restituir lo que hayan retenido indebidamente, y deben acudir a Dios en busca de Su perdón. 
III. LO QUE NOS ENSEÑA EL QUINTO CAPÍTULO DE MATEO
Examinemos ahora Mateo 5. Este capítulo difiere de Levítico 6. El sexto capítulo de Levítico trata de las transgresiones contra los hombres con respecto a posesiones materiales, mientras que el quinto capítulo del evangelio de Mateo va más allá de lo material. 
En Mateo 5:23-26 se nos dice: ―Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte a buenas con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante. Los cuadrantes aquí mencionados, no solamente se refieren a las monedas de dicha designación, sino que también hacen alusión al principio que se aplica cuando hemos cometido alguna injusticia. 
El Señor dice: ―Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti.... Esto se refiere
específicamente a las contiendas que surgen entre los hijos de Dios y entre los hermanos. Si usted está presentando una ofrenda en el altar, es decir, si le está ofreciendo algo a Dios, y de repente se acuerda que su hermano tiene algo contra usted, tal ―recuerdo representa la manera que nos guía Dios. Con frecuencia, el Espíritu Santo nos dirige por medio de sugerirnos ciertos pensamientos o recordándonos lo que debemos hacer. Cuando algo le viene a la memoria, no deseche ni menosprecie tal pensamiento. Por el contrario, en cuanto recuerde algo, debe atender a ello con diligencia.

Si recuerda que su hermano tiene algo contra usted, esto quiere decir que usted ha pecado contra él, no necesariamente con respecto a posesiones materiales, sino tal vez actuando injustamente con él. Lo que en este pasaje se recalca no son las cuestiones materiales, sino aquello que usted hizo que causó que otros se sintieran agraviados por usted. Un nuevo creyente debe comprender que si ofende a alguien y no ofrece disculpas y pide perdón, se verá en problemas tan pronto como la parte ofendida lo nombre delante de Dios para quejarse, pues ello podría causar que Dios ya no acepte su ofrenda ni su oración. No hagamos que un hermano o hermana se queje o suspire delante de Dios por causa nuestra, porque tan pronto lo haga, estaremos acabados delante de Dios. Si hemos cometido alguna injusticia, o si hemos ofendido o lastimado a alguien, la parte ofendida ni siquiera necesita acusarnos delante de Dios. Todo lo que necesita decir es: ―¡Oh, fulano!; o simplemente necesita decir: ―¡Oh!, para hacer que Dios rechace nuestra ofrenda. Todo lo que necesita es dar un pequeño suspiro por causa de nosotros delante de Dios, para que todo lo que ofrezcamos sea rechazado. No debemos darle a ningún hermano o hermana ninguna razón para que suspiren delante de Dios por causa de nosotros. Si hacemos que otros se quejen, no podremos progresar espiritualmente y todos nuestros presentes a Dios serán anulados. 
Si usted está presentando una ofrenda ante el altar y se acuerda que su hermano tiene algo contra usted o que ha dado motivos a su hermano para quejarse delante de Dios, no ofrezca su ofrenda. Si desea ofrecer algo a Dios, ―reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Dios desea la ofrenda, pero usted primero debe reconciliarse con los que ha ofendido. Aquellos que no se reconcilian con los hombres, no pueden presentar su ofrenda ante Dios. Deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. ¿Comprenden lo que tienen que hacer? Primero deben ir y reconciliarse con su hermano. ¿Qué significa ser reconciliado con su hermano? Significa disipar el enojo del hermano. Posiblemente necesite disculparse o devolver algo, pero lo más importante es satisfacer al hermano. Lo importante no es añadir la quinta o la décima parte, sino reconciliarse. 

Reconciliarse implica satisfacer las exigencias del ofendido.

Cuando usted ofende a su hermano y peca contra él, hace que él se irrite y le da motivos para pensar que usted actuó injustamente con él; debido a lo cual, su hermano se lamentará delante de Dios, y ello hará que se interrumpa su comunión con Dios, con lo cual su porvenir espiritual se verá truncado. Es probable que usted no se haya percatado de encontrarse en tinieblas, y crea que todo está bien, pero la ofrenda que presente ante el altar será anulada. No podrá pedirle ni darle nada a Dios. No podrá ofrecerle nada a Él, y mucho menos recibir respuesta de parte de Él. Puede haber ofrecido absolutamente todo en el altar, pero Dios no se complacerá en ello. 

Por tanto, antes de venir al altar de Dios, deberá reconciliarse primero con su hermano a entera satisfacción del ofendido. Aprenda a satisfacer tanto las justas exigencias de Dios como las de su hermano. Sólo entonces podrá presentar su ofrenda a Dios. Este asunto es de gran importancia.

Debemos cuidarnos de ofender a otros, particularmente a los hermanos, porque si ofendemos a un hermano, caeremos de inmediato bajo el juicio de Dios, y no será fácil ser restaurados. En el versículo 25 el Señor enfatizó: ―Ponte a buenas con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino. He aquí un hermano que, por haber sido tratado injustamente por nosotros, ha perdido su paz delante de Dios. El Señor nos habla en términos humanos y nos muestra que nuestro hermano es como el demandante en un tribunal. La expresión mientras estás con él, en el camino es maravillosa. Hoy todavía estamos en el camino. Nuestro hermano todavía no ha muerto y nosotros tampoco, todavía estamos aquí. Él está en el camino, y nosotros también. 

Tenemos que reconciliarnos con él cuanto antes. Es muy posible que un día de estos no estemos aquí, como también es fácil que no estemos en el camino. O que nuestro hermano no este ni aquí ni en el camino. No sabemos quién se irá primero, pero cuando uno de los dos esté ausente, ya no se podrá hacer nada. Mientras estamos en el camino, es decir, mientras los dos partidos todavía estamos aquí, tenemos la oportunidad de hablar y pedir perdón. 

Debemos reconciliarnos cuanto antes. La puerta de la salvación no estará abierta para siempre; igualmente la puerta de la confesión entre los hermanos no estará siempre abierta. Son muchos los hermanos que tienen que lamentar haber perdido la oportunidad de confesar sus ofensas unos a otros, debido a que la persona a la que ofendieron ya no se encuentra en el camino. Si hemos ofendido a alguien, debemos aprovechar cualquier oportunidad para reconciliarnos cuanto antes, mientras aún los dos estemos en el camino. 

No sabemos si nuestro hermano o si nosotros mismos estaremos aquí mañana. Por tanto, tenemos que reconciliarnos con nuestro hermano mientras aún estemos en el camino. Una vez que una de las dos partes no esté, nada se podrá arreglar.

¡Tenemos que comprender la seriedad que reviste este asunto! No debemos ser negligentes ni podemos permanecer impasibles. Mientras dura el día,
¡apresúrese a reconciliarse con su hermano! Si usted sabe que un hermano tiene una queja contra usted, debe resolver dicho asunto y pedir perdón, no sea que después no tenga la oportunidad de reconciliarse.

Después de esto, el Señor nuevamente se vale de términos humanos para explicarnos: ―No sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante. No es el momento de profundizar en la interpretación bíblica con respecto al pago del último cuadrante, pues simplemente queremos hacer referencia a la práctica de pagar el último cuadrante. Tenemos que asegurarnos que este asunto sea resuelto de la manera apropiada, de lo contrario, no será resuelto. 

El Señor no pone énfasis, ni habla aquí de un juicio futuro ni de ser echado físicamente en una prisión. Lo que quiere es que nos reconciliemos hoy, que paguemos todos los cuadrantes hoy, y que no lo dejemos para después. Tenemos que hacer esto mientras aún estamos en el camino. No debemos posponer el asunto con la esperanza de que se resuelva con el tiempo; ciertamente esto no es aconsejable, pues no nos reportará beneficio alguno dejar pendiente este asunto para el futuro.

Esta es una lección que los hijos de Dios debemos aprender bien. Tenemos que efectuar restitución siempre que sea debido, y tenemos que confesar cuando sea necesario. Debemos efectuar la debida reparación y ofrecer las disculpas del caso, una y otra vez. No debiéramos permitir que ningún hermano o hermana tenga quejas en contra de nosotros. Si nuestra conciencia está limpia y resulta evidente que no somos nosotros los que hemos hecho el agravio, entonces podemos estar en paz. De otro modo, si hemos cometido alguna falta, debemos reconocerla. 

Tenemos que ser irreprensibles en nuestra conducta. No debiéramos suponer siempre que son los demás los que están equivocados y que nosotros siempre estamos en lo correcto. Ciertamente es erróneo ignorar las quejas de los demás, y en lugar de ello, insistir en que nosotros estamos en lo correcto.

IV. ALGUNAS CONSIDERACIONES DE ORDEN PRÁCTICO
En primer lugar, el ámbito que abarque su confesión deberá circunscribirse al ámbito que abarcó su ofensa. Háganlo todo en conformidad con la Palabra de Dios, sin llegar a extremos ni exageraciones. Pues si uno se excede, quedará expuesto a los ataques de Satanás. Si usted ofendió a muchos, entonces deberá reconocer sus faltas ante todos ellos; pero si usted ofendió a un individuo, basta con reconocer su error sólo ante dicha persona. Si usted ofendió a muchos, pero sólo pide disculpas a uno de ellos, ello no será suficiente. 

Si usted ofendió a una sola persona y confiesa su pecado ante muchos testigos, se estará excediendo en su confesión. El ámbito que abarque su confesión deberá estar determinado por
la extensión del agravio que haya cometido. Ahora bien, otro factor que también resulta válido considerar es el ámbito que abarca nuestro testimonio. Hay ocasiones en las que usted ha ofendido apenas a un individuo, pero debido a que usted desea dar testimonio ante los hermanos y hermanas de su congregación, usted siente que debe hacer su confesión ante ellos también. 

Esto ya es distinto. En cuanto concierne a pedir disculpas y reconocer nuestras faltas, ello sólo debiera hacerse conforme a la extensión de la ofensa. No se debe exceder tales límites. En cualquier caso, esta es una consideración a la que debemos darle la debida importancia.

En segundo lugar, nuestra confesión debe ser exhaustiva. No debemos ocultar nada buscando proteger nuestro prestigio ni nuestros intereses. Hay, por supuesto, ocasiones en las que debemos confesar ciertas ofensas con gran prudencia y mesura, debido a que si no lo hacemos así, podríamos perjudicar a otras personas. Así pues, a fin de proteger los intereses y el bienestar de las otras personas que pudieran haber estado involucradas en dicha ofensa, tal vez tengamos que efectuar nuestra confesión solamente en términos generales y sin entrar en muchos detalles. 

Si nos es difícil tomar esta clase de decisiones al vernos involucrados en una situación un tanto compleja, lo mejor es procurar tener comunión con algunos hermanos y hermanas de más experiencia, a fin de que ellos nos ayuden a hacer lo correcto.

En tercer lugar, hay ocasiones en las que no se puede efectuar la debida restitución. Sin embargo, debemos saber distinguir entre nuestra capacidad para efectuar restitución y nuestro deseo de efectuar restitución. Quizás algunos no puedan efectuar restitución, pero por lo menos deben tener el sincero deseo de hacerlo. Si uno no puede efectuar inmediatamente la debida restitución, debe decirle a la parte ofendida: ―Deseo recompensarle, pero no puedo por ahora, pero por favor espereme, que lo haré en cuanto sea posible.
En cuarto lugar, la ley del Antiguo Testamento dice que si la persona a quien debemos hacer restitución ha muerto y no tiene pariente al cual sea compensado el daño, se deberá dar la indemnización del agravio al sacerdote que sirve a Jehová (Nm. 5:8). Según este principio, si la persona a quien debemos efectuar restitución ha fallecido, la indemnización por el agravio deberá ser entregada a sus parientes; si ellos no están disponibles, entonces, debemos darlo a la iglesia. 

La indemnización por el daño causado se debe dar al perjudicado o a sus familiares. No debe dárselo a la iglesia simplemente porque le resulte más cómodo; pero, si uno quiere efectuar una confesión, y la persona ofendida ha fallecido y no es posible encontrar a alguien ante quien podamos admitir nuestra falta, entonces, conforme a este principio, uno puede confesar sus faltas ante la iglesia.

En quinto lugar, después de confesar sus pecados, usted debe asegurarse de que su conciencia ya no lo acusa. Es posible que nuestra conciencia nos acuse reiteradamente, aún después de haber confesado nuestro error. En tales casos, debemos tener bien en claro que nuestra conciencia ha quedado limpia en virtud de la sangre del Señor. Su muerte nos ha dado una conciencia irreprensible delante de Dios y nos hizo aptos para acercarnos a Dios. Estos son hechos consumados. 

Sin embargo, debemos comprender que si queremos ser irreprensibles delante de los hombres, es necesario tomar medidas con respecto a nuestras muchas transgresiones. Tenemos, pues, que dejar resuelto todo asunto que implique algún agravio de índole material o moral, pero, al mismo tiempo, no debemos dejar que Satanás nos abrume con sus acusaciones.

En sexto lugar, la confesión está relacionada con la sanidad física. Por ello, en Jacobo 5:16 se nos dice: ―Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. Con frecuencia, el resultado de confesar nuestras faltas es que Dios puede restaurar nuestra salud. La enfermedad suele sobrevenir a los hijos de Dios debido a que entre ellos han surgido faltas que le impiden a Dios bendecirlos. Por ello, si confesamos nuestras faltas los unos a los otros, nuestras enfermedades serán sanadas.

Abrigamos la expectativa de que todos los hermanos y hermanas sean diligentes y minuciosos al reconocer sus faltas y efectuar la debida restitución; de este modo se conservarán puros. Si alguno ha cometido alguna transgresión en contra de los hombres, por un lado, debe confesar sus pecados ante Dios, y por otro, debe tomar las medidas respectivas con toda seriedad. Sólo entonces su conciencia será valiente. Y cuando su conciencia es valiente, entonces tendrá un progreso considerable en su búsqueda espiritual.

Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

No hay comentarios:

Publicar un comentario