sábado, 3 de diciembre de 2011

¡¡¡¡¡¡¡ LA CRUZ QUE NOS SALVA !!!!!!!

¡¡¡¡¡¡¡ LA CRUZ QUE NOS SALVA !!!!!!!


Porque la Palabra de la Cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18.

En nuestra gran preocupación al respecto de la creciente apostasía y en nuestro celo por contender por la fe que una vez fue dada a los santos, debemos prestar atención continuamente a nuestra comunión personal con el Señor y nuestro testimonio del mismo. Y para lograrlo, debemos tener la cruz presente en nuestros corazones y en nuestras mentes, no en su forma, sin en lo que se dejó ver allí.

La Escritura deja bien en claro que la cruz de Cristo es el corazón del mensaje que predicamos, el factor determinante de nuestra relación con este mundo perverso, y el secreto de la victoria sobre el mundo, la carne, y el diablo en nuestras vidas cotidianas. Cristo le recordó repetidamente a sus escuchas que no es posible ser Su discípulo, y por consiguiente un cristiano genuino, sin negarse a uno mismo, tomando la cruz y siguiéndole. La Biblia deja en claro lo que esto significa, pese a que la verdad de la cruz es mucho mas profunda de lo que jamas entenderemos en esta vida.

Pablo escribió, “me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2). Esto caracterizó su consciente conducta y el mensaje que predicó. Para él había una regla importante: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1:17). No deberíamos atrevernos a negociar, diluir, o tratar de mejorar la sencillez del mensaje de la cruz con sabiduría humana. El hacer eso nos priva de su verdad y poder para salvar a otros, y de librarnos de sucumbir ante las pruebas y tentaciones diarias.

Tenemos la tendencia a olvidar que “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden” (1:18). Unos de los mayores problemas hoy día es el a menudo bien intencionado intento de reinterpretar el evangelio, para que sea razonable y aceptable al hombre natural o carnal. En lugar de eso, el inmutable mensaje debe cambiar el pensar y las vidas de aquellos que lo reciben, o de lo contrario no podrán cambiar su destino eterno. Que eso nunca se nos olvide. Ese poder transformador está ausente, tanto del evangelio predicado a los perdidos como de la vida cristiana, cuando la afilada espada de la Palabra con su mensaje radical de la cruz ha perdido su filo por las psicologías populares del pensar auto orientado de nuestro.

Lo que intento decir es ilustrar por medio de un hombre que tuvo el testimonio más asombroso. Estaba condenado a morir, y el día de su ejecución, él sabía que los pasos que se acercaban con resolución por el corredor, eran los mismos que le conducirían a la muerte. No obstante, cuando la puerta de su celda se abrió, el carcelero le dirigió unas asombrosas palabras: “Eres libre. Otro hombre ocupará tu lugar”. Estoy hablando de Barrabas, el único hombre que vivió y que podría testificar literalmente, “Jesús murió por mi, en mi lugar.” Pero Barrabas no fue salvo. ¿Porque? Sencillamente porque la muerte Cristo le había librado para vivir su propia vida. Y ese es el entendimiento del evangelio que tienen los egoístas contemporáneos: Jesús murió por mi para que yo viva por mi mismo, para obtener el éxito y la felicidad en el mundo, y para ir al cielo cuando sea demasiado viejo o éste demasiado enfermo para disfrutar los placeres terrenales. Contra esta falsa impresión, A.W. Tozer escribió:

Entre los santos artificiales de nuestros tiempos, Cristo es el único que muere, y todo lo que queremos oír estro sermón sobre Su muerte. No queremos la cruz para nosotros mismos, nos queremos dejar nuestro trono, y no queremos morir. Permanecemos como reyes dentro del pequeño reino del alma humana, y llevamos nuestra corona de oropel con el orgullo de un César; pero nos condenamos a las sombras y a la debilidad de la esterilidad espiritual.

La gente llegaba a Cristo con la promesa que le seguirán a donde quiera que Él les guiara. Su respuesta era muy sencilla: “Permítanme aclararles algo. Me dirijo a un monte a las afueras de Jerusalén llamado Calvario, en el cual seré crucificado. Así que si quieren ser fieles a mí hasta el final, tomen una cruz ahora mismo, porque es allí a donde vamos.”

Por supuesto que nadie lo hizo. Incluso sus discípulos más cercanos le abandonaron y huyeron para salvar sus propias vidas. Tampoco hubiera salvado sus almas el haber muerto en cruces que fueran levantadas junto a la de Él. Era Cristo quien tenía que morir en lugar de ellos. Pero luego de su resurrección, los discípulos eran hombres transformados, los cuales ya no tenían temor de morir por su Señor. Porque en ese momento habían entendido, creían con gozo y se sujetaban a la verdad: Cristo había muerto en su lugar porque ellos merecían morir. Su muerte no había sido para librarles a ellos de la muerte, sino para llevarles a través de la muerte hacia el otro lado, el de la resurrección.

Por fin había entendido y creían. Al reconocer que Dios era justo al condenarlos a la muerte por su rebelión contra Él, aceptaron la muerte de Cristo, su Salvador, como la suya propia. Ellos debían morir con Él; y al creer eso todo las cosas cambiaron.

Gálatas 6:14 Pablo escribe, “Pero lejos esté de mi gloriarme, sino en esa cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” Como todos aquellos que han sido crucificados con Cristo, hemos sido cortados por completo de este mundo. Uno de los problemas con el cristianismo contemporáneo es su intento de presentarse en forma atractiva al espiritu de este mundo. Cristo no seria más popular hoy día de lo que fue en sus propios días; y Él dijo que aquellos que le odiaban odiarían a sus discípulos. Así que Juan escribió, “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. (1 Juan 2:15).

Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo explicó más adelante: “Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (2 Corintios 13:4). ¿Como es que somos débiles en Él? Ciertamente no es en nuestra relación con el pecado o con Satanás, o con las tentaciones de este mundo, sobre las cuales tenemos la victoria a través de Cristo. Somos débiles en la misma forma en que Él fue débil, es decir, en que Él no peleó para defenderse a sí mismo ni a su reino contra el poder militar o político de este mundo. Su victoria (y la nuestra en Él) sobre Satanás también proviene al someternos a la muerte; “ Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).

No venceremos la tentación por apretar fuerte los dientes, ni por determinar con el poder de nuestra voluntad que venceremos la tentación, sino por aceptar el hecho de que estamos muertos en Cristo. Los muertos ya no sienten la injuria, ni pierden su cordura, ni actúan egoistamente. Nuestra victoria radica en estar “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11). Hemos renunciado a la forma en la que viviríamos nuestra vida, para poder experimentar Su vida siendo vivida en y a través nuestro. La vida que Él da es la vida de resurrección, y únicamente aquellos que están muertos la pueden recibir. No podemos conocer la plenitud del poder del Espiritu Santo, el cual es el espíritu de Cristo, hasta que hayamos aceptado, de buena voluntad, Su muerte como nuestra muerte.

Estos breves pensamientos apenas logran rascar la superficie del significado de la cruz (lo cual incluye por supuesto, la resurrección). Al meditar sobre el mayor evento de todos los tiempos y de la eternidad, comenzamos a ver tanto el horror de nuestro pecado como el asombroso amor de nuestro Señor (las grandes motivaciones hacia una vida de santidad). Que permanezcamos en el amor que la cruz demostró en forma tan completa, y que nos transformemos en mensajeros y canales de ese amor hacia el mundo por el cual Él murió.


REFLEXIÓN: UN LLAMADO URGENTE A UNA FE SERIA

LA GRACIA DE CRISTO SEA CON USTEDES.-

Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO

No hay comentarios:

Publicar un comentario