domingo, 2 de septiembre de 2012

EL SER HUMANO Y SUS PALABRAS!!


CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
NUESTRAS PALABRAS
I. LAS PALABRAS REVELAN EL CORAZÓN DE UNA PERSONA

El hablar de una persona ocupa gran parte de su vida, y de hecho, representa una parte crucial de su vida. El Señor Jesús dijo que de la abundancia del corazón habla la boca (Mt. 12:34). Mediante sus palabras, una persona expresa lo que está en su corazón, es decir, las cosas que tiene en su corazón. No es fácil conocer a una persona al sólo observar su conducta, pero es muy fácil conocer a alguien por medio de sus palabras. 

Con frecuencia, la conducta de un individuo puede causar una impresión o dar la concepción errónea de tal persona, e incluso provocar juicios equivocados acerca de ella; pero es fácil conocer a una persona por medio de sus palabras, debido a que nadie reprime o controla sus palabras con facilidad. De lo profundo del corazón del hombre habla su boca. El hombre habla de la abundancia de su corazón. Si con su boca una persona miente y engaña, esto quiere decir que en su corazón hay mentiras y engaño. Si una persona mantiene su boca cerrada, nos será difícil conocer su corazón, pero una vez que habla, su corazón será puesto al descubierto. 

Si una persona permanece callada, nadie podrá conocer su espíritu. Pero una vez que esta persona habla, otros podrán tocar su espíritu por medio de sus palabras, y se hará evidente en qué condición se encuentra tal persona delante de Dios. Después de haber creído en el Señor, tenemos que pasar por un entrenamiento fundamental en cuanto a la manera en que vivimos y hablamos. Debemos abandonar completamente nuestra antigua manera de vivir. Desde el día en que creímos, debemos comenzar todo de nuevo, lo cual incluye aun nuestra manera de hablar. Tenemos que atender a la manera en que hablamos y rendirle la debida consideración.

II. TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO A LA MENTIRA
Hay cuatro o cinco pasajes en la Palabra que nos indican cómo debe ser nuestro hablar.
Juan 8:44 dice: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.

Cuando el diablo habla mentira, de lo suyo habla. Él es un mentiroso. Más aún, él es el padre de los mentirosos. En este mundo no hay nada que abunde tanto como las mentiras. Satanás cuenta con tantos mentirosos como el número de gente que posee, pues tiene tantas personas hablando mentiras para él como la cantidad de súbditos que tiene bajo su mano. Satanás requiere de mentiras para poder establecer su reino y necesita mentiras para derribar la obra de Dios. 

Todo aquel que es nacido de Satanás es capaz de mentir y participa de la obra que consiste en mentir. Pero una vez que uno es salvo y se convierte en hijo de Dios, la primera lección que debe aprender delante de Dios, es la de tomar medidas con respecto a sus palabras. Debemos rechazar todas las mentiras. También debemos rechazar toda palabra inexacta, exagerada o distorsionada. Debemos rechazar tanto las mentiras que decimos deliberadamente como aquellas que decimos sin percatarnos. Los hijos de Dios deben desechar toda mentira. En tanto persista alguna mentira, Satanás tendrá una posición de donde atacarnos.

A. Las mentiras son algo común
Uno no sabe cuán bien miente, hasta que intenta rechazar toda mentira. Cuanto más se esfuerza por rechazar las mentiras, más se dará cuenta de lo bien que miente. Se dará cuenta, entonces, que mentir es la inclinación misma de su corazón. En este mundo circulan muchas más mentiras de las que nos imaginamos. 

Nunca sabremos cuánto mentimos hasta que nos propongamos desechar toda mentira. Si tratamos de rechazarlas, entonces tendremos una idea de la inmensa cantidad de mentiras que decimos. Hay demasiadas mentiras en el mundo y en nosotros mismos hay muchas mentiras. Es triste ver que incluso
entre los hijos de Dios parezca inevitable encontrar mentiras. 

¡Cuán lamentable es que las mentiras tengan cabida entre nosotros! La Palabra de Dios es seria y explícita. Todo aquel que miente es un hijo del diablo, y el diablo es el padre de los mentirosos. No hay nada más lamentable en este mundo que el hecho de que la simiente satánica de la mentira permanezca en los corazones de los hijos de Dios. Simplemente no podemos ser creyentes por muchos años y, aun así, permanecer indiferentes con respecto a las mentiras que decimos. Sería demasiado tarde si esperamos que pasen los años para empezar a tomar medidas con respecto a la mentira. Tenemos que aprender a hablar con exactitud tan pronto creemos en el Señor.

B. ¿Qué es mentir?
1. Hablar con doblez
Ser una persona que habla con doblez es mentir. Una persona miente cuando primero dice una cosa e inmediatamente después, al dirigirse a otra persona, dice algo diferente. Miente cuando primero dice que sí y luego dice que no, cuando primero dice que algo es bueno y luego dice que es malo; o cuando en primera instancia concuerda en que algo es correcto, pero después afirma que ello está errado. Esto no esto es tener una mente indecisa; esto es mentir.

2. Hablar regidos por lo que nos agrada o desagrada
Estamos acostumbrados a decir a los demás lo que nos agrada, pero nos callamos lo que nos desagrada. Solemos hablar sobre lo que nos conviene, pero callamos aquello que no nos conviene. Esta es otra manera de mentir. Mucha gente, deliberadamente, cuenta sus relatos a medias. Tales personas callan aquellas cosas que podría beneficiar a otros, especialmente lo que podría beneficiar a sus enemigos. 

En su lugar, ellos difunden las cosas que habrán de herir, dañar o causar perjuicio a los demás. Esto es mentir. Muchos no hablan de acuerdo a la verdad o a la realidad, sino lo que les agrada o desagrada. 

Muchas palabras no están basadas en hechos, sino en sentimientos. Tales personas tocan ciertos temas porque les encanta hablar al respecto y hablan sobre ciertas personas porque sienten preferencia por ellas. 

Estas personas cambian de tono si la conversación gira en torno a personas o temas que no son de su agrado. Esta clase de hablar está completamente regido por lo que a uno le agrada o desagrada; es hablar conforme a las emociones, y no conforme a la verdad y la realidad. Recuerden, por favor, que esto es mentir. 

Las palabras inexactas son un pecado muy grave. Engañar deliberadamente es más grave todavía y constituye un pecado mucho más serio delante de Dios. No debemos hablar de acuerdo a nuestras emociones, sino de acuerdo a los hechos. Nosotros o no deberíamos decir nada, o solamente deberíamos hablar conforme a los hechos y la verdad. No podemos hablar de acuerdo a nuestros sentimientos. Si lo hacemos, estamos mintiendo deliberadamente delante de Dios.

3. Hablar conforme a nuestras expectativas
Más aún, tenemos que aprender a dejar a un lado nuestros propios sentimientos y no debemos tener ninguna expectativa acerca de otros. Hoy en día, mucho de lo que se dice, representan esperanzas en lugar de hechos. 

Así pues, nuestras palabras no trasmiten los hechos sino que únicamente comunican nuestras expectativas. Es frecuente que una persona hable mal acerca de cierta hermana o hermano, según sus sentimientos y no conforme a los hechos. Tal persona espera que dicha hermana sea tan mala como se la imagina; sin embargo, habla como si fuera verdaderamente mala. O, en otros casos, esperando que un hermano va a tropezar, habla como si ya hubiese tropezado. 

Así que, esta persona habla conforme a lo que ella espera que suceda, no conforme a lo que realmente ha sucedido. ¿Detectan cuál es el problema fundamental aquí? Con frecuencia, una persona habla conforme a la expectativa que abriga en su corazón y sus palabras no comunican lo que realmente acontece. Así pues, tal persona, en lugar de hablar sobre lo que sucede concretamente, habla de lo que ella anticipa que habrá de suceder.

4. Añadir nuestras propias ideas
¿Por qué las palabras pueden sufrir tantas alteraciones al ser transmitidas de boca en boca? Con frecuencia, una afirmación cambia completamente después que ha circulado por tres o cuatro personas. ¿Por qué? Esto se debe a que todas ellas han añadido sus propias ideas, en lugar de investigar los hechos. Nadie procura descubrir los hechos concretos, pero todos procuran añadir sus propias ideas. Esto es mentir.

Hay un principio básico que debe regir lo que hablamos: al hablar, no debemos hacerlo respondiendo a nuestros sentimientos ni a nuestras expectativas. Una persona está mintiendo cuando no habla conforme a la verdad y a la realidad, sino conforme a sus expectativas e intenciones. Debemos aprender a hablar según los hechos y a no expresar nuestras propias ideas. Si estamos dando nuestra opinión, debemos dejar bien en claro que se trata de nuestra opinión. Asimismo, si nos referimos a un hecho concreto, tenemos que establecer que se trata de un hecho. 

Tenemos que aprender a distinguir nuestras opiniones de los hechos concretos. No debiéramos mezclar los hechos con nuestras ideas al respecto. Lo que nosotros pensamos acerca de una persona y lo que es realmente dicha persona, son dos cosas distintas. A lo más podremos afirmar que los hechos indican una cosa, pero que nosotros tenemos ideas diferentes al respecto.

5. Exagerar
Existe otra clase de mentira que es muy común en la iglesia: las exageraciones. Les ruego tengan en cuenta que los números inexactos y las palabras inexactas, así como la tendencia a usar expresiones grandilocuentes, palabras poderosas o palabras exageradas, constituyen diferentes maneras de mentir, porque en todas ellas hay falsedad.

Hoy en día, si usted desea saber en qué condición se encuentra el corazón de un santo delante del Señor, todo lo que tiene que hacer es decirle algo y pedirle que lo transmita a otros. Inmediatamente usted podrá saber dónde está el corazón de esa persona en relación con el Señor. Una persona que teme a Dios, que ha aprendido las lecciones debidas y que ha recibido la disciplina de Dios, siempre considerará que hablar es algo muy importante. Tal persona jamás se atrevería a hablar descuidadamente, ni pregonaría ninguna palabra sin consideración. 

Tal persona le dará mucha importancia a la exactitud de las palabras. Si usted le confía algo a una persona que no ha sido restringida ni disciplinada por el Señor, tal persona se afanará por propagar lo que usted le ha dicho. Y en esta propagación descubrirá que ella es una persona frívola, engañosa y deshonesta. Una persona así es capaz de añadir muchas palabras propias y dejar de decir aquello que en realidad debería decirse.

6. Exagerar las cantidades
Muchas personas suelen citar números exagerados al hablar. Ninguna iglesia en Shanghái tiene un local con asientos para cinco mil personas. Cualquier predicador con poco entrenamiento puede determinar la capacidad de un local con sólo una mirada. Sin embargo, muchos de los informes acerca de ciertas reuniones de avivamiento han dado cuenta de una asistencia de diez mil, e incluso hasta de veinte mil personas. 

Si todos los asistentes aun estuviesen parados sobre la cabeza de otra persona, no habría suficiente espacio para todos ellos. Sin embargo, estas palabras provienen de obreros cristianos. ¡Esta es una exageración! Tal clase de exageración equivale a mentir. Nosotros tenemos la tendencia a exagerar los errores de los demás y a minimizar nuestros errores. Exageramos los errores de los demás y minimizamos los nuestros. Esto también es mentir.

C. Debemos aprender meticulosamente a ser personas honestas
Hoy día yo no podría decir que todos los hijos de Dios se convierten en personas honestas al ser salvos. Si ellos, delante del Señor, se proponen aprender estas lecciones por los próximos cinco años, quizás después de ese lapso lleguen a ser personas honestas. Permítanme hablarles francamente: una persona tiene que
rechazar continuamente toda clase de mentiras. Siempre que descubra que usted mismo está hablando con inexactitud, tiene que repudiar despiadadamente tal acto. Si usted pone esto en práctica, quizás llegue a convertirse en una persona honesta en tres o cinco años. 

No podemos esperar que una persona que habla en forma descuidada y caprichosa se convierta en una persona honesta de la noche a la mañana. Las mentiras e inexactitudes son males comunes entre los cristianos. Todas las personas de este mundo siguen a Satanás y todas ellas mienten. Algunas personas son torpes y otras son inteligentes, pero todas mienten. Unos mienten con habilidad y otros sin destreza, pero todos mienten. Continuamente, debemos tratar con el Señor a fin de ser puestos sobre aviso en cuanto decimos alguna mentira o cuando tocamos el espíritu de mentira.

¡Cuán importante es que lleguemos a ser personas honestas! Sin embargo, ¡no es natural el ser honesto! Nuestra naturaleza misma es deshonesta, y desde que nacimos hemos mentido. Al hablar, solemos hacerlo según nuestras propias preferencias, y no conforme a la verdad. Un niño tiene que aprender a hacer las cosas paso a paso, desde el comienzo mismo de su existencia humana. Como hijos de Dios, también necesitamos aprender nuestras lecciones desde el principio. Si somos negligentes, mentiremos y hablaremos con inexactitud.

La mentira es un problema muy común. Se trata no sólo del pecado más oscuro, sino también del más común. Son muchos los que consideran que este asunto es un asunto trivial. Pero si tenemos problemas en cuanto a nuestra manera de hablar, sucederán dos cosas. En primer lugar, muerte entrará en la iglesia, y los cristianos se encontrarán con que les es imposible andar en unidad. En segundo lugar, Dios no podrá hacernos ministros de Su palabra, y nuestra utilidad se paralizará. 

Quizá todavía seamos capaces de hablar algo acerca de la Biblia, así como acerca de las verdades y doctrinas bíblicas, y hasta tal vez podamos dar un discurso, pero no seremos capaces de servir como ministros de la palabra de Dios. A fin de ser un ministro de la palabra de Dios, uno tiene que ser honesto al hablar. Si uno no es honesto, no podrá ser usado por Dios.

Quisiera que todos podamos comprender lo necesario que es rechazar toda mentira. No debemos hablar según nuestros propios deseos. Tenemos que rechazar completamente toda mentira. No deberíamos hablar de manera subjetiva, sino de manera objetiva, es decir, debemos hablar de acuerdo a los hechos, de acuerdo a lo que escuchamos, y no de acuerdo a lo que sentimos. Si los hijos de Dios ponen esto en práctica, una senda recta se abrirá delante de ellos.

III. NINGUNA PALABRA OCIOSA
Otra clase de palabras que jamás deben salir de nuestros labios son las palabras ociosas. Mateo 12:35-37 dice: “El hombre bueno, de su buen tesoro saca buenas cosas; y el hombre malo, de su mal tesoro saca malas cosas. Y Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”.

Antes de decir esto, el Señor Jesús dijo: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol” (v. 33). Según el contexto, el fruto al que hace referencia este versículo no se refiere a la conducta, sino a nuestras palabras. Esto quiere decir que las palabras de una persona son buenas si esta persona es buena, y que las palabras de una persona son malignas si esta persona es mala. 

Conocemos a una persona por las palabras que pronuncia. Algunas personas difunden chismes día y noche. Tales personas siempre están parloteando y están llenas de calumnias, injurias, críticas y juicios acerca de los demás. Sus bocas están llenas de toda clase de cosas inmundas, sucias y malignas. Es obvio que se trata de árboles corrompidos.

En nuestros días, un problema evidente entre los hijos de Dios es la incapacidad que tienen ellos para juzgar a las personas basándose en las palabras que éstas profieren; y esto se debe a que ellos mismos son iguales a esas personas. El Señor nos dice que el hombre bueno, de su buen tesoro saca buenas cosas; y que el hombre malo, de su mal tesoro saca malas cosas. La boca habla de la abundancia del corazón. Así pues, por su fruto podemos conocer al árbol.

Si un hermano difunde cosas malignas, destructivas o pecaminosas todo el tiempo, no necesitamos tratar de determinar si lo que dice es cierto o no. Simplemente le podemos decir que el mero acto de difundir tales cosas es un acto impuro. Tenemos que darnos cuenta de que las palabras de los hijos de Dios son el fruto de sus labios. Ninguna persona cuyo corazón sea santo hablará cosas inmundas. Ninguno que tenga el corazón lleno de amor hablará palabras de odio. El árbol es conocido por su fruto.

Esto no quiere decir que podemos decir cualquier cosa, con tal que esto sea verdadero y sea un hecho. A veces, no es cuestión de si algo es un hecho o no. Algo puede ser un hecho concreto y, sin embargo, no debe ser un fruto de nuestros labios. Quizás sea cierto, pero no debemos decirlo. Esto no es cuestión de si algo es verdad o no, sino de si son palabras ociosas o no. Quizás tales palabras sean verdaderas, pero son palabras ociosas. Acabo de decirles que nuestras palabras tienen que conformarse a los hechos. Sin embargo, no todos los hechos necesitan ser difundidos. No debemos pronunciar palabras ociosas ni necesitamos hacerlo.

El Señor dijo: “Y Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (v. 36). Las palabras ociosas que proceden de los labios de un cristiano, no serán dichas una sola vez, sino dos veces. Todo cuanto dijimos hoy sin la menor consideración, volverá a ser repetido en el futuro. Tales frases serán repetidas en su totalidad, una tras otra. Y con base en ello, seremos justificados o condenados. En el día del juicio, tendremos que rendir cuenta de toda palabra ociosa que hayamos pronunciado. Espero que los hijos de Dios aprendan a temer a Dios. 

Tenemos que aprender a rechazar toda palabra inexacta y hablar con exactitud. Jamás deberíamos hablar acerca de lo que no nos concierne y nunca deberíamos decir nada que no sea de provecho para los oyentes o para nosotros mismos.

Uno puede determinar cuanto una persona ha sido disciplinada por el Señor, al oír las palabras que salen de sus labios. Ninguno que ha sido disciplinado por Dios tendrá una boca indisciplinada. Una persona que miente o que habla palabras ociosas y frívolas, será de poca utilidad para Dios; sólo servirá para ser juzgada en el día del juicio. Tenemos que aprender esta lección desde un comienzo. Quienes pronuncian palabras inmundas son personas inmundas, y los que pronuncian palabras corrompidas son personas corrompidas. La clase de palabras que usamos revela la clase de persona que somos. Por sus frutos se conoce un árbol; es por medio de nuestras palabras que otros nos conocen a nosotros.
Es crucial que le prestemos la debida atención a este asunto. Podemos conocer a un hermano por la manera en que habla. Hoy en día la iglesia está llena de mentiras y de palabras ociosas. ¡Es sorprendente que sean tan pocos los hijos de Dios que condenan tal hábito! Ninguno de nosotros tiene el derecho de hablar palabras ociosas.

IV. NINGUNA PALABRA MALIGNA
En 1 Pedro 3:9-12 se nos dice: “No devolviendo mal por mal, ni injuria por injuria, sino por el contrario, bendiciendo, porque para esto fuisteis llamados, para que heredaseis bendición. Porque: „El que desea amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios de palabras engañosas; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y Sus oídos atienden a sus peticiones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.”.

Otra clase de palabras que jamás debiera pronunciar un cristiano son las palabras malignas. ¿Qué son las palabras malignas? Las palabras malignas son aquellas expresiones injuriosas, palabras de maldición. Un hijo de Dios no puede devolver mal por mal, ni injuria por injuria.

A. Debemos aprender a hablar palabras de bendición
Son muchos los que creen que tienen el derecho de hablar de cierta manera simplemente porque otros también se expresaron así. Hoy día, en el mundo se discute mucho para determinar quién fue el primero que dijo algo, pero el Señor está pendiente únicamente de si alguien dijo algo o no. Podríamos preguntarnos:

“Puesto que otros han dicho esto, ¿acaso no podría yo decir lo mismo?”, pero no debemos olvidar que nosotros no podemos pagar mal por mal, ni injuria por injuria. No es cuestión de quién lo haya dicho primero, sino de si uno habló o no.

Un nuevo creyente deberá aprender a hablar palabras de bendición desde el inicio de su vida cristiana. No debemos tolerar que ninguna injuria o maldición salga de nuestros labios.

B. Debemos controlar nuestro mal genio
Además, una persona tiene que saber dominar su mal genio. Ella tiene que controlar su enojo antes de poder controlar sus palabras delante de Dios. Una persona no podrá controlar sus palabras si no sabe controlar su mal genio. Muchas de las palabras perversas que una persona pronuncia surgen debido a que tal persona no sabe controlar su mal genio. Si los hijos de Dios no ejercitan domino propio, palabras injuriosas e inmundas saldrán de sus labios. Son muchos los que no saben controlar su mal genio y llenan sus bocas de palabras injuriosas. Tales palabras, por un lado, no glorifican a Dios y, por otro, impiden que esas personas reciban cualquier bendición de Dios.

V. DEBEMOS RESTRINGIRNOS AL HABLAR
Ahora trataremos el quinto aspecto. Es necesario comprender a qué cosas debemos prestar atención cuando hablamos. Jacobo 3 específicamente trata el asunto de nuestras palabras. Leamos del versículo 1 al 12. Tenemos que descubrir cómo deben hablar los hijos de Dios.

A. Sin hacernos muchos maestros
El primer versículo de este capítulo dice: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros”. ¿Por qué? “Sabiendo que recibiremos un juicio más severo”. La característica más destacada de las personas que son indisciplinadas en sus palabras, es su deseo de ser maestros. Dondequiera que vayan, les gusta enseñar. Dondequiera que estén, siempre tienen algo que enseñar. Ellos quieren ser maestros de los demás en cualquier circunstancia. Ellos dan discursos sin cobrar. Son muchos los que anhelan ser maestros y
consejeros. Siempre que están con alguien, tienen mucho que decir. ¿Perciben en qué consiste el problema?

Un cristiano no solamente tiene que dejar de mentir, dejar de difundir chismes y dejar de pronunciar palabras malignas; además, no debe ser un parlanchín. No importa qué clase de palabras pronuncie tal persona, errará todas las veces que hable demasiado. En cuanto una persona habla demasiado, pierde todas sus bendiciones delante del Señor.

B. Las palabras de una persona denotan el grado de dominio propio que ella posee
El versículo 2 dice: “Porque todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. El grado en que una persona puede dominarse a sí misma depende del grado en que sabe poner freno a sus palabras. Una persona tendrá dominio propio —uno de los frutos del Espíritu— en la medida en que sepa refrenar su hablar. Muchos hermanos y hermanas no entienden correctamente la Biblia. Ellos piensan que dominarse a uno mismo es ser moderados.

Recuerden que el dominio propio es el dominio propio. La enseñanza de la moderación no tiene nada que ver con nosotros. Los cristianos deben ejercer dominio propio, esto quiere decir ejercer control sobre ellos mismos.

El dominio propio es uno de los frutos del Espíritu. Gálatas 5 nos dice qué es el fruto del Espíritu, mientras que Jacobo nos dice cuál es la característica que denota la presencia del fruto del Espíritu. Jacobo nos dice que una persona que es capaz de dominar su cuerpo, ciertamente será capaz de refrenar sus palabras.

Aquellos que son frívolos al hablar, llevan una existencia frívola. Las personas que hablan insensatamente, se comportan insensatamente. Una persona que es indiscreta con sus palabras, ciertamente será imprudente en todo cuanto hace. Una persona que habla demasiado está destinada a ser una persona negligente delante de Dios. Que una persona sea capaz de refrenar todo su cuerpo o no, dependerá de si puede poner freno a su hablar. Espero que de ahora en adelante todos los nuevos creyentes aprendan, delante de Dios, a controlar sus palabras.

Son muchos los hermanos y las hermanas que oran a Dios rogándole que trate con ellos y les conceda misericordia. Quisiera decirles algo a tales personas: Si Dios puede tratar con vuestro hablar, Él podrá tratarlos a ustedes. Hay muchas personas para quienes su hablar constituye su vida misma; constituye su punto fuerte, es el encaje de su muslo. Si Dios puede regular su hablar, podrá regular todo su ser. Muchas personas no han podido ser derrotadas por Dios con respecto a su hablar. Como resultado, su propio ser no ha sido derrotado por Dios. Si una persona no puede ejercer dominio propio, tal vez pueda actuar de cierto modo, pero una vez que los demás conversen con él durante una media hora, se percatarán la clase de persona que realmente es.

En cuanto una persona habla, su propio ser es puesto al descubierto. Nada pone en evidencia a una persona tanto como sus palabras. En cuanto habla, el propio ser de tal persona es puesto al descubierto. Si usted quiere averiguar si una persona es capaz de ejercer dominio propio sobre sí misma, simplemente pregunte si ella es capaz de controlar su hablar.
C. Lo más pequeño afecta lo más grande
En el versículo 3 se da el ejemplo del freno para los caballos, y en el versículo 4 se da el ejemplo del timón de un barco. La lengua es como un freno y es también como el timón de una nave. Si bien es algo muy pequeño, es capaz de ejercer una gran influencia. El versículo 5 dice que un pequeño fuego es capaz de incendiar un gran bosque. El versículo 6 dice: “Y la lengua es un fuego, todo un mundo de injusticia. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama el curso de la vida, y ella misma es inflamada por la Gehena”.

El versículo 3 habla de un freno, y el versículo 4 de un timón. El versículo 5 afirma que la lengua es un miembro pequeño que se jacta de grandes cosas. El versículo 6 indica que la lengua es todo un mundo de injusticia. La lengua, en sí misma, es un mundo, un mundo de injusticia. Muchos han sido redimidos y han experimentado la misericordia de Dios; aun así, nunca han refrenado sus lenguas. Dondequiera que van, encienden el fuego de la Gehena con este mundo de injusticia.

Estas palabras son palabras muy serias: la lengua inflama el curso de la vida. Aquí la vida es como una rueda; ella gira todo el tiempo. Y la lengua es como un fuego capaz de inflamar toda la rueda de nuestra existencia. Esto significa que es capaz de provocar toda clase de actividad carnal. Por medio de la lengua se puede encender la ira del hombre, o sea, incitar su carne, su mal genio y su enojo. La lengua es capaz de encender el fuego de la Gehena. Por medio de sus palabras, los hijos de Dios pueden suscitar muchos problemas. Esto es algo que, sin duda, procede de la Gehena. La lengua, pues, es un fuego y todo un mundo de injusticia.

Tenemos que aprender a hablar menos. Cuantas menos palabras pronunciemos, mejores personas seremos. En la multitud de palabras hay trasgresión. Proverbios nos aconseja ahorrar nuestras palabras. Sólo los insensatos hablan profusamente. Cuanto más insensata es una persona, más habla. Cuantas más lecciones haya uno aprendido delante de Dios, más estable será y tendrá menos palabras que decir.

D. La lengua es un mal turbulento
Jacobo 3:7 afirma que todo ser vivo puede ser domado, mientras que el versículo 8 dice que la lengua no puede ser domada por ningún hombre. La lengua es un mal turbulento lleno de veneno mortal. La lengua no puede ser domada por los hombres, está llena de veneno mortífero. Es un mal indomable, “un mal turbulento”. Hay males que pueden ser domados, pero la lengua maligna no puede ser domada. ¡Qué insensato es dar rienda suelta a nuestra lengua! Si una persona es de lengua suelta, ciertamente es necia.
E. Un manantial no puede dar dos clases de agua diferentes
Lo que sigue a lo dicho es bastante obvio y evidente. No podemos hacer que nuestra lengua bendiga a Dios y, después, maldiga al hombre que Dios creó. Una persona no puede bendecir por un lado y maldecir por otro. De un mismo manantial no pueden brotar dos clases diferentes de agua. Una higuera no puede producir aceitunas ni una vid producir higos.

El agua salada no puede producir agua dulce. El fruto pone de manifiesto al árbol, y la corriente de agua al manantial. Una persona que es usada por Dios ciertamente producirá agua dulce, y en sus palabras no se hallará nada amargo.

La manera actual en la que Dios efectúa Su salvación, consiste en implantar un manantial nuevo y un árbol nuevo en nuestro ser. Si soy una higuera, ciertamente no produciré aceitunas. Si soy una vid, con certeza no produciré higos. Si Dios me da algo que es nuevo e implanta en mí una vida nueva, yo ciertamente produciré agua dulce.

VI. PRESTAR ATENCIÓN A LO QUE ESCUCHAMOS
Al referirnos a nuestra manera de hablar, no debemos descuidar lo que escuchamos.

A. Debemos resistir la comezón por oír Permítanme hablarles con franqueza. Muchas de las palabras impropias que se pronuncian en la iglesia desaparecerían si todos los hermanos y hermanas aprendieran la lección de cómo escuchar. La razón por la que circulan muchas palabras impropias se debe a que muchos hermanos y hermanas desean escuchar tales palabras. Puesto que existe una demanda, existe también un suministro.

Si en nuestro medio circulan tantas palabras corruptas, críticas, injurias, calumnias y expresiones hipócritas, se debe a que son muchos los que desean prestar oído a tales palabras. El corazón del hombre es engañoso, perverso y corrupto; y además le gusta escuchar este tipo de palabras. Por ello, siempre hay alguien dispuesto a decírselas.
Si los hijos de Dios saben qué clase de palabras pueden o no pueden hablar, ellos sabrán también a su vez qué clase de palabras les es permitido escuchar y qué palabras no les es permitido escuchar. Cierto hermano, muy apropiadamente, dijo: “Los oídos de muchos parecen basureros”. ¿Acaso acostumbramos arrojar la basura sobre una cacerola de arroz?

Ninguno de nosotros haría tal cosa. Si usted es una persona que acepta escuchar toda clase de palabras lujuriosas y no las considera dañinas, evidentemente usted se ha convertido en un recipiente para la basura; esa es la clase de persona que usted es. Únicamente cierta clase de persona prestaría atención a cierta clase de palabras.

Tenemos que aprender a escuchar las palabras sanas. No debiéramos ser desviados por aquellos que propagan rumores y expresiones inapropiadas. Tenemos que declarar: “No quiero oír tal clase de comentarios”. Muchos pecados cesarán y muchos hermanos serán edificados si usted adopta esta postura.

Entre nosotros, está presente el apetito desmesurado por escuchar palabras que no son saludables, y por ello, tales expresiones se propagan. A la gente esto le parece de buen gusto. Pero nosotros debemos ser liberados de tales cosas. Si una persona está diciendo algo inapropiado, tal vez usted deba retirarse calladamente y alejarse de él. Esto hará que ella pierda todo interés en usted la próxima vez que quiera hacer lo mismo.

Otra alternativa consiste en darle testimonio y decirle: “Por ser cristianos, no debemos utilizar tales palabras”. Esto impedirá que le sigan hablando así. Incluso, podríamos ser más enfáticos y decir algo así como: “¡Hermano! ¿Por quién me ha tomado? Yo no soy un basurero. Por favor no arroje sobre mí toda esa basura”.

Muchos de los problemas que se suscitan en la iglesia son como el fuego de la Gehena y deben ser apagados en cuanto se enciendan. No debemos dejar que tales problemas se propaguen. Muchos de los problemas relacionados con nuestro hablar, en realidad son problemas relacionados con la manera en que escuchamos. Por supuesto, la responsabilidad recae mayormente sobre la persona que habla tales cosas, pero el que escucha también es, en parte, responsable. Cuando se trata de escuchar, debemos aprender, delante de Dios, a rechazar el apetito desmesurado por las palabras. Los seres humanos tenemos tal apetito de palabras, el apetito por enterarse de todo. Si podemos negarnos a tal apetito, apagaremos muchos fuegos que proceden de la Gehena.

 Debiéramos decir: “Discúlpeme, pero yo soy un cristiano, y como tal, no puedo prestar oído a tales expresiones”. Así haremos que los demás midan sus palabras. Pero si seguimos escuchando con la expectativa de enterarnos de más detalles y de sondear la situación más profundamente, estamos avivando tal fuego en lugar de apagarlo. Muchas palabras que son inútiles, malignas y engañosas se suscitan debido al interés manifestado por quien las escucha.

B. “Como si fuera sordo”
El salmo 38:13-14 dice: “Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; / Y soy como mudo que no abre la boca. / Soy, pues, como un hombre que no oye, / Y en cuya boca no hay reprensiones”. Ciertamente hay muchos que debieran ser como sordos. Si los demás le cuentan cosas indecorosas, usted debe actuar como si fuera sordo, incapaz de escuchar nada de ello. Usted simplemente debería decir: “No puedo oír”. Si usted quiere ser más tajante, puede darle a la otra persona un testimonio. Si incluso quiere ser más firme al respecto, usted puede reprender a tal persona, diciéndole: “Hermano, ¿por quién me has tomado? ¿Por qué me abrumas con tantas palabras?”. Usted puede testificar, diciendo: “A mi parecer, un cristiano no debería decir tales cosas. Palabras así no deberían surgir de los labios de un cristiano”.

Usted también podría decir: “¡Hermano! Deme un minuto; por favor espere a que yo me vaya para que pueda seguir hablando así”. Con frecuencia, debemos actuar como si fuéramos sordos. Si usted es sordo a tales expresiones, será bendecido por causa de ello. Usted también tiene que aprender a ser como un mudo, incapaz de decir nada. Las palabras son una gran tentación, y nosotros tenemos que aprender a vencerla.

En el capítulo 42 de Isaías, que es una profecía acerca del Señor Jesús, dice en el versículo 19: “¿Quién es ciego, sino Mi siervo? / ¿Quién es sordo, como Mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como el que está en paz conmigo, / Y ciego como el siervo de Jehová?”. Cuando el Señor estuvo en la tierra, no escuchó muchas de las palabras proferidas.
Les ruego que no se olviden que cuanto menos inmundicias y chismes escuchemos, menos problemas tendremos. Ya tenemos suficientes problemas, conflictos e inmundicias en nosotros mismos; si añadimos más de ello a nuestra vida, nos será imposible avanzar. Un nuevo creyente tiene que aprender desde un principio a rechazar la tentación de prestar oído a tales palabras. Tenemos que ser sordos como el Señor Jesús.

 ¿Quién es sordo como nuestro Señor? La manera de actuar de nuestro Señor es la manera más recta posible. Por ello, Él no estaba atado a nada.

C. Esforzarnos por aprender

A los nuevos creyentes se les debe enseñar a hablar. Se les tiene que enseñar cómo hablar y cómo escuchar. Cuando se trata de hablar, ellos tienen que aprender a temer a Dios. Este es un asunto muy importante y ciertamente es un umbral que definitivamente debemos cruzar.

Esta lección no puede ser aprendida sin pagar cierto precio. Tenemos que pasar mucho tiempo cultivando el hábito de hablar con exactitud. No creo que un nuevo creyente pueda obtener la victoria en este asunto rápidamente. He descubierto que una de las cosas más difíciles de hacer es saber usar las palabras
exactas.

Si nos permitimos ser un poco negligentes al respecto, detectaremos errores tanto en nuestras palabras como en nuestros motivos. Mentir es un ejemplo de esto. Hablar palabras inexactas es una manera de mentir, y asimismo lo es cualquier otro intento por tratar de engañar a los demás. A veces una persona dice algo que está correcto, pero con la intención de engañar a otros. Esto también es mentir. Un nuevo creyente tiene que prestar mucha atención a este asunto y tiene que esforzarse mucho por tomar las medidas respectivas desde un comienzo.

El salmo 141:3 dice: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; / Guarda la puerta de mis labios”. Esta debe ser nuestra oración. Debemos decir: “Pon guarda a mi boca para que no hable precipitadamente”. Quizás algunos deban orar: “Pon guarda a mis oídos para que no escuche a la ligera”. Si hacemos esto, le ahorraremos muchos problemas a la iglesia y podremos avanzar de la manera más apropiada.

Hay algo que me causa mucha sorpresa, y es que muchos hermanos se atreven a hablar a la ligera, y son muchos los que los escuchan sin tener el menor sentimiento de temor. ¡Esta es una enfermedad gravísima!

¡Ciertamente esta es una situación muy delicada! Siempre que prestamos oídos a expresiones inapropiadas, ¡estamos enfermos! ¡Es una enfermedad gravísima acceder sin reservas a que se nos diga cualquier cosa y a estar despojados del debido criterio! Tenemos que aprender a rechazar todo fruto inmundo. Cualquier clase de veneno que se propague entre los hijos de Dios traerá consigo impiedad, rebeldía y frivolidad. Quiera Dios darnos gracia y ser misericordioso con nosotros, para que aprendamos a hablar apropiadamente desde el inicio mismo de nuestra vida cristiana. ¡Que aprendamos a correr la recta carrera que tenemos por delante!

Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO