VII. Desde Galba hasta Adriano (68-138 d.C.)
Sucesores de Nerón, 68-69 d.C.-
Galba, jefe supremo del ejército en España, fue elegido rápidamente por sus soldados para que ocupara el lugar de Nerón. Esta fue la primera vez que un emperador fue nombrado por sus soldados en la provincia, lejos de Roma. Con esta elección Roma también se apartó de la antigua familia juliana, de la cual habían salido hasta entonces todos los Césares. Galba se dirigió a Roma.
Por supuesto, hubo otros aspirantes al trono, y Galba hizo matar a varios nobles conspiradores, a algunos sin juicio previo. El nuevo emperador no estaba dispuesto a esgrimir solo la autoridad imperial, y aceptó que se le nombrara como asociado a un romano notable llamado Pisón.
El hecho de que el senado aclamara el nombramiento de Pisón, ofendió profundamente a Otón, el que una vez fuera esposo de Popea, mujer de Nerón. Otón, que también era general, conquistó el favor de algunos de los soldados, y después fue presentado ante la guardia pretoriana que lo aclamó como emperador. Los soldados abandonaron a Galba, y cuando éste y Pisón se presentaron en el Foro, Galba fue asesinado inmediatamente, y poco después Pisón sufrió la misma suerte.
Las noticias de este disturbio y derramamiento de sangre llegaron a las Galias, donde el legado Vitelio aceptó las súplicas de los soldados de que fuera emperador. Las legiones de las Galias y de Alemania apoyaron a Vitelio, y éste marchó hacia Roma. Otón salió a hacerle frente en el norte de Italia, y en la batalla que se riñó fue muerto y su ejército fue derrotado. Vitelio marchó sobre la capital, donde el impotente senado lo aclamó emperador.
Mientras tanto había surgido Vespasiano, otro candidato, que entonces servía como legado en Judea. Su familia era prácticamente desconocida, pero él había cumplido con éxito importantes responsabilidades. Había sido legado de una legión en Britannia y finalmente había llegado al consulado.
En los últimos años de la vida de Nerón habían estallado graves desórdenes en Palestina, y Vespasiano había sido enviado allí para aplastar la revolución judía. Mientras estaba cumpliendo esa comisión, el ejército de Oriente lo proclamó emperador. Los ejércitos del norte de Italia también le ofrecieron su lealtad. Vespasiano marchó hacia Roma y derrotó a las fuerzas de Vitelio. El senado de buena gana declaró emperador a Vespasiano. Nerón había tenido tres sucesores en menos de un año.
Durante estos importantes cambios dinásticos, ¿qué había sucedido al Imperio Romano en su conjunto? Debe destacarse de nuevo que fuera del imperio no había ningún poder fuerte que pudiera aprovecharse del desorden de Roma. Partía, el único posible retador del poder imperial, acababa de sufrir una derrota ante los romanos. Dentro de los límites del imperio no había ningún partido organizado, de "oposición", que aprovechara de los disturbios; por lo tanto, el ritmo de la vida del imperio prosiguió a pesar de los tumultos de la capital.
Es cierto que fueron perturbadas las zonas por donde pasaban los ejércitos que iban a entronizar a sus respectivos generales en Roma, y que fueron depuestos los legados, procuradores y procónsules de algunas de las provincias. Era inevitable que hubiera perturbaciones en los negocios, especialmente, a medida que los nobles que tenían un capital invertido se veían implicados en sucesivos cambios de gobierno.
Pero en su conjunto la vida del imperio prosiguió como lo había hecho durante cien años antes, cuando casi se llegó a la anarquía con motivo del asesinato de julio César. Continuaba el comercio marítimo. Los agricultores proseguían sus labores. Las legiones continuaban con su misión de vigilancia, y elegían a los generales a quienes querían permanecer leales.
A pesar de toda la corrupción, había una base sólida en el pueblo, en los hogares en los cuales padres y madres continuaban con sus deberes al lado de sus hijos y echaban el fundamento imprescindible de la vida de sus comunidades. Los sacerdotes continuaban con sus deberes en los templos paganos. Los adictos a los cultos de misterio proseguían con sus prácticas religiosas. El cristianismo también continuaba creciendo entre la gente como una levadura de bien.
Vespasiano, 69-79 d. C.-
Vespasiano dejó a Tito, su hijo mayor, para que continuara subyugando a los rebeldes judíos, mientras él continuaba lentamente su viaje a Roma. Sus intereses en la capital estaban a cargo de Muciano, legado de Siria, y de Domiciano, el hijo menor del emperador.
Tito completó con eficacia la tarea comenzada por su padre. Jerusalén fue cercada en la primavera (marzo-mayo) del año 70 d. C., y a fines de agosto, después de una tenaz resistencia, fue tomada y casi completamente destruida. Tito regresó triunfalmente a Roma, llevando consigo a miles de cautivos y un gran botín. En el arco de Tito que aún está en Roma se conmemora su victoria. (Hay una detallada descripción de las guerras judías y de la destrucción de Jerusalén en el t. V, pp. 74-79.)
Cuando Vespasiano estaba por vestir la púrpura imperial, algunas de las legiones que lo habían apoyado en las Galias y en la parte baja de Alemania trataron de terminar sus relaciones con Roma y de formar un gobierno separado en las provincias galas; pero sólo bastó una demostración de fuerza de Muciano para que las legiones se sometieran, y se apagó la revuelta.
Como una cantidad de legiones auxiliares de naturaleza tribal habían participado en la rebelión, el gobierno romano comenzó desde entonces la práctica de asignar los auxiliares tribales en partes del imperio distantes de su terruño para disminuir el riesgo de tales rebeliones.
Cuanto Tito regresó de Palestina, Vespasiano lo convirtió en prefecto del pretorio y le dio el poder tribunicio: la autoridad, pero no el cargo de tribuno. Juntos manejaron con sabiduría el imperio.
Su principal contribución quizá fue en lo que atañe a las finanzas, donde el sentido de economía de Vespasiano restauró la tesorería que había quedado vacía debido a los despilfarros de los emperadores anteriores. Fueron reorganizadas varias provincias, y la defensa imperial se fortaleció por el norte hasta Britannia y en las fronteras formadas por los ríos Rin, Danubio y Eufrates.
La construcción de imponentes edificios en Roma dio un aire de prosperidad al nuevo régimen. Fue restaurado el incendiado templo capitalino, se erigió un templo de la paz y se comenzó la obra del Coliseo monumental, cuyas ruinas existen todavía. Tan estable fue el gobierno de Vespasiano, que cuando él murió en el año 79, Tito pudo sucederlo sin disturbios.
Tito, 79-81 d. C.-
El hijo demostró ser un digno sucesor de su eficiente padre. Por desgracia, su reinado fue corto; por eso no pudo cumplir muchas de sus primeras promesas. El recuerdo de su gobierno fue también entenebrecido por dos desastres. En el año 79 el Vesubio hizo erupción y su lava volcánica sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano, cuyas ruinas, al ser excavadas, han proporcionado una rica fuente documental acerca de la vida romana en Italia durante el siglo I de nuestra era.
Un año más tarde Roma sufrió otra vez un desastroso incendio que ardió durante tres días y dejó gran parte de la ciudad en ruinas. Sin embargo, nadie culpó a Tito por esas catástrofes, y su muerte en el año 81 d. C. fue profundamente lamentada en el imperio. Domiciano, su hermano menor, ocupó el trono sin oposición.
Domiciano, 81-96 d. C.-
El nuevo gobernante tenía un interés genuino en la vida política, social y literaria del imperio; pero el bien que realizó quedó anulado por el odio que despertaban sus métodos violentos y autocráticos. A pesar de todo, la historia registra los progresos imperiales durante su mandato. Autorizó una campaña desde Britannia a Caledonia (Escocia), y él mismo comandó un ejército que penetró en Alemania cruzando el Rin. Allí anexó al imperio un territorio al este de ese río.
Una rebelión de dos legiones destacadas en Mainz fue fácilmente sofocada. Esto dio lugar a la política de no tener más de una legión estacionada permanentemente en un lugar. Una revuelta de las tribus germánicas al otro lado del bajo Danubio fue dominada con más dificultad, y el acuerdo que Domiciano hizo con esas tribus no fue duradero.
En los comienzos de su reinado se esforzó por deificar a los emperadores, y estableció un colegio sacerdotal de los Flavios para el culto de su difunto padre y de su hermano. Se dio a sí mismo el título de dominus et deus ("señor y dios"), y así intensificó el culto del emperador por todo el imperio, lo que contribuyó a la persecución de la iglesia cristiana. Sin duda, el apóstol Juan fue desterrado en ese tiempo a la isla de Patmos, y se supone que una cantidad de otros discípulos fueron muertos durante su reinado.
Es imposible decir ahora cuán abarcante y cuán cruel fue la persecución, pues muy poco se dice de ella en los registros de la época. La mayor parte de las referencias se encuentran en escritos cristianos posteriores, como los de Tertuliano. Esa persecución no representa una política imperial deliberada, sino que, como la de Nerón, fue el resultado del proceder autocrático del emperador y su resentimiento contra un conjunto de religiosos fanáticos que se negaban a ajustarse a la conducta general del pueblo romano. Por esa misma razón castigó duramente a ciertos judíos que seguían rebelándose después de su derrota unos veinte años antes.
El reinado de Domiciano, que duró hasta que fue asesinado en el año 96 d. C., fue notable por los enconados conflictos del emperador con el senado. Una cantidad de senadores eminentes fueron ejecutados, acusados de traición, y cuando murió el tirano, su nombre fue borrado de los registros oficiales por el senado y su memoria fue maldita.
Nerva, 96-98 d. C.-
Los conspiradores que eliminaron a Domiciano en el otoño (septiembre-noviembre) del año 96, eligieron como su sucesor a un anciano senador llamado Nerva. Este era de carácter recto, pero no lo bastante fuerte para hacer frente a las dificultades heredadas de su predecesor. Por lo tanto, adoptó a Trajano, el legado de la alta Alemania, para que gobernara con él. Así como Vespasiano lo había hecho con Tito, Nerva dio a Trajano la autoridad tribunicia y el imperium de un procónsul. Además de transferir los costos del servicio postal del gobierno de las ciudades a la tesorería imperial y de una decisión de dar ayuda estatal a los huérfanos, poco es lo que se registra del reinado de Nerva. Cuando murió en el año 98, Trajano ocupó su lugar.
Trajano, 98-117 d. C.-
El nuevo emperador había nacido en Itálica, España, y fue el primer gobernante elegido de una provincia. La elección resultó buena. Su carácter era firme, tenía buen talento administrativo, era un general de éxito, y pronto ganó el afecto y el respeto de su pueblo. Bajo su conducción prosperó un gobierno bien ordenado, las tropas estuvieron bajo control, fueron alimentados los niños pobres, la agricultura fue estimulada, se emprendió un extenso programa de construcciones y los caminos que cruzaban las provincias se mejoraron y ampliaron. Tales planes exigían dinero, pero las finanzas se hallaban sobre una sólida base, y transitoriamente pudieron soportar la presión ejercida sobre ellas.
Una gran parte del reinado de Trajano correspondió a las campañas militares. En dos duras guerras, Trajano añadió a Dacia (al norte del Danubio) a la lista de las provincias romanas. Posteriormente, a partir del año 113, trató de conquistar a Partia. Esto representaba ir más allá de las fronteras establecidas por Augusto, y muchos historiadores creen que Trajano no fue sabio al tratar de extender tanto el territorio de Roma.
Salvo la lucha contra Partia, este reinado fue próspero, pero se menoscabó por dos hechos. Uno de ellos fue una grave rebelión de los judíos en el norte del África, Chipre, Egipto y Mesopotamia. La rebelión fue tan grave que se necesitó un gran número de soldados romanos para dominarla. La pérdida de vidas fue numerosa en ambos lados. Los judíos lucharon fanáticamente, y tanto éstos como sus enemigos perpetraron horribles matanzas antes de que la revolución fuera sofocada.
El otro hecho fue una persecución desatada contra los cristianos. Trajano trazó una política para raer el cristianismo. Existe una interesante e importante carta de Plinio el joven, gobernador del Ponto, quien escribe al emperador que el cristianismo se ha extendido tanto en su zona que los templos están desiertos, y los artesanos que hacen materiales para el culto de los dioses se han quedado sin trabajo. Declara que ha seguido el procedimiento de hacer comparecer ante él a los acusados de ser cristianos, y si reconocen su fe, ha ordenado darles muerte. Como resultado, el culto de los templos se ha restaurado en gran medida.
Trajano respondió y aprobó lo que había hecho Plinio; pero es digno de alabanza porque especifica que si alguno es acusado de ser cristiano, no debe ser procesado a menos que el acusador firme la acusación, y que los que reniegan de su fe cristiana no deben ser castigados; sin embargo, la pena de muerte es el castigo del que se reconoce como cristiano o se le compruebe que lo es (Plinio, Cartas x. 96-97).
Esta es la primera de una serie de medidas específicas establecidas por los emperadores romanos contra los cristianos. Estas medidas no fueron abrogadas durante 140 años, y debido a ellas murieron miles de cristianos. En el año 250 d. C., en los días del emperador Decio, se anunciaron nuevas disposiciones que resultaron mucho más duras. Su propósito era la exterminación de toda la iglesia.
Entre los cristianos que sufrieron el martirio en los días de Trajano, está la discutida figura de Ignacio, el que presidía en la iglesia de Antioquía de Siria. Según las tradiciones incorporadas en posteriores biografías de él, fue arrestado y llevado a Roma. Se ha supuesto que durante su viaje escribió una serie de epístolas, las cuales han suscitado preguntas que han perturbado por mucho tiempo a los eruditos. Si son genuinas tales cartas, son una notable prueba del antiguo establecimiento de un episcopado que tenía mucha autoridad.
Los historiadores concuerdan en que el reinado de Trajano fue uno de los mejores en los extensos anales romanos. Su muerte en Cilicia en el año 117, cuando regresaba a Roma, fue una gran pérdida para el imperio.
Adriano, 117-138 d. C.-
Trajano adoptó poco antes de morir a un primo suyo, conocido en la historia como Adriano, y éste fue su sucesor en el trono imperial. Era extraordinariamente enérgico, profundamente interesado en el arte y en la literatura, y apreciaba mucho el helenismo. Sentía a fondo su responsabilidad de gobernador, y pasó mucho de su tiempo viajando por el imperio.
No era expansionista, y retiró las fuerzas romanas de los territorios orientales que Trajano acababa de anexar al imperio. Efectuó una cantidad de reformas administrativas y se ocupó en un activo programa de construcción de caminos, edificios y acueductos.
Su actividad militar más importante fue haber sofocado otra rebelión judía que comenzó cuando él emprendió el establecimiento de una colonia en el antiguo lugar de Jerusalén. Las revueltas fueron esporádicas al principio, y sofocadas localmente; pero en 132 la rebelión estuvo mejor organizada y fue necesario movilizar un ejército contra ella. Esta rebelión no fue sofocada sino hasta el año 135. Hubo muchos muertos entre los judíos. (Esta revolución se trata más ampliamente en el t. V, p. 80).
Adriano continuó con la política de que la sucesión fuera por medio de la adopción de hombres dignos, política que había sido iniciada por Nerva y continuada por Trajano. Pero ya estamos más allá del período histórico que es el tema de este capítulo: La historia romana en los días del Nuevo Testamento.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
No hay comentarios:
Publicar un comentario