Predicando el Evangelio eterno. Ap. 14: 6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
sábado, 17 de julio de 2010
El ateismo
A menudo se quiere dar la impresión de que el cristianismo bíblico descansa enteramente sobre la fe, mientras que el ateísmo y la evolución descansan sobre la ciencia y la razón. Pero ese no es el caso. Nadie puede probar científicamente ni el ateísmo ni la evolución y, por lo tanto, ambas cosas descansan en la fe.
La teoría de la evolución es un engendro del naturalismo, una postura filosófica que afirma que todo cuanto existe tiene que ser explicado únicamente en términos de procesos naturales.
En el naturalismo no hay lugar para la intervención de Dios ni de ningún otro agente sobrenatural. Fuera de la naturaleza, dicen ellos, no hay nada que buscar; la materia es la única realidad. El famoso (y fenecido) astrónomo norteamericano Carl Sagan, lo explica con estas palabras: “El cosmos es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá”.
Pero ¿cómo pueden los científicos saber eso con certeza? De ninguna manera. Es imposible probar científicamente que el universo es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá; esta es una postura filosófica, no científica, algo que el naturalista tiene que aceptar por fe.
Y una de las consecuencias inevitables de esa fe es el sin sentido de todo cuanto existe. Si la naturaleza es todo lo que ha habido, todo lo que hay y todo lo que habrá, entonces tendríamos que concluir que el universo es un afortunado accidente, el resultado de un proceso que ningún ser inteligente inició ni guió con ningún propósito. Consecuentemente, la tendencia que ha tenido el hombre a través de los siglos a buscarle un significado a la existencia humana sería una labor inútil, porque no habría ningún significado que buscar.
Si un niño tropieza con un bote de pintura y ésta se derrama indiscriminadamente sobre el tapiz, sería muy tonto tratar de encontrarle un significado oculto a la mancha. Puede que se vea bonito, pero fue algo accidental, no planificado. Según el ateo, este universo maravilloso que manifiesta orden, diseño y propósito en todas sus partes, no posee en realidad ningún diseño inteligente detrás; es la mancha hermosa que quedó en el espacio infinito luego que la materia + tiempo + casualidad tropezaran con el bote de pintura.
Por eso alguien dijo una vez que “el momento más embarazoso para el ateo es cuando se siente profundamente agradecido por algo, pero no puede pensar en nadie a quien darle las gracias”.
La fe del ateo deja al hombre sumido en una existencia sin sentido. Pocos lo han expresado tan claramente como Sartre en La Nausea: “Yo existo como una piedra, una planta, un microbio… Aquí estamos todos nosotros, comiendo y bebiendo para preservar nuestra preciosa existencia y sin embargo no hay nada, nada, absolutamente ninguna razón para existir”. El ateo no sólo niega la existencia de Dios, sino que también atenta contra la humanidad del hombre.
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