sábado, 14 de julio de 2012

CRISTO ES NUESTRA VIDA!


NUESTRA VIDA
Lectura bíblica: Col. 3:4; Fil. 1:21; Gá. 2:20
I. CRISTO ES NUESTRA VIDA
Muchos creyentes tienen un concepto equivocado acerca del Señor Jesús. Ellos piensan que al llevar una vida humana aquí en la tierra, Él nos dejó un modelo de conducta que ahora nosotros debemos imitar. Si bien es cierto que la Biblia nos insta a imitar al Señor (Ro. 15:15; 1 Co. 11:1, etc.), ella no pretende que le imitemos por nosotros mismos. Antes de imitar al Señor, hay algo que tenemos que comprender. Debemos ver que son muchos los que se esfuerzan por imitar al Señor, pero fracasan una y otra vez; ello se debe a que ellos consideran al Señor como la buena caligrafía china, como algo que se tiene que copiar exactamente igual línea tras línea. Ellos no se percatan de lo frágil que es el hombre y de que no existe ninguna energía carnal que nos permita imitar al Señor.
Algunos cristianos pretenden ser fortalecidos por el Señor simplemente debido a que la Biblia afirma: ―Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder (Fil. 4:13). A ellos les parece que, puesto que es necesario hacer tantas cosas, cumplir con tantos preceptos bíblicos e imitar la conducta ejemplar del Señor Jesús, si no obtienen más poder no serán capaces de realizar todo ello. Por tanto, le piden al Señor que les dé poder; piensan que lo único que necesitan es recibir más poder para realizar todas estas cosas. Son muchos los que diariamente esperan recibir más poder de parte del Señor a fin de realizar sus actividades.
Es verdad que debemos depender del Señor para obtener poder; pero además de pedir ser investidos de poder, es necesario que nos percatemos de algo más, pues si no vemos esto, no siempre tendremos poder, aunque busquemos al
Señor. Tal vez oremos diariamente suplicándole al Señor que nos conceda poder, pero Él probablemente responderá tales oraciones solamente en ciertas ocasiones. Para algunos, esto significa que ellos pueden hacerlo todo cuando el Señor los fortalece, pero que no pueden hacer nada cuando Él no les concede Su poder. Esta es precisamente la razón por la cual muchos cristianos fracasan una y otra vez. Debemos pedirle al Señor que nos revista de poder; no obstante, si entendemos esto como una exigencia aislada o un camino único, entonces fracasaremos.
La relación fundamental que existe entre Cristo y nosotros se trasmite en la expresión Cristo es nuestra vida. Es únicamente en virtud de que el Señor es nuestra vida que nosotros podemos imitarle. Nosotros estamos en posición de pedirle al Señor que nos fortalezca, únicamente debido a que Él ha llegado a ser nuestra vida. Es imposible imitarlo o ser fortalecidos por Él, a menos que hayamos comprendido lo que significa la expresión Cristo, nuestra vida. El secreto que debemos descifrar, comprender y captar cabalmente, antes de poder imitar al Señor o pedirle que nos fortalezca, es Cristo, nuestra vida.
Leemos en Colosenses 3:4: ―Cristo, nuestra vida y en Filipenses 1:21: ―Para mí el vivir es Cristo. Esto nos muestra que el camino a la victoria es que Cristo sea nuestra vida. La victoria es: ―Para mí el vivir es Cristo. Si un cristiano no sabe lo que significan Cristo, nuestra vida y para mí el vivir es Cristo, no podrá experimentar la vida del Señor en la tierra; no podrá seguir al Señor, ni podrá experimentar la victoria en Él tampoco podrá recorrer el camino que tiene por delante.
II. PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO
Muchos creyentes han entendido mal Filipenses 1:21. Cuando Pablo dijo: ―Porque para mí el vivir es Cristo, él simplemente reconocía un hecho. Sin embargo, muchos cristianos piensan que estas expresiones son sólo una meta, o una esperanza. Pero Pablo no estaba diciendo que su meta era vivir a Cristo, sino que, en realidad él estaba diciendo: ―Si vivo, es porque tengo a Cristo; sin Él, yo no puedo vivir. Este era un hecho, no una meta que él procuraba alcanzar. Este era el secreto de la vida que él llevaba, no simplemente una esperanza que él acariciaba. Su vivir era Cristo; es decir, el hecho de que Pablo viviera equivalía a que Cristo viviera.
Gálatas 2:20 es un versículo conocido, pero muy malentendido entre los creyentes, incluso más malentendido que Filipenses 1:21. Muchos han hecho de Gálatas 2:20 su meta y oran animados por la esperanza y el anhelo de poder, algún día, alcanzar la condición espiritual en la que puedan afirmar: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Así pues, cada vez que leen este versículo, lo hacen
imbuidos de grandes aspiraciones. Son muchos los que oran, ayunan y abrigan la esperanza de que, algún día, serán crucificados juntamente con Cristo y alcanzarán cierta condición espiritual en la que podrán afirmar: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Es decir, Gálatas 2:20 se ha convertido en su meta y esperanza.
Nuestra experiencia nos dice que ninguno que abriga tal esperanza podrá alcanzar la meta. Si usted procura alcanzar cierta condición espiritual en la que llegue a estar crucificado juntamente con Cristo y hace de ello la meta y esperanza de su vida, a fin de que, en lugar de vivir usted, sea Cristo el que viva; entonces, tendrá que esperar una eternidad para llegar a ver que su aspiración sea cumplida, pues usted espera por aquello que es imposible alcanzar.
Dios nos ha dado el don maravilloso de la gracia. Ahora hay un camino en donde aquellos que fracasan pueden vencer; los que son inmundos pueden llegar a ser limpios; los que son mundanos pueden ser santos; los que son terrenales pueden tornarse en personas celestiales; y los creyentes carnales pueden llegar a ser espirituales. Esta no es una meta, sino un camino, y este camino descansa en la vida de sustitución, pues, de la misma manera en que encontramos una muerte sustitutiva en la gracia del Señor, así también ahora encontramos que Él vive en nuestro lugar. En la cruz, el Señor llevó sobre Sí nuestros pecados; y por medio de Su muerte, fuimos librados de morir, nuestros pecados fueron perdonados y fuimos librados del justo juicio divino. Asimismo, Pablo nos dice que fuimos librados de vivir por nosotros mismos en virtud de que el Señor vive en nosotros. Esto implica sencillamente que puesto que Él vive en nosotros, nosotros ya no tenemos que vivir. Así como Él murió una vez por nosotros en la cruz, Él ahora vive en nosotros y por nosotros. Pablo no dijo: ―Espero no vivir más y dejar que Él viva en mí, sino dijo: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Este es el secreto para obtener la victoria y es el camino para ser victoriosos.
El día que se nos dijo que fuimos librados de morir, lo creímos y lo aceptamos como el evangelio. Asimismo, cuando se nos dice que ya no tenemos que vivir, debiéramos aceptar tales noticias como el evangelio para nosotros. Así pues, tengo la esperanza de que los nuevos creyentes oren mucho, pidiendo ser iluminados por Dios, a fin de llegar a comprender que Cristo vive en nosotros y que ya no tenemos que vivir por nosotros mismos.
Si no comprendemos esto, mantener un testimonio adecuado o experimentar la vida cristiana se convierte en una carga muy pesada. Luchar contra la tentación, llevar la cruz y obedecer la voluntad de Dios es una carga muy pesada. Por ello, a muchos creyentes les parece que la vida cristiana es muy difícil. Se esfuerzan y luchan sin cesar por mantener un buen testimonio ante los demás, pero
constantemente tienen que lamentarse por no poder lograrlo y por traer así vergüenza al nombre del Señor. Muchos simplemente carecen de la fortaleza necesaria para rechazar el pecado; no obstante, se sienten culpables cuando no lo rechazan. Se sienten condenados cuando pierden la paciencia, pero, aun así, no consiguen ser pacientes. Se afligen por odiar a otros, pero no tienen fuerzas para amar. Muchos están exhaustos por tratar de llevar una vida cristiana apropiada. Piensan que la vida cristiana es semejante a escalar una montaña con una pesada carga a cuestas, y que jamás podrán llegar a la cima. Antes de ser salvos, la carga del pecado pesaba sobre sus espaldas. Ahora que han creído en el Señor, han puesto la carga de santidad sobre sus espaldas. Han cambiado una carga por otra, y esta nueva carga es tan agotadora y gravosa como la primera.
Esta experiencia muestra claramente que estas personas practican la vida cristiana de una manera errónea. Pablo dijo: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Este es el secreto de la vida cristiana. El Señor en ustedes es quien vive la vida cristiana; nosotros no la podemos vivir. Si usted procura llevar la vida cristiana por su propia cuenta, la perseverancia representará un gran sufrimiento para usted; lo mismo sucederá cuando procure amar, ser humilde o llevar la cruz. Pero si permite que Cristo viva en usted, le traerá gozo perseverar en la vida cristiana, así como amar, ser humilde y llevar la cruz.
Hermanos y hermanas, quizás se hayan cansado de intentar llevar la vida cristiana. Tal vez les parezca que vivir la vida cristiana consume todas sus energías y les priva de todas sus libertades. Pero si descubren que no necesitan seguir viviendo, ciertamente estarán de acuerdo en que estas son las buenas nuevas del evangelio para ustedes. Así pues, ningún creyente tiene que llevar una vida tan agotadora. ¡Esto constituye magníficas noticias para nosotros! ¡Ciertamente este es un evangelio maravilloso! ¡Ya no tenemos que ejercer grandes esfuerzos al procurar comportarnos como cristianos! ¡La vida cristiana ha dejado de ser una carga que llevamos sobre nuestros hombros! Ahora uno puede afirmar: ―Antes oí el evangelio, y en él se me dijo que ya no tenía que morir. Doy gracias a Dios, pues no tengo que morir. Ahora estoy cansado y fatigado de vivir, pero Dios dice que ya no tengo que vivir yo. ¡Gracias a Dios, ya no tengo que esforzarme por vivir!.
Indudablemente morir es un sufrimiento para nosotros, pero igualmente lo es vivir en la presencia de Dios. En realidad, no tenemos la más mínima idea de lo que es la santidad de Dios. Tampoco conocemos lo que es el amor ni conocemos la cruz. Así pues, para personas como nosotros, vivir para Dios ciertamente representa algo imposible de sobrellevar. Cuanto más tratamos de vivir, más suspiramos y más sufrimos. Llevar la vida cristiana representa para nosotros una gran lucha y un esfuerzo enorme. De hecho, es absolutamente imposible
lograrlo. Jamás podremos satisfacer las exigencias de Dios. Algunas personas manifiestan constantemente su mal genio. A otros les es imposible ser humildes y siempre manifiestan su orgullo. Tratar de vivir en la presencia de Dios y actuar humildemente es una tarea ardua y gravosa para una persona orgullosa. En Romanos 7, vemos a Pablo como un cristiano cansado y agotado. Él dijo: ―Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo (v. 18). Diariamente se esforzaba, pero diariamente caía. Por ello, él sólo podía lamentarse: ―¡Miserable de mí! (v. 24). En realidad, ser creyente no equivale a llevar un hombre carnal al cielo y allí sujetarlo a esclavitud. Afortunadamente, ningún hombre carnal puede entrar al cielo, pues si lo hiciera, inmediatamente saldría corriendo; no podría soportar ni un sólo día allí. Su temperamento, sus pensamientos, su manera de proceder y sus opiniones son radicalmente diferentes de los de Dios. ¿Cómo podría llegar a satisfacer las exigencias de Dios? No tendría nada que hacer delante de Dios excepto salir corriendo de delante de Su presencia.
Pero este es el evangelio para ustedes: Dios no desea que ustedes hagan el bien ni desea que se propongan hacer el bien; Dios sólo desea que Cristo viva en ustedes. A Dios no le interesa si uno hace obras buenas o malas, sino quién es la persona que hace las obras. A Dios no le satisfacen sólo las buenas obras; Él desea saber quién es el que hace las buenas obras.
Por lo tanto, lo que Dios desea no es que imitemos a Cristo ni que andemos como Él; tampoco que le supliquemos de rodillas para tener las fuerzas necesarias para andar como Él. Más bien, Dios desea que experimentemos el hecho de que ―ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. ¿Pueden ver la diferencia? No es cuestión de imitar la vida de Cristo ni de ser revestidos de poder para experimentar Su vida, sino de que en ninguna ocasión seamos nosotros los que vivamos. Dios no nos permite que vivamos por nosotros mismos; no venimos a Dios por nosotros mismos, sino que venimos a Dios por medio de que Cristo viva en nosotros. Así pues, no es cuestión de imitar a Cristo ni tampoco del poder que recibamos de Él, sino de que Cristo viva en nosotros.
Este es el vivir de un creyente; este vivir es el de una persona que ya no vive por sí misma, sino que Cristo está viviendo en ella. Antes era yo quien vivía, no Cristo; pero ahora, ya no soy yo quien vive, sino Cristo. Otra persona vive en mi lugar. Si una persona no puede decir: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí, entonces ella no conoce lo que es el cristianismo; no conoce la vida de Cristo ni la vida del creyente, solamente está aspirando poder ser uno que diga: ―No vivo yo, mas Cristo. Pero Pablo no nos dice que él se esforzaba por, algún día, alcanzar cierta condición espiritual en la que ya no viviera él, sino Cristo. Más bien, él simplemente nos contó cómo vivía, a saber: que él dejaba de vivir por sí mismo y permitía que en lugar de él, fuera Cristo el que viviera en él.
III. CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO
Quizás algunos se pregunten: ―¿Cómo puedo experimentar el hecho de que ya no vivo yo? ¿Cómo puede ser eliminado mi yo?. La respuesta se halla en la primera parte de Gálatas 2:20: ―Con Cristo estoy juntamente crucificado. Si no estoy crucificado juntamente con Cristo, no puedo ser eliminado y mi ―yo subsiste. ¿Cómo puedo decir: ―Ya no vivo yo? Solamente los que están crucificados ―juntamente con Cristo pueden decir: ―Ya no vivo yo.
Si hemos de experimentar de manera concreta el hecho de que fuimos crucificados juntamente con Cristo, es necesario que ambas partes cooperen. Es imposible que experimentemos esta crucifixión si sólo hay cooperación de un solo lado; la cooperación de ambas partes es esencial.
Es imprescindible que nuestros ojos sean abiertos para ver que cuando Cristo fue crucificado, Dios puso nuestros pecados sobre Él y los clavó en la cruz. Esta parte de la obra le corresponde a Dios. Cristo murió por nosotros y quitó nuestros pecados. Esto ocurrió hace más de mil novecientos años, y nosotros lo creemos. Asimismo, cuando Cristo fue crucificado, Dios nos puso a nosotros en Cristo. Así pues, no sólo nuestros pecados fueron quitados hace más de mil novecientos años atrás, sino que incluso nuestra persona fue eliminada. Cuando Dios hizo que Cristo llevara sobre Sí nuestros pecados, también nos puso a nosotros mismos en Él. En la cruz, nuestros pecados fueron quitados y nuestra persona fue aniquilada. Recordemos Romanos 6:6, que dice: ―Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él. No tenemos que abrigar la esperanza de algún día ser crucificados con Cristo, pues ya fuimos crucificados juntamente con Él. Este es un hecho irreversible y para siempre: Dios nos ha puesto en Cristo, y cuando Cristo murió en la cruz, nosotros también morimos.
Si uno escribe unas cuantas palabras en un pedazo de papel y luego rompe el papel, también romperá con él las palabras que fueron escritas. La Biblia nos dice que el velo del templo estaba bordado con querubines (Éx. 26:1). También nos dice que cuando el Señor murió, el velo fue rasgado (Mt. 27:51), y por consiguiente, los querubines también fueron rasgados. El velo representa el cuerpo de Cristo (He. 10:20). Los querubines tenían un rostro de hombre, de león, de buey y de águila (Ez. 1:10; 10:20). Así pues, estos querubines representan a todos los seres creados. Cuando el cuerpo del Señor Jesús fue rasgado, toda la creación fue rasgada juntamente con Él. Él murió para que ―gustase la muerte por todas las cosas (He. 2:9). Así, toda la creación falleció con Él. Por años usted ha tratado en vano de hacer el bien y de ser un creyente exitoso, pero Dios lo ha crucificado con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, toda la vieja creación fue rasgada, incluyéndolo a usted.
Usted tiene que creer esta verdad. Es necesario que los ojos de su entendimiento sean abiertos y usted llegue a comprender que Cristo llevó sobre Sí, no solamente todos sus pecados, sino también su persona. Así como sus pecados fueron quitados en la cruz; de la misma manera, usted mismo ya fue crucificado. Cristo logró todo esto. Muchos fracasan porque continúan mirándose a sí mismos. Quienes tienen fe deben mirar a la cruz y fijar su mirada en lo que Cristo logró. ¡Dios me puso en Cristo! ¡Cuando Cristo murió, yo también morí!
Entonces, ¿por qué esta ―persona todavía vive? Si ya fue crucificada, ¿por qué sigue viviendo? Para resolver este problema, usted debe ejercitar su fe y su fuerza de voluntad para identificarse con Dios. Si usted se examina a sí mismo diariamente con la esperanza de mejorar, sólo conseguirá que su yo se haga más activo, pues ciertamente, no hará que este muera por sí mismo. ¿Qué es la muerte? Cuando alguien es tan débil, que ya no puede ser más débil, ha muerto. Muchos no reconocen su propia debilidad y siguen demandando mucho de sí mismos. Esto indica que aún no están muertos.
En Romanos 6 se nos dice que Dios nos crucificó juntamente con Cristo; sin embargo, en Romanos 7 se nos presenta a una persona que sigue valiéndose de su propia voluntad. Aunque Dios ya lo crucificó, él sigue procurando hacer el bien. Por un lado, no quiere morir, pero por otro, tampoco logra hacer el bien. Si sólo dijera: ―Señor, no puedo hacer el bien y no creo que pueda hacerlo; no puedo ni tampoco trataré, todo estaría bien. Pero Romanos 7 nos dice que el hombre no está dispuesto a morir. Dios ya crucificó nuestro viejo hombre, pero nosotros no queremos morir; seguimos procurando hacer el bien. Hoy muchos creyentes se siguen esforzando, aunque bien saben que no pueden lograrlo. Con respecto a ellos, no se puede hacer nada. Supongamos que una persona es muy impaciente. ¿Qué puede hacer? Quizá haga todo lo posible por ser paciente por su propio esfuerzo. Cada vez que ora, pide paciencia. Aún mientras trabaja, está pensando en la paciencia que necesita. Pero cuanto más trata de ser paciente, más impaciente se vuelve. En vez de tratar de ser paciente, debería decir: ―Señor, Tú ya crucificaste esta persona impaciente. Soy impaciente. No quiero ser paciente ni voy a tratar de serlo. Este es el camino de la victoria.
El Señor ya lo crucificó a usted. Usted simplemente debe decir: ―Amén. Puesto que usted ya fue crucificado, es inútil que trate de esforzarse por ser paciente, por ejemplo. Dios sabe que usted no puede convertirse en una persona paciente y por eso lo puso en la cruz. Aunque siga tratando de ser paciente, Dios lo ha desahuciado. Aún más, ya lo crucificó. Es un gran error pensar que usted logrará ser una persona paciente, y también es un grave error esforzarse por vivir la vida cristiana. Dios ya sabe que nosotros no podemos hacerlo y la única opción que nos plantea es la crucifixión. Aunque uno piense que puede lograrlo, Dios afirma que no es posible y lo que uno debe hacer es morir. ¡Qué gran necedad es
tomar determinaciones y continuar luchando! Puesto que Dios sabe que no podemos lograrlo, más nos vale concordar con Él. Dios sabe que merecemos morir. Si uno dice: ―Amén, moriré, todo queda resuelto. La cruz refleja la evaluación que Dios ha hecho de nosotros. Según la perspectiva divina, es imposible que nosotros podamos vivir la vida cristiana; de lo contrario, Él no nos habría crucificado. Pero Él sabe que la única alternativa que tenemos es la muerte y, por ello, nos crucificó. Si viéramos las cosas desde el punto de vista de Dios, todo quedaría solucionado. Hermanos y hermanas, Dios debe hacer que nosotros lleguemos a aceptar el veredicto que Él emitió con respecto a nosotros.
Aquí vemos dos aspectos: en primer lugar, Cristo murió, y nosotros fuimos crucificados, lo cual Dios llevó a cabo. En segundo lugar, nosotros tenemos que reconocer este hecho y decir amén. Estos dos aspectos deben operar para que la obra de Dios pueda tener algún efecto en nosotros. Si constantemente tratamos de hacer el bien y de ser pacientes y humildes, la obra de Cristo no tendrá ningún efecto en nosotros. Nuestra determinación de ser pacientes y humildes sólo empeorará las cosas. Más bien debemos inclinar la cabeza y decir: ―Señor, Tú dijiste que estoy crucificado, así que yo diré lo mismo. Dijiste que soy inútil; por lo tanto, yo confesaré lo mismo. Dijiste que no puedo ser paciente, así que no trataré de serlo. Dijiste que no puedo ser humilde, entonces dejaré de intentar serlo. Esto es lo que soy. Es inútil que siga tratando de tomar más determinaciones; solamente sirvo para permanecer en la cruz. Si hiciéramos esto, ¡Cristo viviría y se expresaría en nosotros!
No debemos pensar que practicar esto es algo muy difícil. Todo hermano y hermana cuando recibe la salvación debe aprender esta lección. Desde el comienzo debemos aprender a no vivir por cuenta propia. En lugar de esto, debemos permitir que el Señor viva. El problema radica en que muchos creyentes no han abandonado las esperanzas que tienen en sí mismos. Todavía siguen tratando de resolver los problemas por sí solos. El Señor Jesús no tiene ninguna esperanza en ellos, pero ellos todavía siguen luchando y procurando encontrar maneras de vivir como cristianos. Tropiezan una y otra vez, y siguen levantándose e intentando avanzar. Pecan una y otra vez, pero siguen haciendo resoluciones. Todavía tienen esperanzas en ellos mismos. El día vendrá en que Dios les concederá gracia y les abrirá los ojos. Ese día verán que, así como Dios los considera un caso perdido, ellos también deben estar conscientes de que están desahuciados. Puesto que Dios dijo que la muerte es el único camino, también ellos deben decir que la muerte es el único camino. Sólo entonces acudirán a Dios y confesarán: ―Tú me crucificaste, así que yo no deseo seguir viviendo. Con Cristo estoy juntamente crucificado. De ahora en adelante, ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.
Hemos errado durante muchos años. Hemos cometido muchos pecados y hemos estado esclavizados a nuestras muchas debilidades, a nuestro orgullo y a nuestro mal genio. Es hora que renunciemos a nosotros mismos. Debemos acercarnos al Señor y decir: ―Ya basta; nada de lo que he tratado ha tenido éxito. Renuncio. Señor, Tú toma el control. Estoy crucificado. Desde ahora vive Tú en mi lugar. Esto es lo que significa decir: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
IV. VIVO POR LA FE DEL HIJO DE DIOS
La segunda parte de Gálatas 2:20 también es muy importante: ―Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios. Cristo vive en nosotros. De ahora en adelante, vivimos en la fe del Hijo de Dios. Por ello, podemos ejercitar nuestra fe a diario y, debido a que creemos que el Hijo de Dios vive en nosotros, podemos decirle al Señor: ―Creo que Tú vives por mí; Tú eres mi vida. Creo que Tú vives en mí. Cuando creemos de esta manera, vivimos de esta manera. Bajo ningún motivo volveremos a actuar por nosotros mismos. La lección fundamental de Romanos 7 consiste en que ya no podemos tomar nuestras propias determinaciones; es decir, que es mejor no proponernos hacer algo, pues tales decisiones son vanas. Puesto que todo cuanto hagamos por nosotros mismos es inútil, simplemente debemos detener cualquier iniciativa o determinación personal que queramos hacer.
Al tentarnos, Satanás no sólo se propone hacernos pecar, sino, más aún, hacer que nuestro viejo hombre actúe por sí mismo. Así pues, cuando somos tentados, tenemos que rehusarnos a actuar y debemos decirle al Señor: ―Esto no me corresponde a mí, sino a Ti. Acudo a Ti para dejarte vivir en mi lugar. Aprenda a acudir siempre al Señor. Nunca actúe por su cuenta propia. Fuimos salvos por medio de la fe, no por medio de las obras. Del mismo modo, debemos vivir dependiendo de la fe y no de nuestras obras o de nuestro propio esfuerzo. Fuimos salvos únicamente al poner nuestros ojos en el Señor. Asimismo, vivimos solamente por medio de poner nuestros ojos en Él. De la misma manera en que la salvación fue cumplida por el Señor sin involucrar ninguna de nuestras obras, así también nuestra vida hoy en la tierra es solamente el Señor viviendo en nosotros, sin necesidad de que nosotros intervengamos. Debemos poner nuestros ojos en el Señor nuestro Salvador y decirle: ―Señor, eres sólo Tú; ya no soy yo.
Si seguimos actuando por nosotros mismos después de decirle esto al Señor, lo habremos dicho en vano. Debemos detener toda actividad propia si queremos que estas palabras tengan algún significado. Hermanos y hermanas, debemos recordar que el fracaso no se debe a que no hacemos lo suficiente, sino a que hacemos demasiado. Mientras un individuo siga esforzándose, la gracia de Dios no podrá operar en él, ni él podrá recibir el perdón de sus pecados. De la misma
forma, mientras el hombre se esfuerce por realizar su propia obra, tratando de hacerlo todo solo, la vida de Cristo no podrá manifestarse en él. Este es un principio. La cruz no tendrá ningún efecto en los que confían en sus propias acciones y esfuerzos. Mientras sigamos insistiendo en nuestra propia bondad, no seremos salvos, pero cuando nos volvamos de nosotros mismos al Señor, seremos salvos. Lo mismo sucede hoy; si ustedes tratan de hacer obras, en lugar de dejar que la cruz y la vida de Cristo operen en ustedes, habremos impartido esta lección en vano. Debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos. Debemos confesar que jamás venceremos por nosotros mismos. Debemos dejar de tomar nuestras propias determinaciones y de intentar lograr algo por nosotros mismos. Simplemente volvámonos al Señor y digámosle: ―Acudo a Ti, pues vives en mí. Vive en mi lugar. Vengo a Ti para obtener la victoria. Te pido que expreses Tu vida en mí. Si le decimos esto, el Señor hará esto en beneficio nuestro. Pero si dejamos de ejercitar nuestra fe, debido a que estamos empeñados en realizar esto por nuestro propio esfuerzo y labor, entonces el Señor no podrá hacer nada al respecto. Este asunto debe quedar definido de una vez por todas. Diariamente, debemos ejercitar nuestra fe y decirle al Señor: ―¡Señor, yo no sirvo para nada! Tomo Tu cruz. Señor, no permitas que actúe por mí mismo. Señor, sé mi Amo y expresa Tu vida en mí. Si podemos creer, esperar y confiar en el Señor de esta forma, podremos testificar diariamente: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí


Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

No hay comentarios:

Publicar un comentario