martes, 31 de agosto de 2010

UN PASTOR CON MEDIO SERMON DE CHISTES.. QUE IRREVERENCIA

¿Qué puede hacer un pastor sin Jesús? Por cierto que nada. De manera que si es un hombre frívolo, jocoso, no está preparado para desempeñar el deber que el Señor colocó sobre él. "Sin mí -dice Cristo-, nada podéis hacer".

Las palabras petulantes que caen de sus labios, las anécdotas frívolas, las palabras habladas para producir risa, son todas condenadas por la Palabra de Dios, y están totalmente fuera de lugar en el púlpito sagrado.

Les digo claramente, hermanos, que a menos que los ministros estén convertidos, nuestras iglesias serán enfermizas y estarán al borde de la muerte. El poder de Dios es el único capaz de cambiar el corazón humano e imbuirlo del amor de Cristo. El poder de Dios es el único que puede corregir y dominar las pasiones y santificar los afectos. Todos los que ministran deben humillar sus corazones orgullosos, someter su voluntad a la voluntad de Dios, y ocultar su vida con Cristo en Dios.

¿Cuál es el objeto del ministerio? ¿Es mezclar lo cómico con lo religioso? El lugar para tales exhibiciones es el teatro. Si Cristo es formado dentro de vosotros, si la verdad con su poder santificador es traída al santuario íntimo del alma, no tendremos a hombres festivos, ni a hombres agrios, de mal genio, avinagrados, para enseñar las preciosas lecciones de Cristo a las almas que perecen.

Nuestros ministros necesitan una transformación de carácter. Deben sentir que si sus obras no son hechas en Dios, si se los deja para que realicen sus propios esfuerzos imperfectos, de todos los hombres son los más miserables. Cristo estará con todo ministro que, aun cuando no haya alcanzado la perfección del carácter, esté buscando en forma muy ferviente ser semejante a Cristo.

Tal ministro orará. El llorará entre el pórtico y el altar, clamando con angustia de alma que la presencia del Señor esté con él; de otra manera no puede presentarse ante el pueblo, con todo el cielo que lo observa y con la pluma del ángel que toma nota de sus palabras, su comportamiento y su espíritu.

¡Oh, ojalá que los hombres teman al Señor! ¡Ojalá que amen a Dios! ¡Ojalá que los mensajeros de Dios sientan la carga por las almas que perecen! Entonces no solamente arengarán; sino que tendrán el poder de Dios que vitaliza su alma, y sus corazones arderán con el fuego del amor divino. Su debilidad se transformaría en fortaleza, porque serían hacedores de la palabra. Escucharían la voz de Jesús: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días".

Jesús sería su maestro; y la palabra que ministran sería viva y poderosa, más aguda que una espada de doble filo, que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. En la proporción en que el orador aprecia la presencia divina, y honra al poder de Dios y confía en él, es reconocido como un colaborador junto con Dios. Precisamente en esta proporción llega a ser poderoso por medio de Dios.

Necesita haber un poder elevador, un crecimiento constante en el conocimiento de Dios y la verdad, de parte del que busca la salvación de las almas. Si el pastor pronuncia palabras extraídas de los vivos oráculos de Dios; si cree en la cooperación de Cristo y la espera, de Aquel cuyo siervo él es; si esconde el yo y exalta a Jesús, el Redentor del mundo, sus palabras alcanzarán los corazones de sus oyentes, y su obra llevará las credenciales divinas.

El Espíritu Santo debe ser el agente divino para convencer del pecado. El agente divino presenta al orador los beneficios del sacrificio hecho sobre la cruz; y cuando la verdad es puesta en contacto con las almas presentes, Cristo las gana para sí, y obra para transformar su naturaleza.

El Señor está listo a auxiliarnos en nuestras debilidades, a enseñar, a guiar, a inspirarnos ideas que son de origen celestial. ¡Cuán poco pueden los hombres realizar esta obra de salvar almas, y sin embargo con cuánta eficacia pueden hacerlo por medio de Cristo si están imbuidos de su Espíritu!

El maestro humano no puede leer los corazones de sus oyentes, pero Jesús dispensa la gracia que toda alma necesita. El comprende las capacidades del hombre, su debilidad, y su fuerza. El Señor está obrando en el corazón humano, y un ministro puede ser para las almas que escuchan sus palabras un sabor de muerte para muerte, alejándolas de Cristo; o, si es consagrado, devoto, y desconfía de sí mismo; si mira a Jesús, puede ser un sabor de vida para las almas que ya están bajo el poder convincente del Espíritu Santo, y en cuyos corazones el Señor está preparando el camino para los mensajes que él ha dado al agente humano.

Así el corazón del creyente es tocado, y responde al mensaje de verdad. "Nosotros, coadjutores somos de Dios". Las convicciones implantadas en el corazón, y la iluminación del entendimiento por la entrada de la Palabra, actúan en perfecta armonía. La verdad traída ante la mente, tiene poder para despertar las dormidas energías del alma.

El Espíritu de Dios, trabajando en el corazón, coopera con la obra de Dios por medio de sus instrumentos humanos. Cuando los ministros se dan cuenta de la necesidad de una reforma cabal en sí mismos, cuando sienten que deben alcanzar una norma más elevada, su influencia sobre las iglesias será elevadora y refinadora.

lunes, 30 de agosto de 2010

La Parabola del Sembrador: En Pedregales


"Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y luego la recibe con gozo. Mas no tiene raíz en sí, antes es temporal que venida la aflicción o la persecución por la palabra, luego se ofende".

La semilla sembrada en lugares pedregosos encuentra poca profundidad de tierra. La planta brota rápidamente, pero la raíz no puede penetrar en la roca para encontrar el alimento que sostenga su crecimiento, y pronto muere.

Muchos que profesan ser religiosos son oidores pedregosos. Así como la roca yace bajo la capa de tierra, el egoísmo del corazón natural yace debajo del terreno de sus buenos deseos y aspiraciones. No subyugan el amor propio. No han visto la excesiva pecaminosidad del pecado, y su corazón no se ha humillado por el sentimiento de su culpa. Esta clase puede ser fácilmente convencida, y parecen ser conversos inteligentes, pero tienen sólo una religión superficial.

No se retractan porque hayan recibido la palabra inmediatamente ni porque se regocijen en ella. Tan pronto como San Mateo oyó el llamamiento del Salvador, se levantó de inmediato, dejó todo y lo siguió. Tan pronto como la palabra divina viene a nuestros corazones, Dios desea que la recibamos, y es lo correcto aceptarla con gozo.

Hay "gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente".* Y hay gozo en el alma que cree en Cristo. Pero aquellos de los cuales la parábola dice que reciben la palabra inmediatamente, no calculan el costo. No consideran lo que la palabra de Dios requiere de ellos. No examinan todos sus hábitos de vida a la luz de la palabra, ni se entregan por completo a su dominio.

Las raíces de la planta penetran profundamente en el suelo, y ocultas de la vista nutren la vida del vegetal. Tal debe ocurrir con el cristiano: es por la unión invisible del alma con Cristo, mediante la fe, como la vida espiritual se alimenta. Pero los oyentes pedregosos dependen de sí mismos y no de Cristo. Confían en sus buenas obras y buenos impulsos, y se sienten fuertes en su propia justicia. No son fuertes en el Señor y en la potencia de su fortaleza, Tal persona "no tiene raíz en sí", porque no está relacionada con Cristo.

El cálido sol estival, que fortalece y madura el robusto grano, destruye aquello que no tiene raíz profunda. Así "el que no tiene raíz en sí" "es temporal", es decir, dura sólo un tiempo; y una vez "venida la aflicción o la persecución por la palabra, luego se ofende".

Muchos reciben el Evangelio como una manera de escapar del sufrimiento, más bien que como una liberación del pecado. Se regocijan por un tiempo, porque piensan que la religión los libertará de las dificultades y las pruebas. Mientras todo marcha suavemente y viento en popa, parecen ser cristianos consecuentes. Pero desmayan en medio de la prueba fiera de la tentación.

No pueden soportar el oprobio por la causa de Cristo. Cuando la Palabra de Dios señala algún pecado acariciado o pide algún sacrificio, ellos se ofenden. Les costaría demasiado esfuerzo hacer un cambio radical en su vida. Miran los actuales inconvenientes y pruebas, y olvidan las realidades eternas. A semejanza de los discípulos que dejaron a Jesús, están listos para decir: "Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?"*

Hay muchos que pretenden servir a Dios, pero que no lo conocen por experiencia. Su deseo de hacer la voluntad divina se basa en su propia inclinación, y no en la profunda convicción impartida por el Espíritu Santo. Su conducta no armoniza con la ley de Dios. Profesan aceptar a Cristo como su Salvador, pero no creen que él quiere darles poder para vencer sus pecados. No tienen una relación personal con un Salvador viviente, y su carácter revela defectos así heredados como cultivados.

Una cosa es manifestar un asentimiento general a la intervención del Espíritu Santo, y otra cosa aceptar su obra como reprendedor que nos llama al arrepentimiento. Muchos sienten su apartamiento de Dios, comprenden que están esclavizados por el yo y el pecado; hacen esfuerzos por reformarse; pero no crucifican el yo. No se entregan enteramente en las manos de Cristo, buscando el poder divino que los habilite para hacer su voluntad. No están dispuestos a ser modelados a la semejanza divina. En forma general reconocen sus imperfecciones, pero no abandonan sus pecados particulares. Con cada acto erróneo se fortalece la vieja naturaleza egoísta.

La única esperanza para estas almas consiste en que se realice en ellas la verdad de las palabras de Cristo dirigidas a Nicodemo: "Os es necesario nacer otra vez". "El que no naciera otra vez, no puede ver el reino de Dios".*

La verdadera santidad es integridad en el servicio de Dios. Esta es la condición de la verdadera vida cristiana. Cristo pide una consagración sin reserva, un servicio indiviso. Pide el corazón, la mente, el alma, las fuerzas. No debe agradarse al yo. El que vive para sí no es cristiano.

El amor debe ser el principio que impulse a obrar. El amor es el principio fundamental del gobierno de Dios en los cielos y en la tierra, y debe ser el fundamento del carácter del cristiano.

Sólo este elemento puede hacer estable al cristiano. Sólo esto puede habilitarlo para resistir la prueba y la tentación.

Y el amor se revelará en el sacrificio. El plan de redención fue fundado en el sacrificio, un sacrificio tan amplio y tan profundo y tan alto que es inconmensurable. Cristo lo dio todo por nosotros, y aquellos que reciben a Cristo deben estar listos a sacrificarlo todo por la causa de su Redentor.

El pensamiento de su honor y de su gloria vendrá antes de ninguna otra cosa. Si amamos a Jesús, amaremos vivir para él, presentar nuestras ofrendas de gratitud a él, trabajar por él. El mismo trabajo será liviano. Por su causa anhelaremos el dolor, las penalidades y el sacrificio. Simpatizaremos con su vehemente deseo de salvar a los hombres. Sentiremos por las almas el mismo tierno afán que él sintió.

Cualquier cosa que sea menos que esto es un engaño. Ningún alma se salvará por una mera teoría de la verdad o por una profesión de discipulado. No pertenecemos a Cristo a menos que seamos totalmente suyos. La tibieza en la vida cristiana es lo que hace a los hombres débiles en su propósito y volubles en sus deseos. El esfuerzo por servir al yo y a Cristo a la vez lo hace a uno oidor pedregoso, y no prevalecerá cuando la prueba le sobrevengas.

domingo, 29 de agosto de 2010

La Parabola del Sembrador: El terreno junto al camino


Aquello a lo cual se refiere principalmente la parábola del sembrador es el efecto producido en el crecimiento de la semilla por el suelo en el cual se echa. Mediante esta parábola Cristo decía prácticamente a sus oyentes: No es seguro para vosotros detenemos y criticar mis obras o albergar desengaño, porque ellas no satisfacen vuestras ideas. El asunto de mayor importancia para vosotros es: ¿cómo trataréis mi mensaje? Dé vuestra aceptación o rechazamiento de él, depende vuestro destino eterno.

Explicando lo referente a la semilla que cayó a la vera del camino, dijo: "Oyendo cualquiera la palabra del reino, y no entendiéndola, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado junto al camino".

La semilla sembrada a la vera del camino representa la palabra de Dios cuando cae en el corazón de un oyente desatento. Semejante al camino muy trillado, pisoteado por los pies de los hombres y las bestias, es el corazón que llega a transformarse en un camino para el tránsito del mundo, sus placeres y pecados. Absorta en propósitos egoístas y pecaminosas complacencias, el alma está endurecida "con engaño de pecado".*

Las facultades espirituales se paralizan. Los hombres oyen la palabra, pero no la entienden. No disciernen que se aplica a ellos mismos. No se dan cuenta de sus necesidades y peligros. No perciben el amor de Cristo, y pasan por alto el mensaje de su gracia como si fuera algo que no les concerniese.

Como los pájaros están listos para sacar la semilla de junto al camino, Satanás está listo para quitar del alma las semillas de verdad divina. El teme que la Palabra de Dios despierte al descuidado y produzca efecto en el corazón endurecido.

Satanás y sus ángeles se encuentran en las reuniones donde se predica el Evangelio. Mientras los ángeles del cielo tratan de impresionar los corazones con la Palabra de Dios, el enemigo está alerta para hacer que no surta efecto.

Con un fervor solamente igualable a su malicia, trata de desbaratar la obra del Espíritu de Dios. Mientras Cristo está atrayendo al alma por su amor, Satanás trata de desviar la atención del que es inducido a buscar al Salvador. Ocupa la mente con planes mundanos. Excita la crítica, o insinúa la duda y la incredulidad. La forma en que el orador escoge su lenguaje o sus maneras pueden no agradar a los oyentes, y se espacian en estos defectos. Así la verdad que ellos necesitan y que Dios les ha enviado misericordiosamente, no produce ninguna impresión duradera.

Satanás tiene muchos ayudantes. Muchos que profesan ser cristianos están ayudando al tentador a arrebatar las semillas de verdad del corazón de los demás. Muchos que escuchan la predicación de la Palabra de Dios hacen de ella el objeto de sus críticas en el hogar. Se sientan para juzgar el sermón como juzgarían las palabras de un conferenciante mundano o un orador político.

Se espacian en comentarios triviales o sarcásticos sobre el mensaje que debe ser considerado como la palabra del Señor dirigida a ellos. Se discuten libremente el carácter, los motivos y las acciones del pastor, así como la conducta de los demás miembros de la iglesia.

Se pronuncian juicios severos, se repiten chismes y calumnias, y esto a oídos de los inconversos. A menudo los padres conversan de estas cosas a oídos de sus propios hijos. Así se destruye el respeto por los mensajeros de Dios y la reverencia debida a su mensaje. Y muchos son inducidos a considerar livianamente la misma Palabra de Dios.

Así, en los hogares de los profesos cristianos se inculca a muchos jóvenes la incredulidad. Y los padres se preguntan por qué sus hijos tienen tan poco interés en el Evangelio, y se hallan tan listos para dudar de las verdades bíblicas. Se admiran de que sea tan difícil alcanzarlos con las influencias morales y religiosas. No ven que su propio ejemplo ha endurecido el corazón de sus hijos. La buena semilla no encuentra lugar para arraigarse, y Satanás la arrebata.

viernes, 27 de agosto de 2010

La Siembra de la Verdad*

POR medio de la parábola del sembrador, Cristo ilustra las cosas del reino de los cielos, y la obra que el gran Labrador hace por su pueblo. A semejanza de uno que siembra en el campo, él vino a esparcir los granos celestiales de la verdad. Y su misma enseñanza en parábolas era la simiente con la cual fueron sembradas las más preciosas verdades de su gracia. A causa de su simplicidad, la parábola del sembrador no ha sido valorada como debiera haber sido.


De la semilla natural echada en el terreno, Cristo desea guiar nuestras mentes a la semilla del Evangelio, cuya siembra produce el retorno de los hombres a su lealtad a Dios. Aquel que dio la parábola de la semillita es el Soberano del cielo, y las mismas leyes que gobiernan la siembra de la semilla terrenal, rigen la siembra de la simiente de verdad.


Junto al mar de Galilea se había reunido una multitud para ver y oír a Jesús, una muchedumbre ávida y expectante. Allí estaban los enfermos sobre sus esteras, esperando presentar su caso ante él. Era el derecho de Cristo conferido por Dios, curar los dolores de una raza pecadora, y ahora reprendía la enfermedad y difundía a su alrededor vida, salud y paz.


Como la multitud seguía aumentando, la gente estrechó a Jesús hasta que no había más lugar para recibirlos. Entonces, hablando una palabra a los hombres que estaban en sus barcos de pesca, subió a bordo de la embarcación que lo estaba esperando para conducirlo a través del lago, y pidiendo a sus discípulos que alejaran el barco un poco de la tierra, habló a la multitud que se hallaba en la orilla.


Junto al lago se divisaba la hermosa llanura de Genesaret, más allá se levantaban las colinas, y sobre las laderas y la llanura, tanto los sembradores como los segadores se hallaban ocupados, unos echando la semilla y otros recogiendo los primeros granos. Mirando la escena, Cristo dijo:


"He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y aconteció sembrando, que una parte cayó junto al camino; y vinieron las aves del cielo, y la tragaron. Y otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y luego salió, porque no tenía la tierra profunda: mas, salido el sol, se quemó, y por cuanto no tenía raíz, se secó. Y otra parte cayó en espinas; y subieron las espinas, y la ahogaron, y no dio fruto. Y otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, que subió y creció: y llevó uno a treinta, y otro a sesenta, y otro a ciento".


La misión de Cristo no fue entendida por la gente de su tiempo. La forma de su venida no era la que ellos esperaban. El Señor Jesús era el fundamento de todo el sistema judaico. Su imponente ritual era divinamente ordenado. El propósito de él era enseñar a la gente que al tiempo prefijado vendría Aquel a quien señalaban esas ceremonias. Pero los judíos habían exaltado las formas y las ceremonias, y habían perdido de vista su objeto. Las tradiciones, las máximas y los estatutos de los hombres ocultaron de su vista las lecciones que Dios se proponía transmitirles.


Esas máximas y tradiciones llegaron a ser un obstáculo para la comprensión y práctica de la religión verdadera. Y cuando vino la Realidad, en la persona de Cristo, no reconocieron en él el cumplimiento de todos sus símbolos, las sustancia de todas sus sombras. Rechazaron a Cristo, el ser a quien representaban sus ceremonias, y se aferraron a sus, mismos símbolos e inútiles ceremonias.


El hijo de Dios había venido, pero ellos continuaban pidiendo una señal. Al mensaje: "Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado",* contestaron exigiendo un milagro. El Evangelio de Cristo era un tropezadero para ellos porque demandaban señales en vez de un Salvador. Esperaban que el Mesías probase sus aseveraciones por poderosos actos de conquista, para establecer su imperio sobre las ruinas de los imperios terrenales. Cristo contestó a esta expectativa con la parábola del sembrador. No por la fuerza de las armas, no por violentas interposiciones había de prevalecer el reino de Dios, sino por la implantación de un nuevo principio en el corazón de los hombres.


"El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre".* Cristo había venido, no como rey, sino como sembrador; no para derrocar imperios, sino para esparcir semillas; no para señalar a sus seguidores triunfos terrenales y grandeza nacional, sino una cosecha que debe ser recogida después de pacientes trabajos y en medio de pérdidas y desengaños.


Los fariseos percibieron el significado de la parábola de Cristo; pero para ellos su lección era ingrata. Aparentaron no entenderla. Esto hizo que, a ojos de la multitud, un misterio todavía mayor envolviera el propósito del nuevo maestro, cuyas palabras habían conmovido tan extrañamente su corazón y chasqueado tan amargamente sus ambiciones. Los mismos discípulos no habían entendido la parábola, pero su interés se despertó. Vinieron a Jesús en privado y le pidieron una explicación.


Este era el deseo que Cristo quería despertar, a fin de poder darles instrucción más definida. Les explicó la parábola, como aclarará su Palabra a todo aquel que lo busque con sinceridad de corazón. Aquellos que estudian la Palabra de Dios con corazones abiertos a la iluminación del Espíritu Santo, no permanecerán en las tinieblas en cuanto a su significado. "El que quisiere hacer su voluntad [la de Dios] -dijo Cristo-, conocerá de la doctrina, si viene de Dios, o si yo hablo de mí mismo".*


Todos los que acuden a Cristo en busca de un conocimiento más claro de la verdad, lo recibirán. El desplegará ante ellos los misterios del reino de los cielos, y estos misterios serán entendidos por el corazón que anhela conocer la verdad. Una luz celestial brillará en el templo del alma, la cual se revelará a los demás cual brillante fulgor de una lámpara en un camino oscuro.


"El sembrador salió a sembrar".* En el Oriente, el estado de las cosas era tan inseguro, y había tan grande peligro de violencia, que la gente vivía principalmente en ciudades amuralladas, y los labradores salían diariamente a desempeñar sus tareas fuera de los muros. Así Cristo, el Sembrador celestial, salió a sembrar.


Dejó su hogar de seguridad y paz, dejó la gloria que él tenía con el Padre antes que el mundo fuese, dejó su puesto en el trono del universo. Salió como uno que sufre, como hombre tentado; salió solo, para sembrar con lágrimas, para verter su sangre, la simiente de vida para el mundo perdido.


Sus servidores deben salir a sembrar de la misma manera. Cuando Abrahán recibió el llamamiento a ser un sembrador de la simiente de verdad, se le ordenó: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré". "Y salió sin saber dónde iba".*


Así el apóstol Pablo, orando en el templo de Jerusalén, recibió el mensaje de Dios: "Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles".* Así los que son llamados a unirse con Cristo deben dejarlo todo para seguirle a él. Las antiguas relaciones deben ser rotas, deben abandonarse los planes de la vida, debe renunciarse a las esperanzas terrenales. La semilla debe sembrarse con trabajo y lágrimas, en la soledad y mediante el sacrificio.


"El sembrador siembra la palabra".* Cristo vino a sembrar el mundo de verdad. Desde la caída del hombre, Satanás a estado sembrando las semillas del error. Fue por medio de un engaño como obtuvo el dominio sobre el hombre al principio, y así trabaja todavía para derrocar el reino de Dios en la tierra y colocar a los hombres bajo su poder.


Un sembrador proveniente de un mundo más alto, Cristo, vino a sembrar las semillas de verdad. Aquel que había estado en los concilios de Dios, Aquel que había morado en el lugar santísimo del Eterno, podía traer a los hombres los puros principios de la verdad. Desde la caída del hombre, Cristo había sido el Revelador de la verdad al mundo. Por medio de él, la incorruptible simiente, "la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre",* es comunicada a los hombres.


En aquella primera promesa pronunciada a nuestra raza caída, en el Edén, Cristo estaba sembrando la simiente del Evangelio. Pero la parábola se aplica especialmente a su ministerio personal entre la gente y a la obra que de esa manera estableció.


La palabra de Dios es la simiente. Cada semilla tiene en sí un poder germinador. En ella está encerrada la vida de la planta. Así hay vida en la palabra de Dios. Cristo dice: "Las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida". "El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna".*


En cada mandamiento y en cada promesa de la Palabra de Dios se halla el poder, la vida misma de Dios, por medio de los cuales pueden cumplirse el mandamiento y la promesa. Aquel que por la fe recibe la palabra, está recibiendo la misma vida y carácter de Dios.


Cada semilla lleva fruto según su especie. Sembrad la semilla en las debidas condiciones, y desarrollará su propia vida en la planta. Recibid en el alma por la fe la incorruptible simiente de la Palabra, y producirá un carácter y una vida a la semejanza del carácter y la vida de Dios.


Los maestros de Israel no estaban sembrando la simiente de la Palabra de Dios. La obra de Cristo como Maestro de la verdad se hallaba en marcado contraste con la de los rabinos de su tiempo. Ellos se espaciaban en las tradiciones, en las teorías y especulaciones humanas.


A menudo colocaban lo que el hombre había enseñado o escrito acerca de la Palabra en lugar de la Palabra misma. Su enseñanza no tenía poder para vivificar el alma. El tema de la enseñanza y la predicación de Cristo era la Palabra de Dios. El hacía frente a los inquiridores con un sencillo: "Escrito está". "¿Qué dice la Escritura?" "¿Cómo lees?" En toda oportunidad, cuando se despertaba algún interés, fuera por obra de un amigo o un enemigo, él sembraba la simiente de la palabra. Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, siendo él mismo la Palabra viviente, señala las Escrituras, diciendo: "Ellas son las que dan testimonio de mí". "Y comenzando desde Moisés, y de todos los profetas, declarábales en todas las Escrituras lo que de él decían".*


Los siervos de Cristo han de hacer la misma obra. En nuestros tiempos, así como antaño, las verdades vitales de la Palabra de Dios son puestas a un lado para dar lugar a las teorías y especulaciones humanas. Muchos profesos ministros del Evangelio no aceptan toda la Biblia como palabra inspirada. Un hombre sabio rechaza una porción; otro objeta otra parte. Valoran su juicio como superior a la Palabra, y los pasajes de la Escritura que ellos enseñan se basan en su propia autoridad. La divina autenticidad de la Biblia es destruida.


Así se difunden semillas de incredulidad, pues la gente se confunde y no sabe qué creer. Hay muchas creencias que la mente no tiene derecho a albergar. En los días de Cristo los rabinos interpretaban en forma forzada y mística muchas porciones de la Escritura. A causa de que la sencilla enseñanza de la Palabra de Dios condenaba sus prácticas, trataban de destruir su fuerza. Lo mismo se hace hoy en día.


Se hace aparecer a la Palabra de Dios como misteriosa y oscura para excusar la violación de la ley divina. Cristo reprendió estas prácticas en su tiempo. El enseñó que la Palabra de Dios había de ser entendida por todos. Señaló las Escrituras como algo de incuestionable autoridad, y nosotros debemos hacer lo mismo. La Biblia ha de ser presentada como la Palabra del Dios infinito, como el fin de toda controversia y el fundamento de toda fe.


Se ha despojado a la Biblia de su poder, y los resultados se ven en una disminución del tono de la vida espiritual. En los sermones de muchos púlpitos de nuestros días no se nota esa divina manifestación que despierta la conciencia y vivifica el alma. Los oyentes no pueden decir: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?"*


Hay muchas personas que están clamando por el Dios viviente, y anhelan la presencia divina. Las teorías filosóficas o los ensayos literarios, por brillantes que sean, no pueden satisfacer el corazón. Los asertos e invenciones de los hombres no tienen ningún valor. Que la Palabra de Dios hable a la gente. Que los que han escuchado sólo tradiciones, teorías y máximas humanas, oigan la voz de Aquel cuya palabra puede renovar el alma para vida eterna.


El tema favorito de Cristo era la ternura paternal y la abundante gracia de Dios; se espaciaba mucho en la santidad de su carácter y de su ley; se presentaba a sí mismo a la gente como el Camino, la Verdad, y la Vida. Sean éstos los temas de los ministros de Cristo. Presentad la verdad tal cual es en Jesús. Aclarad los requisitos de la ley y del Evangelio. Hablad a la gente de la vida de sacrificio y abnegación que llevó Cristo; de su humillación y muerte; de su resurrección y ascensión; de su intercesión por ellos en las cortes de Dios; de su promesa: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mimo".*


En vez de discutir teorías erróneas, o de tratar de combatir a los opositores del Evangelio, seguid el ejemplo de Cristo. Resplandezcan en forma vivificante las frescas verdades del tesoro divino. "Que prediques la palabra". Siembra "sobre las aguas". "Que instes a tiempo y fuera de tiempo". "Predique mi palabra con toda verdad aquel que recibe mi palabra. . . ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo, dice el Señor?" "Toda palabra de Dios es limpia; ... no añadas a sus palabras, porque no te reprenda, y seas hallado mentiroso".


"El sembrador siembra la palabra". Aquí se presenta el gran principio que debe gobernar toda obra educativa. "La simiente es la palabra de Dios". Pero en demasiadas escuelas de nuestro tiempo la Palabra de Dios se descarta. Otros temas ocupan lamente. El estudio de los autores incrédulos ocupa mucho lugar en el sistema de educación. Los sentimientos escépticos se entretejen en el texto de los libros de estudio.


Las investigaciones científicas desvían, porque sus descubrimientos se interpretan mal y se pervierten. Se compara la Palabra de Dios con las supuestas enseñanzas de la ciencia, y se la hace aparecer como errónea e indigna de confianza. Así se siembran en las mentes juveniles semillas de dudas, que brotan en el tiempo de la tentación. Cuando se pierde la fe en la Palabra de Dios, el alma no tiene ninguna guía, ninguna seguridad. La juventud es arrastrada a senderos que alejan de Dios y de la vida eterna.


A esta causa debe atribuirse, en sumo grado, la iniquidad generalizada en el mundo moderno. Cuando se descarta la Palabra de Dios, se rechaza su poder de refrenar las pasiones perversas del corazón natural. Los hombres siembran para la carne, y de la carne siegan corrupción.


Además, en esto estriba la gran causa de la debilidad y deficiencia mentales. Al apartarse de la Palabra de Dios para alimentarse de los escritos de los hombres no inspirados, la mente llega a empequeñecerse y degradarse. No se pone en contacto con los profundos y amplios principios de la verdad eterna. La inteligencia se adapta a la comprensión de las cosas con las cuales se familiariza, y al dedicarse a las cosas finitas se debilita, su poder decrece, y después de un tiempo llega a ser incapaz de ampliarse.


Todo esto es falsa educación. La obra de todo maestro debe tender a afirmar la mente de la juventud en las grandes verdades de la Palabra inspirada. Esta es la educación esencial para esta vida y para la vida venidera.

Y no se crea que esto impedirá el estudio de las ciencias, o dará como resultado una norma más baja en la educación.


El conocimiento de Dios es tan alto como los cielos y tan amplio como el universo. No hay nada tan ennoblecedor y vigorizador como el estudio de los grandes temas que conciernen a nuestra vida eterna.


Traten los jóvenes de comprender estas verdades divinas, y sus mentes se ampliarán y vigorizarán con el esfuerzo. Esto colocará a todo estudiante que sea un hacedor de la palabra, en un campo de pensamiento más amplio, y le asegurará una imperecedera riqueza de conocimiento.


La educación que puede obtenerse por el escudriñamiento de las Escrituras, es un conocimiento experimental del plan de la salvación. Tal educación restaurará la imagen de Dios en el alma. Fortalecerá y vigorizará la mente contra la tentación, y habilitará al estudiante para ser un colaborador de Cristo en su misión de misericordia al mundo. Lo convertirá en un miembro de la familia celestial, y lo preparará para compartir la herencia de los santos en luz.


Pero el que enseña verdades sagradas puede impartir únicamente aquello que él mismo conoce por experiencia. "El sembrador salió a sembrar su semilla".* Cristo enseñó la verdad porque él era la verdad. Su propio pensamiento, su carácter, la experiencia de su vida, estaban encarnados en su enseñanza. Tal debe ocurrir con sus siervos: aquellos que quieren enseñar la Palabra han de hacer de ella algo propio mediante una experiencia personal. Deben saber qué significa tener a Cristo hecho para ellos sabiduría y justificación y santificación y redención. Al presentar a los demás la Palabra de Dios, no han de hacerla aparecer como algo supuesto o un "tal vez". Deben declarar con el apóstol Pedro: "No os hemos dado a conocer... fábulas por arte compuestas; sino como habiendo con nuestros propios ojos visto su majestad".* Todo ministro de Cristo y todo maestro deben poder decir con el amado Juan: "Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido".*

miércoles, 25 de agosto de 2010

ANTE LAS DIFICULTADES EN LA IGLESIA

APRECIADOS HERMANOS Y HERMANAS: Mientras el error progresa rápidamente, debemos procurar estar despiertos en la causa de Dios, y darnos cuenta del tiempo en el cual vivimos. Las tinieblas van a cubrir la tierra, y la obscuridad los pueblos.

Y mientras casi todos los que nos rodean están envueltos en densas tinieblas de error y engaño, nos incumbe sacudir el estupor y vivir cerca de Dios, donde podemos recibir divinos rayos de luz y gloria del rostro de Jesús.

A medida que las tinieblas se intensifican y el error aumenta, debemos obtener un conocimiento más cabal de la verdad y estar preparados para sostener nuestra posición mediante las Escrituras.

Debemos estar santificados por la verdad ser completamente consagrados a Dios, y vivir de tal manera la santidad que profesamos, que el Señor pueda derramar cada vez más luz sobre nosotros, y podamos ver luz en su luz, y ser fortalecidos con su fortaleza.

Cada momento en que no estamos en guardia nos vemos expuestos a ser asediados por el enemigo y corremos gran peligro de ser vencidos por las potestades de las tinieblas. Satanás manda que sus ángeles sean vigilantes y derriben a cuantos puedan; que descubran la indocilidad y los vicios dominantes de quienes profesan la verdad.

Les ordena arrojar tinieblas en derredor de ellos, para que dejen de velar, y sigan una conducta que deshonre la causa que profesan amar y entristezca a la iglesia. Las almas de estas personas extraviadas, que no velan, se hunden cada vez más en la obscuridad, y la luz del cielo se desvanece de ellas. No pueden descubrir sus vicios dominantes, y Satanás teje su red en derredor de ellas, y son prendidas en su lazo.

Dios es nuestra fortaleza.

Debemos buscar en él sabiduría y dirección, y teniendo en vista su gloria, el bien de la iglesia y la salvación de nuestras propias almas, debemos vencer nuestros vicios dominantes.

Debemos procurar individualmente obtener nueva victoria cada día.

Debemos aprender a permanecer en pie solos y depender por completo de Dios. Cuanto antes aprendamos esto, mejor. Descubra cada uno en qué fracasa, y luego vele fielmente para que sus pecados no lo venzan, antes bien, obtenga la victoria sobre ellos.

Entonces podremos tener confianza para con Dios y se ahorrarán muchas dificultades para la iglesia.

Cuando los mensajeros de Dios dejan sus casas para trabajar por la salvación de las almas dedican mucho de su tiempo a trabajar en favor de aquellos que han estado en la verdad durante años, pero que son todavía débiles porque aflojan innecesariamente las riendas, dejan de velar sobre si mismos, y hasta, pienso a veces, tientan al enemigo a que los tiente.

Caen en algunas mezquinas dificultades y pruebas, y los siervos del Señor tienen que dedicar tiempo a visitarlos. Esto los retiene, horas y hasta días, y sus almas se agravian y hieren al oír el relato de pequeñas dificultades y pruebas, mientras cada uno amplia sus agravios para hacerlos tan importantes como sea posible, por temor de que los siervos de Dios los tengan por demasiado insignificantes para considerarlos.

En vez de depender de los siervos del Señor para ayudarles a salir de estas pruebas, debieran quebrantarse delante de Dios, y ayunar y orar hasta que aquéllas sean eliminadas.

Algunos parecen creer que lo único para lo cual Dios llama a los mensajeros al campo es estar a sus órdenes y llevarlos en los brazos; y que la parte más importante de su trabajo es arreglar las pequeñas pruebas y dificultades que atrajeron sobre sí mismos por decisiones poco juiciosas, y por ceder al enemigo participando de un espíritu de censura rígida hacia los que los rodean.

Mientras tanto, ¿dónde están las ovejas hambrientas? Se mueren de inanición por falta del pan de vida. Los que conocen la verdad y han sido establecidos en ella, pero no la obedecen -si lo hiciesen se ahorrarían muchas de esas pruebas- están robando tiempo a los mensajeros, y no se cumple el objeto mismo por el cual Dios los llamó al campo.

Los siervos de Dios están apenados y su valor queda destruido por la presencia de tales cosas en la iglesia, cuando todos debieran esforzarse por no añadir el peso de una pluma a su carga, sino más bien ayudarles mediante palabras alentadoras y la oración de fe.

Cuánto más libres estarían si todos los que profesan la verdad mirasen en derredor suyo y procurasen ayudar a otros, en vez de solicitar tanta ayuda ellos mismos.

Como van las cosas, cuando los siervos de Dios entran en lugares obscuros, donde la verdad no ha sido proclamada todavía, llevan en su espíritu una herida causada por las pruebas inútiles de sus hermanos. En adición a todo esto, tienen que hacer frente a la incredulidad y al prejuicio de los opositores y ser pisoteados por algunos.

Cuánto más fácil sería conmover el corazón y cuánto más glorificado se vería Dios si sus siervos estuviesen libres de desaliento y prueba, para poder disfrutar de un espíritu libre mientras presentan la verdad en su hermosura. Los que han sido culpables de exigir tanta labor de los siervos de Dios y los han cargado con pruebas que les toca a ellos decidir, tendrán que dar cuenta a Dios por todo el tiempo y los recursos que se gastaron para satisfacerlos a ellos y también al enemigo.

Debieran estar en situación de ayudar a los hermanos. Nunca debieran reservar sus pruebas y dificultades para ocupar toda una reunión, ni aguardar hasta que alguno de los mensajeros venga para arreglarlas; sino que debieran corregir ellos mismos las cosas delante de Dios, sacar sus pruebas del camino, y estar preparados cuando vienen los obreros para sostener sus manos en vez de debilitarlas.

martes, 24 de agosto de 2010

CARACTERÍSTICAS DEL VERDADERO ESCUDRIÑADOR


Dios no ve como el hombre ve. Su norma es elevada, pura y santa; sin embargo todos pueden alcanzar esa norma. El Señor ve la necesidad del alma, el hambre del alma consciente. El considera la disposición de la mente, de la cual proceden nuestras acciones.

Ve si por encima de toda otra cosa se evidencia respeto y fe hacia Dios. El verdadero buscador, que lucha para ser semejante a Jesús en palabra, vida y carácter, contemplará a su Redentor y, al observarlo, será transformado a su imagen, porque anhela tener la misma disposición y la misma mente que estuvo en Cristo Jesús, y ora por ellas.

No es el temor a la vergüenza o el temor a la pérdida lo que lo inhibe de hacer el mal, porque sabe que todo lo que disfruta viene de Dios, y él quisiera aprovechar sus bendiciones para poder representar a Cristo. No está hambriento de estar en el lugar más alto, de obtener alabanza de los seres humanos. Este no es su ávido interés. Al aprovechar sabiamente lo que ahora tiene, trata de obtener cada vez más capacidad, para poder dar a Dios un mayor servicio. Tiene anhelos de Dios.

La historia de su Redentor, el inconmensurable sacrificio que él realizó, llega a estar pleno de significado para él. Cristo, la majestad del cielo, se hizo pobre, para que nosotros, por su pobreza, llegáramos a ser ricos; no ricos solamente en dotes, sino ricos en adquisiciones.

Estas son las riquezas que Cristo fervientemente anhela que sus seguidores posean. Cuando el verdadero buscador de la verdad lee la Palabra y abre su mente para recibir la Palabra, anhela la verdad con todo su corazón. El amor, la piedad, la ternura, la cortesía, la amabilidad cristiana, que serán los elementos característicos de las mansiones celestiales que Cristo ha ido a preparar para los que le aman, toman posesión de su alma.

Su propósito es firme. Está determinado a colocarse del lado de la justicia. La verdad se ha abierto camino a su corazón, y está implantada allí por el Espíritu Santo, quien es la verdad.

Cuando la verdad toma posesión del corazón, el hombre da una evidencia segura de su existencia convirtiéndose en un mayordomo de la gracia de Cristo.

El corazón del verdadero cristiano está imbuido de verdadero amor, de una muy ferviente avidez por conquistar almas. No descansa hasta hacer todo lo que está a su alcance para buscar y salvar lo que se ha perdido. El tiempo y la fuerza se invierten; no se escatima esfuerzo penoso.

Debe darse a otros la verdad que ha traído a su propia alma tanta alegría y paz y gozo en el Espíritu Santo.

Cuando el alma verdaderamente convertida disfruta del amor de Dios, siente su obligación de llevar el yugo de Cristo y trabajar en armonía con él. El Espíritu de Jesús descansa sobre él.

Revela el amor, la piedad y la compasión del Salvador, porque es uno con Cristo. Anhela llevar a otros a Jesús. Su corazón se deshace de ternura al ver el peligro de las almas que están fuera de Cristo.

Cuida de las almas como uno que ha de dar cuenta. Con invitaciones y ruegos mezclados con manifestaciones relativas a la seguridad de las promesas de Dios, trata de ganar a las almas para Cristo; y esto se registra en los libros de memoria. Es un obrero juntamente con Dios.

¿No es Dios el verdadero objeto de imitación? Debe ser la obra de la vida del cristiano vestirse de Cristo, y alcanzar una mayor semejanza a Cristo. Los hijos e hijas de Dios han de progresar en su semejanza a Cristo, nuestro modelo. Diariamente han de contemplar su gloria, han de observar su excelencia incomparable. Tiernos, veraces, y llenos de compasión, han de arrancar a las almas del fuego, aborreciendo aun las ropas manchadas por la carne.

lunes, 23 de agosto de 2010

Estudiar la escritura con: SIMPLICIDAD Y CON FE *

No requiere mucho conocimiento o capacidad el hacer preguntas difíciles de responder. Un niño puede hacer preguntas que pueden dejar perplejos a los hombres más sabios. No nos empeñemos en una competencia de esta clase.

Existe en nuestro tiempo la misma incredulidad que prevaleció en los días de Cristo. Ahora, así como entonces, el deseo de preferencia y de alabanza de parte de los hombres descamina al pueblo de la sencillez y de la verdadera piedad. No hay orgullo tan peligroso como el orgullo espiritual.

Los jóvenes deben investigar las Escrituras por sí mismos. No deben pensar que es suficiente que los de más experiencia busquen la verdad; que los más jóvenes pueden aceptarla cuando proviene de ellos, considerándolos una autoridad. Los judíos perecieron como nación porque fueron apartados de la verdad de la Biblia por sus gobernantes, príncipes y ancianos. Si hubieran escuchado las lecciones de Jesús, e investigado las Escrituras por sí mismos, no habrían perecido.

Los jóvenes de nuestras filas están vigilando para ver con qué espíritu los ministros abordan la investigación de las Escrituras; si tienen un espíritu accesible, y son lo suficientemente humildes para aceptar la evidencia, y recibir la luz de los mensajeros a quienes Dios escoge para mandar.
Debemos estudiar la verdad por nosotros mismos. No debe confiarse en ningún hombre para que piense por nosotros.

No importa de quién se trate, o en qué puesto pueda ser colocado, no hemos de mirar a ningún hombre como criterio para nosotros. Hemos de aconsejarnos mutuamente, y de estar sujetos el uno al otro; pero al mismo tiempo hemos de ejercer la capacidad que Dios nos ha dado, para aprender qué es verdad.

Cada uno de nosotros debe mirar a Dios para recibir iluminación divina. Debemos desarrollar individualmente un carácter que soporte la prueba en el día de Dios. No debemos ser obstinados en nuestras ideas, y pensar que nadie debe interferir nuestras opiniones.

Cuando un punto de doctrina que no entendáis llegue a vuestra consideración, id a Dios sobre vuestras rodillas, para que podáis entender qué es verdad y no ser hallados como lo fueron los judíos luchando contra Dios. Mientras amonestamos a los hombres a precaverse de aceptar cualquier cosa a menos que sea la verdad, debemos también amonestarles a no poner en peligro sus almas rechazando los mensajes de luz, sino a salir de las tinieblas por un estudio fervoroso de la Palabra de Dios.

Cuando Natanael fue a Jesús, el Salvador exclamó: "He aquí un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". Natanael dijo: "¿De dónde me conoces?" Jesús respondió: "Cuando estabas debajo de la higuera te vi". Y Jesús nos verá también en los lugares secretos de la oración, si buscamos luz para saber qué es verdad.

Si un hermano está enseñando el error, los que están en puestos de responsabilidad deben saberlo; y si está enseñando verdad, han de decidirse a sostenerlo. Todos nosotros debemos saber lo que se enseña en nuestro medio; pues si es la verdad, debemos conocerla. El maestro de la escuela sabática necesita saberlo, y todo alumno de la escuela sabática debe comprenderlo.

Todos estamos bajo la obligación hacia Dios de comprender lo que él nos envía. El ha dado instrucciones por las cuales podemos probar toda doctrina: "¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido". Pero si está de acuerdo con esta prueba, no estéis tan llenos de prejuicio que no podáis reconocer un punto, sencillamente porque no concuerda con vuestras ideas.

Es imposible que una mente, cualquiera que sea, comprenda toda la riqueza y grandeza de una sola promesa de Dios. Una capta la gloria desde un punto de vista; otra la hermosura y la gracia desde otro punto de vista, y el alma se llena de la luz del cielo. Si viéramos toda la gloria, el espíritu desmayaría. Pero podemos tener revelaciones de las abundantes promesas de Dios mucho mayores que las que ahora gozamos.

Me entristece el corazón pensar cómo perdemos de vista la plenitud de la bendición destinada a nosotros. Nos contentamos con fulgores momentáneos de iluminación espiritual, cuando podríamos andar día tras día a la luz de su presencia.

Queridos hermanos, orad como nunca lo habéis hecho para que los rayos del Sol de Justicia brillen de la Palabra, para que podáis comprender su verdadero significado. Jesús rogó que sus discípulos fueran santificados por la verdad: la Palabra de Dios. ¡Cuán fervientemente, pues, debiéramos orar para que Aquel que "todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios". Aquel cuya misión es recordarle al pueblo de Dios todas las cosas, y guiarlo a toda verdad, esté con nosotros en la investigación de su santa Palabra.

domingo, 22 de agosto de 2010

CUIDADO EN LA PRESENTACIÓN DE IDEAS NUEVAS.

Todos deben ser cuidadosos en la presentación de nuevos puntos de vista sobre pasajes de la Biblia, antes de haber dado a estos puntos un cabal estudio, y estén plenamente preparados para sostenerlos con la Biblia. No introduzcáis nada que cause disensión, sino una clara evidencia de que en ello Dios está dando un mensaje especial para este tiempo.

Mas guardaos de rechazar aquello que es verdad. El gran peligro para nuestros hermanos ha sido el de depender de los hombres, y hacer de la carne su brazo. Los que no han tenido el hábito de escudriñar la Biblia por sí mismos, o pesar la evidencia, tienen confianza en los hombres dirigentes, y aceptan las decisiones que ellos hacen; y así muchos rechazan los mismos mensajes que Dios envía a su pueblo, si estos hermanos dirigentes no los aceptan.

Nadie debe pretender que tiene toda la luz que existe para el pueblo de Dios. El Señor no tolerará esta condición. El ha dicho: "He aquí, he dado una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno puede cerrar". Aun cuando nuestros hombres dirigentes rechacen la luz y la verdad, esa puerta permanecerá aún abierta. El Señor suscitará a hombres que den al pueblo el mensaje para este tiempo.

LA VERDAD PERMANECERÁ.

La verdad es eterna, y el conflicto con el error sólo manifestará la fortaleza de esa verdad. Nunca hemos de rehusarnos a examinar las Escrituras con aquellos que tengamos razones para creer que desean saber qué es verdad. Suponed que un hermano sostiene un punto de vista que difiere del vuestro, y que viene a vosotros, proponiéndoos que os sentéis con él para hacer una investigación de ese punto en las Escrituras. ¿Debéis levantaros, llenos de prejuicio, y condenar sus ideas, mientras os rehusáis a escucharlo sin prejuicio? El único procedimiento correcto sería el sentaros como cristianos para investigar la posición presentada a la luz de la Palabra de Dios, la cual revelará la verdad y desenmascarara el error.

El ridiculizar sus ideas no debilitará su posición en lo más mínimo si fuera falsa, ni fortalecerá vuestra posición si fuera la verdad. Si los pilares de nuestra fe no soportan la prueba de la investigación, es tiempo de que lo sepamos. Ningún espíritu de fariseísmo debe ser acariciado entre nosotros.

LAS ESCRITURAS HAN DE SER ESTUDIADAS CON REVERENCIA.

Hemos de abordar el estudio de la Biblia con reverencia, sintiendo que estamos en la presencia de Dios. Toda liviandad y frivolidad debe ser dejada a un lado. Aunque algunas porciones de la Palabra se entienden con facilidad, el verdadero sentido de otras partes no se discierne con rapidez. Debe haber paciente estudio y meditación y ferviente oración. Todo estudioso, al abrir las Escrituras, debe solicitar la iluminación del Espíritu Santo; y la promesa segura es que será dado.

El espíritu con el cual os aboquéis a la investigación de las Escrituras determinará el carácter de los que os asistan. Ángeles del mundo de la luz estarán con los que con humildad de corazón buscan dirección divina. Pero si la Biblia se abre con irreverencia, con un sentimiento de suficiencia propia, si el corazón está lleno de prejuicio, Satanás está a vuestro lado, y él colocará las declaraciones sencillas de la Palabra de Dios en una luz pervertida.

Hay algunos que se complacen en la ligereza, en el sarcasmo, y aun en la burla de los que difieren de ellos. Otros presentan una colección de objeciones a cualquier nuevo punto de vista; pero cuando estas objeciones son claramente contestadas por las palabras de las Escrituras, no reconocen la evidencia presentada ni se permiten quedar convencidos. Sus preguntas no tenían el propósito de llegar a la verdad, sino la mera intención de confundir la mente de los demás.

Algunos han pensado que es una evidencia de agudeza y superioridad intelectual el sumir en la perplejidad las mentes con respecto a qué es verdad. Recurren a las sutilezas de argumentos, al juego de palabras; toman injusta ventaja haciendo preguntas. Cuando sus preguntas han sido claramente contestadas, cambian de tema y saltan a otro punto para evitar la necesidad de reconocer la verdad.

Debemos cuidarnos de complacer el espíritu que dominó a los judíos. No querían aprender de Cristo, porque su explicación de las Escrituras no estaba de acuerdo con sus ideas; por lo tanto llegaron a ser espías en su camino, "acechándole, y procurando cazar algo de su boca para acusarle". No traigamos sobre nosotros la terrible denuncia de las palabras del Salvador: " ¡Ay de vosotros, doctores de la ley! que habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban impedisteis".

LAS SANTAS ESCRITURAS: ¿Cómo Escudriñaremos las Escrituras?

¿Cómo escudriñaremos las Escrituras para entender lo que enseñan? Debemos abordar la investigación de la Palabra de Dios con un corazón contrito, con oración y con una disposición a ser enseñados.

No hemos de pensar, como pensaron los judíos, que nuestras propias ideas y opiniones son infalibles; ni como los papistas, que piensan que ciertos individuos son los único guardianes de la verdad y el conocimiento, y que los hombres no tienen derecho a investigar las Escrituras por sí mismos, sino que deben aceptar las explicaciones dadas por los padres de la iglesia.

No debemos estudiar la Biblia con el propósito de sostener nuestras opiniones preconcebidas, sino con el único objeto de aprender lo que Dios ha dicho.

Algunos han temido que si en un solo punto siquiera reconocían su error, otras mentes se verían inducidas a dudar de toda la teoría de la verdad. Por lo tanto, han creído que no debiera permitirse la investigación, que ésta tendería a la disensión y la desunión. Pero si tal ha de ser el resultado de la investigación, cuanto antes venga tanto mejor.

Si hay personas cuya fe en la Palabra de Dios no resiste la prueba de una investigación de las Escrituras, cuanto antes se manifiesten, tanto mejor; pues entonces se abrirá el camino para mostrarles su error.

No podemos sostener que ninguna posición, una vez adoptada, ninguna idea, una vez defendida, no habrá de ser abandonada en circunstancia alguna. Hay solamente Uno que es infalible: Aquel que es el camino, la verdad y la vida.

Los que permiten que el prejuicio impida que la mente reciba la verdad, no pueden ser receptáculos de la iluminación divina. Sin embargo, cuando se presenta un punto de vista de las Escrituras, muchos no preguntan: ¿Es cierto? ¿Está en armonía con la Palabra de Dios? Sino ¿quién lo defiende? y a menos que venga precisamente por el medio que a ellos les agrada, no lo aceptan.

Tan plenamente satisfechos se sienten con sus propias ideas, que no quieren examinar la evidencia bíblica con un deseo de aprender, sino que rehusan interesarse, meramente a causa de sus prejuicios.

El Señor a menudo obra cuando nosotros menos lo esperamos; él nos sorprende al revelar su poder mediante instrumentos de su propia elección, mientras pasa por alto a los hombres por cuyo intermedio hemos esperado que viniera la luz. Dios quiere que recibamos la verdad por sus propios méritos, porque es verdad.

La Biblia no debe ser interpretada para acomodarse a las ideas de los hombres, por mucho tiempo que hayan sido tenidas estas ideas como verdad. No hemos de aceptar la opinión de comentadores como la voz de Dios; ellos eran seres mortales como nosotros. Dios nos ha dado facultades razonadoras a nosotros así como a ellos. Hemos de hacer que la Biblia sea su propio expositor.

sábado, 21 de agosto de 2010

RESISTENCIA A LA VERDAD

Todo hecho de resistencia hace más difícil rendirse. Siendo los dirigentes del pueblo, los sacerdotes y príncipes, creyeron que les incumbía defender la conducta que habían seguido. Debían probar que estaban en lo cierto.

Habiendo manifestado ellos mismos su oposición a Cristo, todo hecho de resistencia llegó a ser un incentivo adicional para persistir en la misma senda.

Los acontecimientos de su carrera pasada de oposición son como preciosos tesoros que deben ser celosamente guardados. Y el odio y la malignidad que inspiraron aquellos actos se concentran contra los apóstoles.

El Espíritu de Dios manifestó su presencia a aquellos que, al margen del temor o el favor de los hombres, declaraban la verdad que les había sido encomendada. Bajo la demostración del poder del Espíritu Santo, los Judíos vieron su culpa al rechazar la evidencia que Dios les había enviado; pero no quisieron ceder en su malvada resistencia.

Su obstinación se hizo mas y más determinada, y obró la ruina de sus almas. No era que no podían ceder, pues podían hacerlo; sin embargo no quisieron. No se trataba sólo de que habían sido culpables y merecían ser objetos de la ira, sino que se armaron a sí mismos de los atributos de Satanás, y determinadamente continuaron oponiéndose a Dios. Día tras día, al rehusar arrepentirse, renovaban su rebelión.

Se estaban preparando para cosechar lo que habían sembrado. La ira de Dios no se declara contra los hombres meramente a causa de los pecados que han cometido, sino porque escogen continuar en un estado de resistencia, y, aun cuando tengan luz y conocimiento, repiten sus pecados del pasado. Si quisieran someterse, serían perdonados; pero están determinados a no rendirse. Desafían a Dios con su obstinación. Estas almas se han entregado a Satanás, y él las domina según su voluntad.

¿Qué ocurrió con los rebeldes habitantes del mundo antediluviano? Después de rechazar el mensaje de Noé se entregaron al pecado con mayor abandono que nunca antes, y duplicaron la enormidad de sus corruptas prácticas. Aquellos que rehusan reformarse aceptando a Cristo, no encuentran en el pecado nada que los reforme; sus mentes están dispuestas a proseguir su espíritu de rebelión, y no se ven ni nunca se verán obligados a la sumisión. El juicio que el Señor trajo sobre el mundo antediluviano declaró que éste era incurable. La destrucción de Sodoma proclamó que los habitantes del más hermoso país del mundo estaban entregados incorregiblemente al pecado. Fuego y azufre del cielo consumieron todo lo que habla, excepto a Lot, su esposa y dos hijas. "La esposa, al mirar hacia atrás, desoyendo la orden de Dios, se volvió una estatua de sal.

¡Cómo tuvo Dios paciencia con la nación de los judíos mientras murmuraban con rebeldía, quebrantando todos los demás preceptos de la ley! El Señor declaró repetidamente que eran peor que paganos. Cada generación excedió a la precedente en culpa. El Señor permitió que fueran llevados en cautiverio, pero después de su liberación sus requerimientos fueron olvidados.

Todo lo que él confiaba a ese pueblo para que lo guardase como sagrado fue pervertido o dislocado por las intenciones de los hombres rebeldes. Cristo les dijo en sus días: "¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros hace la ley?" Y éstos son los hombres que se erigieron como jueces y censores de aquellos a quienes el Espíritu Santo estaba guiando para declarar la Palabra de Dios al pueblo. (Véase Juan 7: 19-23, 27, 28; Luc. 11: 37-52.)

jueves, 19 de agosto de 2010

"Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio"

Mediante Moisés, Jehová había dicho: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón.. . No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo".*

Las verdades que Cristo presentaba eran las mismas que habían enseñado los profetas, pero se habían oscurecido a causa de la dureza de los corazones y del amor al pecado.

Las palabras del Salvador revelaban a sus oyentes que, al condenar a otros como transgresores, ellos eran igualmente culpables, porque abrigaban malicia y odio.

Al otro lado del mar, frente al lugar en que estaban congregados, se extendía la tierra de Basán, una región solitaria cuyos empinados desfiladeros y colinas boscosas eran desde mucho tiempo antes el escondite favorito de toda clase de criminales.

La gente recordaba vívidamente las noticias de robos y asesinatos cometidos allí, y muchos denunciaban severamente a esos malhechores. Al mismo tiempo ellos mismos eran arrebatados y contenciosos; albergaban el odio más ciego hacia sus opresores romanos y se creían autorizados para aborrecer y despreciar a todos los demás pueblos, aun a sus compatriotas que no se conformaban a sus ideas en todas las cosas.

En todo esto violaban la ley que ordena: "No matarás".

El espíritu de odio y de venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios.


Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él".*


"Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio". En la dádiva de su Hijo para nuestra redención, Dios demostró cuánto valor atribuye a toda alma humana, y a nadie autoriza para hablar desdeñosamente de su semejante.

Veremos defectos y debilidades en los que nos rodean, pero Dios reclama cada alma como su propiedad, por derecho de creación, y dos veces suya por haberla comprado con la sangre preciosa de Cristo.

Todos fueron creados a su imagen, y debemos tratar aun a los más degradados con respeto y ternura. Dios nos hará responsables hasta de una sola palabra despectiva hacia un alma por la cual Cristo dio su vida.

"¿Quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" "¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae".*

"Cualquiera que le diga [a su hermano]: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". En el Antiguo Testamento la palabra fatuo se usa para describir a un apóstata o al que se entregó a la iniquidad. Dice Jesús que quienquiera que considere a su hermano como apóstata, o como despreciador de Dios, muestra que él mismo merece semejante condenación.


El mismo Cristo, cuando contendía con Satanás sobre el cuerpo de Moisés, "no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él". Si lo hubiera hecho, le habría dado una ventaja a Satanás, porque las acusaciones son armas del diablo. En las Sagradas Escrituras se lo llama "el acusador de nuestros hermanos". Jesús no empleó ninguno de los métodos de Satanás. L e respondió con. las palabras:

"El Señor te reprenda".*

Su ejemplo es para nosotros. Cuando nos vemos en conflicto con los enemigos de Cristo, no debemos hablar con espíritu de desquite, ni deben nuestras palabras asemejarse a una acusación burlona. El que vive como vocero de Dios no debe decir palabras que aun la Majestad de los cielos se negó a usar cuando contendía con Satanás. Debemos dejar a Dios la obra de juzgar y condenar.

La supremacia Papal en la era Cristiana moderna 3

Cristo no dio en su vida ningún ejemplo que autorice a los hombres y mujeres a encerrarse en monasterios so pretexto de prepararse para el cielo. Jamás enseñó que debían mutilarse los sentimientos de amor y simpatía. El corazón del Salvador rebosaba de amor. Cuanto más se acerca el hombre a la perfección moral, tanto más delicada es su sensibilidad, tanto más vivo su sentimiento del pecado y tanto más profunda su simpatía por los afligidos.

El papa dice ser el vicario de Cristo; ¿pero puede compararse su carácter con el de nuestro Salvador? ¿Vióse jamás a Cristo condenar hombres a la cárcel o al tormento porque se negaran a rendirle homenaje como Rey del cielo? ¿Acaso se le oyó condenar a muerte a los que no le aceptaban? Cuando fue menospreciado por los habitantes de un pueblo samaritano, el apóstol Juan se llenó de indignación y dijo: "Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, y los consuma, como hizo Elías?" Jesús miró a su discípulo con compasión y le reprendió por su aspereza, diciendo: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas." (S. Lucas 9: 54, 56.) ¡Cuán diferente del de su pretendido vicario es el espíritu manifestado por Cristo!

La iglesia católica le pone actualmente al mundo una cara apacible, y presenta disculpas por sus horribles crueldades. Se ha puesto vestiduras como las de Cristo; pero en realidad no ha cambiado. Todos los principios formulados por el papismo en edades pasadas subsisten en nuestros días. Las doctrinas inventadas en los siglos más tenebrosos siguen profesándose aún. Nadie se engañe. El papado que los protestantes están ahora tan dispuestos a honrar, es el mismo que gobernaba al mundo en tiempos de la Reforma, cuando se levantaron hombres de Dios con peligro de sus vidas para denunciar la iniquidad de él. El romanismo sostiene las mismas orgullosas pretensiones con que supo dominar sobre reyes y príncipes y arrogarse las prerrogativas de Dios. Su espíritu no es hoy menos cruel ni despótico que cuando destruía la libertad humana y mataba a los santos del Altísimo.

El papado es precisamente lo que la profecía declaró que sería: la apostasía de los postreros días. (2 Tesalonicenses 2:3, 4.) Forma parte de su política asumir el carácter que le permita realizar mejor sus fines; pero bajo la apariencia variable del camaleón oculta el mismo veneno de la serpiente. Declara: "No hay que guardar la palabra empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de herejía." -Lenfant, Histoire du Concile de Constance, tomo 1, pág. 493. ¿Será posible que este poder cuya historia se escribió durante mil años con la sangre de los santos, sea ahora reconocido como parte de la iglesia de Cristo?

No sin razón se ha asegurado que en los países protestantes el catolicismo no difiere ya tanto del protestantismo como antes. Se ha verificado un cambio; pero no es el papado el que ha cambiado. El catolicismo se parece mucho en verdad al protestantismo de hoy día debido a lo mucho que éste ha degenerado desde los días de los reformadores.

Mientras las iglesias protestantes han estado buscando el favor del mundo, una falsa caridad las ha cegado. Se figuran que es justo pensar bien de todo mal; y el resultado inevitable será que al fin pensarán mal de todo bien. En lugar de salir en defensa de la fe que fue dada antiguamente a los santos, no parecen sino disculparse ante Roma por haberla juzgado con tan poca caridad y pedirle perdón por la estrechez de miras que manifestaron.

Muchos, aun entre los que no favorecen al romanismo, se dan poca cuenta del peligro con que les amenaza el poder y la influencia de Roma. Insisten en que las tinieblas intelectuales y morales que prevalecían en la Edad Media favorecían la propagación de sus dogmas y supersticiones junto con la opresión, y que el mayor caudal de inteligencia de los tiempos modernos, la difusión general de conocimientos y la libertad siempre mayor en materia de religión, impiden el reavivamiento de la intolerancia y de la tiranía. Se ridiculiza la misma idea de que pudiera volver un estado de cosas semejante en nuestros tiempos de luces. Es verdad que sobre esta generación brilla mucha luz intelectual, moral y religiosa. De las páginas abiertas de la santa Palabra de Dios, ha brotado luz del cielo sobre la tierra. Pero no hay que olvidar que cuanto mayor sea la luz concedida, tanto más densas también son las tinieblas de aquellos que la pervierten o la rechazan.

Un estudio de la Biblia hecho con oración mostraría a los protestantes el verdadero carácter del papado y se lo haría aborrecer y rehuir; pero muchos son tan sabios en su propia opinión que no sienten ninguna necesidad de buscar humildemente a Dios para ser conducidos a la verdad. Aunque se enorgullecen de su ilustración, desconocen tanto las Sagradas Escrituras como el poder de Dios. Necesitan algo para calmar sus conciencias, y buscan lo que es menos espiritual y humillante. Lo que desean es un modo de olvidar a Dios, pero que parezca recordarlo. El papado responde perfectamente a las necesidades de todas esas personas. Es adecuado a dos clases de seres humanos que abarcan casi a todo el mundo: los que quisieran salvarse por sus méritos, y los que quisieran salvarse en sus pecados. Tal es el secreto de su poder.

Ha quedado probado cuánto favorecieron el éxito del papado los períodos de tinieblas intelectuales. También quedará demostrado que una época de grandes luces intelectuales es igualmente favorable a su triunfo. En otro tiempo, cuando los hombres no poseían la Palabra de Dios ni conocían la verdad, sus ojos estaban vendados y miles cayeron en la red que no veían tendida ante sus pies. En esta generación, son muchos aquellos cuyos ojos están ofuscados por el brillo de las especulaciones humanas, o sea por la "falsamente llamada ciencia;" no alcanzan a ver la red y caen en ella tan fácilmente como si tuviesen los ojos vendados. Dios dispuso que las facultades intelectuales del hombre fuesen consideradas como don de su Creador y que fuesen empleadas en provecho de la verdad y de la justicia; pero cuando se fomenta el orgullo y la ambición y los hombres exaltan sus propias teorías por encima de la Palabra de Dios, entonces la inteligencia puede causar mayor perjuicio que la ignorancia. Por esto, la falsa ciencia de nuestros días, que mina la fe en la Biblia, preparará tan seguramente el camino para el triunfo del papado con su formalismo agradable, como el obscurantismo lo preparó para su engrandecimiento en la Edad Media.

En los movimientos que se realizan actualmente en los Estados Unidos de Norteamérica para asegurar el apoyo del estado a las instituciones y prácticas de la iglesia, los protestantes están siguiendo las huellas de los papistas. Más aún, están abriendo la puerta para que el papado recobre en la América protestante la supremacía que perdió en el Viejo Mundo. Y lo que da más significado a esta tendencia es la circunstancia de que el objeto principal que se tiene en vista es imponer la iglesia catolica, institución que vio la luz en Roma y que el papado proclama como signo de su autoridad. Es el espíritu del papado, es decir, el espíritu de conformidad con las costumbres mundanas, la mayor veneración por las tradiciones humanas que por los mandamientos de Dios, el que está penetrando en las iglesias protestantes e induciéndolas a hacer la misma obra de exaltación del papado hizo antes que ellas.

miércoles, 18 de agosto de 2010

La Supremacia Papal en la era cristiana moderna 2

Una religión de ceremonias exteriores es propia para atraer al corazón irregenerado. La pompa y el ceremonial del culto católico ejercen un poder seductor, fascinador, que engaña a muchas personas, las cuales llegan a considerar a la iglesia romana como la verdadera puerta del cielo. Sólo pueden resistir su influencia los que pisan con pie firme en el fundamento de la verdad y cuyos corazones han sido regenerados por el Espíritu de Dios.


Millares de personas que no conocen por experiencia a Cristo, serán llevadas a aceptar las formas de una piedad sin poder. Semejante religión es, precisamente, lo que las multitudes desean.


El hecho de que la iglesia asevere tener el derecho de perdonar pecados induce a los romanistas a sentirse libres para pecar; y el mandamiento de la confesión sin la cual ella no otorga su perdón, tiende además a dar bríos al mal.


El que se arrodilla ante un hombre caído y le expone en la confesión los pensamientos y deseos secretos de su corazón, rebaja su dignidad y degrada todos los nobles instintos de su alma.


Al descubrir los pecados de su alma a un sacerdote -mortal desviado y pecador, y demasiado a menudo corrompido por el vino y la impureza- el hombre rebaja el nivel de su carácter y consecuentemente se corrompe.


La idea que tenía de Dios resulta envilecida a semejanza de la humanidad caída, pues el sacerdote hace el papel de representante de Dios. Esta confesión degradante de hombre a hombre es la fuente secreta de la cual ha brotado gran parte del mal que está corrompiendo al mundo y lo está preparando para la destrucción final.


Sin embargo, para todo aquel a quien le agrada satisfacer sus malas tendencias, es más fácil confesarse con un pobre mortal que abrir su alma a Dios. Es más grato a la naturaleza humana hacer penitencia que renunciar al pecado; es más fácil mortificar la carne usando cilicios, ortigas y cadenas desgarradoras que renunciar a los deseos carnales. Harto pesado es el yugo que el corazón carnal está dispuesto a cargar antes de doblegarse al yugo de Cristo.


Hay una semejanza sorprendente entre la iglesia de Roma y la iglesia judaica del tiempo del primer advenimiento de Cristo. Mientras los judíos pisoteaban secretamente todos los principios de la ley de Dios, en lo exterior eran estrictamente rigurosos en la observancia de los preceptos de ella, recargándola con exacciones y tradiciones que hacían difícil y pesado el cumplir con ella.


Así como los judíos profesaban reverenciar la ley, así también los romanistas dicen reverenciar la cruz. Exaltan el símbolo de los sufrimientos de Cristo, al par que niegan con sus vidas a Aquel a quien ese símbolo representa.


Los papistas colocan la cruz sobre sus iglesias, sobre sus altares y sobre sus vestiduras. Por todas partes se ve la insignia de la cruz. Por todas partes se la honra y exalta exteriormente. Pero las enseñanzas de Cristo están sepultadas bajo un montón de tradiciones absurdas, interpretaciones falsas y exacciones rigurosas. Las palabras del Salvador respecto a los judíos hipócritas se aplican con mayor razón aún a los jefes de la iglesia católica romana: "Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos mismos no quieren moverlas con un dedo suyo." (S. Mateo 23: 4,)


Almas concienzudas quedan presa constante del terror, temiendo la ira de un Dios ofendido, mientras muchos de los dignatarios de la iglesia viven en el lujo y los placeres sensuales.


El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de los santos y la exaltación del papa son artificios de Satanás para alejar de Dios y de su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar su ruina, se esfuerza en distraer su atención del Único que puede asegurarles la salvación. Dirigirá las almas hacia cualquier objeto que pueda substituir a Aquel que dijo: "¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!" (S. Mateo 11: 28, )


Satanás se esfuerza siempre en presentar de un modo falso el carácter de Dios, la naturaleza del pecado y las verdaderas consecuencias que tendrá la gran controversia. Sus sofismas debilitan el sentimiento de obligación para con la ley divina y dan a los hombres libertad para pecar. Al mismo tiempo les hace aceptar falsas ideas acerca de Dios, de suerte que le miran con temor y odio más bien que con amor. Atribuye al Creador la crueldad inherente a su propio carácter, la incorpora en sistemas religiosos y le da expresión en diversas formas de culto.


Sucede así que las inteligencias de los hombres son cegadas y Satanás se vale de ellos como de sus agentes para hacer la guerra a Dios. Debido a conceptos erróneos de los atributos de Dios, las naciones paganas fueron inducidas a creer que los sacrificios humanos eran necesarios para asegurarse el favor divino; y perpetráronse horrendas crueldades bajo las diversas formas de la idolatría.


La iglesia católica romana, al unir las formas del paganismo con las del cristianismo, y al presentar el carácter de Dios bajo falsos colores, como lo presentaba el paganismo, recurrió a prácticas no menos crueles, horrorosas y repugnantes. En tiempo de la supremacía romana, había instrumentos de tortura para obligar a los hombres a aceptar sus doctrinas. Existía la hoguera para los que no querían hacer concesiones a sus exigencias. Hubo horribles matanzas de tal magnitud que nunca será conocida hasta que sea manifestada en el día del juicio.


Dignatarios de la iglesia, dirigidos por su maestro Satanás, se afanaban por idear nuevos refinamientos de tortura que hicieran padecer lo indecible sin poner término a la vida de la víctima. En muchos casos el proceso infernal se repetía hasta los límites extremos de la resistencia humana, de manera que la naturaleza quedaba rendida y la víctima suspiraba por la muerte como por dulce alivio.


Tal era la suerte de los adversarios de Roma. Para sus adherentes disponía de la disciplina del azote, del tormento del hambre y de la sed, y de las mortificaciones corporales más lastimeras que se puedan imaginar. Para asegurarse el favor del cielo, los penitentes violaban las leyes de Dios al violar las leyes de la naturaleza.


Se les enseñaba a disolver los lazos que Dios instituyó para bendecir y amenizar la estada del hombre en la tierra. Los cementerios encierran millones de víctimas que se pasaron la vida luchando en vano para dominar los afectos naturales, para refrenar como ofensivos a Dios todo pensamiento y sentimiento de simpatía hacia sus semejantes.


Si deseamos comprender la resuelta crueldad de Satanás, manifestada en el curso de los siglos, no entre los que jamás oyeron hablar de Dios, sino en el corazón mismo de la cristiandad y por toda su extensión, no tenemos más que echar una mirada en la historia del romanismo. Por medio de ese gigantesco sistema de engaño, el príncipe del mal consigue su objeto de deshonrar a Dios y de hacer al hombre miserable.


Y si consideramos lo bien que logra enmascararse y hacer su obra por medio de los jefes de la iglesia, nos daremos mejor cuenta del motivo de su antipatía por la Biblia. Siempre que sea leído este libro, la misericordia y el amor de Dios saltarán a la vista, y se echará de ver que Dios no impone a los hombres ninguna de aquellas pesadas cargas. Todo lo que él pide es un corazón contrito y un espíritu humilde y obediente.

martes, 17 de agosto de 2010

Dos hermanos bajo prueba despues de la caida

CAÍN y Abel, los hijos de Adán, eran muy distintos en carácter. Abel poseía un espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y aceptaba agradecido la esperanza de la redención. Pero Caín abrigaba sentimientos de rebelión y murmuraba contra Dios, a causa de la maldición pronunciada sobre la tierra y sobre la raza humana por el pecado de Adán. Permitió que su mente se encauzara en la misma dirección que los pensamientos que hicieron caer a Satanás, quien había alentado el deseo de ensalzarse y puesto en tela de juicio la justicia y autoridad divinas.

Estos hermanos fueron probados, como lo había sido Adán antes que ellos, para comprobar si habrían de creer y obedecer las palabras de Dios. Conocían el medio provisto para salvar al hombre, y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado. Sabían que mediante esas ofrendas podían expresar su fe en el Salvador a quien éstas representaban, y al mismo tiempo reconocer su completa dependencia de él para obtener perdón; y sabían que sometiéndose así al plan divino para su redención, demostraban su obediencia a la voluntad de Dios. Sin derramamiento de sangre no podía haber perdón del pecado; y ellos habían de mostrar su fe en la sangre de Cristo como la expiación prometida ofreciendo en sacrificio las primicias del ganado. Además de esto, debían presentar al Señor los primeros frutos de la tierra, como ofrenda de agradecimiento.

Los dos hermanos levantaron altares semejantes, y cada uno de ellos trajo una ofrenda. Abel presentó un sacrificio de su ganado, conforme a las instrucciones del Señor. "Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda."(Gén. 4: 4.) Descendió fuego del cielo y consumió la víctima.

Pero Caín, desobedeciendo el directo y expreso mandamiento del Señor, presentó sólo una ofrenda de frutos. No hubo señal del cielo de que este sacrificio fuera aceptado. Abel rogó a su hermano que se acercase a Dios en la forma que él había ordenado; pero sus súplicas crearon en Caín mayor obstinación para seguir su propia voluntad. Como era el mayor, no le parecía propio que le amonestase su hermano, y desdeñó su consejo.

Caín se presentó a Dios con murmuración e incredulidad en el corazón tocante al sacrificio prometido y a la necesidad de las ofrendas expiatorias. Su ofrenda no expresó arrepentimiento del pecado. Creía, como muchos creen ahora, que seguir exactamente el plan indicado por Dios y confiar enteramente en el sacrificio del Salvador prometido para obtener salvación, sería una muestra de debilidad. Prefirió depender de si mismo. Se presentó confiando en sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para conseguir la aprobación divina. Caín obedeció al construir el altar, obedeció al traer una ofrenda; pero rindió una obediencia sólo parcial. Omitió lo esencial, el reconocimiento de que necesitaba un Salvador.

En lo que se refiere al nacimiento y a la educación religiosa, estos hermanos eran iguales. Ambos eran pecadores, y ambos reconocían que Dios demandaba reverencia y adoración. En su apariencia exterior, su religión era la misma hasta cierto punto; pero más allá de esto, la diferencia entre los dos era grande.

"Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín." (Heb. 11: 4.) Abel comprendía los grandes principios de la redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su pena de muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la vida sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada.

Caín tuvo la misma oportunidad que Abel para aprender y aceptar estas verdades. No fue víctima de un propósito arbitrario. No fue elegido un hermano para ser aceptado y el otro para ser desechado. Abel eligió la fe y la obediencia; Caín, en cambio, escogió la incredulidad y la rebelión. Todo dependió de esta elección.

Caín y Abel representan dos clases de personas que existirán en el mundo hasta el fin del tiempo. Una clase se acoge al sacrificio indicado; la otra se aventura a depender de sus propios méritos; el sacrificio de éstos no posee la virtud de la divina intervención y, por lo tanto, no puede llevar al hombre al favor de Dios. Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina gracia, están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre purificadora, están bajo condenación. No hay otro medio por el cual puedan ser librados del dominio del pecado.

La clase de adoradores que sigue el ejemplo de Caín abarca la mayor parte del mundo; pues casi todas las religiones falsas se basan en el mismo principio, a saber que el hombre puede depender de sus propios esfuerzos para salvarse.

Afirman algunos que la humanidad no necesita redención, sino desarrollo, y que ella puede refinarse, elevarse y regenerarse por sí misma. Como Caín pensó lograr el favor divino mediante una ofrenda que carecía de la sangre del sacrificio, así obran los que esperan elevar a la humanidad a la altura del ideal divino sin valerse del sacrificio expiatorio. La historia de Caín demuestra cuál será el resultado de esta teoría. Demuestra lo que será el hombre sin Cristo. La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza. "En ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hech. 4: 12).

La verdadera fe, que descansa plenamente en Cristo, se manifestará mediante la obediencia a todos los requerimientos de Dios. Desde los días de Adán hasta el presente, el motivo del gran conflicto ha sido la obediencia a la ley de Dios. En todo tiempo hubo individuos que pretendían el favor de Dios, aun cuando menospreciaban algunos de sus mandamientos. Pero las Escrituras declaran "que la fe fue perfecta por las obras," y que sin las obras de la obediencia, la fe "es muerta." "El que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él." (Sant. 2: 22, 17; 1 Juan 2:4.)

Cuando Caín vio que su ofrenda era desechada, se enfureció contra el Señor y contra Abel; se disgustó porque Dios no aceptaba el sacrificio con que el hombre substituía al que había sido ordenado divinamente, y se disgustó con su hermano porque éste había decidido obedecer a Dios en vez de unírsele en la rebelión contra él. A pesar de que Caín despreció el divino mandamiento, Dios no le abandonó a sus propias fuerzas; sino que condescendió en razonar con el hombre que se había mostrado tan obstinado. Y el Señor dijo a Caín"¿Por qué te has ensañado, y por qué se ha inmutado tu rostro?" Por medio de un ángel se le hizo llegar la divina amonestación: "Si bien hicieres, ¿no serás ensalzado? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta." (Gén, 4: 6, 7.) Tocaba a Caín escoger. Si confiaba en los méritos del Salvador prometido, y obedecía los requerimientos de Dios, gozaría su favor. Pero si persistía en su incredulidad y transgresión, no tendría fundamento para quejarse al ser rechazado por el Señor.

Pero en lugar de reconocer su pecado, Caín siguió quejándose de la injusticia de Dios, y abrigando envidia y odio contra Abel. Censuró violentamente a su hermano y trató de arrastrarlo a una disputa acerca del trato de Dios con ellos. Con mansedumbre, pero valiente y firmemente, Abel defendió la justicia y la bondad de Dios. Indicó a Caín su error, y trató de convencerle de que el mal estaba en él. Le recordó la infinita misericordia de Dios al perdonar la vida a sus padres cuando pudo haberlos castigado con la muerte instantánea, e insistió en que Dios realmente los amaba, pues de otra manera no entregaría a su Hijo, santo e inocente, para que sufriera el castigo que ellos merecían.

Todo esto aumentó la ira de Caín. La razón y la conciencia le decían que Abel estaba en lo cierto; pero se enfurecía al ver que quien solía aceptar su consejo osaba ahora disentir con él, y al ver que no lograba despertar simpatía hacia su rebelión. En la furia de su pasión, dio muerte a su hermano.

Caín odio y mató a su hermano, no porque Abel le hubiese causado algún mal, sino "porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas." (1 Juan 3: 12.) Asimismo odiaron los impíos en todo tiempo a los que eran mejores que ellos. La vida de obediencia de Abel y su fe pronta para responder eran un perpetuo reproche para Caín. "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean redargüídas." (Juan 3: 20.) Cuanto más clara sea la luz celestial reflejada por el carácter de los fieles siervos de Dios, tanto más a lo vivo quedan revelados los pecados de los impíos, y tanto más firmes serán los esfuerzos que harán por destruir a los que turban su paz.

La muerte de Abel fue el primer ejemplo de la enemistad que Dios predijo que existiría entre la serpiente y la simiente de la mujer; entre Satanás y sus súbditos, y Cristo y sus seguidores. Mediante el pecado del hombre, Satanás había obtenido el dominio de la raza humana, pero Cristo habilitaría al hombre para librarse de su yugo. Siempre que por la fe en el Cordero de Dios, un alma renuncie a servir al pecado, se enciende la ira de Satanás. La vida santa de Abel desmentía el aserto de Satanás de que es imposible para el hombre guardar la ley de Dios.

Cuando Caín, movido por el espíritu malo, vio que no podía dominar a Abel, se enfureció tanto que le quitó la vida. Y dondequiera haya quienes se levanten para vindicar la justicia de la ley de Dios, el mismo espíritu se manifestará contra ellos. Es el espíritu que a través de las edades ha levantado la estaca y encendido la hoguera para los discípulos de Cristo.

Pero las crueldades perpetradas contra ellos son instigadas por Satanás y su hueste porque no pueden obligarlos a que se sometan a su dominio. Es la ira de un enemigo vencido. Todo mártir de Jesús murió vencedor. El profeta dice: "Ellos le han vencido ["la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás"] por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio; y no han amado sus vidas hasta la muerte."(Apoc. 12: 11, 9.)

El fratricida Caín tuvo pronto que rendir cuenta por su delito. "Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?" Caín se había envilecido tanto en el pecado que había perdido la noción de la continua presencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así, recurrió a la mentira para ocultar su culpa.

Nuevamente el Señor dijo a Caín: "¿Que has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra." Dios había dado a Caín una oportunidad para que confesara su pecado. Había tenido tiempo para reflexionar. Conocía la enormidad de la acción que había cometido y de la mentira de que se había valido para esconder su crimen; pero seguía aún en su rebeldía, y la sentencia no se hizo esperar. La voz divina que antes se había oído en tono de súplica y amonestación pronunció las terribles palabras: "Ahora pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano: Cuando labrares la tierra, no te volverá a dar su fuerza: errante y extranjero serás en la tierra." (Gén. 4: 9- 12.)

Aunque Caín merecía la sentencia de muerte por sus crímenes, el misericordioso Creador le perdonó la vida y le dio oportunidad para arrepentirse. Pero Caín vivió sólo para endurecer su corazón, para alentar la rebelión contra la divina autoridad, y para convertirse en jefe de un linaje de osados y réprobos pecadores. Este apóstata, dirigido por Satanás, llegó a ser un tentador para otros; y su ejemplo e influencia hicieron sentir su fuerza desmoralizadora, hasta que la tierra llegó a estar tan corrompida y llena de violencia que fue necesario destruirla.

Al perdonar la vida al primer asesino, Dios dio al universo entero una lección concerniente al gran conflicto. La sombría historia de Caín y sus descendientes demostró cuál hubiera sido el resultado si se hubiera permitido que el pecador viviera para siempre, y continuara en su rebelión contra Dios. La paciencia de Dios sólo inducía a los impíos a ser mas osados y provocadores en su iniquidad.
Quince siglos después de dictarse la sentencia contra Caín el universo vio cómo fructificaban su influencia y su ejemplo en el crimen y la corrupción que inundaron la tierra. Se puso en claro que la sentencia de muerte pronunciada contra la raza caída por la transgresión de la ley de Dios, era a la vez justa y misericordioso. Cuanto más tiempo vivían los hombres en el pecado, tanto más réprobos se tornaban. La sentencia divina que acortaba una carrera de iniquidad desenfrenada, y que libertaba al mundo de la influencia de los que se habían endurecido en la rebelión, fue una bendición más bien que una maldición.

Satanás obra constantemente, con intensa energía y bajo miles de disfraces, para desfigurar el carácter y el gobierno de Dios. Con planes abarcantes y bien organizados y con maravilloso poder, trabaja por mantener engañados a los habitantes del mundo. Dios, el Ser infinito y omnisciente, se ve el fin desde el principio, y al hacer frente al mal trazó planes extensos y de gran alcance. Se propuso no sólo aplastar la rebelión, sino también demostrar a todo el universo la naturaleza de ésta. El plan de Dios se iba desarrollando y a la vez que revelaba su justicia y su misericordia, vindicaba plenamente su sabiduría y equidad en su trato con el mal.

Los santos habitantes de los otros mundos observaban con profundo interés los acontecimientos que ocurrían en la tierra. En las condiciones que prevalecieron en el mundo antediluviano vieron ilustradas las consecuencias de la administración que Lucifer había tratado de establecer en el cielo, al rechazar la autoridad de Cristo y al desechar la ley de Dios.

En aquellos despóticos pecadores antediluvianos veían los súbditos sobre los cuales Satanás ejercía dominio. "Todo designio de los pensamientos del corazón de ello! era de continuo solamente el mal." (Gén. 6:5). Toda emoción, todo impulso y toda imaginación estaban en pugna con los divinos principios de pureza, paz y amor. Era un ejemplo de la terrible depravación resultante del procedimiento seguido por Satanás para quitar a las criaturas de Dios la restricción de su santa ley.

Mediante el desarrollo del gran conflicto, Dios demostrará los principios de su gobierno, los cuales han sido falseados por Satanás y por todos los que él ha engañado. La justicia de Dios será finalmente reconocida por todo el mundo, aunque tal reconocimiento se hará demasiado tarde para salvar a los rebeldes. Dios tiene la simpatía y la aprobación del universo entero a medida que paso a paso su plan progresa hacia su pleno cumplimiento. El lo cumplirá hasta la final extirpación de la rebelión. Se verá que todos los que desecharon los divinos preceptos se colocaron del lado de Satanás en guerra contra Cristo. Cuando el príncipe de este mundo sea juzgado, y todos los que se unieron con él compartan su destino, el universo entero testificará así acerca de la sentencia: "Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos." (Apoc. 15: 3.)