V. Claudio (41-54 d. C.)
Cuando los soldados pretorianos oyeron de la súbita muerte de Calígula, empezaron a recorrer el palacio en busca de botín. Uno de ellos encontró a Claudio, tío de Calígula, de unos cincuenta años de edad, agachado detrás de una cortina del palacio. Lo sacó arrastrando delante de los otros soldados, y gritó con una risotada: "Aquí está nuestro emperador". Esta versión se divulgó. La idea tomó fuerza, y poco después toda la guardia pretoriana apoyaba a Claudio como emperador de Roma. Siendo ya un hecho consumado, el senado romano no podía menos que reconocerlo. Poco tiempo después el derecho de nombrar los emperadores pasó de las manos de los pretorianos a las de los soldados romanos que estaban en servicio.
En el caso de Claudio el pueblo ya estaba, en realidad, fuera del edificio del senado pidiendo que el senado nombrara a uno solo para que dirigiera el imperio, y cuando la soldadesca presentó ante los senadores el nombre de Claudio, ellos se apresuraron a aceptarlo como emperador.
La personalidad de Claudio era extraña. Tuvo una niñez desventurada; fue ridiculizado por sus compañeros y despreciado por sus familiares. Como no tenía relaciones normales y agradables con sus iguales, se vio forzado a confraternizar con lacayos, y vivió aislado la mayor parte de su vida. Había dedicado su tiempo a estudiar, especialmente historia. Escribía muchísimo; se interesaba en el arte dramático, y era un anticuario empeñoso, aunque mediocre. Conocía mucho de lo que había acontecido en Roma en lo pasado, pero evidentemente no estaba a tono con la Roma de sus propios días.
Administración civil.-
Claudio procuró ser un gobernante considerado. Concedió amnistía a los presos políticos y a los exiliados, y se prohibieron las confiscaciones. Los templos fueron restaurados, y se pusieron de nuevo las estatuas que habían sido retiradas, especialmente las que habían sido quitadas para colocar las de Calígula. Ordenó que algunas tropas cruzaran las fronteras para ocupar lugares donde se necesitaba fuerza militar, y se hizo notable por las colonias romanas que estableció en varias provincias por todo el imperio.
Uno de los logros importantes de Claudio fue la reorganización del senado. Tuvo la valentía de eliminar a algunos de sus componentes que no podían soportar la carga económica que implicaba la senaduría. Después ocupó las vacantes con caballeros que eran suficientemente ricos para hacer frente a las normas senatoriales. Muchos de esos caballeros eran de las provincias. Esto hizo que el senado fuera un cuerpo representativo más genuino, y ayudó a que el imperio no fuera el apéndice de un gran municipio sino una vasta entidad política centralizada en una capital, con ciudades confederadas y provincias que ayudaban en el gobierno imperial.
Un censo hecho en el año 47 d. C. mostró que había casi 7,000,000 de ciudadanos en el imperio. Esto representaba un gran aumento sobre el censo del año 14 d. C., que dio unos 5,000,000 de ciudadanos. Reveló cómo los tiempos de comparativa paz y prosperidad a partir de Augusto habían ayudado al crecimiento de la población. También indicaba una amplia expansión de la ciudadanía por todo el imperio. A esa cifra de 7,000,000 debían añadirse las esposas y los hijos de los ciudadanos, lo que elevaba el total de los ciudadanos romanos y los que dependían de ellos a unos 20,000,000, de acuerdo con la estimación de Gibbon. A esta cifra debía añadirse la gran cantidad de provincianos que no tenían ciudadanía romana y las multitudes de esclavos que poblaban el mundo romano. El historiador Gibbon estima que a mediados del siglo I d. C. la población total era de 120,000,000, cifra, sin duda, demasiado alta; quizá fluctuaba entre los 80,000,000 y los 100,000,000 de personas (ver Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, ed. de J. B. Bury, t. 1, p. 42).
La afición de Claudio por las cosas antiguas hacía de él un verdadero romano de corazón y de espíritu. En su corte se notaba una atmósfera menos extranjera. Era considerado en su proceder con los extranjeros, es decir, los no romanos, pero los vigilaba para asegurarse de la plena lealtad de ellos. Los judíos eran tolerados, y evidentemente fueron tratados con más bondad que en tiempos de Tiberio; sin embargo, estallaron revueltas entre ellos, y como resultado Claudio dio un edicto expulsando a los judíos de Roma (ver t. V, p. 72). Entre los expulsados estaban Aquila y Priscila, judíos con quienes Pablo se relacionó mientras predicaba en Corinto, en su segundo viaje misionero (Hech. 18: 2).
Era asombrosa la laboriosidad de Claudio en su esfuerzo por ser un emperador eficiente. Estaba en su despacho desde temprano en la mañana hasta tarde por la noche. Pasaba horas en el Foro, trabajando como juez de su pueblo. La gente acudía a él, le refería sus problemas y le pedía su ayuda y solución.
Cuando se disponía a marcharse, con frecuencia la gente insistía en que se quedara hasta que todos los casos hubieran sido oídos. Se ocupó activamente en su programa de edificación, mayormente para completar las obras comenzadas por Calígula. El nuevo puerto de Ostia en la desembocadura del Tíber, tan útil para Roma porque el río se estaba llenando de cieno, Claudio lo concluyó con éxito. Terminó el enorme acueducto que Calígula había comenzado, y completó un gran túnel para llevar agua a Roma. Bretaña fue subyugada por completo, y Caractaco, uno de sus caudillos, fue llevado a Roma en triunfo. La religión de los druidas fue suprimida en las Galias y en gran medida ocurrió lo mismo en Britannia.
Claudio gastó tiempo y dinero en diversiones para el pueblo romano, pero era claro para los que lo conocían, y quizá también lo advertía la multitud, que lo hacía sólo por cumplir un deber, como si el anticuario hubiera continuado con la antigua rutina romana sin participar genuinamente en la vida del pueblo. Pero el tesoro público quedó exhausto. Hubo carencia de cereales, y el pueblo culpó al emperador. Mientras más se afanaba por resolver los problemas del pueblo, más responsable se hacía de las dificultades de la gente. Esto le impidió llegar a ser un gobernante popular.
Vida personal.-
Por otra parte, caía en la complacencia propia, y a medida que envejecía se entregaba más a la intemperancia en la comida y la bebida. Como ya se ha dicho, trabajaba infatigablemente, y luego comía en exceso en un intenso esfuerzo por restaurar su decadente fuerza física. Su salud se deterioró gradualmente, y las intrigas y los males de la vida del palacio aceleraron el proceso.
Claudio se casó cuatro veces. Su tercer matrimonio, con Mesalina, fue especialmente repugnante. La inmoralidad de la conducta de ella fue descarada y, de acuerdo con un relato de ese tiempo, hasta participó en una ceremonia nupcial con uno de sus amantes. Mesalina fue muerta debido a sus infidelidades. Claudio se casó después con su sobrina Agripina, quien logró que Nerón, hijo de ella, fuera el sucesor del trono cuando muriera su padrastro. Esto equivalía a dejar a un lado al hijo de Claudio, joven que fue muerto después. Agripina pronto se cansó de esperar la muerte de su esposo, lo que abriría el camino para que su hijo Nerón ocupara el trono, y finalmente tramó un complot para que su esposo fuera envenenado.
Clandio bebió el primer brebaje de veneno, pero ya fuera porque había comido demasiado o había tomado mucho vino, el veneno no tuvo efecto. Un médico llamado por Agripina introdujo una pluma envenenada en la garganta del emperador, evidentemente con el pretexto de proporcionarle algún alivio gastronómico. Claudio se sumió gradualmente en la inconsciencia y murió por los efectos del veneno así aplicado. Nerón fue su sucesor. Esto ocurrió en el año 54 d. C.
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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