I) Las sectas del judaísmo
Los fariseos.-
La conquista del antiguo Cercano Oriente realizada por Alejandro Magno (331 a. C.) fue seguida por una invasión cultural más permanente del idioma, las costumbres, las ideas y la religión de los griegos. Finalmente, los intentos de Antíoco Epífanes por helenizar a los judíos, es decir, para obligarlos a adoptar la cultura griega, provocaron la más decidida resistencia.
Los judíos, acaudillados por judas Macabeo y otros miembros de su familia -más tarde conocidos como macabeos o asmoneos-, derrochando heroísmo derrotaron a las fuerzas de Antíoco y lograron su libertad (164 a. C.). Entre los judíos, especialmente de los más ricos y educados así como entre los que residían más allá de los límites de Palestina, hubo una tendencia gradual a asimilar la cultura griega. Esos judíos eran conocidos como helenistas y constituían el elemento liberal de la sociedad judía. Pero la mayoría de los que vivían en Judea se aferraban tenazmente a las costumbres y a la religión de sus antepasados.
En oposición a las influencias griegas, surgió en Judea un movimiento conservador cuyos miembros tomaron el nombre de hasidim (Heb. jasidim), que significa "los piadosos" o "santos" (Sal. 16: 10 y Sal. 36). Los fariseos, cuyo nombre significa "separatistas", se originaron con los hasidim, y aparecieron por primera vez como un partido político alrededor del año 120 a. C., durante el tiempo de Juan Hircano.
Los fariseos eran el partido mayoritario, popular y ortodoxo. Su programa consistía en adherirse rígidamente a la ley y a la multitud de interpretaciones tradicionales de las Escrituras que surgieron en ese tiempo. Insistían en rehuir responsabilidades públicas y deberes cívicos.
No se apartaban del bullicio y de la actividad de la vida, pero eran severos jueces de ella y procuraban evitar las relaciones que creían que los contaminaban. Insistían en que dependían de Dios para la conducción del pueblo y que trabajaban en favor de ellos como Dios lo había hecho en lo pasado.
La iglesia y el Estado estaban unidos en Judea, como en todos los gobiernos de ese tiempo. Entre los judíos la religión atañía al Estado de un modo especial. Siempre había sido así desde los días de Moisés y de Samuel hasta David, en cuyo tiempo la clase sacerdotal había llegado a ser diferente de la autoridad civil.
Además, la casa de los asmoneos había sido sacerdotal, aunque no provenía directamente del linaje aarónico de sumos sacerdotes. Por lo tanto, Judas, Jonatán y Simón -hijos de Matatías, el viejo sacerdote de Modín- continuaban siendo sacerdotes mientras gobernaban a su país recientemente liberado, pues no había quien tuviera pretensiones mejor fundadas para el cargo del sumo sacerdocio. Pero los fariseos se oponían a esa unión del liderazgo político y religioso; querían separar la religión del tutelaje del Estado, liberar el sumo sacerdocio de complicaciones políticas y alejarse de las actividades cívicas.
Pero era difícil llevar a buen término todos esos esfuerzos, pues para los judíos no había una línea lógica de separación entre la religión y las otras actividades de la vida. Al sacerdocio le incumbía tanto una parte de la vida pública, que no podía librarse de complicaciones políticas.
Los fariseos en vez de apartarse de la sociedad -como lo hacían los esenios y más tarde lo hicieron los monjes cristianos- se convertían en partidarios de cualquier caudillo que sostuviera sus puntos de vista. Como estudiantes de la ley constituían la clase de los escribas o teólogos, y, por lo tanto -aunque no pertenecían al común del pueblo-, eran los guías espirituales. Defendían sus creencias con ardor y convicción, y conquistaban numerosos partidarios para sus puntos de vista.
Los fariseos creían en una vida futura; que Dios, en su presencia, daría felicidad 54 a su pueblo, felicidad de la cual sólo podría disfrutar el justo. En ese estado beatífico los buenos recibirían la recompensa de su virtud. Pero los impíos, los que resistían a Dios, los que desobedecían la ley divina, sufrirían para siempre en un lugar de tormentos. Sin embargo, no todos los fariseos estaban de acuerdo en cuanto a los detalles de las recompensas y castigos del futuro, los cuales aguardaban a fieles e infieles.
Había muchas variantes en el pensamiento acerca de la vida después de la muerte. Una creencia común entre los fariseos era el concepto de que en un lugar intermedio todas las almas de los muertos aguardaban ser trasladadas, cada una a su destino final. Desde este lugar imaginario, designado como Hades, aquellos que no estaban todavía preparados para entrar en el "seno de Abrahán" (ver Talmud Kiddushin 72a), podían ver la anticipación de sus placeres, mientras que los que aún no habían sido confirmados para un destino impío, podían visualizar la realidad de los horrores que les aguardaban.
Cristo usó en la parábola del rico y Lázaro (Luc. 16: 19-31) las enseñanzas de los fariseos acerca de la vida futura, como un recurso para destacar que uno, mientras vive, debe aprovechar las advertencias y amonestaciones para su bien. Después de su arresto en Jerusalén, Pablo se valió de la creencia de los fariseos en la resurrección para dividir a sus acusadores (Hech. 23: 6-10).
Los fariseos mantenían viva la esperanza mesiánica. El Ungido vendría, restauraría e incrementaría en gran manera la gloria que Israel había tenido durante el reinado de David (ver t. IV, p. 33), y el Mesías gobernaría el mundo (ver t. IV, p. 35). David había sido poderoso y había gobernado con gran influencia en el mundo; pero el Mesías superaría a todos los gobernantes.
David había sido sabio y bueno; pero el Mesías sería la justicia personificada, y aunque no lo concebían como a Dios, creían que estaría revestido de poder sobrenatural. Los términos legalismo, nacionalismo y mesianismo podrían usarse para describir la filosofía y los propósitos de los fariseos.
A medida que la casa de los asmoneos adquiría experiencia con el correr del tiempo y los deberes del Estado incluían más y más relaciones internacionales, los gobernantes se hacían menos estrictamente judíos y se caracterizaban más por el mismo helenismo contra el cual se habían sublevado el anciano Matatías y su hijo Judas Macabeo. Esa tendencia aumentó hasta que finalmente prevaleció la política helenizante de la dinastía herodiana.
Los saduceos.-
No se conoce el significado de este nombre, a menos que derive del nombre de la familia sacerdotal. de Sadoc (1 Rey. 2: 35), nombre que probablemente se usó como distintivo común de los diversos exponentes del pensamiento de la aristocracia. Esos exponentes eran los saduceos, que se preocupaban mucho por los intereses seculares de la nación. De modo que los saduceos eran completamente diferentes de los fariseos.
El buen éxito material y político logrado por la familia de los Macabeos fue para los saduceos un motivo de honda satisfacción. Sus intereses eran principalmente políticos. Sus propósitos se enfocaban en ese tema. El separatismo era completamente contrario a su perspectiva y sus prácticas.
No eran antirreligiosos, pero creían que el bienestar de la nación -según ellos lo concebían- no requería que las consideraciones religiosas fueran decisivas en todos los asuntos. Aceptaban la Torah, la Ley, como canónica; pero rechazaban el resto del Antiguo Testamento pues no lo consideraban inspirado, y negaban el valor de la tradición (ver com. Mar. 12: 26; Luc. 24: 44) de la cual dependían mucho los fariseos.
Los saduceos no aceptaban la enseñanza de una vida futura, o de ángeles, o de espíritus de cualquier naturaleza, o de una retribución futura, pues declaraban que en la Torah no había declaraciones definidas en cuanto a estos temas (Josefo, Antigüedades xviii. 1. 4; Guerra ii. 8. 14 [164-165; Hechos 23: 8]).
Los fariseos confesaban su dependencia de Dios para obtener su ayuda, pero los saduceos dependían de sí mismos. No tenían inconvenientes en hacer alianzas con los extranjeros y en utilizar cualquier otro medio que fuera para el beneficio de la nación..
Como los saduceos representaban la aristocracia judía, no reflejaban el parecer de todo el pueblo. Eran, hasta cierto punto, una reencarnación del partido helenístico que había existido entre los judíos, y contra el cual se habían levantado los hasidim, en tanto que los fariseos eran los descendientes ideológicos de los hasidim.
Los príncipes asmoneos lograron al principio evitar ser partidarios o de los fariseos o de los saduceos; pero admitieron la colaboración de ambos, distribuyendo los cargos públicos y los honores entre los dos grupos. Durante el largo principado de Juan Hircano I, hijo del noble asmoneo Simón, una indiscreción de algunos caudillos de los fariseos inclinó a los asmoneos hacia el lado de los saduceos (Josefo, Antigüedades xiii. 10. 6 [293-296]). Desde entonces la casa asmonea fue más abiertamente helenística, es decir, menos judaica en su política y en sus procedimientos; y la influencia de los saduceos fue cada vez mayor en los asuntos de la nación. Sin embargo, es poco lo que se sabe de los saduceos porque no dejaron ningún libro o escrito.
Los esenios.-
Los esenios constituían una tercera secta judía. Como los fariseos, parecen haber sido una rama de los hasidim. En realidad, los esenios representaban el extremo conservador del mismo movimiento que dio como resultado el farisaísmo. Los esenios pusieron en práctica los principios más severos de los fariseos.
Algunas diferencias menores entre los diversos núcleos que dieron origen a los esenios parecen indicar que la secta estuvo dividida en dos grupos, uno de los cuales se caracterizaba por su repudio al matrimonio. En otros asuntos ambas clases de esenios practicaban el separatismo de los fariseos, hasta el punto de apartarse de la sociedad y, por lo tanto, su vida fue virtualmente monástico. No comerciaban, rehusaban tener esclavos, y por lo menos, en cierta medida, rehuían los sacrificios del templo.
Se negaban a prestar juramentos, practicaban la comunidad de bienes, participaban de comidas en común con alimentos preparados por sacerdotes-cocineros, vivían separados de los que no eran esenios y se ayudaban fraternal y recíprocamente en los casos de enfermedad y en otras circunstancias adversas. Se vestían de blanco y eran escrupulosamente limpios. En este respecto se destacaba su énfasis en los lavamientos ceremoniales por inmersión, que practicaban diariamente.
Los esenios creían en la preexistencia de las almas, por lo que sostenían un dualismo filosófico y rechazaban la resurrección del cuerpo. En sus enseñanzas había elementos indudablemente derivados del zoroastrismo. La doctrina de los esenios tenía, en ciertos aspectos, algunas características del pitagorismo griego.
Los descubrimientos arqueológicos de Khirbet Qumrán, en la zona del mar Muerto, despertaron un nuevo interés en esta secta (ver t. 1, pp. 35-38; t. IV, pp. 128-130). Se ha difundido mucho ahora entre los eruditos la convicción de que los edificios de Qumrán pertenecían a una comunidad que floreció en el siglo I a. C., y de nuevo, después de un período vacante, en el siglo I d. C.; y que los manuscritos allí encontrados eran una biblioteca esenia.
El parecido entre estos documentos -especialmente del Manual de Disciplina y el Comentario de Habacuc- con un tratado descubierto en El Cairo en 1896, que se originó con un grupo conocido como los pactantes de Damasco, ha permitido suponer que ese grupo de Damasco también era esenio.
Esos documentos revelan una afinidad notable con algunos aspectos del cristianismo primitivo, y demuestran una relación más estrecha de la que se había advertido antes entre las enseñanzas de Juan el Bautista y Jesús por un lado, y ciertos elementos del judaísmo por el otro. Señalan que la venida del Mesías -incluso de dos Mesías- era un dogma importante de las creencias en Qumrán. Por lo menos los grupos de Qumrán y de Damasco remontaban su origen hasta un profeta, "el Maestro de justicia".
El había organizado a sus seguidores en un "Nuevo Pacto" (o "Nuevo Testamento") en preparación para el reino mesiánico, y se había visto envuelto en serios conflictos con las autoridades religiosas dominantes entre los judíos.
Mediante la pureza de su vida y su estricta obediencia a la ley, la comunidad de Qumrán se proponía contribuir en la preparación del mundo para el reino venidero. Insistían en que los actos de purificación -como las inmersiones diarias- eran inútiles si no eran precedidos por una limpieza del corazón mediante "un espíritu santo" que ellos creían que Dios les hacía conocer por medio de "su Ungido". Su énfasis en la limpieza espiritual preparatoria para el reino mesiánico, sus lavamientos, sus elevadas normas de ética y su establecimiento en el desierto del jordán, cerca del mar Muerto, se asemejan mucho con el ministerio de Juan el Bautista; y como éste, declaraban que ellos eran el cumplimiento de Isa. 40: 3.
Este parecido es tan sorprendente, que es difícil no llegar a la conclusión de que Juan debe haber tenido alguna relación con los esenios. Algunos aspectos de las enseñanzas de los apóstoles Juan y Pablo también encuentran varios ecos paralelos en la literatura de los esenios. Por supuesto, esto no significa que dichos apóstoles tomaron su mensaje evangélico de alguna o algunas enseñanzas de los esenios.
Los herodianos.-
Los herodianos surgieron después que los grupos mencionados, e indudablemente sólo se interesaban en la política. Poco se sabe de ellos fuera de las referencias incidentales en el Nuevo Testamento (Mat. 22: 16; Mar. 3: 6; 12: 13). Josefo habla de "partidarios de Herodes" (Antigüedades xiv. 15. 10 [450]). Según parece eran galileos que deseaban que los descendientes de la casa de Herodes gobernaran en Palestina en vez de los extranjeros.
Los zelotes.-
Los zelotes, como los herodianos, perseguían intereses políticos. Hay varias teorías en cuanto a su origen. Algunos creen que provinieron -como los fariseos y los esenios- de los hasidim. Serían, pues, los "piadosos", para quienes la política se convertía en el principal motivo de la religión. Sin embargo, es difícil establecer una relación tal por medio de claras evidencias documentales. Josefo (Antigüedades xviii. 1. 6) describe una "cuarta secta de filosofía judía" que con frecuencia se ha comparado con los zelotes, aunque también falta una prueba concluyente documental para esta identificación. Josefo atribuye la fundación de esta secta a Judas Galileo (de Gaulanítide), que levantó una revuelta contra los impuestos, quizá después del censo de Quirinio, año 6 d. C. (Hech., 5: 3 7).
Josefo informa que en asuntos religiosos estaban de parte de los fariseos; pero que políticamente rehusaban que alguien los gobernara, excepto Dios. Pero no menciona a los zelotes, a lo menos por nombre, hasta el tiempo de la guerra romana (66-70 d. C.), cuando aparecieron como un partido extremista bajo el liderazgo de Juan Gichala (Guerra v. 3. 1).
Sin embargo, puesto que él nos informa (Antigüedades xviii. 1. 6) que los adictos de la "cuarta secta" fueron particularmente activos durante esa guerra, muy bien podrían ser identificados con los zelotes. Uno de los discípulos de Cristo, Simón (no Pedro), probablemente había pertenecido a los zelotes (Luc. 6: 15; Hech. 1: 13).
También había grupos de cristianos judíos, como los nazarenos y los ebionitas, que surgieron posteriormente, demasiado tarde para ser incluidos en este estudio. No se sabe si estas sectas siguieron siendo miembros aceptables dentro de la sociedad judía. El núcleo principal de judíos cristianos no fue aceptado por el judaísmo, sino rechazado en el concilio de Jamnia (c. 90 d. C.).
Por John J. Alvarado D. COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO
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