Neh. 1. Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tus siervos quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y darle gracia delante de aquel varón.
Nehemías, uno de los desterrados hebreos, ocupaba un cargo de influencia y honor en la corte de Persia. Como copero del rey, tenía libre acceso a la presencia real, Por medio de este hombre. Dios se proponía bendecir a su pueblo en la tierra de sus padres.
El patriota hebreo había sabido que habían llegado días de prueba para Jerusalén, la ciudad escogida. Los desterrados que habían regresado sufrían aflicción y oprobio. La obra de restauración se veía estorbada, los servicios del templo eran perturbados, y el pueblo mantenido en constante alarma por el hecho de que las murallas de la ciudad permanecían mayormente en ruinas.
Con frecuencia había derramado Nehemías su alma en favor de su pueblo. Pero mientras oraba esta vez, se formó un propósito santo en su espíritu. Resolvió que si lograra el consentimiento del rey y la ayuda necesaria para conseguir herramientas y material, emprendería él mismo la tarea de reedificar las murallas de Jerusalén.
Durante cuatro meses Nehemías aguardó una oportunidad favorable para presentar su petición al rey. Tenía un cometido sagrado que cumplir, para el cual necesitaba ayuda del rey; y comprendía que mucho dependía de que presentase el asunto en forma que obtuviese su aprobación y su auxilio. Dice él: "Entonces oré al Dios de los cielos". En esa breve oración, Nehemías se acercó a la presencia del Rey de reyes, y ganó para sí un poder que puede desviar los corazones como se desvían las aguas de los ríos.
La facultad de orar como oró Nehemías en el momento de su necesidad es un recurso del cual dispone el cristiano en circunstancias en que otras formas de oración pueden resultar imposibles. En momentos de dificultad o peligro repentino, el corazón puede clamar por ayuda a Aquel que se ha comprometido a acudir en auxilio de sus fieles creyentes cuando quiera que le invoquen. En toda circunstancia y condición, el alma cargada de pesar y cuidados, o fieramente asaltada por la tentación, puede hallar seguridad, apoyo y socorro en el amor y el poder inagotables de un Dios que guarda su pacto.
Neh. 2: 1-8. Y agradó al rey enviarme, después que yo le señalé el tiempo. Mientras Nehemías imploraba la ayuda de Dios, no se cruzaba de brazos pensando que a eso se limitaba su tarea o responsabilidad en la realización de su propósito de restaurar Jerusalén. Con prudencia y previsión admirables, procedió a realizar todos los preparativos necesarios para asegurar el éxito de la empresa.
El ejemplo de este hombre santo debiera ser una lección para todos los hijos de Dios, de que no deben solamente orar con fe, sino trabajar diligentemente y con fidelidad. ¡Cuántas dificultades encontramos, cuán a menudo ponemos trabas a la obra de la Providencia en nuestro favor, porque se considera que la prudencia, la previsión, y el esmero tienen muy poco que ver con la religión! Este es un grave error. Es nuestro deber cultivar y ejercitar toda facultad que pueda hacernos obreros más eficientes para Dios. La reflexión cuidadosa y la elaboración de planes bien maduros son tan esenciales hoy para el éxito de las empresas sagradas como lo eran en el tiempo de Nehemías. Los hombres de oración debieran ser hombres de acción. Los que están listos y dispuestos, encontrarán formas y medios de trabajar. Nehemías no dependía de lo incierto. Los medios que a él le faltaban los pedía a quienes podían concederlos.
El Señor aún actúa sobre los corazones de reyes y gobernantes para que favorezcan a su pueblo. Los que trabajan por él, deben valerse de la ayuda que hace que los hombres den para el avance de la causa de Dios.
Estos hombres pueden no simpatizar con la obra de Dios, no tener fe en Cristo, no estar familiarizados con su Palabra; pero no por esto deben rehusarse sus dones.
Mientras estemos en este mundo, mientras el Espíritu de Dios contienda con los hijos de los hombres, seguiremos recibiendo y haciendo favores. Debemos dar al mundo la luz de la verdad tal como está revelada en las Escrituras, y debemos recibir del mundo aquello que Dios hace que dé a favor de su causa.
¡Oh, si los cristianos pudieran comprender más y más plenamente que es su privilegio y su deber, mientras no se aparten de los buenos principios, aprovechar cada oportunidad enviada por el Cielo para hacer avanzar el reino de Dios en este mundo!.
Neh. 2: 9-20. Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien. (Neh. 2: 18).
Con corazón dolorido. . . [Nehemías] miró las defensas arruinadas de su amada Jerusalén.
¿Y no es ésta la condición en que los ángeles del cielo ven a la iglesia de Cristo? Como los moradores de Jerusalén, nos acostumbramos a males existentes y a menudo nos conformamos y no hacemos ningún esfuerzo para remediarlos. Pero, ¿cómo son considerados esos males por los seres divinamente iluminados? ¿No miran ellos, como Nehemías, con corazón apesadumbrado los muros arruinados y las puertas quemadas con fuego?
Nehemías había traído un mandato real que requería a los habitantes que cooperasen con él en la reedificación de los muros de la ciudad; pero no confiaba en el ejercicio de la autoridad y procuró más bien ganar la confianza y simpatía del pueblo, porque sabía que la unión de los corazones tanto como la de las manos era esencial para la gran obra que le aguardaba.
Hay necesidad de [muchos] Nehemías en la iglesia hoy: hombres que puedan no sólo orar y predicar, sino hombres cuyas oraciones y sermones estén corroborados por un propósito firme y anhelante. El éxito que acompañó los esfuerzos de Nehemías muestra lo que la oración, la fe y la acción enérgica y sabia pueden llevar a cabo. El espíritu manifestado por el dirigente será reflejado en gran medida por el pueblo.
Si los dirigentes que profesan creer las verdades solemnes e importantes que van a probar al mundo en esta época no manifiestan ardiente celo en preparar a un pueblo para que permanezca firme en el día de Dios, debemos esperar una iglesia descuidada, indolente y amante de los placeres.
Nehemías era un reformador, un gran hombre suscitado para una ocasión importante. Cuando entró en contacto con el mal y toda clase de oposición, surgieron un nuevo ánimo y un celo renovado. Su energía y determinación inspiraron al pueblo de Jerusalén; la fuerza y el valor tomaron el lugar de la debilidad y del desaliento. Su santo propósito, su elevada esperanza, su jovial consagración al trabajo, eran contagiosos. El pueblo se contagió del entusiasmo de su dirigente: en su esfera, cada hombre se convirtió en un Nehemías y ayudó a fortalecer la mano y el corazón de su vecino.
E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero sus grandes dones no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor. (Neh. 3: 5).
Los sacerdotes se encontraron entre los primeros en contagiarse del espíritu de celo y fervor que manifestaba Nehemías. Debido a la influencia que por su cargo ejercían, estos hombres podían hacer mucho para estorbar la obra o para que progresase; y la cordial cooperación que le prestaron desde el mismo comienzo contribuyó no poco a su éxito. La mayoría de los príncipes y gobernadores de Israel cumplieron noblemente su deber, y el Libro de Dios hace mención honorable de estos hombres fieles. Hubo, sin embargo, entre los grandes de los tecoítas, algunos que "no prestaron su cerviz a la obra de su Señor". La memoria de estos siervos perezosos quedó señalada con oprobio y se transmitió como advertencia para todas las generaciones futuras.
En todo movimiento religioso hay quienes, si bien no pueden negar que la causa es de Dios, se mantienen apartados y se niegan a hacer esfuerzo alguno para ayudar. Convendría a los tales recordar lo anotado en el cielo en el libro donde no hay omisiones ni errores, y por el cual seremos juzgados. Allí se registra toda oportunidad de servir a Dios que no se aprovechó; y allí también se recuerda para siempre todo acto de fe y amor.
El ejemplo de aquellos tecoítas tuvo poco peso frente a la influencia inspiradora de Nehemías. El pueblo en general estaba animado de patriotismo y celo. Hombres de capacidad e influencia organizaron en compañías a las diversas categorías de ciudadanos, y cada caudillo se hizo responsable de construir cierta parte de la muralla. Acerca de algunos, se ha dejado escrito que edificaron "cada uno enfrente de su casa".
Tampoco disminuyó la energía de Nehemías una vez iniciado el trabajo. Con incansable vigilancia supervisaba la construcción, dirigía a los obreros, notaba los impedimentos y atendía a las emergencias. . . En sus muchas actividades, Nehemías no olvidaba la Fuente de su fuerza. Elevaba constantemente su corazón a Dios, el gran Sobreveedor de todos. "El Dios de los cielos -exclamaba- él nos prosperará"; y estas palabras, repetidas por los ecos del ambiente, hacían vibrar el corazón de todos los que trabajaban en la muralla.
EN MEDIO DE LA OPOSICIÓN:
Nuestro Dios peleará por nosotros. (Neh. 4: 20). La reedificación de las defensas de Jerusalén no progresó sin impedimentos. Satanás estaba obrando para incitar oposición y desaliento. Pero los desafíos y el ridículo, la oposición y las amenazas no parecían lograr otra cosa que inspirar en Nehemías una determinación más firme e incitarle a una vigilancia aún mayor. Reconocía los peligros que debía arrostrar en esta guerra contra sus enemigos, pero su valor no se arredraba. Declara: "Entonces oramos a nuestro Dios, y. . . pusimos guarda contra ellos de día y de noche. . .".
Al lado de Nehemías había un hombre con trompeta, y en diferentes partes de la muralla se hallaban sacerdotes con las trompetas sagradas. El pueblo estaba dispersado en sus labores; pero al acercarse el peligro a cualquier punto, los trabajadores oían la indicación de juntarse allí sin dilación. "Nosotros pues trabajábamos en la obra -dice Nehemías-; y la mitad de ellos tenían lanzas desde la subida del alba hasta salir las estrellas". . . Nehemías y sus compañeros no rehuían las penurias ni los servicios arduos. Ni siquiera durante los cortos plazos dedicados al sueño, de día ni de noche se sacaban la ropa ni deponían su armadura.
La oposición y otras cosas desalentadoras que en los tiempos de Nehemías los constructores sufrieron de parte de sus enemigos abiertos y de los que se decían amigos suyos, es una figura de lo que experimentarán en nuestro tiempo los que trabajan para Dios. Los cristianos son probados, no sólo por la ira, el desprecio y la crueldad de sus enemigos, sino por la indolencia, inconsecuencia, tibieza y traición de los que se dicen sus amigos y ayudadores en la misma iglesia.
Para lograr sus propósitos,
Satanás se vale de todo elemento no consagrado. Entre los que profesan apoyar la causa de Dios, hay quienes se unen con sus enemigos y así exponen su causa a los ataques de sus más acerbos adversarios. Aun los que desean ver prosperar la obra de Dios debilitan las manos de sus siervos oyendo, difundiendo y creyendo a medias las calumnias, jactancias y amenazas de sus adversarios. La respuesta que la fe dará hoy será la misma que dio Nehemías: "Nuestro Dios peleará por nosotros"; porque Dios se encarga de la obra y nadie puede impedir que ésta alcance el éxito final
Neh. 5: 1-3. Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu Dios te da. . . abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite. (Deut. 15: 7, 8).
Después que regresaron los desterrados de Babilonia, hubo ocasiones en que los judíos pudientes obraron en forma directamente contraria a esas órdenes. Cuando los pobres se habían visto obligados a pedir dinero prestado para pagar su tributo al rey, los ricos se lo habían prestado, pero cobrándoles un interés elevado. Hipotecando las tierras de los pobres, habían reducido gradualmente a los infortunados deudores a la más profunda miseria. Muchos habían tenido que vender en servidumbre a sus hijos e hijas; y no parecía haber para ellos esperanza de mejorar su condición, ni medio de redimir a sus hijos ni sus tierras, y sólo veían delante de sí la perspectiva de una angustia cada vez peor, necesidad perpetua y esclavitud. Eran, sin embargo, de la misma nación, hijos del mismo pacto que sus hermanos más favorecidos.
Al imponerse Nehemías de esta cruel opresión, su alma se llenó de indignación. Vio que para quebrantar la opresiva costumbre de la extorsión, debía asumir una actitud decidida por la justicia. Con la energía y la determinación que le caracterizaban, se puso a trabajar para aliviar a sus hermanos.
El hecho de que los opresores eran hombres de fortuna cuyo apoyo se necesitaba mucho en la obra de restaurar la ciudad, no influyó por un momento en Nehemías.
Reprendió vivamente a los nobles y gobernantes; y después de congregar una gran asamblea del pueblo, les presentó los requerimientos de Dios acerca del caso.
Este relato enseña una lección importante. "El amor del dinero es la raíz de todos los males" (1 Tim. 6: 10). En esta generación, el deseo de ganancias es la pasión absorbente. Eramos todos deudores de la justicia divina; pero nada teníamos con que pagar la deuda. Entonces el Hijo de Dios se compadeció de nosotros y pagó el precio de nuestra redención. Se hizo pobre para que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Mediante actos de generosidad hacia los pobres, podemos demostrar la sinceridad de nuestra gratitud por la misericordia que se nos manifestó.
Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros. (Neh. 6: 3).
Nehemías fue elegido por Dios porque estaba ansioso de cooperar con el Señor como restaurador. . . Cuando vio que se actuaba siguiendo malos principios, no se quedó como mero espectador consintiendo mediante su silencio. No dejó que el pueblo llegara a la conclusión de que él estaba de parte del mal. Se puso firme y decididamente del lado del bien.
Toda estratagema que pueda sugerir el príncipe de las tinieblas será empleada para inducir a los siervos de Dios a confederarse con los agentes de Satanás. Como Nehemías, deben contestar firmemente: "Yo hago una grande obra, y no puedo ir". En plena seguridad, los que trabajan para Dios pueden seguir adelante con su obra y dejar que sus esfuerzos refuten las mentiras que la malicia invente para perjudicarles. Como los que construían los muros de Jerusalén, deben negarse a permitir que las amenazas, las burlas o las mentiras los distraigan de su obra.
A medida que se acerca el tiempo del fin, se harán sentir con más poder las tentaciones a las cuales Satanás somete a los que trabajen para Dios. Empleará agentes humanos para escarnecer a los que edifiquen la muralla. Pero si los constructores se rebajasen a hacer frente a los ataques de sus enemigos, ello no podría sino retardar la obra. Deben esforzarse por derrotar los propósitos de sus adversarios; pero no deben permitir que cosa alguna los aparte de su trabajo. La verdad es más fuerte que el error, y el bien prevalecerá sobre el mal. En la resuelta devoción de Nehemías a la obra de Dios, y en su igualmente firme confianza en Dios, residía la razón del fracaso que sufrieron sus enemigos al tratar de atraerlo adonde lo tuviesen en su poder. El alma indolente cae fácilmente presa de la tentación; pero en la vida que tenga nobles fines y un propósito absorbente, el mal encuentra poco lugar donde asentar el pie.
El Señor ha provisto auxilio divino para todas las emergencias a las cuales no pueden hacer frente nuestros recursos humanos. Nos da el Espíritu Santo para ayudarnos en toda estrechez, para fortalecer nuestra esperanza y seguridad, para iluminar nuestros espíritus y purificar nuestros corazones. Provee oportunidades y medios para trabajar.
La gracia del Señor Jesucristo sea con Ustedes.-
Samuel Duarte Bautista
Caracas, Venezuela.-
Por COMUNIDAD BIBLICA DE LA GRACIA DE JESUCRISTO