sábado, 2 de junio de 2012

TERMINANDO CON EL PASADO


TERMINAR CON EL PASADO
A continuación examinaremos cómo puede uno ponerle fin a su pasado después de haber creído en el Señor. Aun después de creer, uno todavía arrastra consigo muchas cosas de su pasado. ¿Cómo debe uno entonces, ponerle fin a dichas cosas?

I. LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA ESTÁ INVOLUCRADA CON LO QUE HACEMOS DESPUÉS DE RECIBIR LA SALVACIÓN

Toda la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, pero especialmente en el Nuevo Testamento, nos muestra que Dios no le da tanta importancia a lo que hicimos antes de creer en el Señor. Podemos buscar desde Mateo 1 hasta Apocalipsis 22 sin encontrar ni un solo versículo que nos indique cómo los creyentes deben ponerle fin a su pasado. Incluso las epístolas, las cuales tocan el tema de los delitos que cometimos en el pasado, nos muestran principalmente lo que debemos hacer a partir del momento en que hemos sido salvos, y no lo que debemos hacer con nuestro pasado. Aunque los libros de Efesios, Colosenses y 1 Tesalonicenses sí mencionan el pasado, no obstante, no nos dicen cómo ponerle fin, sino que sólo nos dicen cómo debemos proseguir.

Usted recordará que algunos le preguntaron a Juan el Bautista: “¿Qué pues haremos?”. Juan les contestó: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene alimentos, haga lo mismo”. Él no hizo referencia al pasado sino al futuro. Ciertos recaudadores de impuestos también le hicieron la misma pregunta, y él les contestó: “No exijáis más de lo que os está ordenado”. Asimismo, algunos soldados les preguntaron: “¿Qué haremos?”. Y Juan les respondió a los soldados: “No hagáis extorsión a nadie, ni toméis nada mediante falsa acusación; y contentaos con vuestro salario” (Lc. 3:10-14). Esto muestra que Juan el Bautista, al predicar el arrepentimiento, hacía hincapié en lo que debemos hacer desde el momento de nuestra salvación en adelante y no en lo que debemos hacer con respecto a nuestro pasado.

Examinemos también las epístolas de Pablo. En ellas, Pablo siempre hizo hincapié en lo que debemos hacer en el futuro, pues todo nuestro pasado ha sido cubierto por la sangre preciosa de Cristo. Si erramos aunque sea un poco en este asunto, corromperemos el evangelio; es decir, estaremos corrompiendo el camino del Señor, o sea, la manera en que debemos arrepentirnos y la manera de efectuar restitución. Esto es algo muy delicado.

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os desviéis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos” (1 Co. 6:9-11a). Aquí Pablo habla de la conducta que los creyentes tenían en el pasado, pero no les dice qué deben hacer respecto de lo que hicieron en el pasado. 

Simplemente les dice: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios” (v. 11b). Estos versículos no hacen hincapié en lo que debemos hacer respecto de nuestro pasado, pues tenemos un Salvador que ya puso fin a nuestro pasado. Hoy, lo fundamental estriba en lo que debemos hacer de ahora en adelante. Una persona salva ya ha sido lavada, santificada y justificada.

“Y vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros nos conducíamos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás; pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef. 2:1-5). En estos versículos no se nos dicen cómo ponerle fin a las prácticas de la carne. Solo hay una terminación. Nuestro Señor puso fin a todo ello por nosotros, basándose en el gran amor con el que Dios nos amó y en Su rica misericordia.

Dice Efesios 4:17-24, refiriéndose también a nuestra condición en el pasado: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza ... que en cuanto a la pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se va corrompiendo conforme a las pasiones del engaño, y os renovéis en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la realidad”.

“Por lo cual, desechando la mentira” (v. 25a). Aquí se hace referencia a nuestro futuro; pues no se nos indica qué hacer con respecto a nuestra falsedad pasada, sino que, de ahora en adelante, no debemos seguir practicándola. “Hablad verdad cada uno con su prójimo ... airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestra indignación, ni deis lugar al diablo” (vs. 25b-27). Estos versículos tampoco se refieren al pasado, sino al futuro. “El que hurta, no hurte más” (v. 28a). Pablo no dijo que el que hurtaba debía devolver lo que había hurtado, pues estaba haciendo hincapié en el futuro del creyente. Lo que uno ha hurtado en el pasado pertenece a otro tema. “Sino fatíguese trabajando con sus propias manos en algo decente ... Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios ... Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (vs. 28b-31).

“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias” (5:3-4). Estos versículos también denotan el mismo principio. En ellos se alude a lo que debemos evitar después de haber creído en el Señor. No dicen nada con respecto a cómo ponerle término a lo que hicimos antes de creer en el Señor.

Después de leer las epístolas, descubrimos una verdad maravillosa: Dios sólo tiene en cuenta lo que la persona debe hacer después de creer en el Señor, no lo que hizo en el pasado. Dios no nos dice qué debemos hacer con respecto a ello. Este es un principio básico.

Muchas personas se encuentran en cautiverio porque han aceptado un evangelio equivocado, el cual hace demasiado hincapié en el pasado del creyente. Con esto no quiero decir que no necesitamos tomar medidas acerca de nuestro pasado. Hay ciertas cosas pertenecientes a nuestro pasado a las que tenemos que ponerles fin, no obstante, ello no constituye el fundamento para seguir adelante. Dios siempre dirige nuestra atención al hecho de que los pecados que cometimos en el pasado están bajo la sangre de Jesús, y que ya fuimos completamente perdonados y somos salvos, porque el Señor Jesús murió por nosotros. 

Nuestra salvación no depende de las rectificaciones que hayamos hecho con respecto a lo que hicimos en el pasado. Los hombres nos son salvos por arrepentirse de sus maldades cometidas en el pasado así como tampoco son salvos por las buenas acciones que realizaron en el pasado, sino que son salvos por medio de la salvación lograda por el Señor Jesús en la cruz. Debemos retener firme este fundamento.

II. ALGUNOS EJEMPLOS EN EL NUEVO TESTAMENTO DE CÓMO TERMINAR NUESTRO PASADO

Entonces, ¿qué debemos hacer con respecto a lo que hicimos en el pasado? He dedicado mucho tiempo a leer el Nuevo Testamento, tratando de encontrar respuesta a cómo ponerle término a nuestro pasado después de que hemos creído en el Señor Jesús. Sin embargo, sólo he encontrado algunos pasajes muy breves en los que se toca este tema, los cuales no son enseñanzas sino ejemplos.

A. Se debe eliminar completamente todo lo relacionado con los ídolos

En 1 Tesalonicenses 1:9 se nos dice: “Os volvisteis de los ídolos a Dios”. Cuando una persona cree en el Señor, tiene que desechar todos los ídolos. Por favor, recuerden que nosotros somos el templo del Espíritu Santo. ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Incluso el apóstol Juan, dirigiéndose a los creyentes, dijo: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn. 5:21). Así pues, este no es un asunto sencillo como algunos pueden creer.

Debemos tener siempre presente que Dios prohíbe que el hombre se haga imágenes. No debemos pensar que algo hecho por el hombre pueda tener vida, porque en el momento que tengamos tal pensamiento, ese objeto se convertirá en un ídolo para nosotros. Los ídolos no significan nada, pero si creemos que poseen vida, caeremos en el error. Por eso Dios prohíbe adorar tales cosas. Dios prohíbe incluso la más leve inclinación de nuestro corazón hacia tales cosas. Uno de los diez mandamientos prohíbe hacerse ídolos (Dt. 5:8).

En Deuteronomio 12:30 dice: “Guárdate ... no sea que vayas en busca de sus dioses, diciendo: ¿De qué manera servían aquellas naciones a sus dioses?”. Esto nos muestra que no debemos ni siquiera averiguar de qué manera los gentiles adoran a sus dioses. A los curiosos les gusta estudiar la manera en que las naciones adoran y sirven a sus dioses. Pero Dios nos prohíbe hacer tal cosa, porque si lo hacemos, terminaremos adorando ídolos. Por tanto, también nos está prohibido ser aquellas personas que sienten curiosidad al respecto.

En 2 Corintios 6:16 dice: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?”. El significado de este versículo es bastante obvio. Los cristianos no deben visitar los templos. Aunque sí hay excepciones a ello, como cuando una persona se extravía en un lugar desértico y necesita un refugio durante la noche, y lo único que halla es un templo. Pero por lo general, los creyentes no deben visitar esos lugares. Esto es porque 2 Corintios 6:16 establece claramente que nosotros somos el templo del Dios viviente y que no hay acuerdo posible entre el templo del Dios viviente y los ídolos. A menos que uno se vea obligado por alguna circunstancia especial, no es aconsejable acercarse a un templo y menos aún ir a visitarlo. Juan dice: “Hijitos, guardaos de los ídolos”, lo cual significa que nos mantengamos lejos de ellos.

Salmos 16:4 dice: “Ni en mis labios tomaré sus nombres”. Debemos ser muy cuidadosos y evitar nombrar los ídolos aun en el púlpito, a menos que necesitemos dar un ejemplo. No debemos ser supersticiosos, ni tener temor a la desgracia que nos pueda sobrevenir, ni tampoco considerar tabú ciertas palabras o asociación de ideas. Muchos creyentes todavía prestan atención a la adivinación de la fortuna, a la lectura de rasgos faciales y la predicción del futuro. Todo lo que tenga que ver con la adivinación y el horóscopo está prohibido. 

Debemos poner fin a todo aquello que esté en la esfera de la idolatría. Debemos deshacer completamente todo vínculo que tengamos con los ídolos.

El creyente debe renunciar a sus ídolos desde el momento en que es salvo. Ya no debe mencionar los nombres de los ídolos ni debe involucrarse en actividades de adivinación, ni visitar templo alguno. No debemos adorar ninguna imagen, porque hasta el pensamiento de hacerlo nos está prohibido. Tampoco debemos indagar acerca de la manera en que las religiones adoran a sus ídolos. Todas estas cosas pertenecen al pasado y debemos desecharlas. Todo objeto relacionado con este tipo de cosas debe ser destruido, ni siquiera debemos tratar de venderlo. 

Tales cosas tienen que ser destruidas, exterminadas y extirpadas por completo. Espero que ninguno de los nuevos creyentes tome este asunto a la ligera. Por el contrario, deben ser muy cuidadosos al respecto, ya que Dios es extremadamente celoso en cuanto a los ídolos.

Si usted no toma la determinación de poner fin a los ídolos ahora, le será muy difícil escapar del mayor ídolo que se presentará en la tierra en el futuro. Indudablemente, no debemos adorar ningún ídolo de barro ni de madera, pero aun si tuviese vida, tampoco debemos adorarlo. Hay ídolos vivientes, y uno de ellos es el hombre de iniquidad (2 Ts. 2:3). Recordemos que no podemos adorar ídolos, debemos rechazarlos todos, incluyendo las imágenes del Señor Jesús y de María.

Debemos ser exhaustivos al darle fin a este asunto de manera definitiva y completa. De otro modo, seremos engañados y seguiremos el camino equivocado. Nosotros no servimos en la carne sino en el espíritu. Dios busca personas que le sirvan en espíritu, no en la carne. Dios es espíritu, no una imagen. Si todos los hermanos y hermanas prestan atención a esto, no caerán en las manos del catolicismo romano en el futuro. Un día el anticristo vendrá y el poder que ejercerá el catolicismo romano será enorme.

La Biblia nos enseña que lo primero que debemos hacer para poner fin al pasado es desechar y repudiar todos los ídolos, y esperar la venida del Hijo de Dios. No debemos ni siquiera guardar retratos de Jesús, ya que esos retratos en realidad no son Él y carecen del menor valor. En los museos de Roma hay más de dos mil diferentes imágenes del Señor Jesús, y todas ellas reflejan la imaginación de los artistas. En algunos países hay artistas que buscan personas que, según su opinión, se conforman a la idea que ellos tienen de Jesús. 

Estos artistas contratan a estas personas para que posen para ellos con el fin de dibujar retratos de Jesús. Esto es una blasfemia. Nuestro Dios es un Dios celoso y no tolera tal cosa entre nosotros. No debemos tolerar entre nosotros ninguna clase de superstición. Hay quienes les gusta decir: “Hoy no es un buen día, son malos presagios”. Tales comentarios proceden directamente del infierno. Los hijos de Dios deben extirpar tales pensamientos por completo desde el primer día de su vida cristiana y deben eliminarlos por completo. No debemos tolerar entre nosotros nada que tenga el sabor de la idolatría.

B. Se debe eliminar todo objeto impropio
“Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata” (Hch. 19:19). Este versículo menciona ciertos objetos que los nuevos creyentes también deben repudiar y desechar de en medio de ellos.

Estos versículos no constituyen expresamente una orden o una enseñanza, sino que dan testimonio de los resultados que tiene la operación del Espíritu Santo. El Espíritu Santo operó en los recién convertidos de una manera tan prevaleciente que los nuevos creyentes efesios sacaron todos los libros impropios que poseían. Se nos dice que el valor de esos libros ascendía a “cincuenta mil piezas de plata”, lo cual es una suma bastante significativa. Ellos no vendieron sus libros para dar el dinero a la iglesia, sino que los quemaron. Si Judas hubiera estado presente, lo más probable es que no lo habría permitido, porque el valor de esos libros superaba las treinta piezas de plata, y este dinero podría haberse sido dado a los pobres; pero el Señor estaba contento de que se hubieran quemado.

Además de los objetos mencionados anteriormente hay muchos otros que pueden ser considerados impropios y que debemos eliminar. Es obvio que algunos de ellos son pecaminosos. Algunos ejemplos son los objetos utilizados en juegos de azar así como los libros e ilustraciones de carácter obsceno e impropio. Estas cosas deben ser quemadas, deben ser destruidas. Quizás habrá artículos de lujo u otros objetos de gratificación que no se pueden quemar pero que, de todos modos, deben ser eliminados. Sin embargo, el principio general para destruir estos objetos es quemarlos.

Después de que una persona haya creído en el Señor, debe ir a su casa y revisar minuciosamente sus pertenencias, ya que en la casa de los incrédulos siempre habrá objetos vinculados al pecado. Tal vez dicha persona posea artículos que no son adecuados para los santos. Los objetos relacionados al pecado no se deben vender; sino que tienen que ser quemados y destruidos. Los artículos de lujo deben ser cambiados o alterados, y si no es posible, hay que venderlos.

La ropa del leproso, según se ve en Levítico 13 y 14, es un buen ejemplo. Aquellas vestiduras en las cuales la lepra se había extendido y no podían ser lavadas, debían quemarse. Sin embargo, las que sí se podían lavar, debían ser lavadas para usarse de nuevo. Si el estilo de nuestros vestidos no es muy decente, los podemos modificar. Por ejemplo, algunos que son demasiado cortos, los podemos alargar; otros que son muy llamativos, los podemos hacer menos vistosos. Sin embargo, hay algunos objetos que no podemos recobrar porque tienen el elemento del pecado, por tanto, los tenemos que quemar. Así que aquellos objetos que podemos vender, los vendemos y el dinero de esa venta debemos darlo a los pobres.

Se debe eliminar todo lo indecente. Si todo nuevo creyente revisa sus pertenencias concienzudamente, tendrá un buen comienzo. Los objetos supersticiosos deben ser quemados. Otros objetos pueden ser alterados o vendidos después de haber sido alterados. Una vez que aprendamos esta lección, no la olvidaremos por el resto de nuestros días. Debemos darnos cuenta de que ser un cristiano es algo muy práctico; no consiste sólo en ir a “la iglesia” a escuchar sermones.

C. Debemos pagar nuestras deudas

“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lc. 19:8). Zaqueo hizo esto no como reacción a alguna enseñanza doctrinal, sino en respuesta a la operación del Espíritu Santo en su ser. Si no hubiera sido así, él habría devuelto justamente lo que debía, ni más ni menos. Pero debido a que esto era fruto de la operación del Espíritu Santo, la suma de la compensación podía variar, podía haber sido un poco menos o un poco más. Zaqueo dijo: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. En realidad, devolver el doble habría sido más que suficiente. Por ejemplo, el principio fijado en el libro de Levítico determina que se debe añadir una quinta parte a la cantidad original. Así, por una deuda de mil dólares, se tendría que pagar mil doscientos dólares. Pero si el Espíritu del Señor le inspira a pagar más, él podrá pagar tanto como el Espíritu del Señor le ordene. 

Quizás uno sea inspirado a pagar cuatro veces o diez veces la cantidad que se retuvo. En este pasaje se nos habla únicamente del principio que nos debe regir. En este caso, al leer la Biblia tenemos que percatarnos de que no se nos está impartiendo una simple enseñanza; sino que se nos está mostrando el resultado que se produce cuando, como consecuencia de la operación del Espíritu Santo en el hombre, somos dirigidos por el Espíritu Santo.

Si antes de ser creyente, usted extorsionó, engañó, hurtó u obtuvo algo por medios deshonestos, ahora que el Señor opera en usted, tendrá que efectuar restitución de la manera más apropiada. Esto no se relaciona con el perdón de pecados que usted recibió del Señor, sino con su testimonio.

Supongamos que antes de ser salvo yo haya hurtado mil dólares y no haya resuelto el asunto. ¿Cómo podría, una vez que yo he recibido al Señor, predicar el evangelio a la persona de quien hurté? Mientras le predique, estará pensando en el dinero que yo le quité y que nunca le devolví. No hay duda alguna de que recibí el perdón de Dios; pero no tengo un testimonio apropiado delante de los hombres. No puedo decir: “Puesto que Dios ya me ha perdonado, no importa si devuelvo el dinero o no”. No, este asunto está relacionado con mi testimonio delante de los hombres.

Recordemos que Zaqueo, por causa de su testimonio, devolvió cuadruplicado lo que había hurtado. En aquella oportunidad toda la gente estaba murmurando: “¿Cómo puede posar el Señor en casa de un pecador que ha extorsionado y defraudado a tanta gente?”. Todos estaban indignados. Mientras la gente murmuraba así, Zaqueo se puso de pie y declaró: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. Efectuar esta restitución cuádruple no era un requisito para ser hijo de Abraham ni para que la salvación de Dios llegara a la casa de Zaqueo. Esta clase de restitución fue el resultado de esa salvación y de llegar a ser hijo de Abraham. La indemnización que hizo Zaqueo fue la base de su testimonio delante de los hombres.

Conocí a un hermano que antes de creer en el Señor era bastante deshonesto con respecto a sus finanzas y cuyos compañeros de colegio venían de familias pudientes. Después de creer en el Señor Jesús, él quiso traer a sus compañeros al Señor, pero desdichadamente no vio mucho fruto a pesar de que les predicaba con ahínco el evangelio. Sus compañeros pensaban para sí, ¿Qué es esto? ¿Dónde está el dinero?, puesto que delante de ellos su pasado aún no había sido resuelto debidamente. Este hermano no siguió el ejemplo de Zaqueo. Aunque todos sus pecados, delante de Dios, habían sido perdonados y todo conflicto pendiente había quedado resuelto, todavía quedaba por restituir el dinero que les debía. Antes de poder testificar, él tenía que confesar sus delitos del pasado y efectuar la restitución correspondiente. Así pues, la restauración de su testimonio dependía del esclarecimiento de su pasado.

Como mencioné anteriormente, Zaqueo no se convirtió en un hijo de Abraham por haber efectuado una restitución cuádruple. Tampoco obtuvo su salvación por haber devuelto cuatro veces más la cantidad de lo que debía. Más bien, él devolvió el cuádruple de lo que debía debido a que él era hijo de Abraham. Él restituyó el cuádruple de lo que debía debido a que había sido salvo. Al efectuar esta clase de restitución, él hizo callar a los que murmuraban. La gente ya no podía decir nada. Tal clase de restitución fue mucho más allá de lo que debía restituir e hizo callar a los que murmuraban en su contra restaurando así su testimonio delante de los hombres.

Hermanos y hermanas, ¿han cometido alguna injusticia en contra de alguien antes de convertirse en creyentes? ¿Deben algo a alguien? ¿Se han llevado algo que no les pertenece? ¿Han adquirido algo de una manera deshonesta? Si es así, deben enfrentarse a ello de una manera responsable. El arrepentimiento que corresponde a los cristianos implica la confesión de sus delitos pasados, a diferencia del arrepentimiento que experimentan los incrédulos, el cual únicamente implica corregir su conducta actual. Por ejemplo, si yo soy una persona que tiene mal genio, lo único que necesito hacer es refrenar mi ira; pero, por ser cristiano, además de refrenar mi mal genio, tengo que pedir perdón por haberme enojado.

 Además de contener mi ira delante de Dios, también tengo que disculparme con los demás por la manera cómo me solía comportar con ellos. Sólo entonces este asunto puede considerarse definitivamente resuelto.

Supongamos que en el pasado usted haya hurtado. Su problema queda resuelto ante Dios siempre y cuando no siga haciendo lo mismo; de la misma manera, si usted ha obtenido cosas que no le pertenecen, su problema queda solucionado una vez que deje de hacer eso. 

Sin embargo, ante los hombres esto no es suficiente, ya que aunque no haya hurtado en tres años, muchos todavía le considerarán un ladrón. Después de creer en el Señor, usted debe testificar ante otros, usted debe rectificar todos sus errores del pasado. Sólo así usted será reivindicado.

Pero aquí se nos presenta un problema. ¿Qué hacer si en el pasado hurtó diez mil dólares y ahora no tiene forma de devolverlos? En principio, se debe confesar este fraude a la persona perjudicada y decirle francamente que en este momento no le puede pagar. Independientemente de si usted puede pagar su deuda o no, usted debe confesar su culpa y dar testimonio ante la otra persona. Es importante que usted haga esta confesión lo más pronto posible, de lo contrario no podrá testificar ni ahora ni por el resto de su vida.

No se olviden que en el curso de mantener vuestro testimonio, es posible que se vean afectados por una serie de problemas personales. En tales circunstancias, usted no debe ignorar tales problemas, sino que tiene que enfrentarlos. Sólo podremos tener un buen testimonio ante los hombres cuando nos hayamos enfrentado responsablemente a tales problemas personales.

Algunos han cometido homicidio en el pasado. ¿Qué deben hacer ahora? En la Biblia encontramos dos homicidas que fueron salvos. Uno de ellos estuvo involucrado directamente, y el otro indirectamente. El primero fue el ladrón que fue crucificado con el Señor. Según el griego, allí la palabra traducida “ladrón”, no sólo significa uno que hurta, sino un criminal que comete actos de homicidio y destrucción. Este ladrón no sólo había robado, sino que había asesinado a personas. Después de creer en el Señor, sus pecados le fueron perdonados. La Biblia no dice cómo puso fin a su pasado. La otra persona fue Pablo. Él no estuvo involucrado directamente en ningún homicidio; sin embargo, consintió en la muerte de Esteban y guardó las ropas de los que le mataron. Después de que Pablo fue salvo, no se menciona cómo rectificó este asunto.

En principio, yo creo que cuando un asesino cree en el Señor, sus pecados quedan atrás. No hay un solo pecado que la sangre no pueda lavar. El ladrón no tuvo que hacer nada para enmendar su pasado. En realidad, aunque hubiese querido, no habría podido hacerlo porque el Señor le dijo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23:43). Por lo tanto, si nos encontramos con personas que atraviesan una situación parecida, no debiéramos aumentar su cargo de consciencia, a menos, por supuesto, que Dios mismo esté operando en sus corazones en tal sentido. Como podemos observar, en estos dos casos de homicidio en el Nuevo Testamento, Dios no prestó atención a la rectificación del pasado de estos dos hombres. Sin embargo, yo creo que algunos no tienen paz en sus conciencias, no porque pese sobre ellos acusaciones ordinarias, sino porque Dios está operando en ellos. En tales casos, no debemos prohibirles que expresen su arrepentimiento a la familia de la víctima.

D. En cuanto a resolver todo asunto pendiente

Cuando una persona se salva, ciertamente tendrá muchos asuntos mundanos pendientes, lo cual es muy posible que no le permitan seguir al Señor con entera libertad. ¿Qué debe hacer? “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt. 8:22). Este es otro caso bíblico en el que se pone fin al pasado. He aquí un hombre que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre” (v. 21). El Señor le respondió: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. La primera alusión a los muertos habla de quienes están muertos espiritualmente, mientras que la segunda se refiere al padre del que se acercó a Jesús. A los ojos de Dios, todos los que están en el mundo están muertos espiritualmente. El Señor le dijo a este hombre que debía seguirlo y dejar que los muertos enterraran a su padre.

Con esto no estoy instando a los nuevos creyentes a que no hagan los arreglos funerales de sus padres. Lo que estoy diciendo es que los muertos deben enterrar a sus propios muertos. Debemos hacer nuestro este principio. No debemos obsesionarnos por resolver todo asunto que quede pendiente en nuestras vidas. Si esperamos hasta haber resuelto completamente tales asuntos para sólo entonces hacernos cristianos, ¡jamás tendremos la oportunidad! Hay miles y miles de asuntos familiares y personales que no han sido resueltos todavía. ¿Quién, entonces, podría hacerse cristiano? Todos estos asuntos pendientes tienen un único principio subyacente, el cual puede describirse de una sola manera: están muertos; debemos dejar que los muertos entierren a sus muertos. ¡Debemos dejar que los que están espiritualmente muertos se encarguen de los asuntos de los muertos! Este es un principio que debemos seguir. No estamos instando a los nuevos creyentes a desatender a sus familias, sino a no esperar hasta haber arreglado todos sus asuntos terrenales para seguir al Señor. De otra manera, jamás podrán seguir al Señor.

Muchas personas desean primero resolver todos sus asuntos personales para entonces creer en el Señor; pero si hacen esto, nunca tendrán la oportunidad de
creer en Él. No debemos estar atados por los intereses que son propios de los muertos, más bien, debemos simplemente considerar que todos esos asuntos han sido resueltos. Si pretendemos resolverlos antes de seguir al Señor, jamás lo lograremos. Hay que poner término a todo aquello relacionado con ídolos, objetos obscenos e impropios y deudas pendientes. En cuanto a los demás asuntos menores que se hallan pendientes, ¡simplemente olvidémoslos!

Así pues, en relación con la actitud que los nuevos creyentes deben adoptar con respecto a su pasado, en la palabra de Dios únicamente podemos encontrar las cuatro categorías de cosas que acabamos de describir. En lo que se refiere a otros asuntos que puedan estar pendientes, debemos darlos por terminados. En lo que concierne a ciertas responsabilidades para con la familia, debemos dejar que los muertos entierren a sus muertos. Nosotros no tenemos tiempo para encargarnos de tales asuntos. Nosotros queremos seguir al Señor. Tales asuntos no son asuntos que nos corresponda resolver a nosotros, sino que debemos dejar que los muertos se encarguen de ello. Debemos dejar que los que están espiritualmente muertos se encarguen de tales asuntos.

PREGUNTA
Pregunta: ¿Si he ofendido a una persona, pero ésta no lo sabe, debo confesárselo?
Respuesta: Todo depende si la persona ha sufrido alguna pérdida material. Si ella está consciente de esa pérdida, usted debe resolver tal asunto siguiendo el ejemplo de Zaqueo. 

Aun si la persona no sabe nada acerca de la pérdida, usted debe decírselo, especialmente si se trata de una pérdida material. Lo mejor es tener comunión con la iglesia y dejar que los hermanos de más experiencia le ayuden a resolver tal asunto porque ellos saben lo que es más conveniente.

Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO Featuring W.N. Ministries


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