Mediante Moisés, Jehová había dicho: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón.. . No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo".*
Las verdades que Cristo presentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado.
Las palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y odio.
Al otro lado del mar, frente al lugar en que estaban congregados, se extendía la tierra de Basán, una región solitaria cuyos empinados desfiladeros y colinas boscosas eran desde mucho tiempo antes el escondite favorito de toda clase de criminales.
La gente recordaba vívidamente las noticias de robos y asesinatos cometidos allí, y muchos denunciaban severamente a esos malhechores. Al mismo tiempo ellos mismos eran arrebatados y contenciosos; albergaban el odio más ciego hacia sus opresores romanos y se creían autorizados para aborrecer y despreciar a todos los demás pueblos, aun a sus compatriotas que no se conformaban a sus ideas en todas las cosas.
En todo esto violaban la ley que ordena: "No matarás".
El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios.
Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él".*
"Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio". En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeñosamente de su semejante.
Veremos defectos y debilidades en los que nos rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de Cristo.
Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida.
"¿Quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" "¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae".*
"Cualquiera que le diga [a su hermano]: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". En el Antiguo Testamento la palabra fatuo se usa para describir a un apóstata o al que se entregó a la iniquidad. Dice Jesús que quienquiera que considere a su hermano como apóstata, o como despreciador de Dios, muestra que él mismo merece semejante condenación.
El mismo Cristo, cuando contendía con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, "no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él". Si lo hubiera hecho, le habría dado una ventaja a Satanás, porque las acusaciones son armas del diablo. En las Sagradas Escrituras se lo llama "el acusador de nuestros hermanos". Jesús no empleó ninguno de los métodos de Satanás. L e respondió con. las palabras:
"El Señor te reprenda".*
Su ejemplo es para nosotros. Cuando nos vemos en conflicto con los enemigos de Cristo, no debemos hablar con espíritu de desquite, ni deben nuestras palabras asemejarse a una acusación burlona. El que vive como vocero de Dios no debe decir palabras que aun la Majestad de los cielos se negó a usar cuando contendía con Satanás. Debemos dejar a Dios la obra de juzgar y condenar.
Predicando el Evangelio eterno. Ap. 14: 6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
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