Debo decir de entrada que este es uno de los elementos más misteriosos de la predicación. No siempre percibimos al predicar el mismo grado de asistencia por parte del Espíritu de Dios.
En ocasiones experimentamos una libertad inusual mientras predicamos: las ideas brotan de nuestras mentes a borbotones, estamos realmente atrapados por el mensaje que proclamamos, y sobre todo nos inunda un deseo genuino y ferviente de que Dios sea glorificado, que nuestro Señor Jesucristo sea exaltado, y las almas de nuestros hermanos edificadas.
Algunos le llaman a esto unción, otros la presencia especial del Espíritu de Dios, libertad en el Espíritu. Pero llámele como le llame, el punto es que todo predicador quisiera tenerlo cada vez que predica; pero no siempre es así, o al menos, no siempre tenemos la misma conciencia de esa capacitación divina.
¡Y cuánto necesitamos de esa gracia si queremos predicar eficazmente! Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para ministrar eficazmente la Palabra de Dios.
Eso lo vemos claramente en el ministerio de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo (comp. Is. 61:1-2; Lc. 3:21-22; 4:14-15, 18, 21-22), así como en el de los apóstoles. El Señor estableció desde el inicio de sus ministerios la necesidad de la asistencia del Espíritu de Dios para la labor que se les había encomendado (comp. Lc. 24:49; Hch. 1:8).
Independientemente de cómo interpretemos esta venida del Espíritu Santo y sus resultados permanentes, hay algo obvio en el texto y es que la labor de llevar el evangelio desde Jerusalén hasta los confines de la tierra requería la capacitación del Espíritu de Dios (comp. Hch. 4:8, 31).
Fue la obra del Espíritu en ellos que les permitió predicar la Palabra con valor y con un poder especial de convicción (comp. 2Cor. 2:1-5; 1Ts. 1:4-5).
Pablo predicó el mensaje, dijo las palabras apropiadas, pero mientras lo hacía estaba consciente de la obra del Espíritu Santo a través de su predicación.
Veamos primeramente cuál es la clase de ayuda que necesitamos del Espíritu para predicar. Debo reconocer para que lo que voy a presentar a continuación he recibido una profunda influencia de un sermón de Spurgeon titulado: El Espíritu Santo en conexión con nuestro ministerio, así como un sermón de Albert Martin sobre la agencia y operaciones inmediatas del Espíritu Santo sobre el predicador en el acto de la predicación que escuché hace unos años en una conferencia pastoral.
A. Cuál es la clase de ayuda que necesitamos del Espíritu para predicar:
Primeramente, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo como Espíritu de conocimiento que guía a la verdad. En Jn. 16:13 el Señor Jesucristo se refiere al Espíritu Santo como “el Espíritu de verdad” que guía a la verdad. El Espíritu Santo no solo es aquel que inspiró las Sagradas Escrituras, sino también aquel que ilumina el entendimiento de los creyentes para que entiendan las Escrituras.
Cuando hablamos de iluminación nos referimos a la obra del Espíritu Santo que abre nuestros ojos espirituales para que podamos comprender el significado de la Palabra de Dios (comp. Sal. 119:18, 33-34). En Lc. 24:45 encontramos un buen ejemplo de esta obra iluminadora.
Es de suprema importancia que distingamos entre el concepto de iluminación y los conceptos de revelación e inspiración porque no son iguales. Revelación: es el acto mediante el cual Dios da a conocer lo que no podría saberse de otra manera. Inspiración: es el vehículo mediante el cual llegó al hombre la revelación especial de Dios.
Dios no revela nada nuevo al predicador, ni lo inspira, en el sentido en que hemos explicado estos conceptos, pero sí lo ayuda en su proceso de estudio para desentrañar el significado de las Escrituras y comprender sus implicaciones. Ahora, noten que he dicho que lo ayuda en su estudio.
Como bien ha dicho alguien: “La iluminación no elimina la necesidad de estudiar diligentemente la Biblia” (2Tim. 2:7, 15). “El intérprete bíblico no puede esperar que le caiga un relámpago encima. Debe estudiar, leer y luchar para colocarse en posición de recibir la iluminación del Espíritu. No basta abrir la boca y esperar que Dios la llene el domingo a las once de la mañana” (cit. por MacArthur; Predicación Expositiva; pg. 129).
Y Martin Lloyd-Jones dice: “La preparación cuidadosa, y la unción del Espíritu Santo, no deben ser tomadas nunca como alternativas sino más bien como complementarias… Estas dos cosas deben ir juntas” (Preaching and Preachers; pg. 304).
Pero no solo necesitamos la ayuda del Espíritu Santo como Espíritu de conocimiento que guía a la verdad, sino también como Espíritu de sabiduría que nos enseña cómo hacer un buen uso de la verdad. Una vez hemos desentrañado el significado del texto, todavía tenemos mucho trabajo por delante.
Debemos decidir cómo vamos a presentarlo a la congregación, cómo vamos a estructurar el sermón, cuál será el énfasis, cómo podemos dar el balance apropiado a las verdades que serán impartidas.
Pero una vez hemos concluido con el estudio del texto y tenemos el sermón debidamente preparado y estructurado, ahora necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para tener libertad en la entrega del mismo.
He aquí algunas manifestaciones de esa operación del Espíritu de Dios en el momento en que estamos predicando, y me voy a limitar a citarlas y a dar algunos breves comentarios al respecto:
En primer lugar, un elevado y perceptible sentido de las realidades espirituales con las cuales traficamos mientras predicamos:
“Has estado sentado en tu escritorio con una actitud de oración… Luego estás delante del pueblo de Dios y mientras predicas aquellas verdades que te atraparon el corazón en tu estudio comienzan a dominarte. El gozo, el consuelo, el dolor, todo aquello que sentiste en el estudio lo empiezas a experimentar de manera incrementada”.
En segundo lugar, la bendita experiencia de una libertad sin cadenas y una elevada facultad de expresión (Hch. 4:29; Ef. 6:18-20).
En tercer lugar, un corazón ensanchado cubierto con medidas incrementadas de amor no fingido que procura el bien de aquellos que te escuchan (comp. 1Cor. 13:1). “Piensas en tu gente mientras te preparas. Piensas en ilustraciones y aplicaciones. Pero cuando estás frente a ellos y revives eso que sentiste en el estudio, entonces hablarás a sus almas con este amor del que hablamos” (comp. 2Cor. 6:11).
Y en cuarto lugar, un elevado sentido de la absoluta autoridad de las Escrituras.
Estas son algunas manifestaciones de la operación del Espíritu de Dios ayudando al predicador en el acto mismo de la predicación. ¿Podríamos ministrar eficazmente a las almas si carecemos de algunas de estas cosas? Por supuesto que no.
Y ninguna de ellas crece naturalmente en el terreno de nuestro corazón. El Espíritu de Dios debe obrar en nosotros estas cosas o de lo contrario nos lanzaremos a la arena del púlpito en nuestras propias fuerzas y nuestra ministración no hará ningún bien a nadie.
Pero aún hay algo más, y es que dependemos enteramente del Espíritu de Dios para que nuestra predicación obre eficazmente en aquellos que la escuchan.
Hasta ahora hemos hablado de la obra del Espíritu en nosotros para que podamos predicar eficazmente, pero ahora el Espíritu de Dios debe aplicar esa palabra que nuestros oyentes han recibido y aplicarlas con poder en sus corazones conforme a la necesidad de cada uno.
El Señor Jesucristo se define a Sí mismo en Ap. 2:1 como aquel “que anda en medio de los siete candeleros de oro”. Él ha prometido manifestar Su presencia donde estén dos o tres congregados en Su nombre. Y a través de Su Espíritu va aplicando la Palabra en los corazones de cada uno mientras Sus siervos predican.
Habiendo considerado cuál es la clase de ayuda que necesitamos del Espíritu para predicar, veamos ahora en segundo lugar…
B. Qué cosas pueden impedir que recibamos Su ayuda:
Pero antes de considerar este tema debo recordar que el Espíritu Santo es una persona divina, y por lo tanto, que Él es soberano al repartir Sus dones y manifestar Su poder en nosotros. Hablando del tema de los dones, el apóstol Pablo nos dice en 1Cor. 12:11: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere”.
Debemos tener cuidado de no amarrar al Espíritu de Dios a ciertas reglas particulares: “Si haces esto y esto y esto el Espíritu hará esto”. No. Él es soberano, y en ese sentido no es predecible.
No obstante, eso no quiere decir que el Espíritu de Dios sea caprichoso. Aunque hay un misterio envuelto en Su obra, podemos identificar algunos patrones que suelen estar presentes cuando Su agencia inmediata es refrenada o disminuida.
En primer lugar, cuando el predicador mismo no considera la ayuda del Espíritu como indispensable.
Una de las cosas que más llama mi atención en la vida del apóstol Pablo es su manifiesta dependencia en Dios. Constantemente pedía a las iglesias que oraran por él para que Dios bendijera su ministerio.
Pablo no confiaba en su experiencia o conocimiento. Su confianza descansaba enteramente en la ayuda de Dios. Pero algunos predicadores pueden caer en la trampa de sentirse seguros por el tiempo que tienen ministrando la Palabra de Dios, y esa confianza carnal puede ser la causa de que el Espíritu de Dios haya disminuido Su presencia en el ministerio de ese hombre.
Dios quiere que dependamos de Él, por la sencilla razón de que Él conoce cuán inútiles somos sin Él. Por eso nos deja solos cuando intentamos hacer las cosas en nuestras propias fuerzas, para que veamos en la práctica que separados de Él nada podemos hacer. El Señor resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.
En segundo lugar, Su agencia inmediata es refrenada o disminuida cuando es contristado por el predicador (comp. Ef. 4:30).
Recuerden que el Espíritu Santo es una persona divina, y las personas reaccionan ante ciertas situaciones. Una esposa contristada es una esposa restringida. Cuando son entristecidas por nuestra rudeza o desconsideración, o porque estamos tan envueltos en mil cosas que nos hemos olvidado de ellas, nuestras esposas se retraen.
Pues el Espíritu Santo es una persona y se entristece por causa de nosotros; y cuando eso ocurre se retrae. En el contexto de Ef. 4:30 vemos que eso suele ocurrir en el contexto de patrones conductuales pecaminosos que no han sido debidamente tratados (comp. vers. 25-32).
Otra cosa más que contrista al Espíritu de Dios es nuestra pereza en el desempeño de nuestra labor ministerial. “Si Él es el Espíritu de verdad, de seguro se contrista cuando somos perezosos y descuidados en nuestro manejo de la verdad; cuando venimos delante de la gente sin habernos preparado para decir con confianza: ‘Esto es lo que Dios dice y esto es lo quiere decir’. Luego de una exégesis de mala clase y una construcción descuidada del sermón, ¿vas a pedir al Espíritu que te de Su asistencia especial y bendiga el fruto de tu mal trabajo? Él se contrista cuando lo que llevamos al púlpito no es el fruto de un arduo trabajo y esfuerzo”.
Espero que estas ideas sean de ayuda, sobre todo a aquellos que tienen la sagrada tarea de predicar públicamente la Palabra de Dios para la salvación de los pecadores y la alimentación espiritual de los creyentes.
Predicando el Evangelio eterno. Ap. 14: 6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
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