viernes, 23 de julio de 2010

Caracteristicas de un avivamiento verdadero


Es obra de la conversión y de la santificación reconciliar a los hombres con Dios, poniéndolos de acuerdo con los principios de su ley. Al principio el hombre fue creado a la imagen de Dios. Estaba en perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los principios de justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado lo separó de su Hacedor. Ya no reflejaba más la imagen divina.

Su corazón estaba en guerra con los principios de la ley de Dios. "La intención de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Romanos 8: 7). Mas "de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito", para que el hombre fuese reconciliado con Dios. Su corazón debe ser renovado por la gracia divina; debe recibir nueva vida de lo alto. Este cambio es el nuevo nacimiento, sin el cual, según expuso Jesús, nadie "puede ver el reino de Dios".

El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del pecado. "El pecado es transgresión de la ley". "Por la ley es el conocimiento del pecado" (1 S. Juan 3: 4; Romanos 3: 20). Para reconocer su culpabilidad, el pecador debe medir su carácter por la gran norma de justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen de un carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos de su propio carácter.

la ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le toca al transgresor. Sólo el Evangelio de Cristo puede librarlo de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene "remisión de los pecados cometidos anteriormente", y se hace partícipe de la naturaleza divina...

¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo dice: "¿Abrogamos pues la ley por medio de la fe? ¡No por cierto! antes bien, hacemos estable la ley". "Nosotros que morimos al pecado, ¿cómo podremos vivir ya en él?" Y Juan dice también: "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (Romanos 3: 31; 6: 21; S. Juan 5: 3,). En el nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y la lealtad...

Falsas teorías sobre la santificación, debidas a que no se hizo caso de la ley divina, o se la rechazó, desempeñan importante papel en los movimientos religiosos de nuestros días. Esas teorías son falsas en cuanto a la doctrina y peligrosas en sus resultados prácticos, y el hecho de que hallen tan general aceptación hace doblemente necesario que todos tengan una clara comprensión de lo que las Sagradas Escrituras enseñan sobre este punto.

La doctrina de la santificación verdadera es bíblica. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: "Esta es la voluntad de Dios, es a saber, vuestra santificación". Y ruega así: "El mismo Dios de paz os santifique del todo" (1 Tesalonicenses 4: 3; 5: 23,). la Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se puede alcanzarla. El Salvador oró por sus discípulos: "Santifícalos con la verdad: tu Palabra es la verdad" (S. Juan 17: 17, 19, ).

Y San Pablo enseña que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo (Romanos 15: 16). ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad" (S. Juan 16: 13, ). Y el salmista dice: "Tu ley es la verdad". Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina.

Y ya que la ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina, resulta que el carácter formado por la obediencia a esa ley será santo. Cristo es ejemplo perfecto de semejante carácter. El dice: "He guardado los mandamientos de mi Padre". "Hago siempre las cosas que le agradan" (S. Juan 15: 10; 8: 29, VM).

Los discípulos de Cristo han de volverse semejantes a él, es decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a sus principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama santificación.

Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios que habite en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2: 12, 13).

El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. la debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: "A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo" (1 Corintios 15: 57).

Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santificación es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión, la paz con Dios por la sangre expiatorio, la vida cristiana no ha hecho más que empezar. Ahora debe llegar "al estado de hombre perfecto"; crecer "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo"... (Filipenses 3: 13, 14).

Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia, manifestarán un espíritu de humildad. Como Moisés, contemplaron la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios infinito.

El profeta Daniel fue ejemplo de verdadera santificación. llenó su larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hombre "muy amado" (Daniel 10: 11, ) en el cielo. Sin embargo, en lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios se identificó con Dios en favor de su pueblo: "¡No derramamos nuestros ruegos ante tu rostro a causa de nuestras justicias, sino a causa de tus grandes compasiones!" "Hemos pecado, hemos obrado impíamente". El declara: "Yo estaba... hablando, y orando, y confesando mi pecado, y el pecado de mi pueblo"... (Daniel 9: 18, 15, 20).

Cuando Job oyó la voz del Señor de entre el torbellino, exclamó: "Me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y la ceniza" (Job 42: 6). Cuando Isaías contempló la gloria del Señor, y oyó a los querubines que clamaban: "¡Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos!" dijo abrumado: "¡Ay de mí, pues soy perdido!" (Isaías 6: 3, 5, ). Después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no le es dado al hombre expresar, San Pablo habló de sí mismo como del "más pequeño de todos los santos" (2 Corintios 12: 2-4; Efesios 3: 8). Y el amado Juan, el que había descansado en el pecho de Jesús y contemplado su gloria, fue el que cayó como muerto a los pies del ángel. (Apocalipsis 1: 17.)

No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pretensiones de estar libre de pecado, por parte de aquellos que andan a la sombra de la cruz del Calvario. Harta cuenta 17 se dan de que fueron sus pecados los que causaron la agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón; y este pensamiento les inspira profunda humildad. Los que viven más cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y culpabilidad de la humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado.


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