lunes, 21 de junio de 2010

La prueba de toda doctrina


La justificación propia es el peligro de esta era; separa al alma de Cristo. Los que confían en su propia justicia no pueden entender cómo la salvación viene por medio de Cristo. Al pecado llaman justicia, y a la justicia, pecado. No perciben la malignidad de la transgresión, ni comprenden el terror de la ley; porque no respetan la norma moral de Dios.


La razón por la cual hay tantas conversiones espurias en estos días es porque hay una estimación muy baja de la ley de Dios. En lugar de la norma divina de justicia, los hombres han erigido un patrón de su propia hechura por el cual miden el carácter. Ven a través de un vidrio, oscuramente, y presentan ante la gente ideas falsas acerca de la santificación, estimulando así el egotismo, el orgullo y la justificación propia. La doctrina de la santificación que muchos propugnan está llena de engaño, porque es halagadora del corazón humano; pero lo más bondadoso que se le puede predicar al pecador, es la verdad de los requerimientos obligatorios de la ley de Dios. La fe y las obras deben ir de la mano; porque la fe sola, sin obras, es muerta.


El profeta declara una verdad por la cual podemos probar toda doctrina. Dice: "¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido" (Isa. 8: 20). Aunque el error abunda en el mundo, no hay razón para que los hombres permanezcan en el engaño. La verdad es clara, y cuando se la compara con el error, se puede discernir su carácter. Todos los súbditos de la gracia de Dios pueden comprender lo que se requiere de ellos. Mediante la fe podemos conformar nuestras vidas a la norma de justicia, porque podemos apropiarnos de la justicia de Cristo.


El honesto buscador de la verdad encontrará en la Palabra de Dios la regla para la santificación genuina. El apóstol dice: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. . . Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.


Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros" (Rom. 8: 1-9).

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