miércoles, 6 de octubre de 2010

La Historia Romana en los Dias del Nuevo Testamento

IX. El cristianismo y el imperio

El cristianismo y el Estado.-

Los romanos, según lo expuesto, eran tolerantes con las otras religiones.  A medida que dilataban sus conquistas territoriales y sus adquisiciones, aceptaban los dioses de sus nuevos súbditos con lo que se aumentaba mucho el panteón que ya poseían.  Una religión era declarada ilegal sólo cuando era dañina para la moral pública, como en los casos de los cultos de Baco y de Isis, o cuando era evidente que la religión favorecía una rebelión, como fue el caso del druidismo en las Galias.

Los romanos procuraron ser liberales aun con los judíos, decididos y tenaces en su religión.  Pero no podían entender por qué éstos se oponían y se rebelaban cuando eran introducidos los dioses romanos en Palestina. 

No podían comprender cómo los judíos podían adorar a un Dios a quien no podían ver.  Eso les parecía una forma de ateísmo.  Se mofaban de la observancia del sábado semanal; para ellos era sólo una oportunidad que se daban los judíos para estar ociosos.  Se resentían porque los judíos se negaban a rendir culto a Roma al -espíritu divino del pueblo romano- o al "genio" de los emperadores.  Sabían que había una relación entre ciertos dogmas de la fe judía, especialmente su mesianismo, y su rebeldía cívica bajo el gobierno romano.

Consideraciones de esta naturaleza, sumadas al espíritu rebelde de los judíos y sus actos provocativos, produjeron finalmente las guerras que casi destruyeron a la raza judía.


Pero en su relación durante los años anteriores, los conquistadores procuraron ser comprensivos.  Cuando los dirigentes judíos consintieron en orar por el emperador y por su pueblo, los romanos aceptaron esa concesión.  Vigilaban a los judíos, y suprimieron con mano férrea sus rebeliones esporádicas; pero toleraban su religión.


Si los judíos hubiesen aceptado el cristianismo como una secta judía más, semejante a la de los esenios o de los fariseos, la condición del cristianismo hubiera sido diferente, con seguridad, en más de una forma.  Los cristianos de origen judío iniciaron el concepto de que el cristianismo era un movimiento de reforma religiosa dentro del judaísmo, una levadura de salvación que finalmente impregnaría a toda la raza judía y la redimiría.

Pero la mayoría de los judíos no compartían ese punto de vista.  Miles de ellos aceptaron la fe cristiana, pero la raza judía la rechazó oficialmente por razones que se presentan con claridad en los Evangelios y en los Hechos.

El cristianismo no podía presentarse ante el mundo como una secta judía; por lo tanto, no tenía raíces nacionales.  Para los romanos era una secta advenediza y no fue reconocida legalmente sino hasta principios del siglo IV.  Por esto, cuando Nerón necesitó de algo para explicar la causa del incendio de Roma, creyó que el cristianismo era el chivo expiatorio apropiado.  


Un siglo más tarde resultó fácil culpar a esta secta ilegal de los desastres causados por un terremoto y una peste que sufrió el pueblo romano durante los reinados de Antonino Pío y Marco Aurelio, y esos emperadores -que en lo demás fueron nobles y benévolos- persiguieron cruelmente a los cristianos.

La ciudadanía romana y el cristianismo.-


No se sabe con claridad cómo la ciudadanía romana se extendió más allá de los límites de las clases privilegiadas en la ciudad capital.  En los días de Augusto César fue concedida gradualmente a las provincias o a las ciudades, pero era difícil que la consiguiera un individuo.


Tarso, la ciudad donde nació Pablo, quizá ilustre la forma en que se adquiría la ciudadanía romana.  Durante siglos antes del nacimiento de Pablo, Tarso había sido un centro político y comercial importante.  Allí se mezclaba la población como suele ocurrir en cualquier ciudad comercial.  Además de los habitantes autóctonos, había griegos que se habían establecido antes de Alejandro Magno y durante su tiempo.

  Después de muchas vicisitudes y de alguna decadencia, la ciudad fue reorganizada por Antíoco Epífanes, y a Cilicia y a su ciudad capital llegaron más griegos, además de otras personas procedentes de territorios de habla griega menos favorecidos.


En Tarso sin duda hubo judíos durante muchas generaciones, pero muchos más llegaron en tiempo de Antíoco Epífanes. Quizá muchos de ellos eran conservadores, a quienes Antíoco de muy buena gana hizo salir de Palestina, la cual procuraba helenizar.  Como resultado se fundó una gran colonia judía en Tarso, comparable, aunque no tan grande, con la de Alejandría en el extremo sur del Mediterráneo oriental.  En Tarso, así como en Alejandría, había entonces dos principales elementos en la población: gentiles y judíos, y los dos no convivían bien.

Tarso evolucionó con el correr de los años, y se convirtió en una metrópoli de gobierno propio, y quizá los griegos y los judíos eran ciudadanos con plenos derechos en la comunidad.  Los judíos de Tarso, como los de Alejandría, quizá ejercían su ciudadanía en forma de "tribu", un recurso gubernamental empleado con frecuencia tanto en las ciudades griegas como en las romanas.  Se ha sugerido que los "parientes" que Pablo menciona en Rom. 16: 7, 11, 21 eran miembros de la misma "tribu" en un sentido político, y que procedían de Tarso.


Pero esa ciudadanía de Tarso no significaba ciudadanía romana.  Durante las guerras julianas de 55-31 a. C., los de Tarso favorecieron al partido cesariano, y por eso apoyaron tanto a Julio César como a Octavio.  Si la ciudadanía romana no había sido concedida a la gente selecta de Tarso durante la era de Pompeyo o antes, quizá se concedió como una recompensa por su lealtad a Julio César durante esos años de intensa lucha partidista.  Este pudo haber sido el tiempo cuando la familia de Pablo recibió la ciudadanía romana. 

Se habría tratado de una ciudadanía plena, válida en cualquier parte de la amplísima jurisdicción de Roma.  No se sabe qué comprobante de esa condición de ciudadano podría haberse llevado estando de viaje, pues todavía no se han descubierto credenciales de esa naturaleza.


Es imposible saber cuándo se trasladó a Tarso la familia de Pablo.  No hay base para aceptar la tradición que repite Jerónimo: que la familia llegó allí procedente de Gischala, Palestina, a principios de las guerras romanas en dicho lugar.  El hecho de que Pablo fuera fariseo indica una de dos cosas: o que la familia llegó a Tarso alrededor del año 150 a. C., cuando ya se había constituido la secta farisaica, o que después de establecerse en Tarso aceptaron allí los dogmas de los fariseos a medida que éstos se propagaron entre los judíos dispersos de la diáspora.


Sea como fuere, Pablo, ciudadano de Tarso y quizá perteneciente a una de las "tribus" políticas, también era ciudadano romano.  Había recibido esa ciudadanía de su padre, no la había comprado (Hech. 22: 28).  Esto afirmó más de una vez, y usó bien de sus privilegios (cap. 16: 37; 22: 25-28; 25: 8-12, 21-25; 26: 30-32; 28: 17-20).


La ciudadanía romana daba a su poseedor cierta medida de protección frente a posibles abusos de los magistrados o de la policía, y le daba derecho a apelar en caso de una sentencia.  Un ciudadano acusado de una falta grave no podía ser legalmente 97azotado, y menos aún, sin un justo juicio. Tenía derecho de apelar al emperador como funcionario principal del Estado romano.  Que esto no siempre libraba a un hombre del descuido, la indiferencia o la tiranía de las autoridades locales, se ve porque Pablo fue azotado en Filipos sin antes haber sido juzgado (Hech. 16: 19-24) y por lo menos dos veces más en otras ocasiones (2 Cor. 11: 25). 

Que la ciudadanía romana le daba a un hombre más esperanza de justicia, se ve por el cuidado con que los magistrados de Filipos trataron de expiar su previa falta en su proceder con Pablo (Hech. 16: 35-39), y por el hecho de que la apelación de Pablo a César lo libró de las manos de los fanáticos y vengativos judíos de Jerusalén (cap. 25: 8-12).


Hay pruebas suficientes para inferir que el tiempo máximo para apelar contra una acusación formal, antes de que se diera por terminado el caso, era de dos años.  Puesto que desde que Pablo llegó a Roma como preso, los judíos de esa ciudad no tenían acusaciones contra él (Hech. 28: 17-22), y como evidentemente no llegó ninguna acusación procedente de Palestina, sin duda su caso se dio por terminado por falta de pruebas, y fue liberado.


El cristianismo y la caída de Roma.-


En vista del debilitante decaimiento que existía en la constitución y en la vida romana pública y privada, parece extraño que un historiador tan capaz como Edward Gibbon hubiera basado su gran historia sobre una premisa completamente falsa.  Este autor de la famosa y aún fidedigna History of the Decline and Fall of the Roman Empire estaba sentado en medio de las ruinas de la antigua Roma en un atardecer de 1764.  Frente a los despojos de esa ciudad, Gibbon comenzó a cavilar acerca de las causas del colapso de lo que una vez había sido un glorioso imperio, así como muchos historiadores lo han hecho antes y después de él.  Bien versado como estaba en la historia de la iglesia de Roma durante la Edad Media y en la pretensión de esa iglesia de ser la sucesora y heredera de la Roma imperial, Gibbon pensó que había identificado la causa básica de la caída de Roma: se trataba del cristianismo, dijo él.

No es de extrañarse que los cristianos evangélicos hayan rechazado la teoría de Gibbon.  La verdad es que Roma ya estaba en una condición peligrosa, pues le faltaba sólo un fuerte enemigo externo que le propinara el golpe fatal, cuando Julio César la salvó.  Vez tras vez Roma fue salvada apenas a tiempo por un Augusto César, un Vespasiano, un Trajano, un Marco Aurelio y un Constantino.  El cristianismo, la sal salvadora de Roma, permitió que se prolongara la vida del imperio. Una gran parte de la esencia de la Roma pagana -su religión, ley y gobierno- se perpetuó entonces en la iglesia de Roma, cuyos historiadores consideran que es, en algunos aspectos significativos, la sucesora legítima del difunto Imperio Romano.

Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

No hay comentarios:

Publicar un comentario