BUSCAR LA VOLUNTAD DE DIOS
Lectura bíblica: Jn. 7:17; Mt. 10:29-31;
18:15-20; Ro. 8:14; Sal. 119:105; 1 Jn. 2:27
I. LA NECESIDAD DE OBEDECER LA VOLUNTAD DE DIOS
Antes de ser salvos, todo lo que hacíamos, lo
hacíamos según nuestra propia voluntad. En aquel entonces, nos servíamos a
nosotros mismos, y todo lo que hacíamos era para complacernos. Estábamos
dispuestos a hacer cualquier cosa con tal que fuese de nuestro agrado o nos
pusiese contentos. Pero ahora creemos en el Señor y hemos aceptado a Cristo
Jesús como nuestro Salvador. Lo hemos reconocido como nuestro Amo y le
servimos. Sabemos que Él nos redimió y que, por ende, le pertenecemos a Él y
ahora vivimos para servirle. Es por este motivo que necesitamos un cambio fundamental.
Ya no podemos seguir conduciéndonos regidos por nuestras preferencias; tenemos
que andar según la voluntad de Dios. Después de creer en el Señor, el enfoque
de nuestro vivir cambió.
Nosotros ya no somos el centro; el centro es el Señor.
Lo primero que debemos hacer después de ser salvos es preguntar: ―¿Qué haré,
Señor?‖. Pablo hizo esta pregunta apenas fue salvo, según se nos cuenta en
Hechos 22:10, y nosotros también
debemos formularnos la misma pregunta. Así pues, siempre que nos encontremos en
alguna situación, debemos decir: ―Señor, no sea como yo quiero, sino como Tú
quieres‖. Al tomar decisiones o al escoger nuestros caminos, debemos decirle
al Señor: ―No sea como yo quiero, sino como Tú quieres‖.
La vida que poseemos tiene una demanda básica:
que andemos conforme a la voluntad de Dios. Cuanto más obedezcamos la voluntad
de Dios, más gozo tendremos. Cuanto más nos neguemos a nuestra propia voluntad,
más recto será nuestro camino delante de Dios. Si andamos conforme a nuestra
voluntad como solíamos hacer, no estaremos contentos, sino que sufriremos.
Después de ser salvos, cuanto más vivamos según nuestra propia voluntad, más
sufrimiento y menos gozo tendremos, pero cuanto más vivamos conforme a la nueva
vida que tenemos ahora y cuanto más obedezcamos la voluntad de Dios, más gozo y
paz tendremos. Este es un cambio maravilloso. No debemos pensar que seremos
felices si andamos conforme a nuestra propia voluntad. Más bien, después de
convertirnos en cristianos, si en lugar de andar de acuerdo a nuestros propios
deseos, aprendemos a sujetarnos a la voluntad de Dios y la obedecemos, nuestro
sendero estará lleno de paz y gozo.
El gozo del cristiano no depende de que él
pueda andar según sus propios deseos, sino que está estrechamente relacionado
con el hecho de hacer la voluntad de Dios.
Una vez que llegamos a ser cristianos, tenemos
que aprender a acatar la voluntad de Dios y a ser gobernados por ella. Si uno
puede someterse humildemente a la voluntad de Dios, se evitará muchos desvíos
innecesarios. Muchos fracasan y detienen el crecimiento de la vida divina en
ellos, debido a que viven regidos por su propia voluntad. El resultado de
conducirnos según nuestros propios deseos y determinaciones siempre será la
tristeza y la miseria. A la postre, tendremos que andar conforme a la voluntad
de Dios. Dios nos subyugará por medio de las circunstancias. Si Dios no nos
hubiese elegido, nos permitiría andar como nos plazca. Pero puesto que Él nos
escogió, nos conducirá en el camino de la obediencia y en armonía con Su manera
de proceder. Nuestra desobediencia sólo redundará en desvíos innecesarios. De
todos modos, al final, siempre tendremos que obedecer.
II. CÓMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS
Ahora debemos preguntarnos cómo podemos conocer
la voluntad de Dios. Con frecuencia pensamos que nosotros, simples seres mortales,
jamás podríamos llegar a entender la voluntad de Dios. Sin embargo, debemos
tener presente que nosotros no somos los únicos que deseamos obedecer la
voluntad de Dios, pues Dios mismo también desea que obedezcamos Su voluntad.
Así que no sólo nosotros deseamos conocer Su voluntad; Él también desea que
sepamos cuál es
Su voluntad. Puesto
que Él desea que la obedezcamos, primero nos la debe dar a conocer.
Por lo
tanto, a Dios le corresponde revelarnos Su voluntad. Ninguno de los hijos de
Dios debería preocuparse y decir: ―Si no sé cuál es la voluntad de Dios, ¿cómo
podré obedecerla?‖. Esta preocupación es innecesaria porque Dios siempre encuentra la
manera de darnos a conocer Su voluntad (He. 13:21). Tenemos que creer que Dios
siempre nos revelará Su voluntad usando los medios más apropiados. Él debe
decirnos cuál es Su voluntad. Si somos sumisos en nuestra actitud y nos hemos
propuesto obedecer, sin duda conoceremos Su voluntad. Debemos tener la plena
certeza de que Dios anhela revelar Su voluntad al hombre.
¿Cómo se puede conocer la voluntad de Dios? El
creyente debe prestar atención a tres cosas a fin de conocerla. Si estas tres
cosas concuerdan, entonces podremos estar seguros de que es la voluntad de
Dios. Estas tres cosas son: (1) las circunstancias, (2) el guiar del Espíritu
Santo y (3) las Escrituras. Estas tres cosas no están en orden de importancia
ni en una secuencia especial. Simplemente queremos dejar establecido que estas
son las tres cosas que nos ayudan a conocer la voluntad de Dios. Siempre que el
testimonio de estas tres fuentes concuerde, podremos tener la certeza de que
conocemos la voluntad de Dios. Si hay alguna discrepancia entre estos tres
testimonios, todavía será necesario esperar. Tenemos que esperar hasta que
estas tres cosas concuerden, para poder seguir adelante.
A. Las circunstancias
Lucas 12:6 dice: ―¿No se venden cinco pajarillos
por dos asariones?‖. Mateo 10:29 dice: ―¿No se venden dos pajarillos por un asarion?‖. Si con un asarion se pueden comprar dos pajarillos, uno pensaría que
con dos asariones se podrían comprar cuatro, pero el Señor dijo que con dos
asariones se podían comprar cinco pajarillos. Es decir que con un asarion se
compran dos pajarillos, pero con dos asariones se compran cuatro pajarillos más
uno de regalo. Esto nos muestra cuán baratos eran los pajarillos. Sin embargo,
incluso algo tan barato como un pajarillo, no cae a tierra si Dios no lo
permite. Aun cuando el quinto pajarillo era entregado gratis, ni uno de ellos
es olvidado por Dios. Ningún pajarillo cae a tierra sin el previo
consentimiento de Dios.
Esto muestra claramente que nada sucede sin el permiso
de Dios. Si nuestro Padre celestial no lo permite, ni siquiera un pajarillo
caerá a tierra.
Cuán difícil es contar los cabellos de una
persona. Sin embargo, el Señor dijo: ―Pues aun los cabellos de vuestra cabeza
están todos contados‖ (Mt. 10:30). Nadie sabe cuántos cabellos tiene, ni tendría la manera
de contarlos, pero Dios los tiene todos contados. ¡Dios es muy minucioso y
exacto!
Si Dios se ocupa de
una criatura aparentemente tan insignificante como un pajarillo, ¡cuánto más
cuidará de Sus propios hijos! Si Dios cuida de algo tan trivial como nuestro
cabello, ¡cuánto más cuidará de otros asuntos de mayor importancia! Desde el
momento en que creemos en el Señor, debemos aprender a reconocer Su voluntad en
las circunstancias, pues nada nos sucede por casualidad. Todo es medido por el
Señor. La carrera, el cónyuge, los padres, los hijos, los parientes y los
amigos que tenemos, todo ello ha sido dispuesto por Dios. Detrás de todo lo que
nos sucede a diario, está la mano providencial de Dios. Por consiguiente,
necesitamos aprender a leer la voluntad de Dios en las circunstancias. Tal vez
un nuevo creyente no tenga mucha experiencia en seguir la dirección del
Espíritu, ni conozca mucho de las enseñanzas de las Escrituras, pero por lo
menos puede ver la mano de Dios en las circunstancias. Esta es una lección
básica que todo creyente debe aprender.
Leemos en Salmos 32:9: ―No seáis como el caballo,
o como el mulo, sin entendimiento, / Que han de ser sujetados con cabestro y
con freno, / Porque si no, no se acercan a ti‖. En muchas
ocasiones, cuando nos comportamos como un caballo o un mulo, sin entendimiento,
Dios tiene que sujetarnos con cabestro y con freno para evitar que cometamos
errores. ¿Alguna vez han visto a un criador de patos? Ellos suelen usar una
vara larga para arrear a sus patos. Cuando los patos comienzan a desviarse a la
derecha o a la izquierda, los vuelve a encaminar usando su vara. Los patos no
tienen otra alternativa que seguir por el camino indicado. De la misma forma,
tal vez nos encomendemos al Señor, diciendo: ―Señor, verdaderamente soy como un
caballo y como un mulo, pues carezco de entendimiento, pero no quiero cometer
errores; deseo conocer Tu voluntad.
Por favor, sujétame con Tu cabestro y
detenme con Tu freno. Si me sueltas, me iré por el camino errado. Por favor,
guárdame con Tu voluntad y dirígeme a Tu voluntad. Si me desvío, por favor
detenme. No sé muchas cosas, pero sí sé lo que es el dolor. Cada vez que
rechace Tu voluntad, ¡por favor detenme!‖. Hermanos y
hermanas, jamás debiéramos considerar insignificantes las circunstancias que
Dios ha dispuesto para nosotros. Aunque hayamos caído en vergüenza, y hayamos
venido a ser como un caballo o un mulo, casi siempre podremos contar con la
misericordia de Dios para ponernos el freno a tiempo. Dios se vale de nuestras
circunstancias para impedirnos que cometamos errores. Él nos obliga a que no
tengamos otra alternativa que seguirlo a Él.
B. El guiar del Espíritu Santo
Podemos ver la mano de Dios en nuestras
circunstancias, pero Él no se complace en guiarnos como si fuésemos caballos o
mulos obstinados. Él desea dirigirnos desde nuestro interior. Romanos 8:14
dice: ―Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios‖.
Somos hijos de Dios y Su vida está dentro de nosotros. Así pues,
Dios no se limita a dirigirnos
mediante nuestras
circunstancias, sino que también nos habla y nos guía desde nuestro interior
por medio de Su Espíritu. El Espíritu mora en nosotros, y por ello la voluntad
de Dios nos es revelada desde lo más profundo de nuestro ser.
El libro de Ezequiel nos dice que Dios pondrá en
nosotros un ―espíritu nuevo‖ (11:19). Y añade de nuevo:
―Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros ... Y pondré dentro de vosotros mi
Espíritu‖ (36:26-27). Debemos distinguir entre ―un espíritu nuevo‖ y ―mi Espíritu‖. Aquí, ―mi Espíritu‖ se refiere al Espíritu de
Dios, mientras que ―un espíritu nuevo‖, se refiere a
nuestro espíritu cuando fuimos regenerados, el cual es como un templo, un hogar
en donde mora el Espíritu de Dios. Si no tuviésemos un espíritu nuevo dentro de
nosotros, Dios no nos habría dado Su Espíritu, y el Espíritu Santo no habría
venido a morar en nuestro ser.
A través de los siglos, Dios siempre ha querido
dar Su Espíritu al hombre. Sin embargo, el espíritu del hombre había sido
envilecido, contaminado por el pecado; estaba muerto y también sujeto a la
degradación de la vieja creación. Por todo ello, era imposible que el Espíritu
de Dios morara en el hombre, aunque este siempre fue Su deseo. Antes de estar
en la posición de recibir el Espíritu de Dios, el hombre necesita recibir un
espíritu nuevo por la regeneración, a fin de que Dios pueda morar en él.
Una vez que los nuevos creyentes adquieren un
espíritu nuevo, el Espíritu de Dios mora en ellos. Entonces, de manera
espontánea, el Espíritu de Dios puede comunicarles Su voluntad, debido a que
ahora, en lo más íntimo de su ser, ellos poseen cierto sentir interno. Así
pues, los nuevos creyentes no solamente son capaces de discernir lo que ha
dispuesto Dios en las circunstancias, sino que ahora además, poseen
internamente cierto conocimiento y seguridad. No sólo debemos aprender a
confiar en la providencia de Dios que rige en nuestras circunstancias, sino que
también debemos aprender a confiar en el guiar del Espíritu Santo dentro de
nosotros. En el momento apropiado, cuando surja la necesidad, seremos iluminados
en nuestro interior por el Espíritu de Dios, el cual despertará en nosotros
cierto sentir y así nos revelará lo que procede de Dios y lo que no procede de
Él.
Cierto hermano, antes de convertirse, solía
beber. A él le encantaba beber y todos los inviernos consumía grandes
cantidades de vino; incluso elaboraba su propio vino. Luego tanto él como su
esposa fueron salvos. Puesto que él carecía de buena educación, le era muy
difícil leer la Biblia.
Cierto día, habiendo preparado su bebida y alimentos, se
disponía a beber como lo solía hacer, pero después de dar gracias al Señor por
los alimentos, se detuvo y le preguntó a su esposa: ―¿Puede tomar vino un
creyente?‖. Su esposa le dijo que ella no sabía. Él agregó: ―Es una lástima no
tener a quién preguntarle‖. Su esposa le respondió: ―El vino y la comida ya están listos.
Comamos hoy y averiguaremos después‖. Una vez más dio
gracias, pero sintió interiormente que algo no estaba bien.
Pensó que como
cristiano debería averiguar si los hijos de Dios pueden tomar vino o no. Le
dijo a su esposa que sacara la Biblia, pero no sabía qué pasaje leer. Así que,
se encontró en un callejón sin salida. Después de algún tiempo, conoció a
alguien a quien pudo relatarle aquel incidente; esta persona de inmediato le
preguntó si finalmente había tomado vino ese día, y nuestro hermano le
respondió: ―Al final, no lo tomé, porque el dueño de casa en mi interior no
me lo permitió; así que ese día no tomé vino‖.
Si uno desea obedecer la voluntad de Dios,
descubrirá cuál es Su voluntad. Sólo aquél que es insensible a tal sentir
interno permanecerá en tinieblas. Si nuestro propósito sincero es obedecer la
voluntad de Dios, Aquel ―dueño de casa en nuestro interior‖ nos guiará. El dueño de casa al que se refería nuestro
hermano, es en realidad el Espíritu Santo. Cuando una persona cree en el Señor,
el Espíritu Santo viene a morar en ella a fin de dirigirla y así convertirse en
su Amo. Dios revela Su voluntad no sólo por medio de nuestras circunstancias,
sino también por medio del dueño de casa en nuestro interior.
El Espíritu Santo generalmente nos guía mediante
dos clases de indicaciones. El Espíritu nos dirige instándonos interiormente a
hacer algo. Este es el caso mencionado en Hechos 8:29 en el que ―el Espíritu
dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro‖, así como
el caso mencionado en Hechos 10:19-20, cuando el Espíritu Santo le dijo a
Pedro: ―Levántate, baja y vete con ellos sin dudar‖.
Estas son instancias en las que el Espíritu nos urge a hacer algo.
En otros casos, el Espíritu nos dirige impidiéndonos hacer algo. Este es el
caso mencionado en Hechos 16:6-7: ―Habiéndoles prohibido el Espíritu Santo
hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en
Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió‖. En estos casos ellos fueron restringidos internamente. El relato del
―dueño de casa en mi interior‖ es un caso típico de ser
restringidos internamente.
Todo creyente nuevo debe estar algo familiarizado
con este sentir interno si desea conocer la voluntad de Dios. El Espíritu de
Dios mora en lo más íntimo de nuestro ser. Por tanto, este sentir producido por
el Espíritu no es algo superficial ni una mera emoción externa, sino que surge
en lo más profundo de nuestro ser. Es una voz que no llega a ser una voz, y un
sentir que en realidad no puede definirse como sentimiento. Se trata del
Espíritu de Dios en nuestro interior que nos muestra si algo se conforma a Su
voluntad o no. Si poseemos la vida divina, nos sentiremos bien cuando actuemos
conforme a esta vida, y nos sentiremos muy mal si desobedecemos y nos
desviamos, aunque sea sólo un poco, de esta vida. El creyente debe vivir de tal
manera que ceda a esta vida.
No debemos hacer nada que perturbe nuestra paz
interna. Cuando nos sintamos turbados, debemos tener en cuenta que el Espíritu
en nuestro interior está descontento y afligido por lo que estamos haciendo. Si
hacemos algo contrario al Señor, careceremos
de paz interna. A medida que lo realicemos, tendremos menos paz y menos gozo.
En cambio, si algo procede del Señor, espontáneamente tendremos paz y gozo.
Sin embargo, no debemos analizar demasiado
nuestros sentimientos internos, pues ello nos acarrearía confusión. Si usted
está constantemente analizando si algo es correcto o no, acabará por
confundirse. Algunos no dejan de preguntarse cuál es el sentir del Espíritu y
cuál es el sentir del alma. Siempre analizan si algo es correcto o incorrecto.
Esto no es nada saludable; de hecho, es una enfermedad espiritual. Es muy difícil
hacer volver al camino recto a una persona que se auto-analiza demasiado.
Espero que ustedes puedan evadir esa trampa. En realidad, uno analiza cuando
carece de suficiente luz, pues si la tuviera, todo le sería aclarado
espontáneamente, y no tendría que desperdiciar sus fuerzas haciendo tales
análisis. Si una persona procura obedecer sinceramente al Señor, podrá sentir
fácilmente el guiar interior.
C. Las enseñanzas de las Escrituras
La voluntad de Dios es revelada y conocida no
sólo por las circunstancias y por el Espíritu que mora en nosotros, sino
también por medio de la Biblia.
La voluntad de Dios nunca cambia. Su voluntad es
revelada a través de las diversas experiencias vividas por los hombres de
antaño, que se hallan relatadas en la Biblia. La voluntad de Dios se revela en
forma de principios y ejemplos bíblicos. Para conocer la voluntad de Dios,
debemos estudiar cuidadosamente la Biblia, ya que este no es un libro de
simples narraciones, sino un libro de un contenido rico y profundo. La voluntad
de Dios se revela plenamente en las Escrituras. Basta con fijarnos en lo que
Dios dijo en el pasado, para reconocer cuál es Su voluntad hoy, pues Su
voluntad es siempre la misma. En Cristo sólo hay un sí (2 Co. 1:19). La
voluntad de Dios para con nosotros jamás contradice lo que enseña la Biblia. El
Espíritu Santo nunca nos conducirá a hacer algo que Él haya condenado en la
Biblia.
La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y
lumbrera a nuestro camino (Sal. 119:105). Si deseamos entender la voluntad de
Dios y ser guiados por Él, debemos estudiar la Biblia de forma seria y
cuidadosa.
Dios nos habla por medio de la Biblia de dos
maneras: mediante la enseñanza de principios bíblicos y mediante las promesas
que constan en la Biblia. Necesitamos la iluminación del Espíritu Santo para
entender los principios bíblicos y necesitamos el guiar del Espíritu para
recibir las promesas de la Biblia. Por ejemplo, el Espíritu puede hablarnos
mediante el mandamiento que da el Señor en Mateo 28:19-20, de que todos los creyentes
deben predicar el evangelio.
Esta
enseñanza constituye un principio bíblico. Sin embargo, si es la voluntad de
Dios o no que vayamos a un determinado lugar a predicar el evangelio, dependerá
únicamente del guiar del Espíritu. Así pues, todavía es necesario que usted ore
mucho al respecto y le pida a Dios una palabra específica. Cuando el Espíritu
Santo pone en lo íntimo de su ser cierta frase o versículo de manera poderosa,
fresca y viviente; entonces, usted habrá recibido una promesa del Espíritu. Es
así como usted podrá identificar la voluntad de Dios.
Algunos creyentes se valen de métodos
supersticiosos para indagar la voluntad de Dios. Abren la Biblia y oran: ―Oh
Dios, por favor lleva mi dedo al versículo que me revele Tu voluntad‖. Después de orar con los ojos cerrados, abren la Biblia y señalan
cualquier pasaje con el dedo. Luego abren los ojos y asumen que el versículo
que lean primero será el que refleje la voluntad de Dios. Algunos creyentes en
su estado pueril tratan de conocer a Dios de esta forma. Y debido a su
desesperación, es posible que Dios sea condescendiente con su ignorancia y les
muestre qué camino seguir, pero debemos poner en claro que esta no es la manera
apropiada de determinar cuál es la voluntad de Dios.
De hecho, tales métodos no
darán resultado en la mayoría de los casos y constituyen una senda peligrosa
que deja un amplio margen para cometer errores. Hermanos y hermanas, recuerden
que poseemos la vida divina y que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Debemos
pedirle a Dios que nos revele Su Palabra por medio del Espíritu Santo. Nuestro
estudio de la Biblia debe ser concienzudo y sistemático, y debemos memorizarla
bien. Ello permitirá que cuando sea necesario, el Espíritu Santo use los
pasajes que hayamos estudiado para hablarnos y guiarnos.
Combinemos ahora las tres cosas que hemos
mencionado. No es necesario que se den en cierto orden. A veces las
circunstancias se nos presentan primero, luego recibimos instrucciones del
Espíritu y después las enseñanzas de la Biblia. En otras ocasiones, primero
recibimos la dirección del Espíritu y las enseñanzas de la Biblia, y sólo
después discernimos que nuestras circunstancias confirman tales palabras.
Nuestras circunstancias nos indican, sobre todo, el tiempo elegido por Dios
para realizar algo. Cuando el hermano George Müller buscaba la voluntad de
Dios, siempre se hacía tres preguntas: (1) ¿Es esto obra de Dios? (2) ¿Soy yo
la persona que debe realizar esta obra? (3) ¿Es este el momento que Dios
determinó para que dicha obra se realice? Se puede responder a la primera y a
la segunda pregunta basándonos en lo que enseña la Biblia y en cómo nos guíe el
Espíritu, pero para definir la tercera pregunta requiere la provisión de las
circunstancias.
Si queremos tener la certeza de que nuestro
sentir interno representa el guiar del Espíritu, debemos hacernos dos
preguntas: (1) ¿Está de acuerdo con la enseñanza de la
Biblia? (2) ¿Está confirmado por nuestras circunstancias? Si nuestro sentir
interno no concuerda con la Biblia, no puede representar la voluntad de Dios.
Si las circunstancias no proporcionan ninguna confirmación, debemos esperar.
Puede ser que nuestro sentir esté equivocado o que no sea el tiempo del Señor.
Al buscar la voluntad del Señor, debemos cultivar
un temor sano a equivocarnos. No debemos aferrarnos a un sentir personal.
Podemos pedirle a Dios que bloquee los caminos que no concuerden con Su
voluntad.
Supongamos que alguien le propone realizar cierta
labor, o usted mismo se propone realizar algo, o que alguien le ha aconsejado
evaluar su futuro. Al contemplar esta clase de decisiones, ¿cómo puede usted
saber si ello concuerda con la voluntad de Dios? En primer lugar, usted debe
examinar las enseñanzas de la Biblia e identificar lo que Dios dijo en Su
Palabra sobre tales asuntos; después debe examinar su sentir personal al
respecto. Si bien la Biblia enseña esto, ¿su sentir interno se ajusta a ello?
Si hay alguna discrepancia, demuestra que aún no puede confiar en su sentir
interno y, por tanto, usted debe continuar esperando y buscando al Señor. Pero
si su sentir interno concuerda con el testimonio de la Biblia, entonces debe
volverse a Dios y orar: ―Oh Dios, Tú siempre me has revelado
Tu voluntad por
medio de las circunstancias. Es imposible que mi sentir interno y la enseñanza
de la Biblia estén señalando en una dirección, y mis circunstancias en otra.
¡Señor! Por favor, opera en mis circunstancias y haz que ellas concuerden con
Tus instrucciones bíblicas y con el guiar del Espíritu‖. Usted verá que Dios siempre confirma Su voluntad mediante las
circunstancias. Recuerde que no cae un pajarillo a tierra si no es la voluntad
de Dios. Si lo que usted se propone hacer es la voluntad de Dios, sus
circunstancias ciertamente concordarán con su sentir interior, así como con lo
que ve en la Biblia. Si puede ver con claridad su sentir interno, la enseñanza
de la Biblia y las circunstancias, entonces también podrá discernir claramente
la voluntad de Dios para con usted.
III. LA CONFIRMACIÓN DE LA IGLESIA Y OTROS
FACTORES
La voluntad de Dios, además de revelarse en Su
Palabra, en el espíritu del hombre y por medio de las circunstancias, se revela
también por medio de la iglesia. Al buscar la voluntad de Dios en cuanto a
cierto asunto, uno debe estar claro con respecto a cuál es la dirección a la
que le guía el Espíritu, la enseñanza de las Escrituras y lo que indican
nuestras circunstancias. Además, en lo posible se debe buscar comunión con los
miembros de la iglesia que conocen a Dios, a fin de saber si ellos pueden dar
el amén al guiar del Señor en usted, pues ello representará una confirmación
adicional con respecto a la voluntad de Dios.
Estas personas
conocen más la Palabra de Dios, su carne ha sido algo eliminada y se encuentran
bajo la dirección del Espíritu. Debido a tal condición espiritual, Dios expresa
lo que está en Su corazón más libremente a través de ellas. Tales personas
tomarán en cuenta cuál sea la condición espiritual suya en la vida de iglesia y
verán si pueden decir amén a lo que usted ha visto. Si ellos le dan el amén,
usted podrá tener la certeza de que el sentir que usted tiene es la voluntad de
Dios.
Pero si ellos no le pueden dar el amén, será mejor que usted espere y
busque que el Espíritu lo guíe más. Como individuos, estamos bajo ciertas
limitaciones. De hecho, es posible que lo que uno percibe internamente, lo que
uno entiende sobre la base de las Escrituras y lo que uno discierne con respecto
a sus circunstancias sea todo equivocado. En ese sentido, la iglesia es mucho
más confiable. Así pues, si los otros miembros de la iglesia piensan que la ―directiva‖ que usted cree haber recibido no es digna de confianza, entonces
usted no debe insistir. No piense que la ―directiva‖ que usted percibe es siempre digna de toda confianza. Es en tales
ocasiones que debemos aprender a ser humildes.
Mateo 18 nos habla del principio que rige en la
vida de iglesia. Si un hermano peca contra otro, el hermano ofendido debe
hablar a solas con el ofensor; si este rehúsa escucharlo, debe tomar a uno o
dos consigo para que por boca de dos o tres testigos conste todo asunto. Si el
ofensor se niega a escuchar, se debe comunicar el asunto a la iglesia.
Finalmente, el ofensor tiene que oír a la iglesia.
Debemos aceptar el sentir de
la iglesia. El Señor Jesús dijo: ―Todo lo que atéis en la tierra, habrá sido
atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, habrá sido desatado en
el cielo‖ (v. 18). Puesto que la iglesia es la morada de Dios y el faro de Su
luz, necesitamos creer que la voluntad de Dios se revela en la iglesia. Debemos
humillarnos y de temer nuestro juicio personal. Por ello necesitamos tener
comunión con la iglesia y recibir el suministro del Cuerpo.
La iglesia tiene una gran responsabilidad delante
de Dios, pues tiene que actuar como luz de Dios. Si la iglesia es descuidada y
actúa en forma carnal o irresponsablemente, no podrá suministrarnos
confirmación alguna. La iglesia puede proporcionar una confirmación divina y
fidedigna si es que ha llegado a ser el portavoz del Espíritu Santo. Por ello,
la iglesia tiene que ser espiritual y debe permitir que el Espíritu presida en
ella, pues sólo así el Espíritu podrá usarla como el portavoz de Dios.
Cuando
nos referimos a recibir la confirmación de la iglesia, ello no implica que
todos los hermanos y hermanas de la iglesia deban discutir el asunto en una
reunión. Más bien, nos referimos al hablar de un grupo de personas que conocen
a Dios y que son guiadas por el Espíritu. Por este motivo, los ancianos
encargados de la iglesia y los que realizan la obra del Señor, deben poseer
cierto conocimiento de los asuntos espirituales; su carne debe haber sido
eliminada hasta cierto grado; y deben mantenerse velando todo el tiempo y deben
tener comunión ininterrumpida con el Señor. Además, deben estar llenos de la
presencia de Dios, y deben vivir y ser dirigidos por el Espíritu Santo. Sólo
entonces ellos podrán emitir un juicio acertado, y únicamente entonces el
Espíritu proveerá una confirmación exacta por medio de ellos.
Algunos posiblemente citen Gálatas 1:16-17, donde
dice que cuando Pablo recibió una revelación, no consultó con carne ni sangre,
ni subió a Jerusalén a ver a los apóstoles que eran antes que él.
Creen que es
suficiente que únicamente ellos vean algo con claridad y que no es necesario
tener comunión con la iglesia. Sin duda, una persona con una revelación tan
clara como la de Pablo, puede tener confianza en lo que ve. Pero, ¿ha recibido
usted la revelación de la misma forma que Pablo? Aun Pablo recibió la ayuda y
suministro del Señor por medio de otros hermanos. Él vio una gran luz cuando
iba camino a Damasco; cayó a tierra y escuchó que el Señor le dijo: ―Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer‖. Así pues, él tuvo que recibir la imposición de manos de un hermano
poco conocido, llamado Ananías. Asimismo, los colaboradores de la iglesia de
Antioquía le impusieron las manos y lo enviaron a la obra (Hch. 9:3-6, 12;
13:1-3).
Lo que Pablo escribió en el primer capítulo de Gálatas, tenía el
propósito de demostrar que el evangelio que él anunciaba no era según hombre,
sino que lo había recibido ―por revelación de Jesucristo‖ (vs. 11-12). No detectamos jactancia alguna en tales palabras.
Debemos ser humildes y no ser obstinados. No debiéramos tener un concepto
demasiado elevado de nosotros mismos. ¡El hecho es que estamos muy por debajo
de Pablo como para compararnos con él! Debido a que estamos personalmente
involucrados, nuestros intereses y sentimientos personales son como una nube
que nos impide ver claramente, cada vez que procuramos conocer la voluntad de
Dios. Por ello, se hace necesaria la intervención de la iglesia, pues ella
podrá suministrarnos lo que necesitamos y sernos de mucha ayuda. Siempre que
sea necesario, no debemos titubear en ir y obtener la confirmación de parte de
la iglesia.
Sin embargo, también debemos evitar irnos al otro
extremo. Algunos cristianos son demasiado pasivos. Todo lo consultan con la
iglesia, queriendo que los demás tomen las decisiones por ellos. Esto está en
contra del principio neotestamentario. No podemos tratar a un grupo de personas
espirituales de la iglesia como si fueran los profetas del Antiguo Testamento,
pidiéndoles consejo para todo. En 1 Juan 2:27 dice: ―Y en cuanto a vosotros, la
unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis
necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las
cosas...‖.
Esta unción es el Espíritu que mora en nosotros. La confirmación de
parte de la iglesia jamás podrá reemplazar la enseñanza de la unción. La
confirmación de parte de la iglesia no debiera ser estimada como si se tratara
de las palabras de los profetas. Su propósito es el de confirmar lo que vemos,
para que nosotros podamos tener la certeza de la
voluntad de Dios. Es una protección y no un substituto de nuestra búsqueda
personal de la voluntad de Dios.
Debemos recalcar que este método de buscar la
voluntad de Dios sólo debe aplicarse en asuntos importantes. En lo relacionado
con asuntos triviales, no necesitamos recurrir a todo esto. Podemos tomar
decisiones basándonos en nuestro sentido común. Dios no nos ha despojado de
nuestro propio juicio. Él desea que usemos nuestro propio juicio en los asuntos
que simplemente requieren de sentido común. Por consiguiente, el método
propuesto debe emplearse solamente al buscar la voluntad de Dios en cuanto a
los asuntos más importantes de nuestra vida.
Al buscar la voluntad de Dios, no debemos caer en
un estado anormal en donde ponemos la mente en blanco, y nuestra voluntad
permanece completamente pasiva. Hebreos 5:14 habla de aquellos ―que por la
práctica tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del
mal‖.
Debemos usar tanto nuestra mente como nuestra voluntad. Nuestra
voluntad debe estar del lado de Dios, y debemos colaborar con Él. Es cierto que
tenemos que hacer a un lado nuestra propia voluntad, pero es incorrecto anular
la función que cumplen nuestra mente y nuestra voluntad, permitiéndoles que
estén pasivas. Muchos confían en su intelecto y no en Dios, lo cual es un grave
error, pero otros piensan que confiar en Dios significa prescindir de la
función que desempeñan nuestras mentes, lo cual también es un grave error.
Cuando Lucas escribió su evangelio, dijo que había ―investigado con diligencia‖ (1:3).
En Romanos 12:2 Pablo nos mandó que fuésemos transformados por
medio de la renovación de nuestra mente para que comprobemos cuál sea la
voluntad de Dios. Al buscar la voluntad de Dios, necesitamos valernos de nuestra
mente y nuestra voluntad. La mente y la voluntad tienen que ser transformadas y
renovadas por el Espíritu Santo.
Debemos mencionar brevemente el asunto de las
visiones y los sueños. En el Antiguo Testamento Dios revelaba Su voluntad a los
hombres por medio de visiones y sueños. En el Nuevo Testamento también hay
visiones y sueños, pero Dios no los usa como medios esenciales para dirigir a
los Suyos. En la era del Nuevo Testamento, el Espíritu de Dios mora en nosotros
y nos habla directamente desde nuestro interior. El medio más importante y
común para recibir dirección específica es el guiar interior. Dios nos guiará
por medio de sueños y visiones sólo cuando haya algo muy importante que deba
decirnos, que en condiciones normales nos sería difícil aceptar. En el Nuevo
Testamento, las visiones y los sueños no son el medio usual que usa Dios para
dirigirnos.
Por tanto, aunque tengamos visiones y sueños, de todos modos
necesitamos ser resguardados al indagar cuál es la correspondiente confirmación
tanto de nuestro sentir interno como de las circunstancias externas. Por
ejemplo, Hechos 10 nos muestra que
Dios quería que Pedro le predicara el evangelio a los gentiles. Pedro, siendo
judío, nunca iría a los gentiles, pues se lo impedía su tradición. A fin de que
Pedro superara tales prejuicios, Dios tuvo que mostrarle una visión. Después
que Pedro recibió dicha visión, Cornelio le envió tres delegados suyos; estas
circunstancias fueron una confirmación externa, a lo cual se unió lo que el
Espíritu Santo le habló. Recibir confirmación tanto interna como externa le
permitió a Pedro tener la certeza de que él estaba actuando en conformidad con
la voluntad de Dios.
Ciertamente hay casos en los que uno no tiene
mucho tiempo para meditar ni esperar. En tales casos uno puede determinar la
voluntad de Dios de manera inmediata si la visión o el sueño es claro y obvio,
y nuestro sentir interno lo confirma; en tales casos, no es necesario esperar
la confirmación de las circunstancias. Por ejemplo, Pablo tuvo un éxtasis mientras
oraba en el templo. Él vio que el Señor le hablaba y le ordenaba salir cuanto
antes de Jerusalén. Al principio argumentó con el Señor y trató de rehusarse,
pero el Señor volvió a hablarle: ―Ve, porque Yo te enviaré lejos a los gentiles‖ (Hch. 22:17-21). En otra ocasión, Pablo enfrentaba una fuerte
tormenta en alta mar y perdió toda esperanza de sobrevivir. Entonces Dios envió
un ángel para que estuviera a su lado y le confortara, diciéndole que no
temiera (27:23-34).
Estas fueron visiones claras, pero no ocurren
frecuentemente en el Nuevo Testamento. Dios revelaba cosas a Sus hijos en
visiones y sueños sólo cuando había una necesidad especial. Algunos creyentes
tienen continuamente lo que ellos llaman sueños y visiones. Esta es una especie
de enfermedad espiritual. Puede provenir de algún desorden mental, de un ataque
de Satanás o del engaño de espíritus malignos. Sea cual fuere la causa, es una
situación anormal.
En conclusión, Dios guía a los hombres de muchas
maneras. Todos diferimos en cuanto a nuestra condición espiritual. Es por eso
que Dios nos guía de diferentes maneras. Sin embargo, Dios principalmente se
vale de nuestras circunstancias, Su dirección interna y las enseñanzas de la
Biblia. Recalquemos de nuevo que cuando estas tres cosas concuerdan, podemos
confiar que tenemos la voluntad de Dios.
IV. LOS QUE SON APTOS PARA CONOCER LA VOLUNTAD DE
DIOS
Finalmente, incluso el conocimiento de todos los
métodos correctos no garantiza que podamos conocer la voluntad de Dios. Un
método correcto arroja resultados válidos únicamente si la persona que lo
emplea es la correcta. Si la persona no es correcta, hasta los métodos
acertados son inútiles. Es inútil que una persona rebelde trate de conocer la
voluntad de Dios. Si uno desea conocer la voluntad de
Dios, debe ser motivado por el anhelo profundo de llevarla a cabo.
Deuteronomio 15:17 relata el caso del esclavo que
se hace perforar la oreja contra el dintel de la puerta de su amo, lo cual da a
entender que para servir a Dios, nuestros oídos tienen que escuchar Su palabra
constantemente.
Debemos acercarnos al Señor y decirle: ―Estoy dispuesto a poner
mi oreja contra la puerta, pues quiero inclinar mi oído a Tu palabra. Deseo
servirte y hacer Tu voluntad. Te suplico de todo corazón que me permitas
servirte. Te serviré porque Tú eres mi Amo. Tengo un vivo deseo en el corazón
de ser Tu esclavo. Déjame oír Tu palabra y muéstrame Tu voluntad‖. Necesitamos acudir al Señor y suplicarle que nos confíe Su palabra.
Tenemos que inclinar nuestro oído y ponerlo contra el dintel de la puerta para
que Él lo perfore. Tenemos que esperar Su comisión y estar atentos a Su
mandato.
En más de una ocasión me he sentido profundamente
entristecido al ver que muchos se afanan por descubrir las diversas maneras de
conocer la voluntad de Dios mas no están enteramente dispuestos a obedecer a
Dios. Ellos se limitan a estudiar tales métodos a fin de adquirir conocimiento,
pero en realidad están dirigidos por sus propios deseos. Ellos meramente toman
a Dios como su consejero y a Su voluntad como mero punto de referencia.
Hermanos y hermanas, ¡la voluntad de Dios sólo es dada a conocer a quienes
están determinados a obedecerla! ―El que quiera hacer la voluntad de Dios,
conocerá...‖ (Jn. 7:17). Para conocer la voluntad de Dios, debemos estar decididos
a cumplirla. Si uno tiene un deseo intenso y absoluto de hacer la voluntad de
Dios, Dios le dará a conocer Su voluntad aunque uno no conozca los métodos
apropiados.
Hallamos lo siguiente en la Biblia: ―Porque los ojos de Jehová
recorren toda la tierra, para fortalecer a los que tienen corazón perfecto para
con Él‖ (2 Cr. 16:9). La traducción literal de este versículo es: ―Porque los
ojos de Jehová corren de aquí a allá por toda la tierra, para mostrarse fuerte
a favor de los que tienen un corazón inclinado completamente a Él‖. Sus ojos escudriñan corriendo por toda la tierra de uno a otro
confín. Sus ojos no corren solamente una vez, sino que viajan continuamente
para ver si el corazón de alguien busca Su voluntad.
Él se aparecerá a aquel
cuyo corazón esté totalmente inclinado a Él. Si su corazón está completamente inclinado
hacia el Señor y dice: ―Señor, sólo deseo Tu voluntad; verdaderamente la deseo‖, Dios le mostrará Su voluntad. Él no se abstendrá de revelarse a Sí
mismo a usted. Él tiene que revelarse a Sí mismo a usted. No debemos pensar que
sólo aquellos que han creído en el Señor por mucho tiempo pueden entender Su
voluntad. Esperamos que todos los creyentes ofrezcan todo lo que tienen, desde
el día que fueron salvos. Esto les abrirá el camino para entender la voluntad
de Dios.
No debemos creer
que conocer la voluntad de Dios es asunto trivial. A los ojos de Dios, nosotros
somos como insignificantes gusanos. ¡Es maravilloso que seres así, puedan
conocer la voluntad de Dios! ¡Quiera el Señor mostrarnos lo glorioso que es
conocer Su voluntad! Puesto que Dios se humilló a Sí mismo a fin de darnos a
conocer Su voluntad, nosotros tenemos que procurar conocerla y debemos
adorarla, atesorarla y cumplirla.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
No hay comentarios:
Publicar un comentario