NUESTRA VIDA
Lectura bíblica: Col. 3:4; Fil. 1:21; Gá. 2:20
I. CRISTO ES NUESTRA VIDA
Muchos creyentes tienen un concepto equivocado
acerca del Señor Jesús. Ellos piensan que al llevar una vida humana aquí en la
tierra, Él nos dejó un modelo de conducta que ahora nosotros debemos imitar. Si
bien es cierto que la Biblia nos insta a imitar al Señor (Ro. 15:15; 1 Co.
11:1, etc.), ella no pretende que le imitemos por nosotros mismos. Antes de
imitar al Señor, hay algo que tenemos que comprender. Debemos ver que son
muchos los que se esfuerzan por imitar al Señor, pero fracasan una y otra vez;
ello se debe a que ellos consideran al Señor como la buena caligrafía china,
como algo que se tiene que copiar exactamente igual línea tras línea. Ellos no
se percatan de lo frágil que es el hombre y de que no existe ninguna energía
carnal que nos permita imitar al Señor.
Algunos cristianos pretenden ser fortalecidos por
el Señor simplemente debido a que la Biblia afirma: ―Todo lo puedo en Aquel que
me reviste de poder‖ (Fil. 4:13). A ellos les parece que, puesto que es necesario hacer
tantas cosas, cumplir con tantos preceptos bíblicos e imitar la conducta
ejemplar del Señor Jesús, si no obtienen más poder no serán capaces de realizar
todo ello. Por tanto, le piden al Señor que les dé poder; piensan que lo único
que necesitan es recibir más poder para realizar todas estas cosas. Son muchos
los que diariamente esperan recibir más poder de parte del Señor a fin de
realizar sus actividades.
Es verdad que debemos depender del Señor para
obtener poder; pero además de pedir ser investidos de poder, es necesario que
nos percatemos de algo más, pues si no vemos esto, no siempre tendremos poder,
aunque busquemos al
Señor. Tal vez oremos
diariamente suplicándole al Señor que nos conceda poder, pero Él probablemente
responderá tales oraciones solamente en ciertas ocasiones. Para algunos, esto
significa que ellos pueden hacerlo todo cuando el Señor los fortalece, pero que
no pueden hacer nada cuando Él no les concede Su poder. Esta es precisamente la
razón por la cual muchos cristianos fracasan una y otra vez. Debemos pedirle al
Señor que nos revista de poder; no obstante, si entendemos esto como una
exigencia aislada o un camino único, entonces fracasaremos.
La relación fundamental que existe entre Cristo y
nosotros se trasmite en la expresión Cristo es nuestra vida. Es
únicamente en virtud de que el Señor es nuestra vida que nosotros podemos
imitarle. Nosotros estamos en posición de pedirle al Señor que nos fortalezca,
únicamente debido a que Él ha llegado a ser nuestra vida. Es imposible imitarlo
o ser fortalecidos por Él, a menos que hayamos comprendido lo que significa la
expresión Cristo, nuestra vida. El secreto que debemos descifrar,
comprender y captar cabalmente, antes de poder imitar al Señor o pedirle que
nos fortalezca, es Cristo, nuestra vida.
Leemos en Colosenses 3:4: ―Cristo, nuestra vida‖ y en Filipenses 1:21: ―Para mí el vivir es Cristo‖. Esto nos muestra que el camino a la victoria es que Cristo sea
nuestra vida. La victoria es: ―Para mí el vivir es Cristo‖. Si un cristiano no sabe lo que significan Cristo, nuestra vida y
para mí el vivir es Cristo, no podrá experimentar la vida del Señor en
la tierra; no podrá seguir al Señor, ni podrá experimentar la victoria en Él
tampoco podrá recorrer el camino que tiene por delante.
II. PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO
Muchos creyentes han entendido mal Filipenses
1:21. Cuando Pablo dijo: ―Porque para mí el vivir es Cristo‖, él simplemente reconocía un hecho. Sin embargo, muchos cristianos
piensan que estas expresiones son sólo una meta, o una esperanza. Pero Pablo no
estaba diciendo que su meta era vivir a Cristo, sino que, en realidad él estaba
diciendo: ―Si vivo, es porque tengo a Cristo; sin Él, yo no puedo vivir‖. Este era un hecho, no una meta que él procuraba alcanzar. Este era
el secreto de la vida que él llevaba, no simplemente una esperanza que él
acariciaba. Su vivir era Cristo; es decir, el hecho de que Pablo viviera
equivalía a que Cristo viviera.
Gálatas 2:20 es un versículo conocido, pero muy
malentendido entre los creyentes, incluso más malentendido que Filipenses 1:21.
Muchos han hecho de Gálatas 2:20 su meta y oran animados por la esperanza y el
anhelo de poder, algún día, alcanzar la condición espiritual en la que puedan
afirmar: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖. Así pues,
cada vez que leen este versículo, lo hacen
imbuidos de grandes
aspiraciones. Son muchos los que oran, ayunan y abrigan la esperanza de que,
algún día, serán crucificados juntamente con Cristo y alcanzarán cierta
condición espiritual en la que podrán afirmar: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo
en mí‖. Es decir, Gálatas 2:20 se ha convertido en su meta y esperanza.
Nuestra experiencia nos dice que ninguno que
abriga tal esperanza podrá alcanzar la meta. Si usted procura alcanzar cierta
condición espiritual en la que llegue a estar crucificado juntamente con Cristo
y hace de ello la meta y esperanza de su vida, a fin de que, en lugar de vivir
usted, sea Cristo el que viva; entonces, tendrá que esperar una eternidad para
llegar a ver que su aspiración sea cumplida, pues usted espera por aquello que
es imposible alcanzar.
Dios nos ha dado el don maravilloso de la gracia.
Ahora hay un camino en donde aquellos que fracasan pueden vencer; los que son
inmundos pueden llegar a ser limpios; los que son mundanos pueden ser santos;
los que son terrenales pueden tornarse en personas celestiales; y los creyentes
carnales pueden llegar a ser espirituales. Esta no es una meta, sino un camino,
y este camino descansa en la vida de sustitución, pues, de la misma manera en
que encontramos una muerte sustitutiva en la gracia del Señor, así también
ahora encontramos que Él vive en nuestro lugar. En la cruz, el Señor llevó
sobre Sí nuestros pecados; y por medio de Su muerte, fuimos librados de morir,
nuestros pecados fueron perdonados y fuimos librados del justo juicio divino.
Asimismo, Pablo nos dice que fuimos librados de vivir por nosotros mismos en
virtud de que el Señor vive en nosotros. Esto implica sencillamente que puesto
que Él vive en nosotros, nosotros ya no tenemos que vivir. Así como Él murió
una vez por nosotros en la cruz, Él ahora vive en nosotros y por nosotros.
Pablo no dijo: ―Espero no vivir más y dejar que Él viva en mí‖, sino dijo: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖. Este es el secreto para obtener la victoria y es el camino para ser
victoriosos.
El día que se nos dijo que fuimos librados de
morir, lo creímos y lo aceptamos como el evangelio. Asimismo, cuando se nos
dice que ya no tenemos que vivir, debiéramos aceptar tales noticias como el
evangelio para nosotros. Así pues, tengo la esperanza de que los nuevos
creyentes oren mucho, pidiendo ser iluminados por Dios, a fin de llegar a
comprender que Cristo vive en nosotros y que ya no tenemos que vivir por
nosotros mismos.
Si no comprendemos esto, mantener un testimonio
adecuado o experimentar la vida cristiana se convierte en una carga muy pesada.
Luchar contra la tentación, llevar la cruz y obedecer la voluntad de Dios es
una carga muy pesada. Por ello, a muchos creyentes les parece que la vida
cristiana es muy difícil. Se esfuerzan y luchan sin cesar por mantener un buen
testimonio ante los demás, pero
constantemente tienen
que lamentarse por no poder lograrlo y por traer así vergüenza al nombre del
Señor. Muchos simplemente carecen de la fortaleza necesaria para rechazar el
pecado; no obstante, se sienten culpables cuando no lo rechazan. Se sienten
condenados cuando pierden la paciencia, pero, aun así, no consiguen ser
pacientes. Se afligen por odiar a otros, pero no tienen fuerzas para amar.
Muchos están exhaustos por tratar de llevar una vida cristiana apropiada.
Piensan que la vida cristiana es semejante a escalar una montaña con una pesada
carga a cuestas, y que jamás podrán llegar a la cima. Antes de ser salvos, la
carga del pecado pesaba sobre sus espaldas. Ahora que han creído en el Señor,
han puesto la carga de santidad sobre sus espaldas. Han cambiado una carga por
otra, y esta nueva carga es tan agotadora y gravosa como la primera.
Esta experiencia muestra claramente que estas
personas practican la vida cristiana de una manera errónea. Pablo dijo: ―Ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí‖. Este es el secreto de la vida
cristiana. El Señor en ustedes es quien vive la vida cristiana; nosotros no la
podemos vivir. Si usted procura llevar la vida cristiana por su propia cuenta,
la perseverancia representará un gran sufrimiento para usted; lo mismo sucederá
cuando procure amar, ser humilde o llevar la cruz. Pero si permite que Cristo
viva en usted, le traerá gozo perseverar en la vida cristiana, así como amar,
ser humilde y llevar la cruz.
Hermanos y hermanas, quizás se hayan cansado de
intentar llevar la vida cristiana. Tal vez les parezca que vivir la vida
cristiana consume todas sus energías y les priva de todas sus libertades. Pero
si descubren que no necesitan seguir viviendo, ciertamente estarán de acuerdo
en que estas son las buenas nuevas del evangelio para ustedes. Así pues, ningún
creyente tiene que llevar una vida tan agotadora. ¡Esto constituye magníficas
noticias para nosotros! ¡Ciertamente este es un evangelio maravilloso! ¡Ya no
tenemos que ejercer grandes esfuerzos al procurar comportarnos como cristianos!
¡La vida cristiana ha dejado de ser una carga que llevamos sobre nuestros
hombros! Ahora uno puede afirmar: ―Antes oí el evangelio, y en él se me dijo
que ya no tenía que morir. Doy gracias a Dios, pues no tengo que morir. Ahora
estoy cansado y fatigado de vivir, pero Dios dice que ya no tengo que vivir yo.
¡Gracias a Dios, ya no tengo que esforzarme por vivir!‖.
Indudablemente morir es un sufrimiento para
nosotros, pero igualmente lo es vivir en la presencia de Dios. En realidad, no
tenemos la más mínima idea de lo que es la santidad de Dios. Tampoco conocemos
lo que es el amor ni conocemos la cruz. Así pues, para personas como nosotros,
vivir para Dios ciertamente representa algo imposible de sobrellevar. Cuanto
más tratamos de vivir, más suspiramos y más sufrimos. Llevar la vida cristiana
representa para nosotros una gran lucha y un esfuerzo enorme. De hecho, es
absolutamente imposible
lograrlo. Jamás
podremos satisfacer las exigencias de Dios. Algunas personas manifiestan
constantemente su mal genio. A otros les es imposible ser humildes y siempre
manifiestan su orgullo. Tratar de vivir en la presencia de Dios y actuar
humildemente es una tarea ardua y gravosa para una persona orgullosa. En
Romanos 7, vemos a Pablo como un cristiano cansado y agotado. Él dijo: ―Porque
el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo‖ (v. 18).
Diariamente se esforzaba, pero diariamente caía. Por ello, él sólo podía
lamentarse: ―¡Miserable de mí!‖ (v. 24). En realidad, ser
creyente no equivale a llevar un hombre carnal al cielo y allí sujetarlo a
esclavitud. Afortunadamente, ningún hombre carnal puede entrar al cielo, pues
si lo hiciera, inmediatamente saldría corriendo; no podría soportar ni un sólo
día allí. Su temperamento, sus pensamientos, su manera de proceder y sus
opiniones son radicalmente diferentes de los de Dios. ¿Cómo podría llegar a
satisfacer las exigencias de Dios? No tendría nada que hacer delante de Dios
excepto salir corriendo de delante de Su presencia.
Pero este es el evangelio para ustedes: Dios no
desea que ustedes hagan el bien ni desea que se propongan hacer el bien; Dios
sólo desea que Cristo viva en ustedes. A Dios no le interesa si uno hace obras
buenas o malas, sino quién es la persona que hace las obras. A Dios no le
satisfacen sólo las buenas obras; Él desea saber quién es el que hace las
buenas obras.
Por lo tanto, lo que Dios desea no es que
imitemos a Cristo ni que andemos como Él; tampoco que le supliquemos de
rodillas para tener las fuerzas necesarias para andar como Él. Más bien, Dios
desea que experimentemos el hecho de que ―ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖. ¿Pueden ver la diferencia? No es cuestión de imitar la vida de
Cristo ni de ser revestidos de poder para experimentar Su vida, sino de que en
ninguna ocasión seamos nosotros los que vivamos. Dios no nos permite que
vivamos por nosotros mismos; no venimos a Dios por nosotros mismos, sino que
venimos a Dios por medio de que Cristo viva en nosotros. Así pues, no es
cuestión de imitar a Cristo ni tampoco del poder que recibamos de Él, sino de
que Cristo viva en nosotros.
Este es el vivir de un creyente; este vivir es el
de una persona que ya no vive por sí misma, sino que Cristo está viviendo en
ella. Antes era yo quien vivía, no Cristo; pero ahora, ya no soy yo quien vive,
sino Cristo. Otra persona vive en mi lugar. Si una persona no puede decir: ―Ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖, entonces ella no
conoce lo que es el cristianismo; no conoce la vida de Cristo ni la vida del
creyente, solamente está aspirando poder ser uno que diga: ―No vivo yo, mas
Cristo‖. Pero Pablo no nos dice que él se esforzaba por, algún día, alcanzar
cierta condición espiritual en la que ya no viviera él, sino Cristo. Más bien,
él simplemente nos contó cómo vivía, a saber: que él dejaba de vivir por sí
mismo y permitía que en lugar de él, fuera Cristo el que viviera en él.
III. CON
CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO
Quizás algunos se pregunten: ―¿Cómo puedo
experimentar el hecho de que ya no vivo yo? ¿Cómo puede ser eliminado mi
yo?‖. La respuesta se halla en la primera parte de Gálatas 2:20: ―Con
Cristo estoy juntamente crucificado‖. Si no estoy
crucificado juntamente con Cristo, no puedo ser eliminado y mi ―yo‖ subsiste. ¿Cómo puedo decir: ―Ya no vivo yo‖? Solamente los que están crucificados ―juntamente con Cristo‖ pueden decir: ―Ya no vivo yo‖.
Si hemos de experimentar de manera concreta el
hecho de que fuimos crucificados juntamente con Cristo, es necesario que ambas
partes cooperen. Es imposible que experimentemos esta crucifixión si sólo hay
cooperación de un solo lado; la cooperación de ambas partes es esencial.
Es imprescindible que nuestros ojos sean abiertos
para ver que cuando Cristo fue crucificado, Dios puso nuestros pecados sobre Él
y los clavó en la cruz. Esta parte de la obra le corresponde a Dios. Cristo
murió por nosotros y quitó nuestros pecados. Esto ocurrió hace más de mil
novecientos años, y nosotros lo creemos. Asimismo, cuando Cristo fue
crucificado, Dios nos puso a nosotros en Cristo. Así pues, no sólo
nuestros pecados fueron quitados hace más de mil novecientos años atrás, sino
que incluso nuestra persona fue eliminada. Cuando Dios hizo que Cristo llevara
sobre Sí nuestros pecados, también nos puso a nosotros mismos en Él. En la
cruz, nuestros pecados fueron quitados y nuestra persona fue aniquilada.
Recordemos Romanos 6:6, que dice: ―Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con Él‖. No tenemos que abrigar la
esperanza de algún día ser crucificados con Cristo, pues ya fuimos crucificados
juntamente con Él. Este es un hecho irreversible y para siempre: Dios nos ha
puesto en Cristo, y cuando Cristo murió en la cruz, nosotros también morimos.
Si uno escribe unas cuantas palabras en un pedazo
de papel y luego rompe el papel, también romperá con él las palabras que fueron
escritas. La Biblia nos dice que el velo del templo estaba bordado con
querubines (Éx. 26:1). También nos dice que cuando el Señor murió, el velo fue
rasgado (Mt. 27:51), y por consiguiente, los querubines también fueron
rasgados. El velo representa el cuerpo de Cristo (He. 10:20). Los querubines tenían
un rostro de hombre, de león, de buey y de águila (Ez. 1:10; 10:20). Así pues,
estos querubines representan a todos los seres creados. Cuando el cuerpo del
Señor Jesús fue rasgado, toda la creación fue rasgada juntamente con Él. Él
murió para que ―gustase la muerte por todas las cosas‖ (He. 2:9). Así, toda la creación falleció con Él. Por años usted ha
tratado en vano de hacer el bien y de ser un creyente exitoso, pero Dios lo ha
crucificado con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, toda la vieja creación
fue rasgada, incluyéndolo a usted.
Usted tiene que
creer esta verdad. Es necesario que los ojos de su entendimiento sean abiertos
y usted llegue a comprender que Cristo llevó sobre Sí, no solamente todos sus
pecados, sino también su persona. Así como sus pecados fueron quitados en la
cruz; de la misma manera, usted mismo ya fue crucificado. Cristo logró todo
esto. Muchos fracasan porque continúan mirándose a sí mismos. Quienes tienen fe
deben mirar a la cruz y fijar su mirada en lo que Cristo logró. ¡Dios me puso
en Cristo! ¡Cuando Cristo murió, yo también morí!
Entonces, ¿por qué esta ―persona‖ todavía vive? Si ya fue crucificada, ¿por qué sigue viviendo? Para
resolver este problema, usted debe ejercitar su fe y su fuerza de voluntad para
identificarse con Dios. Si usted se examina a sí mismo diariamente con la
esperanza de mejorar, sólo conseguirá que su yo se haga más activo, pues
ciertamente, no hará que este muera por sí mismo. ¿Qué es la muerte? Cuando
alguien es tan débil, que ya no puede ser más débil, ha muerto. Muchos no
reconocen su propia debilidad y siguen demandando mucho de sí mismos. Esto
indica que aún no están muertos.
En Romanos 6 se nos dice que Dios nos crucificó
juntamente con Cristo; sin embargo, en Romanos 7 se nos presenta a una persona
que sigue valiéndose de su propia voluntad. Aunque Dios ya lo crucificó, él
sigue procurando hacer el bien. Por un lado, no quiere morir, pero por otro,
tampoco logra hacer el bien. Si sólo dijera: ―Señor, no puedo hacer el bien y
no creo que pueda hacerlo; no puedo ni tampoco trataré‖, todo estaría bien. Pero Romanos 7 nos dice que el hombre no está
dispuesto a morir. Dios ya crucificó nuestro viejo hombre, pero nosotros no
queremos morir; seguimos procurando hacer el bien. Hoy muchos creyentes se
siguen esforzando, aunque bien saben que no pueden lograrlo. Con respecto a
ellos, no se puede hacer nada. Supongamos que una persona es muy impaciente.
¿Qué puede hacer? Quizá haga todo lo posible por ser paciente por su propio
esfuerzo. Cada vez que ora, pide paciencia. Aún mientras trabaja, está pensando
en la paciencia que necesita. Pero cuanto más trata de ser paciente, más
impaciente se vuelve. En vez de tratar de ser paciente, debería decir: ―Señor,
Tú ya crucificaste esta persona impaciente. Soy impaciente. No quiero ser
paciente ni voy a tratar de serlo‖. Este es el camino
de la victoria.
El Señor ya lo crucificó a usted. Usted
simplemente debe decir: ―Amén‖. Puesto que usted ya fue
crucificado, es inútil que trate de esforzarse por ser paciente, por ejemplo.
Dios sabe que usted no puede convertirse en una persona paciente y por eso lo
puso en la cruz. Aunque siga tratando de ser paciente, Dios lo ha desahuciado.
Aún más, ya lo crucificó. Es un gran error pensar que usted logrará ser una
persona paciente, y también es un grave error esforzarse por vivir la vida
cristiana. Dios ya sabe que nosotros no podemos hacerlo y la única opción que
nos plantea es la crucifixión. Aunque uno piense que puede lograrlo, Dios
afirma que no es posible y lo que uno debe hacer es morir. ¡Qué gran necedad es
tomar
determinaciones y continuar luchando! Puesto que Dios sabe que no podemos
lograrlo, más nos vale concordar con Él. Dios sabe que merecemos morir. Si uno
dice: ―Amén, moriré‖, todo queda resuelto. La cruz refleja la evaluación que Dios ha hecho
de nosotros. Según la perspectiva divina, es imposible que nosotros podamos
vivir la vida cristiana; de lo contrario, Él no nos habría crucificado. Pero Él
sabe que la única alternativa que tenemos es la muerte y, por ello, nos
crucificó. Si viéramos las cosas desde el punto de vista de Dios, todo quedaría
solucionado. Hermanos y hermanas, Dios debe hacer que nosotros lleguemos a
aceptar el veredicto que Él emitió con respecto a nosotros.
Aquí vemos dos aspectos: en primer lugar, Cristo
murió, y nosotros fuimos crucificados, lo cual Dios llevó a cabo. En segundo
lugar, nosotros tenemos que reconocer este hecho y decir amén. Estos dos
aspectos deben operar para que la obra de Dios pueda tener algún efecto en
nosotros. Si constantemente tratamos de hacer el bien y de ser pacientes y
humildes, la obra de Cristo no tendrá ningún efecto en nosotros. Nuestra
determinación de ser pacientes y humildes sólo empeorará las cosas. Más bien
debemos inclinar la cabeza y decir: ―Señor, Tú dijiste que estoy crucificado,
así que yo diré lo mismo. Dijiste que soy inútil; por lo tanto, yo confesaré lo
mismo. Dijiste que no puedo ser paciente, así que no trataré de serlo. Dijiste
que no puedo ser humilde, entonces dejaré de intentar serlo. Esto es lo que
soy. Es inútil que siga tratando de tomar más determinaciones; solamente sirvo
para permanecer en la cruz‖. Si hiciéramos esto, ¡Cristo
viviría y se expresaría en nosotros!
No debemos pensar que practicar esto es algo muy
difícil. Todo hermano y hermana cuando recibe la salvación debe aprender esta
lección. Desde el comienzo debemos aprender a no vivir por cuenta propia. En
lugar de esto, debemos permitir que el Señor viva. El problema radica en que
muchos creyentes no han abandonado las esperanzas que tienen en sí mismos.
Todavía siguen tratando de resolver los problemas por sí solos. El Señor Jesús
no tiene ninguna esperanza en ellos, pero ellos todavía siguen luchando y
procurando encontrar maneras de vivir como cristianos. Tropiezan una y otra
vez, y siguen levantándose e intentando avanzar. Pecan una y otra vez, pero
siguen haciendo resoluciones. Todavía tienen esperanzas en ellos mismos. El día
vendrá en que Dios les concederá gracia y les abrirá los ojos. Ese día verán
que, así como Dios los considera un caso perdido, ellos también deben estar
conscientes de que están desahuciados. Puesto que Dios dijo que la muerte es el
único camino, también ellos deben decir que la muerte es el único camino. Sólo
entonces acudirán a Dios y confesarán: ―Tú me crucificaste, así que yo no deseo
seguir viviendo. Con Cristo estoy juntamente crucificado. De ahora en adelante,
ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí‖.
Hemos errado
durante muchos años. Hemos cometido muchos pecados y hemos estado esclavizados
a nuestras muchas debilidades, a nuestro orgullo y a nuestro mal genio. Es hora
que renunciemos a nosotros mismos. Debemos acercarnos al Señor y decir: ―Ya
basta; nada de lo que he tratado ha tenido éxito. Renuncio. Señor, Tú toma el
control. Estoy crucificado. Desde ahora vive Tú en mi lugar‖. Esto es lo que significa decir: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí‖.
IV. VIVO POR LA FE DEL HIJO DE DIOS
La segunda parte de Gálatas 2:20 también es muy
importante: ―Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios‖. Cristo vive en nosotros. De ahora en adelante, vivimos en la fe del
Hijo de Dios. Por ello, podemos ejercitar nuestra fe a diario y, debido a que
creemos que el Hijo de Dios vive en nosotros, podemos decirle al Señor: ―Creo
que Tú vives por mí; Tú eres mi vida. Creo que Tú vives en mí‖. Cuando creemos de esta manera, vivimos de esta manera. Bajo ningún
motivo volveremos a actuar por nosotros mismos. La lección fundamental de
Romanos 7 consiste en que ya no podemos tomar nuestras propias determinaciones;
es decir, que es mejor no proponernos hacer algo, pues tales decisiones son
vanas. Puesto que todo cuanto hagamos por nosotros mismos es inútil,
simplemente debemos detener cualquier iniciativa o determinación personal que
queramos hacer.
Al tentarnos, Satanás no sólo se propone hacernos
pecar, sino, más aún, hacer que nuestro viejo hombre actúe por sí mismo. Así
pues, cuando somos tentados, tenemos que rehusarnos a actuar y debemos decirle
al Señor: ―Esto no me corresponde a mí, sino a Ti. Acudo a Ti para dejarte
vivir en mi lugar‖. Aprenda a acudir siempre al Señor. Nunca actúe por su cuenta propia.
Fuimos salvos por medio de la fe, no por medio de las obras. Del mismo modo,
debemos vivir dependiendo de la fe y no de nuestras obras o de nuestro propio
esfuerzo. Fuimos salvos únicamente al poner nuestros ojos en el Señor.
Asimismo, vivimos solamente por medio de poner nuestros ojos en Él. De la misma
manera en que la salvación fue cumplida por el Señor sin involucrar ninguna de
nuestras obras, así también nuestra vida hoy en la tierra es solamente el Señor
viviendo en nosotros, sin necesidad de que nosotros intervengamos. Debemos
poner nuestros ojos en el Señor nuestro Salvador y decirle: ―Señor, eres sólo
Tú; ya no soy yo‖.
Si seguimos actuando por nosotros mismos después
de decirle esto al Señor, lo habremos dicho en vano. Debemos detener toda
actividad propia si queremos que estas palabras tengan algún significado.
Hermanos y hermanas, debemos recordar que el fracaso no se debe a que no
hacemos lo suficiente, sino a que hacemos demasiado. Mientras un individuo siga
esforzándose, la gracia de Dios no podrá operar en él, ni él podrá recibir el
perdón de sus pecados. De la misma
forma, mientras el
hombre se esfuerce por realizar su propia obra, tratando de hacerlo todo solo,
la vida de Cristo no podrá manifestarse en él. Este es un principio. La cruz no
tendrá ningún efecto en los que confían en sus propias acciones y esfuerzos.
Mientras sigamos insistiendo en nuestra propia bondad, no seremos salvos, pero
cuando nos volvamos de nosotros mismos al Señor, seremos salvos. Lo mismo
sucede hoy; si ustedes tratan de hacer obras, en lugar de dejar que la cruz y
la vida de Cristo operen en ustedes, habremos impartido esta lección en vano.
Debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos. Debemos confesar que jamás
venceremos por nosotros mismos. Debemos dejar de tomar nuestras propias
determinaciones y de intentar lograr algo por nosotros mismos. Simplemente
volvámonos al Señor y digámosle: ―Acudo a Ti, pues vives en mí. Vive en mi
lugar. Vengo a Ti para obtener la victoria. Te pido que expreses Tu vida en mí‖. Si le decimos esto, el Señor hará esto en beneficio nuestro. Pero si
dejamos de ejercitar nuestra fe, debido a que estamos empeñados en realizar
esto por nuestro propio esfuerzo y labor, entonces el Señor no podrá hacer nada
al respecto. Este asunto debe quedar definido de una vez por todas.
Diariamente, debemos ejercitar nuestra fe y decirle al Señor: ―¡Señor, yo no
sirvo para nada! Tomo Tu cruz. Señor, no permitas que actúe por mí mismo.
Señor, sé mi Amo y expresa Tu vida en mí‖. Si podemos creer,
esperar y confiar en el Señor de esta forma, podremos testificar diariamente:
―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖.
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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